Las raíces soviéticas de la Wehrmacht

Hitler llegó al poder en 1933, pero no tuvo que empezar de cero para desarrollar su industria militar; La URSS colaboró con Alemania en los años 20 y preparó clandestinamente al ejército alemán dotándole de todo aquello que Versalles declaraba ilegal.

Por Manuel Moncada Lorén
Publicado 21 jun 2018, 15:50 CEST
oficiales
Dos oficiales, uno alemán y otro soviético, se saludan al encontrarse los dos ejércitos amigos que invadieron Polonia.
Fotografía de Agencia TASS

Versalles, un seguro para Europa

Al terminar la Primera Guerra Mundial, el cumplimiento del Tratado de Versalles hacía imposible que una nueva guerra europea estallara. En primer lugar porque nadie quería repetir la experiencia.

Los franceses, estaban entre los vencedores y gozaban de las multimillonarias reparaciones de guerra que Alemania tenía que pagar. En el plano militar, los ingenieros franceses se pusieron manos a la obra para construir una especie de muralla china en la frontera con Alemania, la famosa Línea Maginot, así que sus esfuerzos iban encaminados a la defensa.

Aunque los británicos también estaban entre los vencedores, el vasto imperio colonial que tenían que gestionar ocupaba toda su atención y lo último que necesitaban era una nueva guerra en el continente dado que tampoco tenían un ejército de tierra fuerte.

El Salón de los Espejos acogió la firma del Tratado de Versalles.
Fotografía de U.S. National Archives

Y por supuesto, Alemania estaba en la ruina. Además de agravar una profunda crisis económica, social y política, los términos de Versalles hacían del todo imposible que Alemania produjera o importara un ejército de carácter ofensivo.

Alemania no podía tener un ejército superior a los 100.000 hombres, le estaba prohibido poseer armamento pesado, artillería, aviación de guerra, industria pesada; en definitiva, si Versalles se cumplía, no habría una nueva guerra.

La URSS no había participado en las conversaciones de Versalles, pero en la Unión Soviética no había ninguna restricción internacional sobre la producción de armamento e instalaciones industriales, por lo que podían fabricar o comprar sin restricciones en el extranjero todo tipo de material bélico

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    Cazas holandeses Fokker D.XIII en la base de Lipetsk con los que los aviadores alemanes realizaron su instrucción en la Unión Soviética.
    Fotografía de Bundesarchiv

    La instrucción clandestina de los futuros líderes de la Wehrmacht y la Luftwaffe

    Si en aquellos años la Unión Soviética hubiera querido que Alemania nunca más fuera una amenaza, se tendría que haber aferrado a los puntos que dictaba Versalles ya que una Alemania desarmada no es una amenaza para sus vecinos.

    Sin embargo, en mayo de 1921 llegó a la URSS un puñado de oficiales alemanes de la República de Weimar con la misión de estudiar la posibilidad de que en la Unión Soviética se desplegaran centros de formación, polígonos e instalaciones con fines militares en los que probar, disparar y desarrollar las armas prohibidas por Versalles.

    Cuando Stalin llegó al poder se encargó de que a los alemanes que iban llegando a su país clandestinamente no les faltase de nada.

    El 26 de noviembre de 1922 se firmó en Moscú un contrato con la empresa aeronáutica alemana Junkers, responsable de la fabricación de aeronaves y motores, en el que se planearon los cimientos de la futura Luftwaffe.

    En julio de 1923 se aprueban proyectos para fábricas de municiones y suministros militares para su exportación a Alemania y se firma el contrato que proyecta la construcción de una planta química.

    Los cazas Fokker eran buenos aparatos para el entrenamiento, ya que eran fáciles de remolcar y reparar.
    Fotografía de Tass

    La cuna de la industria militar alemana 

    Pero los soviéticos pusieron más empeño en formar aviadores alemanes, como demuestra la creación en Lípetsk de una academia secreta para pilotos germanos.

    El problema era que los alemanes no podía usar sus propios aparatos porque sencillamente no tenían, así que Stalin ordenó la compra de un centenar de cazas holandeses Fokker DXIII para que los futuros ases de la Luftwaffe recibieran su entrenamiento.

    Muchos de estos reclutas adquirieron una valiosa experiencia, aunque algunos ya eran consagrados pilotos de caza. Uno de los jóvenes alemanes que apareció en Líptesk para su curso de perfeccionamiento fue Hermann Göring. Años después se convertiría en el jefe de la Luftwaffe y uno de los hombres más cercanos a Hitler.

    Con el paso de los años, los aviadores alemanes formados en Lípetsk se acabaron enfrentando en los cielos de España a los colegas rusos con los que habían entrenado.

    Stalin también sabía que la próxima gran guerra iba a necesitar de los carros de combate. En consecuencia, en 1926 apareció en Kazán una escuela de tanquistas.

    El dictador soviético proporcionó tanques, proyectiles, alojamiento y un polígono de alta seguridad para que los futuros conductores de los carros que pasarían por encima de toda Europa, inventaran, ensayaran, probaran y perfeccionaran las maniobras envolventes y en profundidad que harían famosa a la Wehrmacht poco más de diez años después.

    Pero no sólo el camarada Stalin se encargó de fortalecer el músculo operativo del ejército alemán, también se aseguró de que el futuro Reich que aún no existía contase con una base industrial militar estable.

    Disfrazadas de empresas germano-soviéticas o de concesionarios, en Rusia comenzaron a anidar estructuras de la industria militar alemana.

    Al mencionado establecimiento industrial de Junkers, se sumaron las fábricas de acero Krupp para cañones y proyectiles, los talleres de BMW donde se fabricaban motores para tanques y aviones y las plantas químicas de Bersol, de donde salieron algunas de las sustancias tóxicas empleadas por los alemanes.

    El general alemán Heinz Guderian y el brigada soviético Semión Krivoshein durante el desfile conjunto en la ciudad ocupada de Brest el 22 de septiembre de 1939.
    Fotografía de Bundesarchiv

    La blitzkrieg, un invento soviético

    Seguramente Stalin no pensaba que toda esa estructura que estaba levantando para ayudar a los alemanes se iba a volver contra él; entonces habría que preguntarse contra quién pensaba Stalin que los alemanes iban a utilizar todas esas armas prohibidas.

    La historiografía soviética dice que los rusos prepararon a Alemania para una futura guerra y que, a cambio, los comunistas obtuvieron la teoría táctica y estratégica de los alemanes. Este argumento concuerda con la manida explicación de que la URSS era incompetente y atrasada y que siempre tenía que aprender de alguien.

    Pero en realidad, Alemania no tenía nada que enseñar a nadie después de la Primera Guerra Mundial. Tras las sanciones de Versalles, Alemania fue desposeída de toda industria y líderes con intenciones ofensivas y no disponía de un ejército experimentado en la modernas tácticas que desplegaron por toda Europa años más tarde.

    Stalin fotografiado en 1937.
    Fotografía de Anónimo

    Aunque los alemanes hubieran ganado, tampoco tendrían nada que enseñar: la Gran Guerra fue un conflicto estático en el que los soldados solo tenían que saber cavar, disparar y clavar la bayoneta.

    En cambio, durante la Guerra Civil rusa, los soviéticos ganaron una valiosa experiencia en operaciones en profundidad con múltiples maniobras en las que participaban millones de soldados.

    En base a esta experiencia, finalmente fueron los alemanes los que aprendieron a librar una guerra de movimientos en las aulas de los comandantes soviéticos.

    ¿Quizá Stalin necesitaba la tecnología alemana a cambio de la ayuda soviética? No parece una razón válida, ya que entre Versalles y la llegada de Hitler al poder pasaron 15 años de atraso tecnológico en los que la economía se desplomó, por lo que los científicos alemanes de la época del káiser no pudieron transmitir sus conocimientos a una nueva generación de técnicos en un país arruinado.

    Sin embargo Stalin se encargó de que los científicos veteranos recibieran durante todos esos años la experiencia soviética para tener lista la nueva promoción de científicos nazis cuando hiciera falta.

    Hitler es aclamado por sus seguidores en Nuremberg Alemania)
    Fotografía de Bundesarchiv

    Las sociedades débiles necesitan führers fuertes

    Si Stalin hubiera necesitado de los industriosos alemanes para aprender algo, no habría construido todas esas instalaciones a lo largo y ancho de la Unión Soviética para instruir a los futuros comandantes nazis.

    Poco más de diez años después de la llegada de aquella delegación de oficiales del inofensivo Reichwehr de la República de Weimar a la Unión Soviética, en la deprimida Alemania ocurre algo asombroso: Adolf Hitler, un nacionalista radical y xenófobo y dispuesto a restaurar el honor nacional, llega al poder en Alemania, pero ya no tiene que empezar desde cero.

    Stalin se había encargado en secreto de formar el núcleo dirigente de la Wehrmacht y sin demorarse un instante tras la victoria electoral del nuevo führer, sus máximos responsables empezaron a reclutar pilotos, tanquistas y soldados para el recién formado III Reich.

    Si Stalin no se hubiera encargado de impulsar el resurgimiento militar de Alemania, dotándola de todo cuanto Versalles prohibía, la Segunda Guerra Mundial no habría comenzado como empezó: con Alemania prendiendo fuego a Europa.

    Las tropas de la Wehrmacht cruzan la frontera polaca en septiembre de 1939.
    Fotografía de Bundesarchiv

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