Identifican a la última superviviente del último barco de esclavos que llegó a Estados Unidos

Con dos años, Matilda McCrear fue una de las prisioneras más jóvenes del Clotilda. Ahora, sus descendientes vivos conocen su vida y su legado.

Por Sylviane A. Diouf
Publicado 30 mar 2020, 14:45 CEST
Un retrato sin fecha de Matilda McCrear, última superviviente del barco de esclavos Clotilda, la muestra en sus últimos años. Falleció en 1940 a los 82 años.
Fotografía de John Crear

Solo tenía dos años cuando llegó a Mobile, Alabama, en julio de 1860, cautiva a bordo del infame Clotilda, el último barco de esclavos documentado que trajo a africanos a Estados Unidos. Falleció en 1940 a los 82 años, lo que la convierte en la última superviviente del último barco de esclavos conocido. Se llamaba Matilda McCrear.

Hace solo un año, se anunció el descubrimiento de que otra cautiva del Clotilda, Redoshi o Sally Smith, era la superviviente más longeva. Antes que ella fue Cudjo Lewis. Ahora, tras meses de investigación, he determinado que McCrear los sobrevivió a ambos.

La nieta de McCrear, Eva Berry, que ahora tiene 92 años, la recuerda como una mujer de color con el pelo largo. «Me habló de sus madres y sus hermanas en el barco, de cómo llegaron a Mobile y después tuvieron que marcharse cuando las compraron», recuerda.

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    El retrato de McCrear en este álbum de fotos familiar lleva la etiqueta «Bisabuela Tilly Crear». Tras obtener la libertad, Matilda se cambió el nombre de Creagh (como había escrito el hombre que la esclavizó) a Craigher y, más adelante, a McCrear.
    Fotografía de Familias Crear y Jackson

    Su nieto, Johnny Crear (83), me contó que sus antepasados la describían como una «mujer revoltosa» y hablaban sobre las «marcas» de su rostro.

    Olabiyi Babalola Yai, experta en culturas africanas, explica que esas cicatrices faciales ofrecen evidencias claras del origen de McCrear. También revelan su verdadero nombre.

    «Era una yoruba, como demuestran sus ilà o marcas étnicas de tipo àbàjà», explica Babalola. Y sus marcas «quieren decir que su oriki, o nombre, era Àbáké, que significa “nacida par que todos la quieran”». Aquel fue el conmovedor deseo de los padres de un bebé que pronto sería arrojado a una miseria inconcebible.

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      Un mural del Clotilda adorna un muro de contención de Africatown, la comunidad cerca de Mobile fundada por algunos de los supervivientes de los barcos. McCrear formó parte de un grupo más pequeño que habría sido «vendido río arriba» y se estableció cerca de Selma, Alabama.
      Fotografía de Elias Williams, National Geographic

      Una travesía dolorosa

      El viaje de Àbáké a la esclavitud en Estados Unidos comenzó cuando el ejército de Dahomey asaltó su aldea e hizo desfilar a los prisioneros hasta el puerto de comercio de esclavos de Ouidah, en el actual Benín. Allí, William Foster, el capitán del Clotilda, zarpó hacia Alabama con 110 hombres, mujeres y niños encerrados en la bodega del barco.

      A bordo iban una joven madre y sus cuatro hijas, un hombre que se convertiría en su padrastro y un sobrino. Àbáké, a quien más adelante pondrían el nombre de Matilda, era la hija más joven. Era demasiado pequeña como para recordar la horrorosa travesía de seis semanas. Pero su madre, a quien renombraron Gracie, le relató más adelante el angustioso viaje. Con el paso de los años, McCrear narraría lo que le contó: cómo las niñas aterrorizadas se aferraron a su madre, gimoteando durante horas en aquella bodega oscura. El sobrino de Gracie murió durante la travesía, y también el hijo de un vecino.

      Joe Crear, uno de los hijos de Matilda, se convirtió en un empresario de éxito en Selma. Tuvo diez hijos, entre ellos Clara y Thomas y fue un pilar de la comunidad negra. «Era una persona increíble», afirma Johnny Crear. «Cuando falleció en 1955, los vecinos mayores me contaron que ayudó a mucha gente necesitada».
      Fotografía de John Crear
      Clara y Thomas, hijos de Joe Crear.
      Fotografía de John Crear

      Cuando los 108 supervivientes del viaje llegaron a Mobile, la mayoría fueron enviados a trabajar en plantaciones locales. Cinco años después, cuando la guerra de Secesión puso fin a su cautiverio, muchos de los africanos liberados se congregaron para construir su propia comunidad unida, que acabaría conociéndose como Africatown. Algunos de sus descendientes siguen viviendo allí. (Detallé su historia en mi libro Dreams of Africa in Alabama y en la reciente historia de portada de National Geographic «Último viaje a la esclavitud».)

      Hasta ahora, se ha sabido poco sobre el destino de unos 25 esclavos del Clotilda que fueron «vendidos río arriba» a plantaciones del Cinturón Negro de Alabama.

      Gracie y sus dos hijas pequeñas —Matilda, un bebé, y Sallie, de 10 años— fueron vendidas a Memorable Walker Creagh, hacendado, médico y representante del estado. Las dos hijas mayores fueron a otro comprador y su familia no volvió a saber de ellas. Una vez en la plantación, Gracie se mudó con un hombre llamado Guy, otro superviviente del Clotilda.

      El nieto de Matilda, Johnny Crear, participó en la lucha por los derechos civiles en Selma. «Puedes leer sobre la esclavitud y estar desvinculado de ella», cuenta. «Pero cuando es tu familia, se vuelve algo cercano y muy real».
      Fotografía de Elias Williams, National Geographic

      Matilda era una resistente nata y uno de sus primeros recuerdos fue huir de sus captores. Sallie y ella se escondieron en un pantano durante horas, pero las descubrieron los ladridos de los perros del capataz.

      En 1865, la derrota de los Estados Confederados trajo consigo la liberación y la familia adoptó el apellido Craigher. Entonces, el condado de Dallas albergaba a 368 terratenientes y mercaderes blancos y a más de 3000 negros sin tierras. Los artículos de primera necesidad se compraban en la tienda regentada por James McDonald, el mercader y hacendado más rico de la ciudad de Athens. Gracie y Guy hablaban poco inglés y se comunicaban principalmente en lenguaje de signos, así que Matilda, que era bilingüe, traducía su lista de la compra, que normalmente incluía artículos como carne, harina, percal, tabaco y otros tentempiés.

      La niña se convierte en madre

      Con solo 14 años, Matilda tuvo una hija, Eliza. El padre, Bob Mose, era un hombre blanco. Aunque la esclavitud estaba abolida, las niñas y las mujeres negras aún eran objeto de la conducta de depredación sexual de los hombres blancos. Matilda tuvo otras dos hijas mestizas durante ese periodo.

      En diciembre de 1879, Gracie murió de tuberculosis. Según su acta de defunción, tenía 60 años y, debido a las penurias que había sufrido, es posible que hubiera aparentado esa edad, pero la realidad es que estaba a finales de la cuarentena.

      El padre de Johnny Crear, Joe (izq.), su hermano Edward (medio) y su madre Julia posan para una foto en 1954.
      Fotografía de John Crear

      Matilda, que se había quedado sola, trasladó a su familia a Martin Station, Alabama, cuando un tornado devastador convirtió Athens en una ciudad fantasma. Conoció a Jacob Schuler, un encuadernador alemán que había emigrado a Estados Unidos en 1865 y se había convertido en todo lo que los negros detestaban y temían con razón: policía, ayudante del sheriff y capataz.

      Con todo, en los 17 años siguientes Matilda y Schuler tendrían siete hijos juntos. Según su nieta, Eva Berry, «el abuelo Schuler» tenía una buena relación con sus hijos y no cabe duda de que su relación con Matilda era conocida en la ciudad. Cuando le preguntaron acerca del matrimonio muchos años después, Matilda hizo caso omiso de la pregunta riéndose.

      Sus hijos (Frederick, Matilda, Sylvester, Emma, Johnnie, Joe y Thomas) y sus tres medio hermanas (cuatro de los hijos de Matilda habían fallecido durante la infancia) se convirtieron en hermanos unidos. Más adelante, pusieron a sus propios hijos los nombres de sus hermanos, hermanas, tíos y tías. Sin embargo, su apellido tuvo muchas variaciones: Craigher, Crear, Creah, Creagh, Creagher, McCreer y McCrear. (Esta última variante ha llegado hasta nosotros como la preferida por Matilda.)

      Crecer, pasar página

      A principios del siglo XX, la situación de McCrear había mejorado drásticamente y pudo alquilar una granja. Podría haber prosperado por sus propios medios o en parte porque Frederick, Matilda y Sylvester eran lo bastante mayores como para trabajar con ella. Incluso es posible que Schuler contribuyera a la manutención de la familia.

      En la década posterior, conforme el gorgojo avanzaba por los campos de algodón, algunos de los hijos de McCrear emigraron a las ciudades en busca de mejores oportunidades. Emma se mudó a Selma; Eliza, a Mobile. John se asentó cerca de Birmingham, donde trabajó para el ferrocarril. En 1917, cuando le preguntaron su raza para el servicio militar obligatorio, respondió «africano».

      McCrear se quedó en Martin con su hijo menor, Thomas. Su hijo Joe vivía tres casas más abajo. Su hija Sallie, ahora viuda y con cuatro hijos, también se estableció cerca. Sylvester vivía a cinco casas de su padre de 71 años, Jacob Schuler. Para 1920, más de 20 miembros de la familia residían en Martin.

      No hay lápida que señalice su tumba, pero se cree que Matilda fue enterrada aquí, en el Cementerio de Martin Station cerca de Safford, Alabama.
      Fotografía de Elias Williams, National Geographic

      En 1931, los nietos de McCrear la informaron de que los veteranos de la Primera Guerra Mundial habían recibido una bonificación atrasada por su servicio militar. La noticia motivó a McCrear, que ya tenía 73 años, a levantarse y recorrer 27 kilómetros hasta Selma para argumentar que el gobierno también tenía una deuda con ella.

      Un artículo del periódico de Selma informó de que «Tildy McCrear» creía que haber sido «arrebatada de su hogar en África, cuando era solo un bebé, exigía una pequeña compensación». Como prueba de su origen, presentó tres cicatrices en la mejilla izquierda.

      Cuando le dijeron que no habría compensación alguna, mantuvo su dignidad y le dijo al juez de sucesiones que suponía que no necesitaba más de lo que tenía. Había adoptado una posición audaz y su pasión por la justicia ardería más en sus descendientes.

      Según el periódico, McCrear también quería desmentir la idea de que Cudjo Lewis, uno de los fundadores de Africatown, era el único superviviente del Clotilda y que ella y Sallie Smith (Redoshi) aún seguían vivas y coleando.

      Sin embargo, McCrear confesó que visitar a Lewis había sido uno de los grandes momentos de su vida. Con su madre, padrastro y hermanas muertos, él era uno de los últimos vínculos con su pasado y alguien con quien podía compartir recuerdos. También reveló que había visitado, presumiblemente con Lewis, el lugar del condado de Clarke donde habían desembarcado del Clotilda hacía 71 años.

      En 1937, McCrear se mudó a Selma para vivir con su nieta, Emma. El 1 de enero de 1940, llamaron al Dr. Nathaniel D. Walker, un médico negro, cuando McCrear sufrió un accidente cerebrovascular. Superviviente hasta el final, resistió hasta el 13 de enero. La enterraron en Martin tres días después.

      Un legado vivo

      Es evidente que el nieto de McCrear, Johnny Crear, ha heredado su espíritu y sus agallas. Crear abandonó Selma para asistir a la Universidad Xavier en Nueva Orleans con la intención de no volver a su ciudad natal. Pero en aras de su alma mater, la única universidad católica negra del país, decidió «devolver algo» a su comunidad y regresar a casa.

      Durante el movimiento por los derechos civiles, lo arrestaron y lo encarcelaron acusándolo de asalto con agresión. Su delito había sido detener a un hombre blanco que intentaba meterse una serpiente viva por la garganta.

      El 7 de marzo de 1965 (que más adelante se denominó Sábado Sangriento por la violencia racial que sacudió Selma), Johnny era un ayudante administrativo de 28 años en el Hospital Católico del Buen Samaritano, donde trabajó fervientemente para admitir a los muchos manifestantes heridos que llegaron.

      Crear se convertiría en administrador del hospital y proporcionó atención médica a quienes eran demasiado pobres para pagarla, fue Ciudadano del Año del Rotary Club y un líder comunitario que figuró en una docena de juntas y que ayudó a integrar a la comunidad católica. Cuando compartí con él mi investigación sobre su abuela, tuvo sentimientos encontrados: sentía orgullo por su coraje y su resiliencia, pero también resentimiento por lo que la obligaron a sufrir.

      «Lo primero que me vino a la cabeza fue que esta información me ayudó a saber que la secuestraron, la vendieron, la trajeron a este país y la vendieron como esclava», dijo. «Esta misma información también me enfadó mucho. Puedes leer sobre la esclavitud y estar desvinculado de ella. Pero cuando es tu familia, se vuelve algo cercano y muy real».

      Uno de los nueve nietos de Johnny Crear, Paul Calhoun III (27), creció en Atlanta. Asistió a la Facultad Wharton de Empresariales de la Universidad de Pensilvania y más adelante, al igual que su abuelo, regresó a su ciudad natal en el sur de Estados Unidos. ¿Cómo reaccionó a la historia de su antepasada?: «El orgullo que siento por mi familia se ha visto reforzado por saber más sobre mi tatarabuela y su perseverancia pese al desplazamiento, la exclusión, el trauma y la adversidad», cuenta. «Su orgullo crea cierta presión personal por perseverar personal y públicamente».

      Cuando le pregunté sobre la perspectiva histórica en general, Calhoun me dijo: «Creo que la historia de Matilda arroja luz sobre los intentos de acallar las voces de los exesclavos y sus descendientes. Espero que pueda contextualizar mejor la historia del tráfico de esclavos y que sirva como moraleja de lo que pasa cuando el gobierno margina a la gente».

      Durante los últimos 160 años, mientras el Clotilda yacía en el fondo del río Mobile, los Crear, con todas las variantes de su apellido, se han enfrentado tenazmente a pronósticos adversos. Su historia refleja a las fuertes madres africanas que cuidaron a sus hijos de los barcos negreros hasta los agotadores campos de algodón; a los niños obstinados que se desarraigaron en busca de una vida mejor; a los nietos luchadores y a sus hijos. Es una historia profundamente afroamericana de tragedia y pérdida; de migraciones, forzosas o voluntarias; de lazos familiares sólidos, de determinación y de logros.

      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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