Escenas surrealistas de la batalla de Rusia contra la pandemia

Los pacientes siguen llenando los hospitales mientras se propagan rumores y cinismo respecto a la vacuna.

Por Nanna Heitmann
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Publicado 18 ago 2020, 11:43 CEST
Dentro de una de las iglesias de Tver, una ciudad secular a orillas del río Volga, ...

Dentro de una de las iglesias de Tver, una ciudad secular a orillas del río Volga, los fieles se congregan para las misas que celebran la Pascua ortodoxa, la festividad religiosa más importante de Rusia. Normalmente, la Pascua es una ocasión de procesiones al aire libre y cantos en grupo, pero este año se cancelaron los servicios en algunos lugares y en otros se modificaron con medidas de distanciamiento y mascarillas obligatorias, que no todo el mundo sigue.

Fotografía de Nanna Heitmann

Cuando empecé a fotografiar en Moscú, estaban celebrándose unas procesiones extrañas. Unos sacerdotes marchaban alrededor de su monasterio con agua bendita, recitando y cantando, rezando por que los rusos estuvieran protegidos del coronavirus. Uno de los sacerdotes publicó algo al respecto en Instagram, donde indicó que planeaba hacer lo mismo cada tarde. Fui en taxi hasta el monasterio para verlos. Me sentía algo débil porque había estado enferma y había pasado tres semanas en casa. Acababa de recuperar la salud cuando salí a observar a los sacerdotes.

Me crie en Alemania, pero mi madre es de Moscú, así que siempre me ha hablado en ruso. Llevo casi un año viviendo en Moscú; mi abuela falleció de forma repentina, así que tenemos un piso donde alojarnos. En marzo, pensé que quizá tenía la COVID-19; había vuelto brevemente a Alemania por trabajo y me había detenido en Hungría, y para cuando llegué a casa a Moscú me encontraba bastante mal. No tenía fiebre ni tengo anticuerpos, pero era incapaz de oler y tenía una tos desagradable, sobre todo por la noche. Me quedé dos semanas en el piso, por si acaso, leyendo las noticias.

Claudia Ignatova (80) observa su entorno en un albergue a las afueras de Moscú. La historia que cuenta resulta familiar en Rusia: durante la época de la Unión Soviética, trabajó como ingeniera y tenía piso propio. Pero un pariente la traicionó, se apoderó del piso y la echó, cuenta Ignatova. Como trataban de alojar a los sintechos durante la pandemia, la invitaron a mudarse a este albergue.

Fotografía de Nanna Heitmann

Evgenii, que solía trabajar en la industria alimentaria, cuenta que perdió su trabajo cuando Moscú impuso la cuarentena obligatoria por la pandemia. Cuenta que, antes de que le ofrecieran una cama en este albergue, llevaba un tiempo viviendo en un centro de servicios sociales donde solo podía dormir erguido en una silla. Lleva muletas porque se rompió la pierna, pero no se le curó bien.

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Fue aterrador. Rusia cerró su larga frontera con China cuando la pandemia empezó a extenderse, pero para cuando me encerré en casa, las noticias nacionales empezaban a informar de casos diagnosticados y muertes. Conforme la primavera daba paso al verano, las cifras se dispararon. Para el 12 de agosto, Rusia tenía el cuarto mayor número de casos confirmados de COVID-19, aproximadamente 907 000 según datos de Rusia y fuentes internacionales. Y justo esta semana, por supuesto, supimos que Rusia iba a sacar su propia versión de una vacuna, tras ensayos muy limitados.

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    Pero en marzo, mientras gestionaba mi cuarentena voluntaria, leía y veía las noticias y las redes sociales. Cuando salí, casi a final de mes, el número de casos y de fallecidos se multiplicaba, y las redes sociales estaban plagadas de rumores sobre un confinamiento venidero en la ciudad: cerrará el metro, cerrará todo, incluso los supermercados. En uno de nuestros mercados locales, la gente se apresuraba a comprar bolsas enormes de trigo sarraceno —a los rusos les encanta el trigo sarraceno, es el cereal tradicional— y algunas personas ya llevaban mascarillas. Todo parecía cambiado.

    Dentro de un comedor social instalado en una tienda por una organización benéfica de la iglesia ortodoxa, los sintechos y otras personas necesitadas hacen fila para registrarse y conseguir algo de comer y beber. Los trabajadores de la organización, cuyo nombre en ruso se traduce por «Piedad», dicen que la cantidad de gente que acude a la tienda —uno de los muchos proyectos de servicio— se ha triplicado desde el comienzo de la pandemia.

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    Entonces, el 29 de marzo llegaron las órdenes de confinamiento. En Moscú, solo se podía salir de casa si se necesitaba atención médica urgente, para pasear a las mascotas, ir al supermercado y otros recados similares. Como periodista, se me permitía salir, pero al principio me sentí algo perdida; muchos fotógrafos intentamos llevar diarios de la pandemia y estábamos hablando de los mismos problemas. Estantes vacíos en el supermercado, calles vacías... ¿Cómo fotografías un peligro que no puedes ver?

    Se acercaba la Pascua ortodoxa, el 19 de abril, que es la festividad más importante del año en Rusia, como la Navidad en los países occidentales. El alcalde de Moscú dijo que las iglesias no debían permitir las procesiones tradicionales ni misas abarrotadas. «Estamos al pie de la curva ascendente», contó a los reporteros. «Ni siquiera estamos cerca del pico». Los sacerdotes que esparcían agua bendita frente al monasterio me contaron que, al final, se vieron obligados a detener sus paseos vespertinos; a mediados de abril, un empleado del monasterio había sido ingresado en el hospital con una supuesta infección de COVID-19.

    Esta primavera, siguiendo la tradición secular de procesiones para obtener la bendición divina, los grupos de sacerdotes ortodoxos de Moscú empezaron a dar vueltas a sus monasterios por la tarde, rociando agua bendita y rezando para estar protegidos del coronavirus. Una floritura del siglo XXI para esta práctica antigua: un abad del monasterio publicó imágenes de las procesiones en Instagram. «Hoy todos necesitamos ayuda de arriba», escribió. «El Señor no abandonará a nadie».

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    Un collage ruso de penurias, historia y fe: un rincón de un comedor social de Moscú dirigido por una organización caritativa ortodoxa llamada Piedad. El hombre con el uniforme militar es el gran duque Sergio Aleksándrovich de Rusia, fundador del monasterio Martha-Mariinsky.

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    Los fieles ortodoxos, con mascarillas, pero sin mantener la distancia, se congregan para la procesión y para orar frente a una iglesia en Tver, a dos horas de Moscú. Esta primavera, los líderes religiosos ortodoxos rusos se opusieron abiertamente a las órdenes de respetar las medidas de seguridad. Algunos sacerdotes sostenían —como ha ocurrido en Estados Unidos y en otros países— que las adoraciones en grupo debían prevalecer sobre las órdenes de cuarentena.

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    Pero hubo muchas discusiones, sobre todo entre los líderes religiosos, respecto a las medidas de seguridad por la pandemia frente a la importancia de la adoración formal en grupo. La cuestión de las celebraciones de Pascua quedó en manos de los gobernadores. Visité la antigua ciudad de Tver, a unas dos horas en tren de Moscú, cuyo gobernador había decidido que podía celebrarse la Pascua siempre y cuando se respetaran las normas especiales.

    Se suponía que las marcas del suelo mantendrían a la gente a 1,5 metros de distancia y cada iglesia en la que entré tenía guardias de seguridad que comprobaban si se respetaba el uso de la mascarilla, la desinfección de las manos y que gritaban a la gente si se apartaba de su marca. En algunos lugares no funcionó. Vi a personas cantando, paseando alrededor de la iglesia, sin mantener la distancia. Intenté ser muy estricta y llevar la mascarilla en todo momento.

    Cuando Moscú levantó las órdenes de aislamiento, el desfile del Día de la Victoria llenó calles y aceras el 24 de junio, seis semanas después de la fecha prevista. El espectáculo de celebración del personal y equipo militares pasó frente a espectadores como estos, proporcionando a los rusos un día de patriotismo en plena ansiedad pandémica y crisis económica. A finales de la semana siguiente, los votantes aprobaron los cambios constitucionales que garantizaban que el presidente Vladimir Putin siguiera en el cargo hasta 2036.

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    El Día de la Victoria, la conmemoración anual de la rendición de Alemania ante la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial, la plaza Roja de Moscú suele llenarse de desfiles militares. Los eventos del 75º aniversario de este año iban a ser espectaculares, pero la cuarentena dejó la plaza casi vacía. Mientras volaban los helicópteros militares, los únicos espectadores eran periodistas y unos cuantos patriotas decididos que declararon que no se sentían acobardados por las órdenes de confinamiento.

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    Nunca había ido a una misa de Pascua ortodoxa. Es una celebración preciosa, con una atmósfera mágica con cantos y velas. Me quedé hasta pasada la medianoche, pero a las 3 de la mañana ya estaba en la cama; los más devotos se quedaron hasta el amanecer. A mí me pareció suicida que hubiera tanta gente mayor aglomerada.

    Cuando visité los hospitales de Moscú, descubrí que también había guardias de seguridad en las puertas. Todos los hospitales de Moscú tienen números, y el Número 52, mi primera parada, es un conjunto de media docena de edificios en un barrio prestigioso donde históricamente han vivido artistas e intelectuales. Normalmente, el Número 52 se especializa en fallo renal, inmunología, ginecología o hemopatía, por ejemplo. Pero cuando llegué se había convertido en un centro de COVID-19, como otros hospitales de Moscú; un montón de hospitales dedicados a una enfermedad que no existía hace solo unos meses.

    El interior de los hospitales era desconcertante. Desde el momento en que entrabas en el ascensor te encontrabas en «zona roja», que se considera contaminada. En realidad, la zona roja está por todas partes, porque los trabajadores trasladan a los pacientes entre edificios. Los enfermeros preparan medicinas contra la COVID, infusiones y antibióticos, y vuelven apresurados con los pacientes. Un paciente que acababa de llegar al hospital era un chico que estaba tan enfermo que tuvieron que intubarlo de inmediato. En la UCI casi nadie está consciente; es una planta enorme donde todos los ancianos parecen más muertos que vivos. Reina un silencio incómodo. Ves cuerpos que ya no se mueven. Algunos de los cuerpos tienen un color extraño. Parecen de porcelana.

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      El día de los eventos públicos del Día de la Victoria, los trabajadores sanitarios con trajes protectores organizaron tributos para los veteranos y sus familiares que están siendo tratados en el Hospital Nº 52 de Moscú. Un médico se quitó los guantes para tocar la guitarra y fue de habitación en habitación, tocando para los pacientes y conmoviendo a muchos de los ancianos.

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      Ahora, por supuesto, el gobierno ha anunciado esta vacuna anti-COVID-19 rusa, que ha registrado oficialmente para su uso. El gobierno llevaba meses elogiando el progreso de la vacuna y se rumoreaba que algunas personas importantes ya la habían recibido. En el canal estatal es una gran historia; hablan de lo buena que será la vacuna para los mercados financieros de Rusia, que es segura, que la hija del presidente Vladímir Putin la ha recibido y se encuentra bien, que no hay nada que temer.

      En el Twitter ruso, veo más cinismo y sarcasmo.

      «Nuestras vacunaciones no se han sometido a los ensayos necesarios. ¿Qué es lo que no entiendo?».

      «La vacuna de Oxford: 42 000 voluntarios para los ensayos en fase 3. Rusia: 76 personas, no hay fase 3 (!!)».

      «Todos los que no han muerto de COVID morirán por la vacuna».

      Un paciente joven, recién ingresado con problemas pulmonares graves, es sedado e intubado en la planta de COVID del Hospital Nº 52 de Moscú.

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      En el Hospital Nº 52 de Moscú, un paciente que se recupera de la COVID-19 respira oxígeno para recobrar la salud.

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      Un exestadista y director del Banco Central declaró que Putin está dispuesto a experimentar con toda la población rusa para protegerse a sí mismo políticamente. El padre de mi novio ruso me cuenta que no le gustaría estar en primera fila cuando empiecen a vacunar a la gente. Y uno de los médicos del hospital a los que conocí me escribió hace poco: «En el mejor de los casos, es segura. En el peor, inútil. No me la pondría en ninguna circunstancia».

      ¿Cómo se vive todo esto ahora? Pues es casi como si la COVID-19 ya no existiera. Durante un tiempo, empezaron a multar a las personas que no llevaban mascarilla en los supermercados y los trenes, pero creo que fueron acciones únicas. Parece que nadie lleva mascarilla. Ni siquiera los camareros. En Rusia, todo el mundo bromea acerca de cómo los poderosos estaban probando la vacuna primero. Pero si funciona —si se tolera—, a mí también me gustaría recibirla.

      En el Hospital Nº 52, una enfermera prepara la medicación para uno de los muchos pacientes de COVID-19 a los que trata. El Nº 52, que normalmente es un campus médico especializado en enfermedades como fallo renal y hemopatía, es uno de los hospitales de Moscú que se dedican casi exclusivamente a casos de COVID-19.

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        Un paciente en cuidados intensivos yace en decúbito prono, una posición que, según los investigadores, mejora la oxigenación en pacientes con dificultad respiratoria aguda.

        Fotografía de COVID Rusia 14

        La enfermera Margarita Sokolova, tras trabajar en la denominada «zona roja» —las zonas del hospital que podrían estar más contaminadas— durante 24 horas seguidas.

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        Pavel Azarov, director del Departamento de Audiología.

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        Nikolay Fedulov, enfermero.

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        Olga Polikarpova, obstetra-ginecóloga, tras un turno de 24 horas.

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          En el Hospital Nº 15 de Moscú, un centro médico municipal convertido en hospital especializado en COVID-19, vaciaron una piscina interior y la convirtieron en un comedor para empleados.

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          En el Hospital Nº 52 de Moscú, el médico Stanislav Korzunov espera mientras preparan a un paciente enfermo grave de COVID-19 para un tratamiento de último recurso llamado OMEC. Es la sigla de oxigenación por membrana extracorpórea, que circula la sangre de un paciente por máquinas y tubos complejos para sustituir algunas funciones pulmonares y cardíacas.

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          El Día de la Victoria, una paciente del Hospital Nº 52 de Moscú sostiene un ramo honorario cerca del corazón.

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            La hermana Natalia Georgivna, voluntaria de la organización caritativa rusa «Piedad», abre las cortinas para que entre luz diurna al piso de Ludmilla Alexandrovna. La monja cuida de los ancianos, solitarios y enfermos; viene tres veces por semana a la casa de Alexandrovna y dice que su volumen de trabajo ha aumentado mucho con la intensificación de la pandemia.

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            Parte de este reportaje ha sido apoyado por Takie Dela, una revista digital independiente rusa, y Cortona On The Move, un festival internacional de narrativa visual, en colaboración con Intensa Sanpaolo, para The COVID-19 Visual Project.

            Nanna Heitmann es una fotógrafa documental ruso-germana que actualmente vive en Moscú. Su trabajo suele tratar temas como el aislamiento y la interacción de la gente con su entorno. Fue galardonada con el Leica Oscar Barnack Newcomer Award y el Ian Parry Award of Achievement. Nanna se unió Magnum Photos como nominada en 2019. Para ver su trabajo, síguela en Instagram.

            Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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