Este hombre viajó de la India a Suecia en bicicleta por amor

Inspirado por una profecía, PK Mahanandia viajó más de 6.450 kilómetros.

Por Simon Worrall
Publicado 9 nov 2017, 4:18 CET
PK Mahanandia
Pradyumna Kumar Mahanandia con su mujer Lotta en su casa en Suecia, cerca de Boras.
Fotografía de Stefan Volk, Laif, Redux

Pradyumna Kumar «PK» Mahanandia nació como un «intocable» en el este de la India, en la región que inspiró El libro de la selva de Rudyard Kipling. Como miembro de una de las castas más bajas de la India, carecía de esperanzas para escapar de la pobreza y de la discriminación. Sin embargo, un encuentro fortuito con una rica mujer sueca —y el viaje épico que realizó en bici atravesando continentes para estar con ella— cambió su vida y cumplió la profecía que le habían dado cuando nació.

La saga de Kumar ha sido narrada por Per J. Andersson en el libro The Amazing Story of the Man Who Cycled From India to Europe for Love, y se rumorea que quizá podría llegar a ser una película de Hollywood con el actor Dev Patel.  National Geographic habló con Mahanandia por teléfono en su casa de Suecia, y nos reveló cómo fue viajar por el «sendero hippie» en la década de 1970, si su viaje hubiera sido posible ahora en medio de la crisis migratoria y de refugiados, y cómo el secreto de un matrimonio feliz es dejar tu ego fuera de casa.

Cuando naciste, el astrólogo de la aldea tuvo una profecía sobre ti. Cuéntanos qué dijo.

En mi pasaporte pone que nací el 5 de diciembre de 1951, pero más tarde descubrí que en realidad fue dos años después de la independencia, en 1949. En la India, es común que los padres llamen a un astrólogo cuando un recién nacido llega al mundo. Según la profecía, mi mujer y yo no íbamos a tener un matrimonio concertado, como muchas otras personas en la India. También les dijo a mis padres que mi mujer vendría de tierras lejanas y que nacería con el signo del zodíaco de Tauro, que sería la dueña de una jungla o bosque, y que sería una música, intérprete de flauta. Creí con fuerza en la profecía y ahora sé que todo en este planeta está planificado.

He oído que Rudyard Kipling vivió cerca de tu aldea y los mitos de tu gente inspiraron su clásico, El libro de la selva. Háblanos de tu infancia. ¿Creciste como Mowgli?

Lo pronunciábamos como «Mongoli», que quiere decir «amanecer», pero en inglés dicen «Mowgli». Es un nombre que no encontrarías en Bombay o Delhi. Pero es un nombre tribal común. Mi abuelo me contó que un hombre llamado Valentine Ball visitó mi aldea en la década de 1880 y escribió un libro, Jungle Life in India, que inspiró a Rudyard Kipling. La zona en la que crecí fue el primer gobierno de la jungla del Raj británico. Se encuentra en el centro de Orissa y se llama Angul actualmente. Mi aldea se encuentra en el río Mahanadi. Allí es donde nací, entre el río y las montañas.

Mowgli también era un «intocable», ¿no? ¿Puedes hablarnos de este sistema de castas y de cómo ha condicionado tu vida?

El sistema de castas en la India es racismo organizado. En casa, cuando era niño, no lo sentía, pero cuando empecé a ir a la escuela entré en contacto con los hindúes. Allí sentía que no era igual que ellos. Era como un rascacielos sin ascensor. Nacías en un piso y morías en ese mismo piso.

El acoso escolar es un problema que permanece en la sociedad actual y, como intocable, sufriste acoso siendo niño. ¿Podrías hablarnos de esas experiencias y de cómo lidiaste con el acoso cuando te convertiste en profesor en Suecia?

El acoso escolar era aceptado por la sociedad de los Maharajás.  Pero cuando nací, en la India independiente, se suponía que la ley me protegía. Sin embargo, eso no funcionaba. A mi abuela se le permitía sentarse en la clase, mientras que yo tenía que sentarme fuera. Pensaba «Dios mío, ¡era mejor con los británicos!». Hoy, la gente está regresando a esa actitud de casta, al viejo racismo. No culpo a los indios. Son personas amables. Es el sistema el que hace que se comporten así.

Cuando me convertí en profesor en Suecia, había un niño muy alto que maltrataba a los otros. Grité en voz alta en mi lengua materna «¡arrodíllate!». Más tarde me dijo que vio fuego en mis ojos. Yo estaba saltando y se asustó tanto que se arrodilló. [Se ríe]. El chico ya es un adulto ahora, pero todavía nos vemos de vez en cuando y nos reímos sobre aquel día.

Después de abandonar tu aldea, te convertiste en un artista callejero en Delhi. Te convertiste en amigo de muchas personas famosas, incluyendo la astronauta rusa Valentina Tereshkova y el primer ministro Indira Gandhi. Háblanos de aquella época.

Cuando nací me dijeron que estaría trabajando con los colores y el arte. Era rápido a la hora de dibujar. Finalmente obtuve una beca de Orissa para asistir al College of Art, inaugurado por los británicos en 1942.

Se suponía que no podía pintar imágenes en las calles, así que la policía solía llevarme a comisaría. La verdad es que fue bastante agradable. Solía dormir allí y me daban comida. Era como un vagabundo viviendo entre esperanza y desesperanza. Pero durante tres años aprendí las lecciones de la vida. Empecé a pensar de forma diferente tras conocer a estas personas.

Indira Gandhi invitó a Valentina Tereshkova. La vi un día en la calle, mientras la escoltaban. De alguna forma conseguí colarme entre la gente y estuve cara a cara con ella. Me sonrió y me invitaron al Parliamentary Club de la Sociedad Indo-Soviética. Acabé pintando 10 retratos de Valentina y aparecí en televisión. De un día para otro me convertí en alguien famoso en Delhi.

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Por supuesto, la persona más importante a la que conociste fue la artista callejera que se convertiría en tu futura mujer, Charlotte Von Schedvin. Llévanos de vuelta a esa época y describe el momento en el que ella apareció frente a ti.

Lo recuerdo con claridad: fue el 17 de diciembre de 1975. Una mujer con un pelo rubio y largo y ojos azules se me acercó. Era casi de noche. Cuando apareció ante mi caballete, sentí como si no pesara nada. Las palabras no son lo suficientemente precisas como para expresar tal sentimiento.

Sus ojos eran tan azules y grandes y redondos que sentí que no me miraba a mí, sino que miraba dentro de mí, ¡como una máquina de rayos X! Pensé que tenía que hacer justicia a su belleza. Pero no pude hacerlo la primera vez. Estaba nervioso, mi mano temblaba. Así que le dije: «¿Sería posible que volvieses mañana?». Volvió tres veces más e hice tres retratos. Cada vez que le pedía 10 rupias, ella me daba 20. Le dije: «¡No! No deberías darme más porque eres tan hermosa que nunca aceptaría un pago doble de una mujer como tú. Solo de hombres calvos». [Se ríe].

Mahatma Gandhi se reúne con «intocables», miembros de las castas más bajas de la India, en 1926. Pese a los esfuerzos de Gandhi, Mahanandia y otros «intocables» todavía se enfrentaron a la discriminación muchos años después.
Fotografía de Alamy

¿Pensaste en la profecía?

¡Sí! Después de la segunda vez, sentí que ella era la indicada. Era de una tierra lejana. Le pregunté si había nacido con el signo de Tauro. «Sí», me dijo. Después le pregunté: «¿Eres la propietaria de una jungla?». Me dijo: «Sí, tengo un bosque». «¿Tocas la flauta?». «Sí, me encanta tocar la flauta y el piano».

«Esto se decide en los cielos», dije en un inglés un poco deficiente. «Estábamos destinados a conocernos». Me puse tan nervioso que al principio no lo entendió. Estaba mirando al cielo, sosteniendo mi mano en la suya, y dijo: «¿Qué es lo que se decidió en los cielos?». Le dije: «Estábamos destinados a conocernos y hay más cosas decididas». «¿Cómo lo sabes?», me preguntó. «Si no me crees, puedo darte mi horóscopo. Vas a ser mi esposa», le respondí.

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Tenemos la suerte de también contar con Charlotte entre nosotros. Así que Charlotte, cuéntanos tu lado de esta historia.

[Se ríe]. Desde que era niña, había tenido el deseo de ir a la India. Con 11 años, tuve una profesora que nos enseñó películas en blanco y negro sobre la India, como Elephant Boy. Más tarde, fui a Londres para trabajar y allí entré en contacto con muchas personas de la India y con la cultura india. Fui a un concierto en el Albert Hall con George Harrison y Ravi Shankar. Y también presencié una actuación de danzas tribales de Orissa, el estado de PK, y me hipnotizaron.

Pero avancemos en el tiempo: nos hicimos con una furgoneta Volkswagen, cuatro adultos y un niño de un año. Viajamos desde Suecia a la India y aparcamos cerca de Connaught Place, donde PK estaba pintando sus retratos. Estaba oscuro y vi a un chico con el pelo rizado haciendo retratos. Me sentí atraída de inmediato hacia ese lugar. Fui hasta allí y le pregunté: «¿Podrías hacerme un retrato?». Fue un sentimiento cercano y muy cálido desde el principio, verle con su pelo rizado, su rostro sonriente y sus dientes blancos. [Se ríe].

Volviste tres veces y al tercer día te dice que vas a ser su mujer. ¡Debiste pensar que estaba loco!

[Se ríe]. Lo calmé un poco. No le dije que nos casaríamos. Le dije que iríamos a su aldea natal. Seguí mi corazón. Allí conocí a su padre, a sus hermanos y a su hermana. Me gustaron y yo les gusté. Fue como regresar a casa. Si crees en la reencarnación, tuve una fuerte sensación —y todavía la tengo— de que había vivido en la India antes.

Celebramos una ceremonia tribal. Su hermano mayor fue a su habitación de «puja» y se sentó, meditando durante un tiempo. A continuación salió con una amplia sonrisa y dijo: «Sí, esta es la mujer con quien te vas a casar. Sigue sus pasos».

Mahanandia creció junto a un río en el estado de Orissa en la India. Aquí, un templo sobresale entre la vegetación de la ciudad capital de Bhubaneswar.
Fotografía de The Print Collector, Print Collector, Getty Images

PK, la ruta que tomaste desde la India a Suecia se llamaba el «sendero hippie». Tenías 80 dólares y unos cientos de rupias. Ponnos en situación y háblanos de algunos de los obstáculos que tuviste que superar.

Pasamos 2 o 3 semanas juntos y después se fue. Durante un año y medio no volvimos a reunirnos. Seguimos en contacto pero finalmente pensé que era hora de dar el primer paso. Así que vendí todo lo que tenía y compré una bicicleta.

No viajé solamente en bicicleta. También me llevaron en camiones. Tenía un saco de dormir y dormía sobre las estrellas. A veces la gente me invitaba a sus casas y me daban comida a cambio de dibujos. Escondí los 80 dólares en mi cinturón y nunca los toqué. En el camino, me llegaron cartas de Charlotte: en Kandahar, Kabul y Estambul, lo que me daba fuerzas.

También hice un montón de amigos hippies que me daban de comer, me instruían y me guiaban. No estuve solo. Nunca conocí a nadie que no me gustara. Era una época diferente, un mundo diferente de paz y amor y, obviamente, libertad. El mayor obstáculo eran mis propios pensamientos, mis dudas.

Actualmente hay una ola de migración desde naciones más pobres hacia Europa. ¿Crees que tu viaje hubiera sido posible ahora?

Sí. Si hay voluntad, siempre hay un camino. ¡Todo es posible! Depende de cómo pienses. Es más difícil hoy en día, claro. Pero no es imposible. El miedo y la duda son nuestros dos peores enemigos. Es lo que hace que la vida sea difícil.

Has estado felizmente casado con Charlotte durante más de 40 años. Por favor, comparte con nosotros tu secreto para un matrimonio feliz.

Tengo un secreto. ¡No hay secreto! [Se ríe]. El matrimonio es una unión no solo física sino también espiritual. Es un reconocimiento que permite que el amor crezca, como las ondas en el agua.

Cuando entro en casa, dejo mi ego fuera. El ego está conectado a la mente. Llamo a mi mente humana un mono enfadado. Pero cuando dejas tu ego fuera, en el interior de la casa solo queda amplitud.

Esta entrevista ha sido editada por razones de brevedad y claridad.

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