La Antártida Occidental está derritiéndose y es culpa nuestra

Un nuevo estudio demuestra que las huellas del cambio climático antropogénico han llegado a la Antártida.

Por Alejandra Borunda
Publicado 13 ago 2019, 12:35 CEST
Glaciar Isla Pine
El glaciar Isla Pine, en la Antártida Occidental, retrocede a gran velocidad. En 2014, este iceberg de 32 kilómetros de ancho se desprendió de la lengua del glaciar y se alejó flotando. Otros fragmentos de hielo siguen desprendiéndose del glaciar.
Fotografía de Jeff Schmaltz, NASA, Gsfc, Modis Land Rapid Response Team

Los enormes glaciares de la Antártida Occidental albergan en sus flancos el destino de las costas del mundo. Su colapso aumentaría al menos 30 centímetros el nivel del mar para 2100, o quizá mucho más.

Durante años, los científicos han observado y descubierto que esos glaciares están derrumbándose y derritiéndose, que el ritmo al que lo hacen se ha acelerado a lo largo de décadas y que esto pone en peligro la estabilidad de toda la capa de hielo. Pero aunque la ciencia ha dejado claro que la influencia humana en el clima perjudicaría al hielo en el futuro, ha costado determinar si el calentamiento global antropogénico ha afectado al deshielo que ya se producía.

Ahora, un equipo ha desvelado pruebas de esa influencia humana. En un estudio publicado el lunes en Nature Geoscience, un equipo de científicos ha demostrado que, en el último siglo, el calentamiento global antropogénico ha modificado los patrones de los vientos que soplan sobre el océano cerca de algunos de los glaciares más frágiles de la Antártida Occidental. A veces, dichos vientos se han debilitado o invertido, lo que a su vez provoca cambios en el agua del mar que relame el hielo y hace que los glaciares se derritan.

«Ahora contamos con pruebas que respaldan que las actividades humanas han influido en el aumento del nivel del mar que hemos observado en la Antártida Occidental», afirma Paul Holland, autor principal y científico polar del British Antarctic Survey.

El océano devora el hielo

La enorme capa de hielo de la Antártida Occidental alberga en sus entrañas en torno a un seis por ciento del agua dulce congelada del planeta. Si se derritiera toda, los niveles del mar globales aumentarían tres metros, o quizá más. Según los científicos, es improbable que ocurra pronto, pero algunas partes de la capa de hielo son bastante vulnerables y corren el riesgo de alcanzar un «punto sin retorno» crucial si retroceden demasiado.

En las últimas décadas, algunos glaciares de la región han retrocedido muy rápidamente. Los glaciares Isla Pine y Thwaites, por ejemplo, pierden unas 100 000 millones de toneladas de hielo al año, y aún más en años malos.

Los glaciares han retrocedido porque sus términos sobrepasan el límite del continente y desembocan en el océano, que está más caliente que el hielo. Ese agua caliente derrite el hielo.

Con todo, la temperatura del agua del mar importa mucho. Durante décadas, la temperatura del agua ha aumentado y menguado, en parte por los ciclos climáticos naturales que acercan masas de agua diferentes a la frontera de la capa de hielo en épocas distintas, pasando de frías a menos frías cada cinco años aproximadamente.

La barrera de hielo de Ross, la más grande de la Antártida, no se está derritiendo
Esta es la barrera de hielo de Ross, la barrera de hielo flotante más grande de la Antártida. Dichas barreras son importantes porque retienen una gran cantidad de hielo. Si todas las barreras de la Antártida occidental se rompieran y derramaran el hielo por el mar, el nivel del mar global aumentaría 3 metros. Bajo la barrera de hielo de Ross se esconde una de las últimas partes inexploradas del océano terrestre. Científicos de Nueva Zelanda usaron una manguera de agua caliente para perforar el grueso hielo hasta llegar a las aguas oscuras. Querían estudiar la salud y la historia de la barrera. Lo que descubrieron les sorprendió. Descubrieron que el hielo del propio agujero y en la base de la barrera se cristalizaba y se congelaba en vez de derretirse. En los años siguientes se realizarán mediciones para comprobar cómo cambia la barrera con el tiempo.

Resulta que el factor principal que controla si el agua caliente alcanza el límite de la capa de hielo es la intensidad de los vientos un poco más lejos de la costa, en el corazón del gélido mar de Amundsen. A veces, dichos vientos —parientes de los famosos vientos del océano Antártico denominados los Rugientes Cuarenta— aflojan o se invierten. Cuando lo hacen, más agua caliente acaba cerca del límite de la capa de hielo, es decir, que se derrite más hielo.

«En los años 20, los vientos soplaban casi constantemente hacia el oeste», afirma Holland. «Así que en aquellos días, hacía frío todo el tiempo; oscilaba entre frío y muy frío».

Pero ahora, debido al lento calentamiento del planeta, ese punto de partida ha ascendido. El ciclo ya no alterna entre frío y muy frío, sino entre cálido y frío.

Los científicos sabían que la intensidad de los vientos en esta región del mar de Amundsen afectaba a la temperatura del agua. Los registros de intensidad y dirección del viento solo se remontan hasta 1979. Pero los patrones de esta región coinciden casi a la perfección con las condiciones meteorológicas en lugares más lejanos del Pacífico tropical, donde existen registros mejores y más antiguos. Así, el equipo pudo extrapolar los cambios de los vientos de la región polar en el último siglo.

Utilizaron una serie de modelos climáticos para analizar cómo habrían evolucionado los patrones de viento en los últimos cien años sin que entrara en juego el calentamiento global antropogénico y los compararon con los patrones de viento reales. El patrón actual —con casi los mismos vientos circulando en dirección oeste y en dirección este— se traduce en que toda la región acaba siendo algo más cálida de lo que era hace cien años, cuando el viento circulaba principalmente hacia el oeste.

Un hielo desequilibrado

En el pasado e incluso en el periodo inicial del registro que analizaron los científicos en los años 20, el hielo se derretía durante las fases cálidas y se reponía durante las fases frías. Pero en el último siglo, ese equilibrio se ha roto. El cambio de los vientos y las fases marinas cálidas han devorado el hielo más rápido de lo que se repone.

Varios periodos destacables de cambios en el viento, como en los años 70, coincidían con retrocesos importantes de los glaciares Isla Pine y Thwaites.

Los términos de dichos glaciares son muy sensibles al deshielo. Resulta que el suelo subyacente es cóncavo, como un cuenco. El hielo glaciar está fijado al «borde» del cuenco, pero si se derrite más allá de ese límite, el agua marina cálida puede introducirse en el cuenco y derretirlo aún más rápido desde el fondo.

Según Eric Steig, científico experto en testigos de hielo y la atmósfera de la Universidad de Washington y autor del artículo científico, en 1974, uno de estos momentos de deshielo intenso empujó a los glaciares más allá de uno de esos «bordes» y, desde entonces, se han derretido mucho más rápido que antes —al menos un 50 por ciento más de deshielo que en épocas anteriores—.

Sospechoso identificado: nosotros

La causa última de los patrones de viento, según la investigación, es el cambio climático antropogénico. El exceso de gases de efecto invernadero que hemos emitido a la atmósfera en los últimos cien años ha modificado tanto la forma en que se desplaza el calor por el planeta que ha cambiado la forma de los patrones de viento básicos en los polos.

El tamaño y la forma de la capa de hielo de la Antártida han permanecido más o menos estables durante miles de años. Pero hace casi un siglo, algunas partes empezaron a retroceder de forma apreciable. Esta fase se encuentra dentro del marco temporal en el que empezaron a acumularse dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera, así que parece lógico creer que la influencia humana estaba afectando al hielo. Pero la Antártida es un lugar complejo que cambia mucho por la variabilidad natural, así que ha resultado difícil determinar hasta qué punto influyen los humanos en estos cambios.

«Costaba mucho imaginar que el hielo hubiera permanecido estable durante milenios y de repente decidiera retirarse de forma natural cuando los humanos empezaron a alterar el sistema, pero las pruebas de que el hielo retrocedió por la variabilidad natural son sólidas», explica por email Richard Alley, científico climático de la Universidad del Estado de Pensilvania.

Pero un planeta en proceso de calentamiento, es evidente que ha cambiado la forma en que se desplazan los vientos alrededor de la Antártida y es probable que dicho cambio continúe si no se toman medidas drásticas para ralentizar o invertir el proceso de calentamiento.

«Si continuamos con este patrón, quizá lleguemos a una situación en la que alternaremos entre [ciclos] cálidos y muy cálidos», afirma Holland. Y eso podría resultar devastador para el hielo.

Pero Steig insiste en que el futuro aún no está escrito. Reducir las emisiones futuras de gases de efecto invernadero sería de gran ayuda para impedir que esos vientos fundamentales se debiliten aún más y para mantener el agua bajo el límite del hielo fría y el hielo congelado.

«El deshielo [de la capa de hielo de la Antártida Occidental] afectará a todo el mundo», afirma Steig. «Los efectos serán globales porque los niveles del mar aumentarán en todo el mundo».

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