Así se reconstruirá Beirut tras la explosión del pasado agosto

Hace un mes, la capital libanesa sufrió una explosión devastadora. Durante el proceso de reconstrucción, los residentes lucharán por preservar su patrimonio.

Por Abby Sewell
Publicado 10 sept 2020, 14:08 CEST
Beirut

Una ventana de una vivienda dañada en el barrio de Geitawi, en Beirut, el Líbano, enmarca las vistas del puerto de la ciudad, donde se produjo una gran explosión el pasado 4 de agosto que mató a 191 personas y causó daños en más de 6000 edificios.

Fotografía de Vassilis Poularikas, NurPhoto, Associated Press

Beirut estaba empezando a reconstruirse tras 15 años de guerra civil cuando Joseph y Nijmeh Erdahy empezaron a construir su vida juntos. Era 1991 y la pareja se había casado y alquilado un piso en la planta baja de una casa de arenisca del siglo XIX en el distrito oriental de Ashrafiyeh (Achrafieh) de la capital libanesa. Se encontraba cerca del hospital donde Nijmeh trabajaba de enfermera.

Vivieron allí durante las tres décadas siguientes hasta que un gran depósito de nitrato de amonio almacenado de forma insegura en el puerto de Beirut explotó hace más de un mes, el 4 de agosto de 2020. La detonación arrasó con las paredes y las ventanas de la casa de los Erdahy.

Alterados pero ilesos, Joseph y Nijmeh recogieron lo imprescindible de entre los escombros y, con su hijo de 24 años, Elie, que tiene un retraso del desarrollo neurológico, se fueron a la casa del hermano de Joseph. Ya se han mudado a un piso con una habitación, pero no están seguros de qué les depara el futuro.

«Nuestros hijos nacieron y crecieron en esa casa», cuenta Joseph. «Todo por lo que mi mujer y yo llevamos trabajando toda la vida desapareció en un minuto, bum, en un minuto».

Su casa fue uno de los casi 6000 edificios dañados o destruidos por la explosión. Entre ellos figuran unos 640 de la época de gobierno otomano que sobrevivieron a la Primera Guerra Mundial, el periodo colonial del Mandato francés antes de la independencia del Líbano en 1943 y al periodo modernista antes de 1971. La explosión causó al menos 191 víctimas mortales, más de 6500 heridos y hasta 300 000 desplazados. A la difícil situación se ha sumado el posterior repunte de los casos del nuevo coronavirus.

Algunas de las estructuras dañadas eran monumentos culturales conocidos, como el Museo Sursock y el cercano Palacio Sursock. En las populares zonas de Gemmayze y Mar Mikhael, muchos de los edificios antiguos habían sido renovados y albergaban cafeterías, bares y restaurantes que tenían éxito entre turistas y residentes. Pero la mayoría eran viviendas particulares.

Los edificios habían sobrevivido a la guerra civil, la guerra de 2006 con Israel y la especulación inmobiliaria y la reurbanización descontroladas de los últimos años. Ahora, mientras el Líbano se prepara para comenzar el proceso de reconstrucción, arquitectos, activistas, académicos y residentes se han organizado para garantizar que se preserve la historia y la arquitectura de los barrios dañados y el derecho de personas como los Erdahy a seguir viviendo en ellos.

«Creo que el peligro no es la reconstrucción física», cuenta Christine Mady, directora del departamento de arquitectura de la Universidad de Notre Dame - Louaize del Líbano. «El peligro es perder el tejido social que existe en estas calles».

El día después de la explosión, mientras los rescatadores buscaban supervivientes, una mujer caminaba entre los escombros de su piso, ubicado en el barrio de Gemmayze.

Fotografía de Patrick Baz, AFP, Getty Images

Ciclos de destrucción y reconstrucción

Tras la guerra civil, el estado libanés no estaba en condiciones de financiar la reconstrucción de Beirut. La reconstrucción de un centro urbano antaño bullicioso se dejó en manos de una empresa privada, Solidere, vinculada al ex primer ministro Rafik al-Hariri.

Los críticos afirman que la reconstrucción posterior borró la historia del centro y convirtió sus mercados y plazas públicas —donde solían mezclarse personas de diversas sectas y clases sociales— en un complejo de edificios prístinos llenos de tiendas de lujo rodeado de carreteras concurridas que cortaban el acceso peatonal. Los lugares históricos que quedan, como el opulento Gran Teatro, construido en la década de 1920, y la antigua sede del periódico francés L’Orient, del mismo periodo, han quedado inaccesibles o abandonados y en mal estado.

«El corazón de la ciudad siempre había sido muy vivo y mixto», afirma Howayda al-Harithy, profesora de arquitectura y diseño urbano en la Universidad Americana de Beirut y directora de investigación en el Beirut Urban Lab. Pero ahora «es una ciudad fantasma porque es un espacio para la élite. Nadie más se lo puede permitir y es un hecho demostrado que está [casi] vacío», cuenta.

Por otra parte, Harithy explica que los barrios circundantes —los que se han visto afectados por la explosión— han conservado «bastante diversidad». Aunque la mayoría son históricamente cristianos, en los últimos años han atraído a personas de diversas procedencias, como refugiados sirios y trabajadores de ONG, periodistas y turistas internacionales.

«Atraen a artistas jóvenes y a familias que han vivido aquí durante 70 u 80 años, y tienen muchas viviendas asequibles para grupos con bajos ingresos. No queremos perderlos», cuenta Harithy.

Jad Tabet, presidente de la Orden de Ingenieros y Arquitectos de Beirut, que está llevando a cabo un reconocimiento de los edificios dañados por la explosión, fue uno de los disidentes que defendió la preservación de la historia del centro de la ciudad durante la reconstrucción de posguerra.

«Pero como era el final de la guerra, la gente quería mirar hacia el futuro», señala. Tabet dice que la idea del proyecto de Solidere era «recuperar el papel de Beirut como centro financiero, centro de negocios. Eso no funcionó y Dubái hace el papel que supuestamente iba a desempeñar Beirut».

Entre los casi 6000 edificios dañados figura el Palacio Sursock, una estructura del siglo XIX ubicada en el barrio de Ashrafiyeh.

Fotografía de AFP, Getty Images

«En una fracción de segundo, todo quedó destruido de nuevo», contó el dueño del Palacio Sursock, Roderick Sursock, a quien vemos en una de las habitaciones. El palacio también sufrió daños durante la guerra civil del Líbano. Su madre, lady Yvonne Sursock Cochrane, falleció por las heridas provocadas por la explosión.

Fotografía de Felipe Dana, Associated Press

Los peligros de la urbanización

Tabet cree que es improbable que haya un proyecto a gran escala como el de Solidere tras la explosión, pero por motivos económicos y porque en los últimos años ha aumentado la presión para conservar lugares históricos.

Con todo, muchos residentes temen una destrucción más casual de la historia de la zona, impulsada por la especulación inmobiliaria que había empezado a reconfigurar los barrios históricos de Beirut antes de la explosión.

Una investigación de 2018 llevada a cabo por investigadores del Beirut Urban Lab descubrió que se habían solicitado al menos 350 permisos de demolición en los últimos 15 años en zonas que se han visto afectadas por la explosión, según escribió Mona Fawaz, del laboratorio.

Aunque las demoliciones y la construcción se han ralentizado por la recesión económica de los últimos años ante el colapso del sistema financiero del país, las personas desesperadas por sacar su dinero de los bancos comenzaron a invertir en bienes inmuebles.

«Tenemos mucho miedo de perder nuestro patrimonio, porque hay gente que quiere aprovecharse de esto», cuenta Grace Rihan Hanna, arquitecta que se especializa en restauración y que se ha asociado con un grupo de especialistas en restauración para evaluar y desarrollar planes de rehabilitación para los edificios históricos dañados.

Hanna ha visitado viviendas como la de Bassam Bassila, un fotógrafo y taxista que aún vive en la casa de la época otomana del barrio de Ashrafiyeh donde creció. La explosión hizo añicos las elegantes ventanas de triple arco y la pared frontal de la casa, convirtiendo el salón de Bassila en una terraza abierta. Los pedazos de arenisca de la pared derruida se acumulan en el suelo, junto al balcón —que ahora está separado del resto del edificio por un hueco precario—, donde aún permanece una hilera de macetas imperturbable.

Antes de la explosión, Bassila había resistido las propuestas del dueño de un rascacielos cercano que había comprado la planta baja del edificio donde vive Bassila y había intentado persuadirlo para que vendiera su parte.

Bassila dice que no tiene dinero para reparar los daños y está esperando a disponer de alguna posible fuente de financiación externa. Entre tanto, se quedará en su casa, con o sin pared frontal.

«Es la casa de mi familia. Yo nací aquí, mi padre nació aquí en 1901 y vivimos aquí todos juntos... No puedo irme», dice. Además del significado personal del edificio, es importante «que la gente recuerde que teníamos este precioso patrimonio».

Los andamios sostienen el techo fracturado de una casa tradicional libanesa en Beirut.

Fotografía de Anwar AMRO, AFP, Getty Images

En el barrio de Ashrafiyeh, las ventanas sin cristales y otros daños en los edificios dan fe de la potencia de la explosión, que ha desplazado a hasta 300 000 personas.

Fotografía de Mahmut Geldi, Anadolu Agency, Getty Images

La preservación del patrimonio

Esta vez, la reconstrucción de la ciudad podría ser diferente.

En una medida que los defensores del patrimonio consideran una victoria, el Alto Consejo de Planificación Urbanística ha declarado que la zona afectada por la explosión está «siendo estudiada», lo que limita las transacciones inmobiliarias y la nueva construcción, al menos por ahora.

La Unesco ha hecho un llamamiento para recaudar fondos que pretende aportar una fracción considerable de los más de 420 millones de euros que se estima que serán necesarios para restaurar los lugares culturales y patrimoniales.

Entre tanto, el grupo de Hanna, en colaboración con la Dirección General de Antigüedades y otras autoridades, ha puesto en marcha el proyecto Beirut Built Heritage Rescue 2020 para evaluar los edificios históricos dañados y estabilizar aquellos en peligro de derrumbamiento hasta cuenten con un plan y una financiación para reparaciones más exhaustivas. El grupo ya ha examinado unos 350 edificios, de los cuales más de 90 corren riesgo de venirse abajo.

El Beirut Urban Lab y otros grupos están trabajando para que los residentes de las zonas afectadas tengan voz y voto en el plan de reconstrucción. Y el Instituto Issam Fares de la Universidad Americana de Beirut —junto a las ONG Lebanese Transparency Association y Transparency International— ha puesto en marcha un proyecto para supervisar el proceso de recuperación y reconstrucción.

Pero garantizar que las familias desplazadas puedan volver a sus casas no será fácil. Incluso en los edificios que han sufrido daños relativamente leves, muchos dueños carecen de fondos para reparar las ventanas y puertas rotas y que sean habitables antes de que llegue el invierno.

A los donantes, según dice Tabet, «les interesa más el patrimonio. Es más glamuroso, pero no hay solo patrimonio. La gente quiere vivir. Quieren volver a casa».

Abby Sewell es una periodista autónoma afincada en Beirut, donde cubre política, cultura y viajes. Síguela en Twitter.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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