«Todas las noches recibíamos un litro de agua que teníamos que compartir entre 33 personas»

El jaque se reitera en cada situación humanitaria del Mediterráneo como en un pulso sin fin. Otra crisis invisibilizada en alta mar y nuevas vidas en juego que imploran a los vestigios de humanidad que quizá aún habiten Europa.

Por Cristina Crespo Garay
Publicado 14 ago 2019, 21:30 CEST
Refugiados Ocean Vikings
A bordo del Ocean Viking, dos niños dibujan juntos. El equipo médico de MSF evalúa a todas las personas a bordo, tratando primero los casos médicos más urgentes.
Fotografía de Hannah Wallace Bowman, MSF

“Salí de Sudán después de que un grupo armado matara a mi padre frente a mí durante un ataque a mi pueblo. Mi madre y mis hermanos viven ahora en un campo de refugiados. Tengo un hermano mayor que partió hacia Libia antes que yo, pero ahora está desaparecido. Quería venir a Europa para encontrar trabajo y que la vida de mi familia mejorase”.

Con tan solo 16 años, este chico sudanés ya conoce el infierno que rememora a través de este desgarrador testimonio: “Tardé siete días en cruzar el Sahara. Solo comimos pan un par de veces, y todas las noches recibíamos un litro de agua que teníamos que compartir entre 33 personas. Vi cómo dispararon y mataron a un hombre con el que viajaba sin razón alguna. Estuve viviendo y trabajando en Libia durante más de un año. Fui arrestado varias veces y obligado a pagar por mi liberación”.

“Traté de cruzar dos veces. Pero fui capturado por la Guardia Costera de Libia la primera vez, aunque logré escapar y no me llevaron al centro de detención. Pero la segunda vez me llevaron a Tayura. Estaba allí cuando ese centro de detención fue bombardeado. Mucha gente murió. Logré escapar con un grupo de personas. Puedes ver las cicatrices de las heridas en los pies. Corrí descalzo por las llamas del centro destruido. Quiero ir a Europa donde se respeten los derechos humanos, donde me traten como a un ser humano y donde pueda encontrar trabajo para mantenerme a mí y a mi familia”.

Minutos después de que se distribuyeran los chalecos salvavidas, un tubo de goma en el frágil bote explotó, haciendo que las personas cayeran al agua. Las 105 personas fueron rescatadas en el Ocean Viking.
Fotografía de Hannah Wallace Bowman, MSF

Con el horizonte de un sueño en la mirada, no solo el de lograr pisar tierra al otro lado del mar, sino el de una vida donde los derechos humanos más básicos sean infranqueables, sus palabras se tornan un grito que implora empatía a Europa. En primera persona la situación es, si cabe, más desorbitada.

Las miles de infancias robadas se perfilan en cada uno de los testimonios. "Pasé en el mar cuatro días antes de que me rescataran”, recuerda un chico de 17 años. “El fondo del bote se rompió el día que salimos de Libia. Nadie dormía porque teníamos que sacar agua con una lata de combustible vacía. Nos quedamos sin comida y agua después del primer día. Un hombre llegó a desesperarse tanto por el miedo que saltó por la borda y tuvimos que ayudarle a subir de nuevo a la balsa. Teníamos tanto miedo que solo pensábamos en la muerte: creíamos que íbamos a morir".

Otro joven de 20 años cuenta cómo "estaba estudiando en la universidad en Sudán antes de que comenzaran las protestas allí. Cuando me voy a dormir tengo pesadillas. No quiero dormir. Salí [del centro de detención] de Tayura el día antes de que fuera bombardeado, pero mis amigos y hermanos murieron durante el ataque. Pasé en Libia un año y ocho meses antes de ser rescatado por el Ocean Viking. Era la segunda vez que intentaba cruzar. La primera fui interceptado por la Guardia Costera libia, que me desembarcó en Joms. Desde allí, trataron de hacerme volver a Sudán. Me negué, así que me confinaron de nuevo".

El infierno de los centros de detención no regulados de Libia

“Me han descrito cómo les torturaron con descargas eléctricas, les pegaron con pistolas y palos, les quemaron con plástico fundido. Cómo aún sienten el dolor de las heridas y cicatrices inflingidas en Libia”, narra Luca Pigozzi, médico de Médicos Sin Fronteras (MSF), sobre el horror de los centros de detención no regulados de Libia.

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    El equipo de rescate de SOS Mediterranee distribuye chalecos salvavidas a hombres, mujeres y niños en un bote de goma en apuros. Todos reciben un kit de rescate que incluye agua, alimentos de alta energía, ropa y una manta.
    Fotografía de Hannah Wallace Bowman, MSF

    Con cuatro rescates durante los últimos cuatro días, desde el 9 al 12 de agosto, ahora hay 356 hombres, mujeres y niños a bordo del Ocean Viking. Y el jaque se reitera en cada situación humanitaria del Mediterráneo como en un pulso sin fin. Hasta hace horas, 151 personas – incluidos niños, embarazadas y ancianos – esperaban en la cubierta del Open Arms, varadas en alta mar, a que algún puerto abriera sus puertas. Ayer se autorizaba, con carácter excepcional, la evacuación de un bebé enfermo junto a tres familiares.

    Hace escasas horas, el Open Arms ponía rumbo a Lampedusa tras la noticia de que el tribunal administrativo italiano ha admitido el recurso contra el decreto de seguridad de Salvini que prohíbe la entrada de barcos humanitarios en sus aguas territoriales sin autorización.

    “Si Europa no puede proteger a los que están en dificultades en el Mediterráneo, personas que se han embarcado en busca de una vida mejor, habrá perdido su alma y su corazón”, afirma el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, en una carta al presidente de la Comisión Europea.

    "Cada persona con la que he hablado ha sido encarcelada, ha sufrido extorsión, ha sido forzada a trabajar en condiciones de esclavitud o tortura. También he visto cicatrices provocadas por fuertes golpes. Al mirarles a los ojos queda claro por lo que han pasado estas personas. Me decían que estaban listos para morir en el mar, en lugar de pasar otro día más sufriendo en Libia", Yuka Crickmar, técnica de Asuntos Humanitarios de MSF.

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