Cómo han podido los talibanes retomar el poder en Afganistán tan rápido

El ataque relámpago del grupo ultrareligioso islámico ha puesto un fin caótico al gobierno establecido hace 20 años tras la invasión de la coalición internacional

Por Indira A.R. Lakshmanan
Publicado 18 ago 2021, 12:50 CEST, Actualizado 18 ago 2021, 14:27 CEST
Familia huyendo de Kabul

Una familia afgana intenta llegar al aeropuerto de Kabul el lunes 16 de agosto de 2021 en un intento de huir tras la conquista del poder por parte de los talibanes.

Fotografía de Haroon Sabawoon, ANADOLU/GETTY IMAGES

En diciembre de 2001, fui en el primer convoy de periodistas que llegó a la ciudad Afgana de Kandahar el día después de que el régimen talibán fuera expulsado de su última plaza fuerte. Anduvimos por los restos bombardeados del campo de entrenamiento más infame de Al-Qaeda, Lewa Sarhadi, pisando con cuidado para evitar la minas antipersona, y vimos libros de notas en árabe y dos idiomas afganos sobre cómo hacer emboscadas y cómo fabricar bombas con fertilizante y gasolina. Dormimos en el suelo de los cobertizos de la mansión del gobernador de Kandahar, enviado historias a casa desde teléfonos por satélite contando como los afganos celebraban el fin de una era oscura de dura represión, lapidaciones públicas y ahorcamientos de aquellos que osaban desobedecer.

La autora de este artículo en Kandahar (Afganistán) en 2001, tras después de que las tropas estadounidenses de la Coalición Internacional expulsaran a los talibanes de la plaza.

Fotografía de Dermot Tatlow

Tras dos meses de operaciones de la CIA (agencia de inteligencia de EE. UU) y bombardeos por parte de la aviación estadounidense, las milicias afganas consiguieron derrocar a los extremistas islámicos que dieron cobijo a Osama bin Laden y su organización Al Qaeda durante la preparación de los ataques terroristas del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas de Nueva York (EE. UU). En aquel momento, el colapso talibán pareció vertiginoso.

Dos décadas después, los insurgentes talibanes solo tardaron dos días entre la toma de Kandahar y una serie de capitales de provincia y la conclusión triunfal hasta la reconquista de la capital, Kabul. Después de que, a principios de año, EE. UU. confirmara que retiraría las tropas que todavía tenía en el país antes del 20º aniversario del 11-S, los talibanes empezaron a extender sus tentáculos por las zonas rurales en un avance inexorable hacía las ciudades, aplastando la más numerosas tropas del ejército afgano. Y así, en un abrir y cerrar de ojos, los talibanes volvían a estar al mando.

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    Estos dos mapas muestran la rapidez de la reconquista talibán. En la derecha, situación del viernes 13 de agosto de 2021, cuando los talibanes (con un sombreado más oscuro) controlaban más de la mitad del país. Para el domingo 15, en la imagen de la izquierda,  la capital y casi todo el país había caído y el líder anti-talibán, apoyado por Estados Unidos, había huido del país.

    Fotografía de Christine Fellenz, NGM STAFF, LAWSON PARKER Source: Bill Roggio, Foundation for Defense of Democracies

    En 20 años, se han gastado más de dos billones de dólares del dinero público de los estadounidenses y se han perdido 170 000 vidas, sobre todo de afganos, según el Proyecto del Coste de la Guerra de la Universidad de Brown (EE. UU). Este esfuerzo monumental debía ser el soporte de un gobierno más democrático, más justo y más inclusivo que el de los talibanes o que la anarquía parcheada de los muyahidín, los regímenes comunistas o los emiratos que precedieron a los extremistas. ¿Qué ha quedado de ese alto precio? El domingo 13 de agosto de 2021, el presidente apoyado por EE. UU y excargo del Banco Mundial, Ashraf Ghani, huyó del país. Acto seguido el pánico y los tiroteos se apoderaron de las calles. Ciudadanos aterrorizados intentaron vaciar sus cuentas bancarias y salir corriendo; las mujeres activistas y líderes civiles fueron amenazados con ser "castigados", según las crónicas; y el Pentágono y el resto de gobiernos occidentales enviaron tropas para evacuar a sus diplomáticos y, como en el caso de España, también a algunos de los afganos que habían trabajado para ellos estas décadas. Muchos se acordaron de la amarga y caótica caída de Saigon en 1975 al final de la Guerra de Vietnam.

    Lo que empezó como un esfuerzo para dar caza a un líder terrorista que estaba en Afganistán se transformó en un experimento de construir una nación en dos décadas. Una aventura plagada de malversación de ayudas y contratos y de corrupción por parte de las élites afganas que se enriquecieron a expensas de la población, como informaron Jason Motlagh y la fotógrafa Kiana Hayeri en su reportaje en profundidad publicado en National Geographic (EE.UU) y realizado a lo largo de varios meses. Vista por muchos afganos resentidos como una ocupación, la continúa y, a la postre, inútil presencia de las tropas de EE. UU y sus aliados permitió a los talibanes presentarse a sí mismos como un movimiento nacionalista y a sus rivales afganos como unas marionetas de la última potencia extranjera que intentaba ejercer su control sobre Afganistán, que se ha convertido en un gran cementerio de imperios que desgastó primero a los británicos, después a los soviéticos y ahora a la superpotencia americana.

    Abdul Wahab en su día fue miembro de los talibanes pero terminó por unirse a la milicia anti-talibán y en esta fotografía se le ve en un puesto avanzado en las montañas Karsai este mismo año. En julio, Wahab murió cuando un ataque talibán tomó el puesto donde estaba destacado.

    Fotografía de Kiana Hayeri

    La interpretación talibán del Islam rechaza toda representación artística de humanos o animales. En su último gobierno, entre 1996 y 2001, los talibanes destruyeron patrimonio histórico irremplazable, incluidos los budas gigantes de Bamyan, designado por la UNESCO como patrimonio mundial, al igual que otras estatuas y objetos de incalculable valor. Como escribe el reportero Andrew Lawler, la velocidad del avance talibán en la última semana pilló por sorpresa a todos los conservadores de los museos del país, que temen que no puedan poner a salvo el patrimonio cultural lo suficientemente rápido para evitar su destrucción.

    ¿Y qué futuro les espera a las mujeres y niñas afganas, que se enfrentan a perder su derecho a la educación, al trabajo, a viajar, a vestirse y a tener una voz política? ¿Y las activistas proderechos humanos, los que organizaban sus comunidades y la mujeres políticas y empresarias, cuyo trabajo y vidas están en serio peligro? 

    Hace algunos meses, Nilofar Ayoubi recordaba la paliza que le dieron durante el régimen talibán a su madre por ir a comprar sin su familiar varón. Ayoubi, de 26 años, dueña de una tienda para mujeres modernas que iban a comprar solas, recibía amenazas de muerte y la asaltaron en su coche a plena luz del día, pero se negaba a abandonar la libertad que ha encontrado en Kabul. "Realmente no me veo en ningún otro sitio", decía entonces.

    Eso era antes de la vuelta de los talibanes.

    Zarifa Ghafari, una de las primeras afganas en ser nombrada alcaldesa de una ciudad, figuró en el reportaje que hizo el año pasado National Geographic ilustrando los cambios políticos para las mujeres en todo el mundo. Hoy en día, la mujer de 29 años ha contado que no ha podido escapar antes de que los talibanes reconquistaran el poder y está a la espera de que los insurgentes la maten.

    Fotografía de Andrea Bruce

    Indira A.R. Lakshmanan es una editora ejecutiva senior de National Geographic.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com

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