Las vidas ocultas de una comunidad religiosa secular en Siberia

Estos viejos creyentes rusos ortodoxos viven una vida ocupada por la religión y la naturaleza.

Por Alexandra E. Petri
fotografías de Emile Ducke
Publicado 4 jun 2018, 13:21 CEST
Stepan Borisov y su hijo Maxim
Además de la fe, la vida diaria en Aidara, una remota aldea que se encuentra en las llanuras de Siberia Occidental, está conectada a la naturaleza. Stepan Borisov y su hijo Maxim trabajan en los campos durante la temporada de cosecha, cortando la hierba y acumulándola en pajares para alimentar a sus vacas durante el invierno.
Fotografía de Emile Ducke

Una de las cosas que Ducke recuerda más son las misas: pequeñas reuniones íntimas de no más de 15 personas, juntas, unidas en oración. No había iglesia en Aidara, una diminuta y remota aldea de Siberia Occidental, de modo que las familias y sus vecinos rendían culto juntos en una sala dedicada a la oración en la casa de alguien. Las ceremonias tenían lugar a últimas horas de la tarde, y aunque algunas solo duraban un par de horas, otras podían durar hasta siete, extendiéndose hasta la mañana siguiente. Iconos religiosos decoraban las esquinas de la sala. El incienso y las velas arrojaban un resplandor cálido sobre los rostros concentrados de los viejos creyentes rusos ortodoxos mientras compartían los momentos divinos de su fe profundamente arraigada.

«Creo que eso tuvo el mayor impacto sobre mí», afirma Emile Ducke, un estudiante de fotoperiodismo que actualmente vive en Moscú.

Los niños de Aidara estudian eslavo eclesiástico, fundamental para participar en las ceremonias de oración de los viejos creyentes.
Fotografía de Emile Ducke

En el verano de 2016, Ducke pasó un tiempo documentando las vidas y rituales de los viejos creyentes rusos ortodoxos, una secta de la Iglesia ortodoxa guiada por tradiciones previas a la reforma eclesiástica del siglo XVII. Ducke, que nació en Alemania, estaba estudiando en en Tomsk, Siberia, y cuenta que empezó a interesarse por las comunidades más remotas y aisladas de la región, sobre todo por aquellas en la región norte junto al río Ket. Junto a un compañero, Ducke viajó por las aldeas cercanas al río, aprendiendo cómo era la vida cotidiana de la gente y los obstáculos a los que se enfrentaban. Fue entonces cuando oyeron hablar de los viejos creyentes de Aidara.

«Nos llamó la atención de inmediato, porque la historia [de los viejos creyentes] está profundamente vinculada a Siberia y a la historia más amplia de las comunidades que viven allí», afirma Ducke.

Los viejos creyentes se separaron de la Iglesia rusa ortodoxa tras una serie de reformas introducidas por el patriarca Nikon en 1652. Entre los cambios, realizados para adaptarse mejor a la Iglesia griega ortodoxa, se incluía la escritura del nombre de Jesús en los libros de oración y el número de dedos empleados para hacer la señal de la cruz. Los viejos creyentes, que no estaban dispuestos a aceptar las reformas, fueron encarcelados y perseguidos. Muchos se exiliaron y se mudaron a las llanuras aisladas de Siberia.

Aunque hoy en día hay poblaciones de viejos creyentes que viven en Moscú y en partes de las Américas, aquellos que siguen en Siberia, especialmente en Aidara, fascinaron a Ducke.

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    «Hablamos de una región donde todo está ya desconectado», afirma Ducke. «Y tener que viajar tres horas en barco [a Aidara] implica que están más desconectados que el resto».

    La aldea parece existir dentro de su propio universo. «La llegada fue especial», recuerda Ducke. La única forma de llegar al pueblo era viajar tres horas por el Ket. Un pariente de uno de los aldeanos de Aidara llevó a Ducke y a su colega río arriba en un pequeño barco a motor hasta el asentamiento. Desde ahí, tras un paseo de casi 3,2 kilómetros, llegaron a los campos en la frontera de la aldea. Aidara estaba prácticamente escondida.

    Ducke no sabía qué esperarse al llegar a su destino, tanto del paisaje como de la gente con la que se encontraría.

    «Visualmente, me recordó a las fotos de Sergei Prokudin-Gorskii, que había hecho un encargo para el zar ruso hace 100 años», añadió. El zar Nicolás II encargó a Prokudin-Gorskii que documentara el imperio ruso y el fotógrafo produjo las primeras fotografías en color de Rusia a principios del siglo XX.

    Dmitriy Polevchuck, que tiene una larga barba tradicional en los viejos creyentes rusos ortodoxos, se relaja un instante tras una ceremonia de oración de cinco horas la noche antes.
    Fotografía de Emile Ducke

    Ducke y su colega se quedaron en una casa vacía que pertenecía a una de las familias. Según Ducke, fue fascinante ver lo estructurada que estaba la vida:

    «Existe una vida religiosa y una vida laboral, y no hay mucho entre ambas», explica.

    Los viejos creyentes mantienen los aspectos de sus vidas religiosas fuera de los focos. Pero al final, algunas de las familias invitaron a Ducke y a su colega a sus ceremonias de oración, un gran honor y una señal de confianza, según Ducke, aunque le pidieron que no entrara con su cámara.

    «No hay fotografías de la religión directamente», afirma Ducke. «Creo que el mayor problema que tuve como fotógrafo fue no poder fotografiar una parte tan fundamental [de su mundo]».

    Descubrió otras formas de traducir sus identidades religiosas: fotografiar a algunos de los niños aprendiendo el eslavo eclesiástico con sus libros de oraciones; crear imágenes del cementerio de Aidara, donde cruces ortodoxas marcan cada tumba; y sacar fotos de los viejos creyentes con sus trajes de oración tradicionales.

    Dmitriy Polevchuk recoge arándanos en un pantano junto a Aidara. Para evitar perderse, Polevchuk deja un rastro de ramas rotas.
    Fotografía de Emile Ducke

    Aunque Ducke admiró el vínculo de la comunidad con la naturaleza, pudo ver los desafíos que implicaba escoger ese estilo de vida. Los viejos creyentes no tienen televisión ni Internet, pero tienen centrales eléctricas que generan electricidad durante el día y la gente usa tractores y motocicletas para realizar sus tareas diarias. Aun así, todavía hay obstáculos. El correo se entrega en helicóptero cada dos semanas y el verano trae consigo la amenaza de los incendios forestales en los bosques que trazan las fronteras de Aidara.

    «Hubo un incendio forestal en los primeros días y básicamente toda la comunidad de viejos creyentes estaba en el bosque tratando de prender contrafuegos para detener el incendio», afirma Ducke.

    Además de las ceremonias de oración, presenciar cómo la comunidad se unía para luchar contra el incendio fue una de las experiencias más conmovedoras para Ducke durante la temporada que pasó con los viejos creyentes. Cree que ayudó a sentar las bases del vínculo que acabó estableciendo con la comunidad.

    «Compartimos muchos momentos, momentos intensos, y creo que esto ayudó a generar confianza para [documentar] Aidara».

    Emile Ducke es un fotógrafo que vive en Moscú, Rusia. Puedes ver más fotografías en su página web y en Instagram.

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