La mayoría de los ríos del mundo están inundados de antibióticos

Casi dos tercios de los ríos analizados contenían suficientes antibióticos como para contribuir al problema de las bacterias resistentes a los antibióticos.

Por Alejandra Borunda
Publicado 30 may 2019, 16:33 CEST
Río Bramaputra
El río Bramaputra, en Bangladés. Algunas localizaciones ribereñas de Bangladés tienen niveles de antibióticos 300 veces superiores a los que se consideran seguros para el medio ambiente.
Fotografía de Jonas Bendiksen, Nat Geo Image Collection

Cada año, los humanos producen, recetan e ingieren más antibióticos que el año anterior. Estos medicamentos han hecho maravillas en la salud pública al salvar a millones de personas de infecciones que, de lo contrario, las habrían matado.

Pero la influencia de los medicamentos persiste en el medio ambiente mucho después de haber cumplido su deber en el cuerpo humano. Se filtran al mundo exterior, donde su presencia puede estimular el desarrollo de cepas de bacterias «resistentes a los antibióticos». En un nuevo estudio de 91 ríos del mundo, un equipo de investigadores descubrió antibióticos en las aguas de casi dos tercios de todos los lugares analizados, desde el Támesis al Mekong, pasando por el Tigris.

Según Alistair Boxoll, codirector del estudio y químico medioambiental de la Universidad de York, en Reino Unido, es muy relevante porque «son moléculas biológicamente activas y nosotros, como sociedad, secretamos toneladas de ellas al medio ambiente».

Esto da pie a la posibles efectos considerables en la ecología de los ríos, así como en la salud humana.

El aumento de la resistencia

Los antibióticos previenen infecciones dañinas y salvan millones de vidas cada año. Pero las poblaciones de las bacterias contra las que luchan pueden evolucionar como respuesta, cambiando de formas que les permitan evitar morir a manos de los medicamentos diseñados para acabar con ellas. Esto significa que una infección de una de estas cepas de bacterias «resistentes» es más complicada y, a veces, imposible de tratar. La profesora Sally Davies, Directora Médica de Reino Unido, afirma que el problema empeora cada año y plantea «una amenaza catastrófica» para la capacidad de los médicos de tratar infecciones básicas en el futuro.

Un informe de 2016 determinó que, cada año, unas 700.000 personas mueren en todo el mundo por infecciones resistentes a los antibióticos con los que contamos en la actualidad. A los científicos, expertos médicos y autoridades de salud pública les preocupa que esa cifra se dispare a medida que aumenta la resistencia a los fármacos empleados habitualmente. En 2014, un estudio encargado por Reino Unido advirtió de que, para 2050, las infecciones resistentes a antimicriobianos podrían ser la principal causa de muerte a nivel mundial.

Y la «contaminación» antibiótica, es decir, cuando el exceso de antibióticos entra en sistemas naturales e influye en las bacterias que los habitan, contribuye a la aceleración del desarrollo de cepas resistentes. También altera el delicado equilibrio biológico de ríos y arroyos, cambiando la composición de las comunidades bacterianas.

Según Emma Rosi, ecóloga acuática del Instituto Cary de Estudios del Ecosistema en Millbrook, Nueva York, esto puede afectar a todo tipo de procesos ecológicos, ya que muchas bacterias desempeñan papeles fundamentales en ecosistemas fluviales, como su contribución a la circulación de nutrientes como el carbono o el nitrógeno.

Uno de los mayores problemas para los científicos es que nadie cuenta con un panorama exacto de cuándo, dónde y cuántos antibióticos fluyen al mundo natural. Muchos países cuentan con pocos o ningún dato sobre las concentraciones de antibióticos en sus ríos. De forma que Boxall y sus colegas decidieron empezar a cartografiar el alcance del problema.

Pescando antibióticos

El equipo —que presentó sus resultados el lunes en la Sociedad de Toxicología y Química Ambiental en Helsinki— reunió a un grupo de colaboradores de todo el mundo, cada uno de los cuales analizó ríos cercanos. En total, se tomaron muestras de 72 ríos de todos los continentes salvo la Antártida. Los científicos se colocaban en un puente o embarcadero, colocaban un cubo en el agua del río, sacaban una muestra, introducían un poco en un filtro, congelaban la muestra y la enviaban por correo aéreo a Reino Unido para analizarla.

En las muestras se buscaron 14 tipos diferentes de antibióticos utilizados de forma habitual. Ningún continente era inmune: encontraron trazas de al menos un medicamento en el 65 por ciento de todas las muestras estudiadas.

«El problema es global», afirma Boxall.

No resulta particularmente sorprendente, según Rosi, porque «allí donde la gente utiliza fármacos en su vida cotidiana, observamos las pruebas río abajo».

El cuerpo no descompone los medicamentos, así que el exceso sale en forma de orina o desechos. En muchos países desarrollados, los desechos —y su carga de antibióticos— pasan por una planta de tratamiento de aguas residuales, pero ni siquiera las plantas más modernas limpian todos los medicamentos. En lugares sin plantas de tratamiento, los antibióticos pueden fluir de forma más directa a ríos y arroyos.

Los datos coincidían con esas expectativas. Las concentraciones de muchos de los antibióticos eran más altas río abajo de las plantas de tratamiento y en vertederos adyacentes a ríos, y en lugares donde el alcantarillado se desviaba directamente a aguas fluviales.

En un río de Bangladés, las concentraciones de metronidazol, un tratamiento recetado habitualmente para infecciones cutáneas y bucales, eran 300 veces superiores al límite considerado «seguro» para el medio ambiente.  En el Danubio, el segundo río más largo de Europa, los investigadores detectaron siete tipos diferentes de antibióticos. Las concentraciones de uno —la claritromicina, que se emplea en infecciones del tracto respiratorio como la bronquitis— eran cuatro veces superiores a los niveles «seguros».

«En muchos sentidos, es como el problema de la contaminación por plástico», afirma Boxall. «El problema es que no pensamos sobre a dónde van nuestros desechos ni en que tienen una vida más allá de nosotros».

Según William Gaze, ecólogo microbiano en la Universidad de Exeter, hasta los restos más pequeños de antibióticos podrían tener efectos importantes en el desarrollo de la resistencia. A las bacterias se les da especialmente bien cambiar genes de formas que les permitan evolucionar rápidamente como respuesta a una amenaza, como un antibiótico. Dicha evolución puede ocurrir ante la presencia de concentraciones muy bajas de medicamentos, concentraciones como las que el equipo de investigación detectó en ríos de todo el mundo.

Gaze insiste en que aún queda mucho por investigar antes de que los científicos comprendan exactamente cómo funciona la evolución de la resistencia a los antibióticos. Pero, según él, ahora es el momento de que las comunidades busquen soluciones que impidan la entrada de los antibióticos en los ríos, porque las consecuencias posibles para la salud humana son muy graves.

«Existe una tendencia a afirmar que deberíamos utilizar un enfoque cautelar», afirma. «Pero para cuando tengamos todas las pruebas científicas, quizá sea demasiado tarde. Quizá hayamos entrado en una era posantibióticos en la que la gente muere tras haberse arañado con una rosa en el jardín y acabe con una infección intratable».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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