De históricos a innovadores: edificios icónicos que se han hecho «verdes»

Fenway Park, la torre Eiffel, el Empire State y otras estructuras históricas han sido actualizadas para tener la eficiencia energética del siglo XXI.

Por Scott Elder
Publicado 29 may 2018, 15:49 CEST
Empire State
El lavado de cara del Empire State incluyó sus emblemáticas luces, que ahora son LED con millones de combinaciones de colores posibles. Nueva York también aborda la eficiencia energética en monumentos menos prominentes, con una inversión de casi 500 millones de dólares para mejorar sus edificios. También es la primera ciudad estadounidense que se separa de los combustibles fósiles.
Fotografía de Gary Hershorn, Getty Images

Los edificios más emblemáticos del mundo han logrado su fama porque su arquitectura ha resistido la prueba del tiempo. Pero ¿qué hay bajo esas fachadas duraderas?

El diseño y la ingeniería evolucionan a gran velocidad y muchos edificios urbanos —casi la mitad del espacio de oficinas en la ciudad de Nueva York se construyó antes de 1945— son anteriores a conceptos como la sostenibilidad, el cambio climático e incluso el reciclaje, lo que da como resultado derroche e ineficiencia.

He aquí la readaptación: los edificios antiguos se mejoran con nuevas ventanas, luces, fontanería y sistemas de calefacción y refrigeración, ahorrando dinero tanto a dueños como habitantes al mismo tiempo que ahorran energía.

En Estados Unidos, los edificios consumen un 73 por ciento de la electricidad y crean de manera directa el 38 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono, más que la industria o el transporte. Para ganar la batalla al cambio climático, las ciudades necesitarán edificios más eficientes.

Estos iconos históricos han abierto el camino que seguirían otros edificios.

El Empire State

El Empire State atrajo la atención de Nueva York cuando reveló sus impresionantes luces LED en 2012. No solo aumentaron las opciones de color, de nueve a un caleidoscopio de millones, sino que usa un cuarto de la electricidad de la que empleaban sus focos originales. Aunque el espectáculo nocturno de luz atrajo las miradas, se estaba iniciando una transformación más sutil: una reestructuración que demostraría que hasta los rascacielos antiguos pueden tener una nueva oportunidad en la vida.

Los dueños del edificio tuvieron que abordar las quejas persistentes de los 30.000 empleados que trabajaban en sus oficinas alquiladas. En verano, el interior de la estructura de la Gran Depresión llegaba a calentarse demasiado como para que el sistema de aire acondicionado la enfriara de forma adecuada. La solución convencional serían refrigeradores más grandes (básicamente, unidades gigantescas de aire acondicionado), por un coste de más de 17 millones de dólares (14,6 millones de euros). En lugar de eso, la administración decidió invertir en mejoras que redujeran el uso energético.

Después de que un equipo de expertos analizase el edificio, las 60 ideas se fueron reduciendo mediante modelos por ordenador hasta solo ocho, y se escogieron las más prácticas y útiles. Las mejoras iban desde los componentes de calefacción y refrigeración a las luces que se atenuaban automáticamente durante el día, pasando por sencillas barreras que evitaban que el calor de los radiadores se escapase a través de las paredes.

Las 6.500 ventanas de doble acristalamiento resultaron ser particularmente inútiles. Pero en lugar de remplazarlas, las quitaron, las renovaron allí mismo y las reinstalaron fuera de horario de oficina, para evitar molestias. Se añadió una capa rellena de gas, que actuaba como un tercer panel aislante, y ahora las «superventanas» reducen más de un 50 por ciento la captación de calor en verano y la pérdida de calor en invierno.

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La readaptación para eficiencia energética de 13 millones de dólares se completó en 2013, y las mejoras redujeron el consumo energético en casi un 40 por ciento, con un ahorro anual de 4 millones de dólares. Se espera que elimine 105.000 toneladas métricas de emisiones de CO2 a lo largo de 15 años.

«Esperábamos que la gente reconociera las imperiosas ventajas financieras de la readaptación de edificios enteros», afirma Cara Carmichael, del Rocky Mountain Institute, una organización asociada con el proyecto. «Este modelo ha servido de gran catalizador en la industria».

Fenway Park, en Boston, cuenta con un proyecto agrícola que suministra al restaurante y a los quioscos del parque. Acelgas, col rizada, berenjena, brócoli y fresas fueron algunos de los cultivos de 2017. «La temporada de béisbol coincide a la perfección con la temporada de cultivo en Nueva Inglaterra», afirma Jessie Banhazl de Green City Growers, que dirige el huerto.
Fotografía de Elise Amendola, Ap

Fenway Park

El sello distintivo de Fenway Park, Boston, es la pared del «Monstruo Verde» que se alza sobre el campo izquierdo. En 2015, Fenway —el estadio más antiguo de la liga mayor de béisbol— presentó a los aficionados una nueva parte inusual que tiene un tipo de verde diferente: un huerto en la azotea, de 464 metros cuadrados.

Antes, la zona cubría las oficinas de los altos cargos de los Red Sox, pero el año pasado Fenway Farms —nombre del proyecto agrícola— cultivó casi 2.700 kilogramos de comida orgánica para el parque en sus hileras irrigadas de macetas hechas con cajas de botellas leche. En colaboración con los chefs del estadio, el huerto proporciona algunos de los productos que se usan en el restaurante de alta cocina de Fenway (un viaje del huerto a la mesa de solo 90 metros), así como en los quioscos. Aunque todavía no es una tradición en el estadio de béisbol, ha llegado al menú un moderno wrap de col rizada (popularmente conocida como kale), junto a perritos calientes y patatas fritas.

 

El huerto forma parte de una iniciativa de sostenibilidad aún mayor que pusieron en marcha los Red Sox en 2007, en colaboración con el Consejo para la Defensa de Recursos Naturales. Un año después, Fenway se convirtió en el primer estadio de béisbol de las Grandes Ligas en instalar paneles solares, una inversión que redujo un 37 por ciento la dependencia del gas natural, usado para calentar el agua. Otro programa, llamado Green Team, envía voluntarios a las gradas entre cada entrada para recoger productos reciclables, lo que evita que unas 400 toneladas de desperdicios acaben en vertederos.

Para los Red Sox, Fenway Farms es un home run. «Cuando te crías en una ciudad, estás muy al margen del cultivo tradicional», afirma Jessie Banhzal, consejera delegada de Green City Growers, que dirige el huerto e intenta aprovechar espacios urbanos no utilizados. «Pero la hemos traído, sencillamente haciéndola parte del estadio de béisbol», dice ella. «Enseña a la gente cómo crece la comida, les dice que todos podríamos cultivar verduras frescas en casa, en nuestro balcón o jardín».

El ejemplo de Fenway se ha expandido en un movimiento más grande. Hoy, la Green Sports Alliance ayuda a equipos profesionales y universitarios a incorporar prácticas más sostenibles, contando con 16 ligas y 193 equipos miembros, incluyendo a todos los equipos de las Grandes Ligas.

La torre Eiffel fue sometida a una readaptación de cuatro años para contribuir a que París cumpliera su objetivo de reducir el consumo energético y las emisiones de carbono en un 25 por ciento para 2020. La mayor preocupación de Gustave Eiffel cuando diseñó la torre en 1889 era la resistencia al viento. Ahora, dos turbinas (en la imagen) instaladas en el primer piso aprovechan el viento, generando una modesta cantidad de energía.
Fotografía de Jacques Demarthon, AFP, Getty Images

La torre Eiffel

El año pasado, la noche en que entró en vigor el Acuerdo de París sobre el cambio climático, se encendieron las luces que iluminan la torre Eiffel —unas de las más famosas en la Ciudad de la Luz—, esta vez de color verde para conmemorar la ocasión. Pero el monumento ha hecho mucho más que crear conciencia. Manteniendo su raison d’être original como símbolo de conocimientos en ingeniería, la torre se ha mejorado como parte de una renovación de cuatro años y 32 millones de euros, completada en 2015.

En el primer piso, a una altura de 57 metros, se reconstruyeron o reformaron los tres recintos que albergan un restaurante, una sala de conferencias y una tienda. Se montaron más de nueve metros cuadrados de paneles solares en los tejados de los recintos, que crean energía suficiente para la mitad del agua caliente empleada en dicho piso. Nuevos colectores de lluvia conducen el agua hasta los retretes, ahorrando agua y reduciendo la carga de trabajo de las bombas. La iluminación LED ha disminuido el gasto energético y la mejora del acristalado en los tabiques de vidrio ha reducido la captación de calor solar en un 25 por ciento, así como las necesidades de aire acondicionado en verano.

Además de ahorrar energía, la torre fabrica parte de la suya propia. Dos turbinas de 5 metros cada una, ocultas entre el enrejado de hierro forjado del restaurante de la segunda planta, obtienen energía del viento. La elevación de 122 metros capta las mejores brisas y los ejes verticales de los molinos giran independientemente de la dirección del viento. Las turbinas generan 10.000 kilovatios hora al día, una cantidad que ni se acerca a las necesidades totales de electricidad de la torre, pero que es suficiente para suministrar energía al primer piso, totalmente eficiente.

La Ópera de Sídney, símbolo de Australia, pretende no tener emisiones de carbono en su 50º aniversario en el 2023.
Fotografía de Sinan Cakmak, Anzenberger, Redux

La Ópera de Sídney

Las altísimas velas de la Ópera de Sídney son una obra maestra de diseño orgánico, inspiradas en las alas, las palmeras y las conchas, pero este monumento no solo obtiene su forma de la naturaleza. Desde la actuación inaugural en 1973, el sistema de aire acondicionado se ha enfriado con agua del mar extraída del puerto circundante, una solución pionera que reduce el uso de agua dulce.

A lo largo de la última década, la dirección ha expandido ese espíritu de sostenibilidad a otras partes del edificio, e incluso a sus eventos. Remplazar las luces con LED redujo el consumo eléctrico de la sala de conciertos en un 75 por ciento, disminuyendo en 43.000 euros la factura energética anual.

La dirección también redujo los residuos producidos por el personal y las ocho millones de personas que visitan el lugar y sus restaurantes cada año. Los materiales reciclados aumentaron de dos a ocho tipos, lo que a su vez aumentó la tasa de reciclaje general del 20 al 65 por ciento, con la esperanza de alcanzar el 85 por ciento. También han abordado el desperdicio de alimentos. Parte se envía a un productor de biocombustibles, y los excedentes comestibles se donan a una ONG local.

No todas las soluciones requieren necesariamente alta tecnología. Para extender la vida útil de los materiales de construcción, el personal de limpieza cambió los productos químicos corrosivos por productos naturales, lo que conllevó a una mejora de la calidad del aire en el interior. Se usa bicarbonato de sodio para limpiar las paredes de hormigón, y aceite de oliva y un poco de alcohol para pulir el bronce.

«La Ópera de Sídney está en la escena internacional, por eso lo que hacemos puede inspirar a otros», afirma la directora de sostenibilidad Emma Bombonato. «Es una responsabilidad muy importante. Intentamos servir de buen ejemplo».

2,5 millones de visitantes suben cada año al techo de cristal de esta cúpula moderna que encumbra el Reichstag de Berlín, probablemente el parlamento más verde del mundo. Mediante un cono central de espejos, la cúpula es una fuente de luz natural y ventilación. Remplazó a una cúpula con ventanas que resultó dañada en el incendio del Reichstag en 1933 y en la Segunda Guerra Mundial.
Fotografía de Alessio Mamo, Redux

El Reichstag

Tras la caída del Muro de Berlín y la reunificación de Alemania en 1990, el gobierno hizo grandes inversiones en el antiguo este comunista. Un proyecto de modernización fue especialmente crucial para la nueva Alemania: la restauración del Reichstag, la antigua y futura sede del parlamento federal. Cuando se completó la renovación en 1999, el edificio del sigo XIX era más que un hogar para la cámara legislativa, era un símbolo de un futuro mejor.

El elemento más prominente del diseño del arquitecto jefe Norman Foster es la innovadora cúpula de vidrio, considerada ampliamente una obra maestra de función y forma. Un cono de espejos refleja la luz natural en la cámara inferior, minimizando la necesidad de luz artificial. Una pantalla automatizada —alimentada por paneles solares en la azotea— da vueltas en torno al cono para bloquear la luz solar directa, eliminando el resplandor y reduciendo la captación de calor. La cúpula también funciona como tubo de escape, ventilando el aire caliente por la parte superior sin necesidad de ventiladores. Por la noche, la luz artificial de la cámara legislativa inferior se refleja hacia fuera, «un faro», dijo Foster, «que señala el vigor del proceso democrático alemán».

Los sistemas de energía y aire acondicionado del Reichstag son igualmente innovadores y responsables con el medio ambiente. Un generador in situ alimentado por biocombustible suministra el 80 por ciento de la electricidad del edificio y el 90 por ciento de la calefacción. La eficiencia del sistema se potencia con una bomba de calor geotérmica que canaliza el exceso de calor o frío a través de un circuito de tuberías subterráneas. Como resultado, las emisiones de carbono se desplomaron un 94 por ciento.

Los edificios son cruciales para los ambiciosos objetivos energéticos de Alemania. El objetivo de la política actual es reducir en un 50 por ciento el gasto energético para mediados de siglo; se prevé que, para entonces, los edificios reduzcan la demanda energética en un 80 por ciento mediante renovaciones aceleradas y el uso de energías renovables in situ.

San Francisco suele ocupar los primeros puestos de las clasificaciones de programas de sostenibilidad progresivos, que incluyen la eficiencia energética en edificios. La Pirámide Transamerica obtuvo la clasificación de «edificio verde» más alto por sus prácticas. El edificio de 260 metros fue el más alto de la ciudad hasta que quedó eclipsado por la torre Salesforce, de 326 metros, el año pasado.
Fotografía de Benoit Pesle, Anzenberger, Redux

La Pirámide Transamérica

La silueta angular de la Pirámide Transamérica ha definido el perfil urbano de San Francisco desde su construcción en 1972 y fue el edificio más alto de la ciudad hasta el año pasado. Esa forma no solo destaca, sino que la base amplia y reforzada ayuda al edificio a resistir los terremotos.

A diferencia de las tradicionales azoteas negras y planas que encumbran muchas estructuras, el innovador diseño también fue un edificio bastante verde para la época. El exterior de agregado de cuarzo blanco reflectante y la parte superior triangular absorben menos calor del sol, lo que reduce la energía necesaria para enfriar el edificio, una ventaja fortuita.

En la década del 2000, los propietarios del edificio pusieron en marcha una serie de reestructuraciones, impulsadas en parte por los requisitos para edificios verdes de San Francisco. «Ahora, la luz es pan comido», afirma Barry Giles, experto en construcción sostenible que dirigió la readaptación, sobre el cambio a las luces LED. «Pero existe un efecto dominó: las LED no producen calor». Otras mejoras sencillas incluían luces y aire acondicionado que solo se activaran cuando hubiera personas.

Los gestores del edificio, alentados por los resultados, duplicaron su inversión instalando una planta de cogeneración a gasolina de 4 millones de dólares en el garaje del sótano. El sistema hipereficiente, que se basa en un motor a reacción, genera el 70 por ciento de la electricidad, mientras que un subproducto del proceso satisface las necesidades de calefacción del edificio. El sistema redujo el consumo eléctrico, ahorrándoles 700.000 dólares al año. En 2011, la Pirámide Transamérica obtuvo la certificación LEED Platinum, la calificación más alta del país en edificios verdes.

Giles estima que aproximadamente el 10 por ciento de los 5,6 millones de edificios comerciales de Estados Unidos son de «alto rendimiento» gracias a las mejoras. «La dificultad se encuentra en tratar de replicarlo en el otro 90 por ciento», afirma Giles, consejero delegado de BREEAM USA. «Tenemos que pensar en nuevas formas de demostrar lo fáciles que son los cambios que pueden mejorar su balance final, y también ahorrar energía y reducir las emisiones de carbono».

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