Ciudad del Cabo se está quedando sin agua. ¿Qué ciudad será la siguiente?

La ciudad sudafricana planea cortar el agua a 4 millones de personas. Pero esta es solo una de las muchas ciudades del mundo que se enfrentan a un futuro con escasez de agua.

Por Craig Welch
Publicado 6 mar 2018, 15:30 CET
Ciudad del Cabo sufre una sequía de 3 años, la peor de su historia
En Ciudad del Cabo, Sudáfrica, una sequía de 3 años —la peor registrada hasta ahora— ha dejado los embalses bajo el 26 por ciento de su capacidad. El "Día Cero", cuando se corta el agua del grifo, están a casi el 13,5 por ciento. El racionamiento del agua es obligatorio y se ha reducido a la mitad, a solo 25 litros al día: menos de una ducha de 4 minutos. Los ciudadanos se abastecen de agua embotellada y el gobierno advierte contra la especulación de precios. Hileras de gente esperan para llenar botellas en puntos de distribución públicos. El Día Cero, solo habrá 200 lugares para abastecer a todo el mundo. La primera ministra de la provincia de Cabo Occidental, Hellen Zille, compara el problema con una ciudad en guerra.
Nota del editor: Desde la publicación de esta historia el 2 de febrero, el Día Cero, la fecha en que Ciudad del Cabo cortará el suministro de agua, se ha modificado varias veces, primero a mayo, y luego a más adelante. A 6 de marzo, la fecha prevista del Día Cero es el 15 de julio.

En verano, es posible que los cuatro millones de habitantes de Ciudad del Cabo —una de las metrópolis más prósperas de África— tengan que hacer cola rodeados de guardias armados para recoger raciones del producto más preciado de la región: el agua potable.

El crecimiento demográfico y la sequía récord, quizá exacerbada por el cambio climático, han provocado una de las crisis de agua urbana más drásticas del mundo, y los líderes sudafricanos advierten a los residentes que cada vez hay más probabilidades de que se imponga el «Día Cero». Ese será el día —previsto anteriormente para mediados de abril y ahora para mediados de julio— en que la ciudad cerrará el suministro de agua de hogares y negocios, ya que los embalses están en niveles peligrosamente bajos, una posibilidad que para las autoridades es prácticamente inevitable.

La principal fuente de abastecimiento de agua de Ciudad del Cabo, la presa Theewaterskloof, se está secando, y la ciudad pronto podría tener que cerrar el grifo.
Fotografía de Ap

«La pregunta predominante en mis horas de vigilia es: cuando llegue el Día Cero, ¿cómo garantizaremos el acceso al agua y evitaremos la anarquía?», afirma Helen Zille, exalcaldesa de Ciudad del Cabo y actual Jefa de Gobierno de la Provincia Occidental del Cabo, en una columna publicada en invierno.

Durante años, un corte de tal magnitud en una ciudad tan cosmopolita había sido casi inconcebible. Pero a medida que la sobreexplotación urbana, el crecimiento demográfico y el cambio climático rompen el equilibrio entre el uso y el abastecimiento de agua, centros urbanos de Norteamérica, Sudamériaca, Australia y Asia se enfrentan a la amenaza de la grave escasez de agua potable.

Pero esta amenaza ha aparecido más rápido y ha sorprendido más en Ciudad del Cabo que en cualquier otra parte.

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    «Me temo que estamos en los momentos finales», afirma el experto sudafricano en gestión de recursos Anthony Turton. «Ya no queda tiempo para soluciones. Necesitamos un milagro. Necesitamos una intervención divina».

    El «Día Cero» se acerca

    La situación parece empeorar cada día.

    La ciudad está preparando 200 estaciones de agua de emergencia frente a supermercados y otros puntos de encuentro. Cada uno tendrá que servir a casi 20.000 residentes. Las autoridades de Ciudad del Cabo planean almacenar agua en instalaciones militares y han determinado que usar el agua para llenar piscinas, regar jardines o lavar coches es ilegal. Esta misma semana, las autoridades intensificaron las patrullas antirrobo de agua en los manantiales naturales donde se han producido conflictos, según medios locales. También se reclama a los gobernantes que acaben con «los vendedores sin escrúpulos» que han subido los precios del agua embotellada.

    Durante meses se ha instado a los residentes a consumir menos, pero más de la mitad ha ignorado esas restricciones voluntarias. A principios de enero, la ciudad exigió cortes más pronunciados y pidió a los residentes que consumieran solo 50 litros al día, menos de una sexta parte de lo que usa el estadounidense medio. Si el consumo no se reduce de manera rápida y considerable, las autoridades municipales han advertido esta semana que se impondrá el Día Cero, en el que todos deberán sobrevivir con unos 25 litros al día, menos de lo que se emplea normalmente para una ducha de cuatro minutos.

    «No estoy seguro de que podamos evitar el Día Cero», afirma Kevin Winter, del grupo de investigación de recursos hídricos urbanos de la Universidad de Ciudad del Cabo.

    «Usamos demasiada agua y no podemos frenarlo. Es trágico», dice David Olivier, investigador adjunto en el Global Change Institute en la Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica. «El problema fundamental es nuestro estilo de vida». Existe una especie de sensación de que tenemos derecho a consumir tanta como queramos. La actitud y la reacción en la mayoría de publicaciones en redes sociales es la indignación. Es el "pagamos nuestros impuestos" y por lo tanto deberíamos gozar de tantas comodidades como sea posible».

    Las complicaciones del clima

    El camino hacia la crisis en Ciudad del Cabo es a la vez típico y atípico.

    Al igual que el sur de California, Sudáfrica es árida, pero la franja de tierra más reconocible de Ciudad del Cabo, la montaña de la Mesa, atrapa las brisas extralitorales procedentes de las aguas cálidas del océano, generando precipitaciones que llenan ríos y acuíferos. Es un oasis rodeado de desierto con un clima mediterráneo. Su belleza ha hecho que la población aumente y ha atraído más riqueza y prosperidad. Hay piscinas, parques acuáticos, viñedos y jardines exuberantes, aunque pese a la modernización de la ciudad, cientos de miles de personas todavía viven en asentamientos pobres. La tasa de desempleo es del 25 por ciento.

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    En los últimos 20 años, la ciudad ha reconocido parte de la creciente amenaza. Ha hecho progresos en la reducción del uso de agua de sus seis embalses principales, que contienen más de 870.000 millones de litros de agua. El consumo per cápita ha disminuido, la ciudad ha reducido las filtraciones, ha obligado a los grandes usuarios a pagar más y ha promovido la eficiencia hídrica en general, según Winter. Ciudad del Cabo ha ganado varios premios internacionales de gestión de los recursos hídricos. Incluso intenta avergonzar a los mayores usuarios de agua publicando sus nombres.

    Pero las autoridades también cometieron un error muy habitual: asumieron que los patrones futuros de precipitaciones se parecerían a los del pasado, o que, como mínimo, no cambiarían rápidamente.

    «Es como ir conduciendo un coche a motor mirando por el retrovisor», afirma Winter. «Resolvieron los problemas pasados, pero no reconocieron los riesgos que tenían por delante. Y el monstruo ya está aquí».

    Hace una década, se advirtió a la ciudad que el crecimiento demográfico y los cambios previstos que provocaría el cambio climático —tiempo más seco y caluroso, menos precipitaciones y reducción de los caudales— obligarían a recurrir a fuentes de agua adicionales.

    «Se lo advirtieron, pero dichas advertencias no fueron suficientes para desviar la atención de las escuelas o los hospitales o de otras cosas del programa», afirma Winter.

    Al final, el peligro llegó de manera repentina. En 2014, los seis embalses estaban llenos, pero a continuación llegaron tres años seguidos de sequía, los peores en más de un siglo. Ahora, según datos de la NASA, los embalses están a un 26 por ciento de su capacidad, y el más grande, que proporciona la mitad del agua de la ciudad, es el que está en peores condiciones. Las autoridades municipales planean cerrar el grifo cuando los embalses lleguen al 13,5 por ciento.

    Aunque no está claro qué parte de la sequía actual es una consecuencia de la variabilidad natural frente al cambio climático, «está claro que nuestro sistema actual ya no es lo suficientemente fiable», afirma Olivier. «Quizá no tengamos otra sequía como está en décadas. Pero los fenómenos extremos serán más habituales».

    Y las consecuencias podrían sentirse en otros lugares del mundo.

    Otras ciudades en peligro

    Las sequías en los últimos años han contribuido a generar hambre y disturbios en naciones rurales en torno al mar Arábigo, desde Irán a Somalia. Pero las crisis hídricas también amenazan a grandes ciudades de todo el mundo.

    Gran parte de los 21 millones de habitantes de Ciudad de México solo tienen agua corriente durante una parte del día, mientras que uno de cada cinco solo tienen unas horas de agua corriente a la semana. Varias grandes ciudades de la India tampoco tienen suficiente. Los gestores de recursos hídricos de Melbourne, en Australia, informaron el pasado verano que podrían quedarse sin agua en poco más de una década. Yakarta está tan seca que la ciudad se hunde a más velocidad de lo que aumenta el nivel del mar, a medida que los habitantes extraen el agua del subsuelo.

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    Como ocurre con el desastre de Ciudad del Cabo, los embalses de Sao Paulo, en Brasil, llegaron a niveles tan bajos en 2015 que las tuberías aspiraron lodo, se saquearon camiones de agua de emergencia y se cortó el flujo de agua del grifo a solo unas horas dos veces por semana. Las lluvias de última hora evitaron que las autoridades brasileñas tuvieran que cerrar el grifo por completo.

    «A Sao Paulo le quedaban menos de 20 días de abastecimiento de agua», afirma Betsy Otto, directora del programa de agua global del World Resources Institute. «Empezamos a ver la confluencia de muchos factores que podrían haberse subestimado ignorado o estar cambiando. Pero juntos crean la tormenta perfecta».

    La competición por el agua aumenta a medida que el crecimiento demográfico impulsa la demanda de agua potable y agricultura, y a medida que mejora la situación económica de los países. De hecho, las ciudades no siempre son conscientes de que el agua que creen que pueden tener en cuenta ya ha sido reclamada o contaminada o la consumen otros usuarios.

    Mientras tanto, el cambio climático provoca grandes variaciones en el tiempo, con tormentas más intensas y fenómenos meteorológicos más extremos. «Piensa en la nevada récord en el sur de California tras cinco años de sequía, seguida por más sequía. Estos cambios probablemente se convertirán en lo normal», afirma.

    Al mismo tiempo, como ocurre en Ciudad de México o Yakarta, la infraestructura no es la adecuada. La gestión del agua es antihigiénica, tiene fugas, está contaminada por metales pesados o es insuficiente para abastecer la demanda. «Sencillamente no es apta para esta tarea», explica Otto.

    El fallo suele estar relacionado con el dinero, pero la política casi siempre interviene en la dinámica.

    Errores de cálculo políticos

    «Francamente, se hace peligroso cuando las instituciones políticas son incapaces de seguir el ritmo», afirma Geoff Dabelko, decano adjunto y director del programa de estudios medioambientales de la Universidad de Ohio. «La principal historia de la próxima década va a ser la de la eficacia de las instituciones a la hora de hacer frente a un ritmo de cambio cada vez mayor».

    En Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano, partido gobernante, y la Alianza Democrática, partido de la oposición que gobierna en la ciudad, tienen la responsabilidad de mantener o administrar el agua. Los expertos sugieren que ambos han cometido errores garrafales.

    «Ambos pensaban que sería una sequía a corto plazo y que todo volvería a la normalidad en algún momento», afirma Turton. «Pero el cambio climático es un factor y solo ahora han empezado a ver que la demanda de agua seguirá aumentando».

    Por ahora, la región se apresura para aportar abastecimiento. Se están construyendo cuatro plantas desalinizadoras. Se están perforando nuevos pozos de agua y se está construyendo una planta para reutilizar aguas residuales. La mayoría de esos proyectos están completados a medias. Sin embargo, todos salvo uno van con retraso, a medida que las autoridades de la ciudad ejercen presión para que alguno empiece a funcionar pronto.

    «Los habitantes de Ciudad del Cabo están sorprendidos por la intensificación tan drástica de la situación», cuenta Magalie Bourblanc, analista de políticas públicas especializada en gestión de recursos en la Universidad de Pretoria. «Pero creo que la gente se está dando cuenta de la gravedad de la situación».

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