«La Gran Muralla Verde»: la lucha contra la desertificación en China

Durante los últimos 40 años, la Tierra ha perdido un tercio de su tierra de cultivo debido a la erosión y la degradación. Los esfuerzos de China por luchar contra este problema han dado resultados dispares.

Por Alexandra E. Petri
Publicado 9 nov 2017, 4:15 CET
La Gran Muralla Verde: la lucha contra la desertificación en China

En abril, en el desierto de Gobi, los pastores como Buyintegedele plantan el maíz que cosecharán en octubre, si sobrevive. Abril también es la temporada alta de las tormentas de arena, un resultado de la desertificación: la transformación de tierra habitable y cultivable en desierto. Estas fuertes tormentas pueden tener lugar entre tres y diez veces al mes, destruyendo los cultivos y dañando las infraestructuras.

Buyintegedele vive en el desierto de Tengger, uno de los extremos meridionales del Gobi en Mongolia Interior, en China. Sin embargo, el aumento de la frecuencia y la creciente intensidad de estas tormentas de arena obliga a elegir tanto a Buyintegedele como a otros pastores para quienes esta región es un hogar: quedarse y seguir ganándose la vida a duras penas o unirse a otros «refugiados del clima» en las ciudades.

«Es como el principio de la película Interestelar», explica Feng Wang, profesor asociado en el Instituto de Estudios sobre Desertificación en la Academia china de Silvicultura, refiriéndose a la película de 2014, en la que aparece un planeta cada vez menos habitable debido a las catástrofes medioambientales. «Los fuertes vientos arrastran la arena hacia todas partes, incluso hacia dentro [de los edificios]».

De hecho, añade Wang, la película contiene entrevistas reales con personas que vivían en el noroeste de China durante las décadas de 1980 y 1990, cuando una grave sequía obligó a muchas personas a marcharse y buscar trabajos mejores en las ciudades.

La deforestación, el sobrepastoreo y la sobreexplotación de los recursos hídricos por parte de las personas son algunos de los principales factores responsables de la desertificación. En China, este problema ha ocurrido en cuatro formas diferentes: la desertificación causada por la erosión eólica después de la destrucción de la vegetación; la pérdida de suelo y de agua, debido a la erosión hídrica, que se distribuye principalmente en la meseta de Loes; la «salinización» provocada por una mala gestión de los recursos hídricos; y la desertificación en roca, que se distribuye en la región kárstica del suroeste de China.

Actualmente, el 27,4 por ciento de China es terreno desertificado, lo que afecta a 400 millones de personas.

«El principal problema [al que se enfrenta China] es un exceso de población que vive en las tierras secas, lo que sobrepasa la carga ecológica y la capacidad de restauración de estas zonas», explica Wang.

Sin embargo, este problema no se da solo en China: el 24,1 por ciento de la superficie de la Tierra está compuesta de terrenos desertificados, que albergan a aproximadamente un sexto de la población mundial, según Wang.

Según un informe de 2013 de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (CNULD), la desertificación, la degradación del suelo y las sequías se han acelerado a nivel global durante los siglos XX y XXI, particularmente en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Durante los últimos 40 años, la Tierra ha perdido un tercio de sus tierras cultivables debido a la erosión y la degradación.

En una entrevista de 2016 con Al Jazeera, Monique Barbut, secretaria ejecutiva de la CNULD, afirmaba que la pérdida de tierras está creciendo y es cada vez más grave, a pesar de que la gente es cada vez más consciente de ello.

«Perdemos más tierras cada año», dijo Barbut. «Hoy en día perdemos más de 12 millones de hectáreas de terrenos cada año, así que la situación está yendo a peor».

China ha estado luchando contra la desertificación a gran escala desde al menos la década de 1950, cuando la joven República Popular se embarcó en un frenesí de desarrollo nacional, arrasando las granjas y los terrenos naturales para construir ciudades y crear infraestructuras para acomodar a una población en crecimiento. Una actividad humana tal dejó gran parte de los terrenos desprotegidos contra la erosión eólica y los depósitos procedentes de los desiertos circundantes.

«[Es como lo que] los agricultores americanos hicieron para provocar el Dust Bowl en la década de 1930», explica Xian Xue, un experto en desertificación eólica en China y profesor en la Academia china de las Ciencias.

En lo que supuso una gran medida para abordar el problema, en 1978 el gobierno chino puso en marcha el proyecto de la Gran Muralla Verde, un esfuerzo nacional de ingeniería ecológica que exigía que se plantasen millones de árboles a lo largo de la frontera norte de 4.500 kilómetros de largo del desierto invasor, al mismo tiempo que se incrementaría la superficie forestal del planeta en un 10 por ciento. El proyecto de la Gran Muralla Verde tiene como fecha de finalización el 2050. Hasta ahora, se han plantado más de 66.000 millones de árboles.

Sin embargo, algunas voces críticas argumentan que la Gran Muralla Verde no es la solución idónea.

«Con la Gran Muralla Verde, la gente está plantando muchos árboles en grandes ceremonias para cortar de raíz la desertificación, pero después nadie los cuida y mueren», explica Jennifer L. Turner, directora del Foro Medioambiental de China en el Centro Woodrow Wilson, en Washington D.C.

Además, la reforestación puede sobrepasar la capacidad de la tierra, condenando a los árboles a la muerte si no hay una intervención humana constante.

«La gente acude en masa a las dunas de arena natural y al Gobi para plantar árboles, los cuales han provocado un rápido descenso de la humedad del suelo y de la capa freática», explica Xue. «De hecho, provocará desertificación [en algunas regiones]».

Además de la Gran Muralla Verde, China ha tomado otras medidas contra la invasión de los desiertos. Una serie de leyes que comenzaron a principios del siglo XXI también tenían como objetivo paliar este problema. Entre ellas se incluían los esfuerzos por devolver parte de las tierras de cultivo y de pastos a un estado más natural de bosques y praderas.

En 1994, la administración forestal de China empezó a hacer un seguimiento del estado de desertificación a nivel nacional. Su investigación demuestra que los desiertos se han expandido en China entre 1994 y 1999, pero han disminuido entre 1999 y 2014. Pese a todo, algunos científicos han cuestionado la fiabilidad de los datos científicos estatales, citando discrepancias e incoherencias metodológicas.

El impacto del cambio climático

Los científicos predicen que la desertificación aumentará en algunas áreas a medida que el clima de la Tierra sufre cambios, particularmente cuando se vuelva más cálido y seco. De hecho, en el noroeste de China, las precipitaciones cada vez menores y el aumento de las temperaturas están haciendo que las praderas sean menos productivas, según Sun Qingwei, un antiguo experto en agua y energía de China en el Instituto Woodrow Wilson.

«El calentamiento global crea condiciones más inestables para las actividades humanas y para el ecosistema», explica Qingwei. «Y el noroeste de China es una de las zonas más sensibles al calentamiento global porque es extremadamente árida. Las precipitaciones anuales en la mayoría de los lugares de esa zona se encuentran por debajo de los 100 milímetros».

Sin embargo, según Qingwei, podemos detener la desertificación.

«El término ‘desertificación’ implica que está provocada por la acción humana, más allá de la resistencia del entorno y del ecosistema», afirma Qingwei. «Si quitamos la [acción humana] y le damos [el tiempo suficiente], tanto el entorno como el ecosistema podrán restaurarse».

Mientras tanto, en el desierto de Tengger, Buyintegedele estudia su futuro.

«Pues claro que un lugar sin tormentas de arena sería agradable», dice. «Habría más gente con la que estar, y la vista sería más bonita; este lugar no es muy pintoresco [ahora]».

Por ahora, se va a quedar en su hogar, a la espera de que las condiciones mejoren.

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