Cinco años después del huracán María, Puerto Rico sigue de luto

Para muchos puertorriqueños, "el tiempo se detuvo" tras la mortífera tormenta, a la que siguió una serie de desgracias que todavía están asimilando.

Por Laura N. Pérez Sánchez
Publicado 16 sept 2022, 10:54 CEST
Este es un collage de pertenencias que los familiares de las personas que murieron tras el ...

Collage de pertenencias que los familiares de las personas que murieron tras el huracán María han conservado. Cinco años después de que la tormenta azotara Puerto Rico, muchos siguen de luto.

Fotografía de Collage by Gabriella Báez, National Geographici

Todo el mundo en esta isla caribeña entiende que la frase "en María" se refiere no a un lugar, sino a un lugar en el tiempo. No a las 16 horas que el huracán María pasó azotando la isla con vientos de 250 kilómetros por hora, derribando árboles, casas, puentes, líneas eléctricas, torres de telefonía celular y todo lo que encontró a su paso. Y no los 50 centímetros de lluvia que la tempestad derramó sobre la devastación, desatando deslizamientos de tierra e inundaciones épicas.  

"En María" se refiere más bien a los largos y miserables meses que los puertorriqueños soportaron durante las secuelas del peor desastre natural que ha sufrido la isla en la historia moderna: semanas haciendo cola para entrar en un supermercado donde se racionaban los alimentos, el agua y los productos de higiene. Horas en otra cola para conseguir gasolina para los vehículos o para alimentar los generadores para sobrevivir al segundo apagón más largo jamás registrado en el mundo (el primer puesto lo ocupa Filipinas, tras el tifón Yolanda en 2013).

Valeria S. Fernández González posa para un retrato en el tejado de su casa en el distrito de Santurce de San Juan, Puerto Rico. La investigadora y artista de performance, que perdió a su abuelo y a su padre tras el paso del huracán María, afirma que el dolor es indescriptible. "La lucha diaria, el caos político, todo eso además de mi dolor individual", dice. "En algún momento creo que mi mecanismo de defensa fue dejar de sentir, adormecerse".

Fotografía de Gabriella Báez, National Geographic

Un álbum de fotos contiene imágenes del difunto abuelo y del padre de Valeria S. Fernández González. Más de 3000 personas perecieron durante y después del huracán María, ya sea como resultado directo de la mortífera tormenta o por los problemas creados por la devastación.

Fotografía de Gabriella Báez, National Geographic

Era cuando, al intentar hacer una llamada telefónica para hablar con los seres queridos o informar de una emergencia, había que utilizar esa gasolina tan difícil de conseguir para conducir hasta un lugar lejano donde alguien hubiera captado la señal del teléfono móvil. Era una época de recados que duraban todo el día, cuando el trayecto habitual de 30 minutos podía durar tres o cuatro horas. Una época en la que las personas que sufrían problemas de salud crónicos o necesitaban atención médica urgente no podían acceder a un médico. Una época en la que más de 3000 personas perecieron a causa de estos problemas, o en medio de ellos.

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    Cuando los puertorriqueños hablan de "en María", se refieren al interminable e impotente momento que se produjo tras el 20 de septiembre de 2017, cuando María, entonces un mortífero huracán de categoría 4, llegó a la costa. A ese fenómeno meteorológico extremo le siguieron una serie de otros golpes (terremotos, agitación política, la pandemia del COVID-19 y continuos cortes de electricidad) que convirtieron la vida de muchos residentes en una carrera por la supervivencia. Muchos de los habitantes de esta isla, territorio de los Estados Unidos, todavía están de luto, pues han tenido muy poco tiempo para procesar las asombrosas pérdidas.

    "Estos últimos cinco años han sido casi como una novela distópica", dice Felisha Román Muñiz, de 30 años, que perdió a su padre José Luis Román Meléndez menos de tres meses después de la tormenta. José Luis había estado recibiendo cuidados paliativos en la casa de la familia en Aguadilla, en la costa occidental de la isla, debido a una enfermedad debilitante y terminal.

    Felisha y su madre, María Lourdes, dicen que tuvieron suerte. El personal sanitario pudo reanudar las visitas a domicilio una semana después de la tormenta, pero para mantener el equipo médico crítico en funcionamiento era necesario realizar viajes casi diarios a las gasolineras cercanas para abastecer de combustible a un pequeño generador. Cuando José Luis se acercaba a sus últimas horas, su hermano menor, que vive en Nueva Jersey, consiguió tomar un vuelo para verlo por última vez. Llegó a la casa de la familia con unas horas de retraso.

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    Una fotografía del fallecido José Luis Román Meléndez, que murió menos de tres meses después de la tormenta. Es uno de los preciados recuerdos para su viuda y su hija, Felisha Román Muñiz.

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    Felisha Román Muñiz, de 30 años, flota en el agua en la playa de Jobos en Isabela, Puerto Rico.

    fotografías de Gabriella Báez, National Geographic

    Tras la muerte de su marido, María Lourdes Muñiz Mercado encontró consuelo en una iglesia pentecostal cercana. Aquí se prepara para ir a la iglesia con su padre Aureliz Muñiz Cabrera en su casa de Aguadilla, Puerto Rico.

    Fotografía de Gabriella Báez, National Geographic

    “En algún momento creo que mi mecanismo de defensa fue dejar de sentir, adormecerme. ”

    por VALERIA S. FERNÁNDEZ GONZÁLEZ

    Tras la muerte de José Luis, la vida cotidiana de Felisha se centró en la supervivencia. No tuvo tiempo para el luto. "En 2018, mi dolor fue silencioso", dice Felisha. "Simplemente no hablé de ello, y sentí que todos en la isla estaban igual, que no teníamos tiempo para procesar".

    Para Felisha, el trabajo se convirtió en su mecanismo para procesar el dolor. Consiguió un trabajo en un centro de llamadas en San Juan y pasó gran parte de ese año centrada en pagar las facturas. Como muchos otros, se mantuvo ocupada para no pensar en la destrucción y las dificultades diarias.

    Su madre, por su parte, encontró consuelo en una iglesia pentecostal cercana, a la que ahora asiste todos los domingos. También se mudó con sus padres, ya mayores, para ayudar a cuidarlos. A principios de este año, su madre cayó enferma y murió por complicaciones de la diabetes a la edad de 79. Su muerte se produjo el mismo día en que el difunto marido de María Lourdes habría cumplido 70 años.

    María Lourdes aún llora cuando piensa en José Luis y en su madre, y en lo mucho que ha cambiado su vida en los últimos cinco años. Pero las lágrimas son una parte necesaria del proceso de duelo, dice. "Hay momentos en los que sientes nostalgia, pero tienes que saber que esto forma parte de la vida. Sólo los que lloran pueden sanar".

    Trauma persistente

    El psicólogo Héctor Javier Rojas González dice que las experiencias traumáticas pueden sesgar nuestra percepción del tiempo. "Cuando alguien sufre, es como si el tiempo se detuviera", dice. Muchos de sus pacientes en Naranjito, un pueblo montañoso en el centro de la isla, todavía están lidiando con las consecuencias del huracán.

    "Escucho cómo María fue como una maldición para muchos de ellos", dice Rojas González, "cómo pueden precisar que, desde ese momento, su familia está peor".

    Rojas González acababa de terminar sus estudios de posgrado cuando un grupo de médicos de San Juan organizó un viaje para llevar ayuda a Vieques, una pequeña isla situada frente a la costa oriental de la isla principal.

    Carmen Yolanda Medina (centro) sentada con sus nietos, Rodrigo Robles y Andrea Robles, en Bayamón, Puerto Rico. El patriarca de la familia, Ariel Robles, murió en un accidente mortal un año después de la tormenta, que su viuda y sus nietos achacan a la ansiedad acumulada por las dificultades creadas por la tormenta. Pasaron casi un año sin electricidad.

    Fotografía de Gabriella Báez, National Geographic
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    Los bongos del fallecido Ariel Robles son unos de los objetos más apreciados por los familiares en Bayamón, Puerto Rico. Hablar de su muerte sigue siendo difícil: "La música ha sido lo que me ha salvado", dice su viuda Carmen Yolanda Medina.

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    El collar del fallecido Ariel Robles que ahora lleva su nieto, Rodrigo Robles.

    fotografías de Gabriella Báez, National Geographic

    "Vieques fue uno de los lugares que más me impactó", dice. Recuerda a una madre soltera que estaba agotada tras pasar muchas noches sin dormir. Las ventanas de su casa tenían que permanecer abiertas debido al intenso calor, y ella había estado tratando de asegurarse de que los ratones que infestaban el alcantarillado sin agua no entraran en su casa y mordieran a su bebé.

    Otra residente de Vieques, Modesta Santos Maldonado, de 65 años, tenía aparentes problemas vasculares y sufría de un dedo del pie gangrenado. El huracán había dañado gravemente el hospital local, y los médicos dijeron que no estaban equipados para ayudarla.

    La hija de Santos Maldonado, Rosa Correa Santos, intentó organizar el transporte a la isla principal en una ambulancia aérea, pero el avión estaba de camino a una isla vecina. El piloto de un avión privado se ofreció a llevarlos a San Juan. Así fue como llegaron de Vieques a los humeantes pasillos de la sala de urgencias del Centro Médico.

    Rosa Correa Santos, cuya madre murió tras el paso del huracán María, está sentada en el porche de su casa en Vieques (Puerto Rico).

    Fotografía de Gabriella Báez, National Geographic
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    Las fotografías de la madre y el padre de Rosa Correa cuelgan en su casa de Vieques (Puerto Rico).

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    El tesoro más preciado de Correa Santos, las alianzas de sus padres, está metido en un joyero escondido en un cajón de la esquina trasera de su dormitorio.

    fotografías de Gabriella Báez, National Geographic

    Tres hospitales, la muerte y los recuerdos más queridos

    Santos Maldonado permaneció durante días en una camilla con su hija sentada en el suelo a su lado. Un flujo constante de pacientes seguía llegando, muchos de ellos con lesiones que parecían poner en peligro su vida. A su madre le robaron una manta y una almohada que Correa Santos había comprado en una tienda del hospital.

    "No decían nada", dice Correa Santos. "Había tanta gente que lo único que podíamos hacer era esperar".

    Finalmente, Santos Maldonado fue trasladada a otro hospital público, pero de nuevo los médicos dijeron que no podían atenderla. La trasladaron por tercera vez a un hospital privado de la zona de San Juan. Allí, el 1 de octubre de 2017, dio su último aliento. Un coágulo de sangre la mató apenas unas horas antes de que la operaran.

    “Había mucha gente muriendo. Nos dijeron que teníamos que sacar a mi madre de allí o tendrían que tirarla al suelo, en un pasillo. ”

    por ROSA CORREA SANTOS

    Correa Santos se apresuró a pedir a una funeraria que recogiera el cuerpo de su madre, pues temía que acabara amontonado con otros cadáveres en el depósito improvisado del hospital. Eso es lo que le contaron otras personas con experiencias similares.

    "Había mucha gente muriendo", dice. "Nos dijeron que teníamos que sacar a mi madre de allí o tendrían que tirarla al suelo, en un pasillo".

    Menos de tres años después de enterrar a su madre, Correa Santos perdió a su padre de 75 años a causa de un derrame cerebral. Ahora vive sola en la casa familiar, cerca de una playa que nunca visita. Dentro de la casa, las fotografías familiares le recuerdan la inmensidad de su pérdida. Muchas son de reuniones familiares en las que todos sonríen.

    Paola Hernández y su hija Cielo Varona Hernández leen en su casa. Para esta familia, el huracán María supuso un cambio generacional. Su bisabuela y su abuelo murieron tras la tormenta. Pero a Hernández, de 26 años, lo que más le impactó fue la pérdida de su abuela, que fue evacuada de la isla a Florida, y que ahora vive con Alzheimer. Hernández vive en la casa de su abuela y se aferra a las pertenencias que dejó atrás.

    Fotografía de Gabriella Báez, National Geographic

    Pieza de un rompecabezas que quedó atrás cuando la abuela de Paola Hernández fue evacuada de su casa en Puerto Rico a Florida.

    Fotografía de Gabriella Báez, National Geographic

    El tesoro más preciado de Correa Santos está metido en un joyero escondido en un cajón en la esquina trasera de su dormitorio: las alianzas de sus padres. "Siempre estuve con mi madre y mi padre", dice, luchando por entender cómo un huracán monstruoso llegó un día, se fue al siguiente y, sin embargo, su fuerza sigue presente.

    María sigue recorriendo las calles de Vieques, donde los pacientes que necesitan atención urgente (como Santos Maldonado después de la tormenta) aún no tienen un hospital local donde recibir tratamiento. María lo destruyó. Los Gobiernos federal y local no han logrado reconstruirlo.

    A Correa Santos le gustaría seguir adelante, pero se encuentra todavía atrapada "en María" cada vez que recuerda los pasillos del hospital atestados de víctimas del huracán y el dolor y la desesperación que experimentó durante esos días.

    "Siempre hay algo que vuelve a ti y te hace recordar".

    Gabriella N. Báez es una fotógrafa documentalista afincada en San Juan de Puerto Rico. Se centra en documentar temas íntimos como la familia, el duelo y la sexualidad en el Caribe. Puedes ver más de su trabajo en su sitio web y en Instagram.

    Laura N. Pérez Sánchez escribe sobre la corrupción y sus impactos en la población, los esfuerzos de recuperación después de los desastres y las experiencias vividas bajo el colonialismo. Es becaria Nieman 2019 y colabora con medios locales e internacionales en español e inglés. Síguela en Twitter

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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