¿Por qué las compresas y los tampones contienen cada vez más plástico?

Una combinación de tecnología y presión social nos llevó a productos de higiene femenina plagados de plástico. ¿Existe una solución mejor?

Por Alejandra Borunda
Publicado 12 sept 2019, 17:33 CEST
Los aplicadores de los tampones casi siempre están hechos de plástico. Algunas empresas fabrican tampones sin aplicador.
Fotografía de Hannah Whitaker, National Geographic
Artículo creado en colaboración con la National Geographic Society.

El plástico invade la vida moderna y la menstruación no es ninguna excepción. Desde mediados del siglo XX, muchos tampones y compresas han contenido de poco a mucho plástico en su diseño básico, a veces para «mejorar» el diseño, pero normalmente por razones menos indispensables.

Cuesta mucho calcular la cantidad de residuos plásticos procedente de productos menstruales, en parte porque se etiqueta como desechos médicos y no necesita supervisarse, y en parte porque hay pocas investigaciones que hayan analizado la magnitud del problema. Pero las aproximaciones son asombrosas: solo en 2018, se compraron 5800 millones de tampones en Estados Unidos y, a lo largo de su vida menstruando, se utilizan entre 5000 y 15 000 compresas y tampones, la gran mayoría de los cuales acaban en los vertederos como residuos plásticos.

Sin embargo, para expulsar el plástico de los productos menstruales no bastará con modificar su diseño, porque los motivos por los que el plástico se ha incrustado tan profundamente en el diseño son una red enmarañada de cultura, vergüenza y ciencia, entre otros factores.

El problema de las reglas «de plástico»

La mayoría de las mujeres estadounidenses menstrúan durante un total de unos 40 años, sangran durante unos cinco días al mes o unos 2400 días durante toda su vida, un total de unos seis años y medio.

Todo ese fluido menstrual debe ir a alguna parte. En Estados Unidos, suele acabar en un tampón o una compresa y, tras su breve momento de utilidad, dichos productos suelen acabar en la basura.

En 2013, en una serie de limpiezas de playa en Nueva Jersey, los voluntarios recogieron miles de aplicadores de tampones.
Fotografía de Hannah Whitaker, National Geographic

Los productos menstruales más habituales son una cornucopia de plástico. Los tampones están envueltos en plástico, encapsulados en aplicadores de plástico, con hilos de plástico colgando de un extremo y muchos hasta incluyen una fina capa de plástico en la parte absorbente. En general, las compresas incorporan aún más plástico, como la base a prueba de fugas, las fibras sintéticas que absorben el fluido o los paquetes.

Las elevadas cifras sorprendieron a Ann Borowski, que ha investigado el impacto ecológico de los productos de higiene:

«No quiero contribuir a 40 años de basura en un vertedero solo para gestionar algo que no debería considerarse un problema», afirma. «Me parece que es algo que deberíamos controlar mejor a estas alturas. No quiero ejercer ese tipo de presión en el planeta».

Una breve historia de la gestión menstrual

En la antigua Grecia, los escritores de la época consideraban la sangre menstrual algo fundamentalmente insalubre, un símbolo del exceso femenino, un «humor» que debía ser expulsado del cuerpo para mantener el equilibrio y la salud. La propia sangre se consideraba insana e incluso venenosa. Esa actitud general persistió durante siglos.

Para mediados del siglo XIX en Estados Unidos, la cultura en torno a la menstruación se había consolidado en una descripción simple: la sangre menstrual se consideraba «mala sangre», sucia y vergonzosa, según explica Chris Bobel, experta en menstruación de la Universidad de Massachusetts, Boston.

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    Pero la regla era una realidad inevitable que debía abordarse. Las mujeres estadounidenses de antes del siglo XX emplearon un método «casero» para gestionarla, convirtiendo todo tipo de productos habituales en objetos similares a compresas o tampones, según explica la historiadora Susan Strasser. Dichos objetos eran fragmentos de tela sobrantes, tiras de corteza blandas o cualquier otra cosa absorbente de la que dispusieran. Pero estas herramientas dejaban mucho que desear. Eran pesadas y difíciles de manejar y tenían que lavarlas y secarlas, es decir, exhibirlas en público, una situación muy poco deseable en una cultura que estigmatizaba la menstruación.

    En 1921, se vendió el primer envase de productos Kotex, una marca de productos de higiene femenina. Así comenzó una nueva era: la de los productos menstruales desechables.

    Los productos de Kotex se fabricaban con Cellucotton, un material vegetal muy absorbente desarrollado durante la Primera Guerra Mundial para su uso como vendaje médico. Los enfermeros empezaron a convertir este material en compresas menstruales y la práctica arraigó.

    Algunas menstruantes que realizaban mucha actividad física, como bailarinas y deportistas, prefirieron otro producto emergente: los tampones. Los tampones de los años 30 eran bastante parecidos a los que podemos encontrar en los supermercados modernos. En general, constaban de un trozo alargado de algodón o similar al papel fijado a un hilo.

    Lo que tenían estos productos en común era su desechabilidad. Las campañas de marketing se apoyaron en la idea de que los nuevos productos convertirían a las menstruantes en «mujeres modernas eficientes, preparadas y felices», libres de la tiranía de las antiguas estrategias «improvisadas». (Su carácter desechable también significaba que las menstruantes tienen que abastecerse cada mes, lo que las obliga comprar durante décadas.)

    «Desde el principio, las empresas fomentaron la idea de que la forma de ser moderna era utilizar estos nuevos productos desechables», afirma Sharra Vostral, historiadora de la Universidad Purdue.

    El reclamo y la ubicuidad de los productos desechables aumentó conforme más mujeres empezaban a formar parte de la mano de obra. Los productos ofrecían comodidad y discreción, ya que estaban disponibles en los supermercados y las mujeres no tenían que preocuparse por llevar trapos usados del trabajo a casa. También permitió que las menstruantes ocultaran sus funciones corporales a quienes las rodeaban, permitiéndoles continuar su trabajo sin interrupción.

    «Esto ha sido lo habitual, que las mujeres y las niñas se vean obligadas a ceder ante las normas y los estándares del lugar de trabajo, que sean hipereficientes en todo momento. No puedes permitir que tu cuerpo te frene, ese es el mensaje».

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    El resultado fue un cambio enorme en el mercado. Para finales de la Segunda Guerra Mundial, las ventas de productos menstruales desechables se habían quintuplicado en Estados Unidos.

    ¿Qué partes de una compresa son de plástico?

    En los años 60, los químicos estaban desarrollando plásticos sofisticados y otras fibras sintéticas. Las tecnologías avanzaron con tal rapidez que los fabricantes empezaron a buscar nuevos mercados donde incorporar sus nuevos materiales.

    Uno de los mercados que encontraron fue el de productos menstruales.

    Los diseños de compresas empezaron a incorporar polipropileno o polietileno fino, flexible y a prueba de fugas en la base (o en terminología de patentes, la «lámina posterior»). Los avances en la tecnología adhesiva potenciaron el uso de plásticos flexibles que permitieron que las compresas se pegaran directamente a la ropa interior, en vez de colgar de un sistema de cinturones pesado y complejo. Para finales de los 70, los diseñadores se dieron cuenta de que podían crear «alas» de plástico flexibles que rodeaban la ropa interior y fijaban la compresa. Encontraron formas de tejer delgadas fibras de poliéster en la parte esponjosa de la compresa para evacuar el fluido hacia los núcleos absorbentes, que cada vez son más finos ante la mayor sofisticación de los materiales superabsorbentes.

    Según Lara Freidenfelds, una historiadora que entrevistó a decenas de mujeres sobre sus experiencias con la menstruación para su libro The Modern Period, todos estos avances pueden parecer graduales, pero añaden grandes cambios en la experiencia.

    «Los adhesivos o las alas parecen pequeñas mejoras del producto, pero en realidad la gente hablaba como si fueran importantísimas. Como si fuera algo enorme que mejorara vidas», afirma.

    Los tampones no huyeron el plástico

    Elizabeth Arveda Kissling, experta en estudios de género en la Universidad del Este de Washington y autora de Capitalizing on the Curse: The Business of Menstruation, explica que en la primera parte del siglo XX muchos médicos y miembros del público mostraban aprensión ante la idea de que las mujeres —sobre todo las jóvenes— entraran en contacto con los genitales durante la inserción del tampón. 

    Los inventores pensaban que quizá el tampón podría insertarse de forma más «recatada» e higiénica con un aplicador.

    La primera patente estadounidense de tampones, que data de 1929, incluía un diseño de un tubo aplicador de cartón telescópico. Otros sugerían acero inoxidable o incluso vidrio. Para los 70, los plásticos ya podían moldearse en formas redondeadas suaves, finas y flexibles, perfectas para aplicadores de tampones, según pensaban algunos diseñadores.

    Pero el aplicador no es el único elemento de plástico: muchos tampones incorporan fragmentos de plástico en la parte absorbente. Una fina capa suele sostener la apretada parte de algodón. Y, en algunos casos, el hilo está hecho de poliéster o polipropileno.

    Un envase destinado a la privacidad

    Para mediados de siglo, los principales actores del mercado de productos menstruales estadounidense competían ferozmente por encontrar clientes, pero se les agotaban los avances tecnológicos que anunciar. Para destacar, las empresas idearon más formas nuevas de ofrecer a sus consumidores opciones discretas de compra, uso y su carácter desechable.

    La obsesión con la discreción era la tradición. En los años 20, Johnson and Johnson imprimieron vales en sus anuncios de revistas para la gama de compresas «Modess». Las mujeres podían recortarlos y entregarlos discretamente en la farmacia, y a cambio recibían una caja casi sin marcas.

    Pero conforme las tornas cambiaron hacia productos desechables y portátiles y los propios productos menguaron, los envases se centraron en paquetes individuales. Las menstruantes necesitaban introducir los productos en una bolsa y mantenerlos limpios, llevarlos de la mesa al baño, y después del baño a una pequeña papelera de desechos.

    Eso se tradujo en envoltorios de plástico para todo. En 2013, los proyectos de envases discretos alcanzaron su auge cuando Kotex presentó un tampón con un «envoltorio más blando y silencioso para mantenerlo en secreto», diseñado para una apertura silenciosa. ¿Y para desecharlas? Hay plásticos que también ayudan en esa parte del proceso. En algunos baños públicos había paquetitos con bolsas de plástico perfumadas en las paredes de cada cubículo para contener y ocultar los productos higiénicos usados en su corto trayecto del cubículo a la papelera.

    «Aún vendemos vergüenza con los productos menstruales», afirma Kissling.

    ¿Un futuro de plástico?

    Las nuevas versiones envueltas en plástico de los tampones y las compresas han mejorado enormemente la experiencia de muchas mujeres cuando tienen la regla. Pero también han enganchado a generaciones de mujeres y otros menstruantes a productos con plástico que viven durante al menos 500 años tras el fin de su breve utilidad.

    No tiene que ser así necesariamente. En Europa, la mayoría de los tampones se venden sin aplicadores. En Estados Unidos, las alternativas despiertan cada vez más interés. En una encuesta reciente, casi el 60 por ciento de las mujeres encuestadas consideraban un producto reutilizable (casi un 20 por ciento ya eran usuarias).

    ¿Planeta o plástico?

    Cosas que puedes hacer para formar parte de la solución:

    1. Prueba la copa menstrual o productos reutilizables.

    2. Opta por tampones sin aplicador y hechos con fibras naturales.

    «Se trata de un cambio tectónico en la forma de pensar de las mujeres respecto a la gestión de la regla», afirma Susannah Enkema, investigadora del Shelton Group que trabajó en la encuesta.

    Una de las alternativas más populares es la compresa reutilizable, una versión mejor diseñada de una tecnología muy antigua. También se ha optado por las copas menstruales, otra tecnología antigua cuya popularidad ha resurgido recientemente. Algunas empresas diseñan ropa interior que absorbe directamente la sangre del periodo y que puede lavarse y utilizarse varias veces, mientras que otras menstruantes optan por sangrar libremente durante la regla, rechazando el estigma tradicional que procede de la evidencia visible de una de las realidades biológicas más básicas.

    Según Bobel, acabar con el estigma de la menstruación es fundamental para avanzar hacia un futuro con más conciencia social y medioambiental.

    «No niego que necesitemos algo donde sangrar», afirma. «Y, al mismo tiempo, quiero reconocer que nos engañamos si afirmamos que promover un producto va a solucionar el estigma. No lo hará».

    Ella cree que cambio llegará cuando cambien las conversaciones.

    Esta historia forma parte de ¿Planeta o plástico?, una iniciativa plurianual para crear conciencia sobre la crisis global de desechos plásticos. Ayúdanos a evitar que mil millones de objetos de plástico de un solo uso lleguen al mar para finales de 2020. Elige al planeta. Comprométete en www.planetaoplastico.es.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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