El ginkgo estuvo a punto de extinguirse: así se salvaron estos «fósiles vivos»

Estos árboles antiguos persistieron durante casi 200 millones de años hasta casi desaparecer. Ahora crecen en las calles de las ciudades.

Por Sarah Gibbens
Publicado 1 dic 2020, 12:51 CET, Actualizado 6 oct 2023, 15:11 CEST
Un árbol ginkgo de 1000 años de antigüedad

Los turistas visitan un árbol ginkgo de 1000 años de antigüedad en la provincia de Sichuan, en China. Durante el otoño, la hojas de ginkgo se vuelven de color amarillo antes de caerse del árbol.

Fotografía de VCG, Getty Images

En las calles de Manhattan y Washington D.C., en los barrios de Seúl y en los parques de París, los ginkgos pierden poco a poco sus hojas amarillas reaccionando a las primeras rachas de gélido aire invernal.

Cada año, la caída de las hojas, que al principio es gradual y después repentina, cubre las calles de una alfombra de hojas doradas en forma de abanico. Pero en todo el mundo, los científicos están documentando evidencias de que el fenómeno ocurre cada vez más tarde, una posible indicación de cambio climático.

«La gente nos pregunta cuándo puede venir a ver el pico de color de los ginkgos y solemos decir que el 21 de octubre», afirma David Carr, director de la Granja Experimental Blandy de la Universidad de Virginia, que alberga The Ginkgo Grove, un arboreto con más de 300 ginkgos.

Carr, que ha trabajado en The Ginkgo Grove desde 1997, dice que la tendencia hacia otoños más cálidos y hacia cambiar el color de las hojas en un momento posterior de la estación es perceptible. «Hoy en día parece acercarse más a finales de octubre o la primera semana de noviembre».

Pero no es la primera vez que la especie antigua afronta grandes cambios climáticos. Y la historia de los ginkgos no es la típica de descuido humano con la naturaleza.

Gracias a los fósiles hallados en Dakota del Norte, los científicos saben que la especie Ginkgo biloba ha existido en su forma actual durante 60 millones de años; tiene ancestros genéticamente similares que se remontan a hace 170 millones de años, al Jurásico.

En su línea temporal de casi 200 millones de años, «quedaron reducidos de forma gradual. Casi se extinguieron. Después tuvieron un renacimiento que viene de su asociación con los humanos», afirma Peter Crane, autor del libro Ginkgo y uno de los principales expertos mundiales en ginkgos.

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, una organización que supervisa la supervivencia de las especies de la Tierra, clasifica el árbol como especie en peligro de extinción en el medio natural. Se cree que solo existen unas pocas poblaciones raras en China. Este otoño, cuando camines bajo esos abanicos dorados diseminados sobre las aceras oscurecidas por la lluvia, te toparás con algo raro: una especie que los humanos rescataron del olvido natural y que propagaron por todo el mundo. Es «una gran historia evolutiva y también una gran historia cultural», afirma Crane.

Hoy en día existen cinco tipos diferentes de plantas que producen semillas: las angiospermas, las más abundantes; las coníferas, plantas con conos; las gnetales, un grupo diverso de unas 70 especies como arbustos de los desiertos, árboles tropicales y enredaderas; las cicadáceas, otro grupo antiguo de árboles similares a palmeras, y el solitario ginkgo. En la familia Ginkgoaceae del reino vegetal, solo queda una especie viva, la Ginkgo biloba.

Los científicos creen que, en el pasado, el mundo contenía muchas especies diferentes de ginkgo. Las plantas fosilizadas halladas en una mina de carbón en la región central de China que se remontan a hace 170 millones de años muestran árboles ginkgo con solo ligeras variaciones en la forma de sus hojas y en el número de semillas.

Un ginkgo con hojas amarillas en otoño. A diferencia de la mayoría de los árboles, que pierden sus hojas de forma gradual, los ginkgos suelen perderlas todas a la vez.

Fotografía de Werner Layer, Mauritius Images Gmbh, Alamy

La especie suele describirse como fósil viviente —una categoría en la que también figuran el cangrejo cacerola y el helecho Osmunda regalis— porque es un resto de un grupo que antes era diverso y que existió hace millones de años. Como el ginkgo es una especie tan antigua, retiene características que no suelen observarse en árboles modernos.

Los ginkgos son machos o hembras y se reproducen cuando el espermatozoide de un árbol macho, transportado por los granos de polen que flotan en el viento, conecta con una semilla de un árbol hembra y la fertiliza, similar al proceso de fecundación humana. También muestran señales de posible cambio de sexo, de macho a hembra. Es raro observar el fenómeno en ginkgos y no se entiende del todo, pero se cree que a veces los machos producen ramas hembra como garantía para asegurar la reproducción.

Una teoría sobre la desaparición de las especies de ginkgo del mundo comienza hace 130 millones de años, cuando las angiospermas empezaron a diversificarse y propagarse. Ahora existen más de 235 000 especies de angiospermas. Evolucionaron y proliferaron rápidamente, creciendo más rápido y utilizando frutas para atraer herbívoros y pétalos para atraer a más polinizadores que los ginkgos.

«Es posible que [los ginkgos] quedaran lado al enfrentarse a la competición de las plantas más modernas», afirma Crane.

Los ginkgos, que ya competían para sobrevivir, empezaron a desaparecer de Norteamérica y Europa durante el Cenozoico, una era de enfriamiento global que empezó hace unos 66 millones de años. Para cuando terminó la última glaciación, hace 11 000 años, los supervivientes se habían quedado relegados a China.

Un arreglo de hojas de ginkgo, que son de color verde antes de volverse amarillas en otoño.

Fotografía de Darlyne A. Murawski, Nat Geo Image Collection

La adopción humana

Los ginkgos son manifiestamente apestosos. Las hembras producen semillas con una capa exterior carnosa que contiene ácido butírico, el olor característico del vómito humano.

Respecto a por qué desarrollaron un hedor tan penetrante, «supongo que se los comían animales a los que les gustaban las cosas apestosas. Después pasan por los intestinos y germinan», afirma Crane.

Estas mismas semillas podrían haber ayudado al ginkgo a ganarse el favor de los humanos hace mil años. Una vez se limpia la capa exterior, las semillas de ginkgo se parecen a los pistachos. Fue entonces, con los árboles desaparecidos en otras partes, cuando las personas de China podrían haber empezado a plantarlos y a comerse sus semillas, indica Crane. (Las semillas de ginkgo son comestibles solo una vez se retira su capa exterior tóxica.)

La planta llegó a Europa cuando el naturalista alemán Engelbert Kaempfer viajó a Japón a finales del siglo XVII y, según se cree, adquirió ginkgos de China. En la actualidad, el ginkgo es uno de los árboles más comunes en la costa este de los Estados Unidos. Al parecer, tiene resistencia natural a los insectos, los hongos y los niveles elevados de contaminación atmosférica y sus raíces pueden crecer bajo el hormigón.

Hasta principios el siglo XX se creyó que la especie estaba extinta en el medio natural hasta que se descubrió una población supuestamente no domesticada en el oeste de China. Un trabajo publicado en 2004 discrepó y sugirió que esos árboles habían sido cultivados por antiguos monjes budistas, pero que también podrían existir otros refugios de ginkgos en el sudoeste del país.

Entonces, en 2012, un nuevo estudio citó evidencias de que existía una población silvestre en las montañas Dalou del sudoeste de China.

«Creo que [también] podría haber algunas poblaciones de ginkgos silvestres en áreas de refugio de la China subtropical. Pero necesita más exploración», afirma Cindy Tang, ecóloga de la Universidad de Yunnan y autora del estudio de 2012. Esas poblaciones silvestres son un posible tesoro de diversidad genética para los criadores que intentan mejorar la especie domesticada.

Con todo, Crane no teme por su futuro. La popularidad de la especie la ayudará a sobrevivir. «Aunque su situación en el medio natural sea precaria y de difícil acceso, es una planta que probablemente no se extinguirá», afirma Crane.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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