Estamos creando una sociedad de adolescentes obsesionadas por las cremas antiarrugas

Es posible que hayas oído hablar de los "Sephora Kids". Según los expertos, esto es lo que hay detrás de las hordas de adolescentes y preadolescentes, sobre todo chicas, obsesionadas con el retinol y otros productos antienvejecimiento.

Por Erin Blakemore
Publicado 11 abr 2024, 15:22 CEST
Joven mujer lavándose la cara

En algunas culturas, el envejecimiento siempre ha sido un tema delicado. Pero el auge de los tratamientos preventivos contra las arrugas y los filtros de las redes sociales han llevado nuestra aversión a parecer mayores a nuevos niveles, e incluso los adolescentes se han visto atrapados en esta obsesión.

Fotografía de Westend61, Getty Images

Últimamente mi espejo está haciendo cosas raras. Mi pelo se está volviendo blanco. Se me han marcado pequeñas líneas alrededor de los ojos y se me están formando grietas entre las mejillas y la boca, inconfundibles líneas de marioneta que mi rostro de 43 años ya no puede ocultar. ¿Necesito mejorar mi rutina nocturna?

Un vistazo rápido en Internet revela que tengo una compañía aún más extraña: los preadolescentes obsesionados con la edad. Los llamados "niños Sephora" han estado bombardeando la tienda de belleza, y otras similares, con sus dólares a cambio de pociones antienvejecimiento que creen que les mantendrán jóvenes para siempre, y tanto los clientes de Sephora como los comentaristas culturales están preocupados por esta tendencia.

¿Son estos buscadores de rostros arrebatados en miniatura en busca de una prematura fuente de la juventud un presagio de cosas aún peores por venir, o simplemente reflejan una realidad superficial alimentada por las redes sociales, los filtros y el product placement?

"Estamos vendiendo la idea de que todos estamos en contra del envejecimiento, porque deberíamos tenerle miedo y, mejor aún, luchar contra él", me dice Laura Hurd, socióloga y profesora de la Universidad de Columbia Británica (Canadá).

No puedo burlarme de esta tendencia. Yo también fui una niña impresionable y, cuando era preadolescente y adolescente a principios de los 90, recuerdo perfectamente que llevaba mis ganancias de haber trabajado como canguro al centro comercial, me compraba un cucurucho de helado y me aparcaba en el suelo junto al revistero para leer todas las revistas para adolescentes de principio a fin.

Estas revistas me enseñaron que mi trabajo consistía en tener una "cara fresca" y encantadora, en disimular ingeniosamente cualquier atisbo de grano o de nariz brillante, que mi caché social y mi felicidad futura podían verse amenazadas por las ojeras o las pecas, que tenía por millones y que estaba convencida de que me condenaban a ser una paria eterna. Pero nunca se me ocurrió usar la crema Olay de mi madre.

Esto no sorprende a la historiadora Kathy Peiss, autora de Hope in a Jar: The Making of America's Beauty Culture [La esperanza en un tarro: así se creo la cultura de la belleza americana]. Su investigación muestra cómo los niños y los adolescentes (especialmente las niñas) fueron absorbidos por la bonanza comercial del siglo XX.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, el maquillaje se comercializaba sobre todo para mujeres a partir de los 20 años, y muchas personas recurrían a brebajes caseros para perfeccionar su cutis. Pero a partir de la década de 1940, las empresas de cosméticos empezaron a inclinarse por la segmentación del mercado y a diseñar publicidad sólo para adolescentes y niñas. Ambos grupos demográficos tenían sus "propios" productos estrella: productos para combatir el acné y artículos de moda para adolescentes, y estuches de maquillaje de juguete para las más pequeñas.

Mientras tanto, los productos antienvejecimiento eran cosa exclusiva de mujeres mayores deseosas (o desesperadas) de conservar su aspecto, y probablemente por eso a otras adolescentes y a mí nunca se nos ocurrió comprarlos.

Hoy en día, los remedios contra el acné siguen estando dirigidos a los adolescentes. Pero las redes sociales también los exponen a influencers del mundo de la belleza, figuras públicas que hablan abiertamente de su uso de productos antienvejecimiento para la piel, bótox y otros procedimientos cosméticos. La omnipresencia de estos productos (promocionados por los vendedores como "santos griales" para los consumidores) significa que hoy es más probable que los adolescentes los elijan. El fenómeno está tan extendido que los gigantes de la cosmética se están distanciando de él: Unilever incluso ha lanzado una campaña "para proteger la autoestima de las chicas de las presiones de los productos antiedad para el cuidado de la piel".

(Relacionado: ¿Por qué envejecemos?)

Un espejo deformado por los filtros

El mito de mi juventud de que un rostro sin imperfecciones era preferible y fácil de conseguir se alimentaba de imágenes retocadas que fomentaban la ilusión de que otras personas poseían realmente esas perfecciones.

Resulta que esta técnica es tan antigua como la propia fotografía. A mediados del siglo XIX, cuando la fotografía había evolucionado hasta el punto de que se podían ver todas las arrugas y poros, la gente empezó a pedir a los fotógrafos que retocaran sus imperfecciones con aerógrafo o, literalmente, con pintura, explica Peiss. "Lo que es diferente ahora", dice; "es que está al alcance de todos".

Aplicaciones como Facetune y las sencillas herramientas de edición fotográfica que vienen de serie con todos los smartphones han hecho que sea más fácil que nunca conseguir ese rostro sin defectos ante la cámara. La omnipresencia de los filtros ha provocado incluso su propio movimiento contrario, #nofilter, en el que la gente dice publicar fotos "sinceras" de sus rostros sin filtros. Pero la tendencia #nofilter está mucho menos extendida de lo que parece: los estudios sugieren que hasta el 90 por ciento de la gente edita sus selfies antes de publicarlos.

Esto tiene consecuencias en el mundo real: en un estudio publicado en 2023, los participantes que editaban sus fotos tenían más probabilidades de percibirse a sí mismos como menos atractivos. También practicaban lo que los teóricos llaman autobjetivación: interiorizar lo que un espectador externo podría pensar de su aspecto en lugar de dar prioridad a su propia imagen. La autobjetivación está relacionada con la vergüenza corporal, los trastornos alimentarios y los trastornos del estado de ánimo, como la depresión.

Los estudios demuestran que los adolescentes a veces utilizan los selfies para buscar la aprobación de sus compañeros, así como para gestionar la dismorfia corporal, una enfermedad mental que se centra obsesivamente en los supuestos "defectos" de la apariencia de alguien. Y las redes sociales pueden empeorar las cosas: en una encuesta realizada a nivel representativo nacional en Estados Unidos en 2022, los padres de niños de entre 8 y 18 años acomplejados por su aspecto tenían el doble de probabilidades de afirmar que la autoimagen de sus hijos se veía más afectada por las redes sociales que por la vida real.

Las redes sociales siempre han sabido adaptar los contenidos a las personas. Pero ahora las tendencias que antes tardaban meses o años en filtrarse en el imaginario popular lo hacen en días. En lugar de buscar mensajes masivos, los anunciantes están descubriendo micromercados extremadamente específicos basados en datos demográficos y en el comportamiento en línea. Se trata de una evolución inquietante que, de repente, hace que la ecuación niños+serums antienvejecimiento cobre sentido.

(Relacionado: El melanoma está siendo sobrediagnosticado a un ritmo "alarmante")

¿Qué significa todo esto para las jóvenes?

Está la pregunta obvia de si la piel de adolescentes y preadolescentes, a menudo sensible (¡y ya sin arrugas!), puede soportar los ingredientes agresivos diseñados para borrar las arrugas del mapa, y abundan los informes de reacciones alérgicas y enloquecimientos faciales. Tampoco está claro qué significa para la piel joven la moda de las inyecciones preventivas de Botox, diseñadas para evitar la aparición de arrugas.

Pero cuanto más observo estos fenómenos, más me preocupa lo que la escasez de rostros envejecidos en Internet pueda causar en el sentido de la realidad de los niños, y en la percepción que tengan de sí mismos cuando empiecen a envejecer.

Hurd teme algo más: que el creciente interés por los productos "antienvejecimiento" perpetúe los prejuicios.

"Le estamos diciendo a la gente a la cara que estamos en contra del envejecimiento", afirma; "estamos vendiendo esta idea de que deberíamos tenerle miedo y, mejor aún, deberíamos combatirlo".

Este miedo acarrea consecuencias reales para las personas mayores, afirma Hurd, desde el edadismo casual hasta prácticas institucionales y sociales que excluyen, deshumanizan y ponen en peligro a los adultos mayores. La investigación de Hurd revela que el estigma social perjudica la autoestima de las personas mayores, especialmente de las mujeres.

La autoimagen es sólo el principio: la discriminación en el trabajo, los problemas para encontrar pareja y la pérdida de "valor social" se asocian al aspecto de la vejez. La discriminación por edad puede incluso fomentar el maltrato de las personas mayores: aunque la investigación sobre el tema está aún en sus inicios, los investigadores están descubriendo vínculos entre cometer y tolerar el desprecio a los mayores.

"El lenguaje antienvejecimiento es problemático", dice Hurd; "pero lo aceptamos sin más".

Pero no tenemos por qué hacerlo, y quizá la supuesta epidemia de los llamados Sephora Kids nos ofrezca a los adultos la oportunidad de revisar nuestras propias actitudes sobre el envejecimiento.

¿Y si en lugar de escudriñar nuestros rasgos en busca de pómulos arrebatados, pensáramos en el privilegio que sería ganar aún más arrugas, descolgamientos y cicatrices? ¿Y si enseñáramos a nuestros hijos a reconocer un filtro, a detectar un deepfake o a identificar los signos reveladores de una edición fotográfica excesiva?

Puede sonar a cuento chino, pero como señala Hurd, hay formas de luchar contra la discriminación por edad en el mundo real: la gente puede abogar por políticas que apoyen a los adultos mayores, conocer a sus mayores y buscar formas de mezclar generaciones en su vida social.

Cuando colgué el teléfono con Hurd, decidí tachar "suero nocturno actualizado" de mi lista y recordarme a mí misma que debo buscar mis 43 años de experiencia la próxima vez que me mire al espejo. Es hora de luchar contra mi propio edadismo interiorizado.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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