Así son los bailarines enmascarados de Bulgaria que ahuyentan a los espíritus malvados

En una práctica que se remonta a hace milenios, los bailarines kukeri de Bulgaria llevan trajes espectaculares para espantar el mal y atraer el bien.

Por Rachel Brown
fotografías de Aron Klein
Publicado 20 feb 2018, 13:30 CET

«Si alguna vez has visto [a los kukeri], son sencillamente impresionantes», afirma Gerald Creed, profesor de antropología en el Hunter College y el Graduate Center, CUNY. «Acaparan tus sentidos. No puedes apartar la vista».

El ritual es público, muy antiguo y lleno de espectáculo y metáforas. A principios o mediados del invierno, los grupos de kukeri se ponen trajes muy elaborados —con máscaras fantásticas y cinturones con enormes campanas de metal— y acompañan a músicos por las aldeas, siguiendo el ritmo para ahuyentar el mal y atraer el bien.

Esa es la versión sencilla. Creed, cuyas décadas de estudio en Bulgaria le hicieron escribir un libro sobre el kukeri, será el primero en decirte que es mucho más que eso.

Los describe como rituales «polivalentes»: el sonido metálico de las campanas y los impactantes rostros de los disfraces apartan el mal de ojo, pero la trayectoria de baile de los enmascarados por la aldea también invoca la fertilidad de los animales, las personas y la agricultura. Los rituales kukeri también han hecho las veces de ceremonias de mayoría de edad para chicos jóvenes.

La práctica tradicional del kukeri se transmite de padres a hijos. Estos kukeri llevan campanas enormes, disfraces bordados y máscaras fantásticas para participar en el ritual de invierno.
Fotografía de Aron Klein

«Sus orígenes son demasiado antiguos como para conocerlos», afirma Creed, y aunque los elementos centrales del ritual se encuentran por todo el país, «varían mucho según la ubicación, la región y el dialecto».

Por ejemplo, en comunidades cerca de la frontera con Macedonia, donde la ganadería es fundamental, el ritual a veces se conoce como survakari, tiene lugar en torno a Año Nuevo cuando las cabras y ovejas dan a luz y se llevan trajes y máscaras con motivos animales sobre atuendos de lana. El kukeri podría estar más vinculado a las economías agrícolas de los valles al sur de los Balcanes y se celebra a mediados de invierno con trajes decorados de forma más abstracta.

Algunos rituales de survakari usan elementos de bodas falsas, en las que un novio y una novia simbólicos van de casa en casa, aceptando regalos a cambio de bendiciones.

Esta práctica tan variable también ha cambiado mucho en la última mitad de siglo. Antes era exclusivamente para hombres jóvenes, pero ahora el kukeri es para mujeres y hombres de todas las edades. Los cambios de actitud sobre los roles de género son sin duda uno de los factores determinantes, según Creed. Pero cuando la población búlgara se vio diezmada por las prácticas agrícolas comunistas de los sesenta y los setenta —y de nuevo por el éxodo masivo de la juventud rural tras el desplome económico de 1989—, mujeres, niños y ancianos empezaron a participar más en el kukeri, sencillamente porque eran de los pocos que quedaban.

Tras la lente

Aron Klein no pretendía ser fotógrafo. «Supongo que me enamoré de la fotografía mientras viajaba», afirma.

Tras varios años fotografiando un festival anual de música en Bulgaria, Klein —que se hospedaba en las casas de las «ancianitas de la aldea»— empezó a interesarse por documentar las ricas tradiciones populares de sus anfitrionas. Y cuando se tropezó con el ritual de kukeri, el proyecto tomó vida propia.

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    El origen de los rituales kukeri no está claro, pero son casi con certeza precristianos. Aunque ahora incorpora algunos elementos cristianos —las celebraciones a mediados del invierno, por ejemplo, suelen coincidir con los primeros días de la Cuaresma—, siguen siendo indudablemente paganos.
    Fotografía de Aron Klein
    Fotografía de Aron Klein

    Klein y Elena Sergova, una fotógrafa búlgara que hizo las veces de intérprete y mediadora, pasaron los dos últimos días de enero reuniéndose con grupos kukeri diferentes durante el Surva, el Festival Internacional de Juegos de Carnaval. Desde 1966, cada vez más kukeri de toda Bulgaria acuden a Pernik, una localidad a las afueras de Sofía, para mostrar sus disfraces y sus bailes.

    «A continuación los seguimos de vuelta a sus aldeas, una especie de viaje por carretera de dos semanas», afirma Klein. «Estuvimos en un cochecito diminuto zigzagueando arriba y abajo por todo el país».

    Una vez la pareja estableció una buena relación con un grupo de kukeri en particular, Klein preparó estos retratos en los paisajes propios de cada aldea. «El paisaje cambia por completo, al igual que la interpretación del ritual», explica Klein. «Quería fotografiar a cada kukeri en su entorno natural».

    Las fotos resultantes, cautivadoras y surrealistas, muestran el arte atrevido de los kukeri con el telón de fondo de un invierno desolador.

    Los trajes de kukeri varían mucho según la región, y en las zonas donde las cabras son esenciales para su estilo de vida, los trajes suelen hacerse a partir de pelo de cabra. Este disfraz muestra el famoso pelo largo de la cabra de Kalofer búlgara.
    Fotografía de Aron Klein

    Qué debes saber antes de viajar

    De Cerdeña a Portugal, los rituales invernales precristianos de carnaval todavía están profundamente arraigados en Europa. Al fin y al cabo, incluso en una era saturada de luz artificial, hay mucha oscuridad que ahuyentar. Para quienes buscan una experiencia que otros podrían dejar pasar, las numerosas diferencias regionales de Bulgaria la distinguen del resto.

    «Bulgaria es muy rural; tiene un encanto postsoviético raro y extravagante», afirma Klein. (Aunque la Bulgaria socialista fue un aliado principal de la URSS, nunca fue un estado soviético en sí mismo) «La gente es muy amable».

    Muchas aldeas donde se practica el kukeri son muy remotas, sobre todo para aquellos sin tiempo para establecer lazos personales. Los festivales de kukeri como el Surva o el festival de mediados de invierno en Yambol son una buena alternativa: aunque es más actuación que ritual, según Creed muestran la diversidad regional de las tradiciones de una forma que sería imposible para una sola aldea.

    Y aunque la red de festivales apareció por primera vez como un intento comunista de eliminar las prácticas regionales del kukeri, Creed señala que la competencia solo favoreció la conservación de los rituales de las aldeas. Pero en los setenta, los gobiernos comunistas reconocieron que los rituales podían emplearse para fomentar el nacionalismo, y para los ochenta eran las mismas autoridades gubernamentales locales las que organizaban los rituales.

    La tradición actual del kukeri está vivita y coleando. Para aprovechar al máximo un viaje a Bulgaria, Klein recomienda alquilar un coche y quedarse en moteles locales y casas de Airbnb, tal y como hizo él durante su proyecto fotográfico.

    Quienes planeen ver con sus propios ojos los kukeri búlgaros deberán tener en cuenta su impacto apoyando a las economías locales y optando por contratar guías locales. Incluso entre los aldeanos más amables, los turistas pueden ser recibidos con «interés yuxtapuesto con animadversión», explica Creed.

    «La gente quiere venir a ver el kukeri, pero los aldeanos no obtienen nada a cambio, porque los turistas se alojan en hoteles y vienen a las aldeas para irse el mismo día».

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