El reinado de la Reina Isabel en 14 imágenes

La Reina Isabel II, en su 90 cumpleaños, ha insistido en que su papel no es el de mandar, si no el de servir.

Por Simon Worrall

9 de septiembre del 2015

Tengo que confesar que nunca he sido como diría mi querido padre que en paz descanse “un “corgi” vigilante” (alguien obsesionado con la familia real). Los puntos de vista de Su Majestad y los míos, aunque tristemente no he tenido aún la oportunidad de intercambiarlos, son casi seguro divergentes en cuestiones de clase y política.

Pero como muchos británicos de mi generación (nací el año anterior a la Coronación) mi vida ha estado marcada por el reinado de Isabel II, que el año pasado consiguió entrar en el libro de los récords como la monarca con el servicio a la corona más largo en mil años de dinastía Británica, eclipsando los 63 años y 216 días de su tatarabuela, la Reina Victoria

Por aquel entonces, había presenciado numerosos disturbios tanto sociales como políticos. Cuando llegó al trono en 1952, aquella esbelta mujer joven de pelo azabache, se acababa de terminar el racionamiento de la segunda guerra mundial; el Imperio Británico aún gobernaba en amplias zonas del globo; la homosexualidad era un crimen; el divorcio, un estigma; las relaciones sexuales prematrimoniales, una excepción; las minorías étnicas, una peculiaridad; el deporte, en su mayoría amateur y la cocina Británica, en su mayoría incomestible.

La Gran Bretaña de hoy (donde en algunos colegios londinenses tienen niños hablando más de cien lenguas diferentes, donde el matrimonio homosexual es legal y los jugadores de fútbol ganan más por semana que el Primer Ministro en un año) es otro país. ¡Ahora Londres tiene más restaurantes con estrellas Michelin que Paris!

Ha visto a 12 primeros ministros llegar e irse; cortes de pelo y faldas que se han llevado más cortas o más largas; incluso nuestra fe en la modernidad que ha dado paso a la ansiedad debida al cambio climático. Ante todo esto, la reina ha seguido siendo una constante como las campanadas del Big Ben en honor al juramento que hizo durante su coronación: no mandar si no servir a su pueblo. Su dedicación al deber, a la constancia, y el amor a su país son las antiguas virtudes que han definido su reinado. Que yo recuerde, durante 64 años, nunca ha vacilado, ha hablado mal ni ha ofendido de forma intencionada a nadie, nunca nos ha defraudado.

Su vida no ha estado carente de desdicha. El asesinato de su querido primo, Louis Mountbatten, por el IRA en 1979 produjo una herida en su corazón que tardó muchos años en curarse. Y es una muestra de su tenacidad y fuerte compromiso con el deber que, durante la visita a Irlanda en 2012, estrechó la mano del ex comandante del IRA y actual Vice Primer Ministro de Irlanda del Norte Martin McGuinness.

La popularidad de la Casa de Windsor cayó hasta niveles inimaginables en el fatídico año de 1992, cuando los matrimonios de sus hijos se deshicieron y el Castillo de Windsor ardió en llamas, años más tarde, con la muerte de la Princesa Diana, muchos sintieron que la monarquía había perdido su toque con el pueblo cuando la reina no mostró su dolor de forma inmediata.

Hoy, bendecida con nuevos bisnietos como futuros herederos, una economía floreciente y el mayor período de paz en la larga historia de Gran Bretaña, es admirada y adorada, no solo en Gran Bretaña si no en todo el mundo.

Nunca he sido un “corgi vigilante”. Pero me quito el sombrero ante ella y le invito, querido lector, a que me acompañe en un saludo tradicional Británico: ¡Dios salve a la Reina!

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