El festival de la Rosa, una tradición búlgara llena de color

Esta fuente de orgullo nacional en los Balcanes de Bulgaria se llena de color cada año.

Por Yana Paskova
fotografías de Yana Paskova
Publicado 7 ago 2018, 11:41 CEST
Festival de la Rosa
Mujeres con vestimenta tradicional búlgara recogen rosas en los campos cerca de Buzovgrad durante el festival anual.
Fotografía de Yana Paskova

El valle de las Rosas de Bulgaria, que abarca unos 140 kilómetros sobre un estrecho intervalo entre los Balcanes, se viste de rosa cada mayo y junio. La región, en su día famosa por fabricar pistolas, munición y armas automáticas durante el comunismo, es célebre por ser una de las mayores fuentes del mundo de un aceite comparado con el «oro líquido». El aceite de rosas se ha ganado este mote por una razón: hacen falta más de 1.400 kilogramos de rosas para producir solo medio kilo de aceite, valorado en entre 3.000 y 5.000 euros. Hoy, las fragantes flores comestibles de las rosas son el símbolo de orgullo nacional de Bulgaria, pero la presión económica y el cambio climático hacen que su futuro sea incierto.

La rosa portadora de aceite más común del valle es la rosa de Damasco (Rosa × damascena). Todavía se desconoce su lugar de nacimiento exacto: muchos registros históricos se remontan a la capital de Siria, Damasco, mientras que otros hacen referencia a la antigua Persia, en Irán. En el siglo XVII, un mercader turco trajo la flor a Bulgaria, donde ahora recibe el nombre no oficial de Rosa kazanlika, en honor a su terreno de cultivo.

La localidad de Kazanlak se considera el corazón del valle de las Rosas y celebra un festival en honor a esta flor el primer fin de semana de junio. Los visitantes disfrutande la recolección de rosas tradicional, el proceso de destilación, danzas folclóricas y rosas colocadas en pasteles, jabones, joyas, vino y rakia (un brandy regional de frutas fermentadas bastante fuerte). Incluso se celebra un desfile en honor a la Reina de las Rosas, escogida entre un grupo de chicas que ha terminado la enseñanza secundaria.

El complejo cultivo de la flor es motivo de celebración. Para Tihomir Tachev y Aleksandrina Aleksandrova, como para muchos productores de rosas, trabajar en sus 18.210 metros cuadrados de rosales en Buzovgrad es un proceso largo, complejo y caro. La plantación de esquejes comienza en otoño, cuando el suelo está listo. Estas labores continúan durante todo el año, con una fertilización persistente, trabajos en tractor, retirada de ramas secas y eliminación de insectos y malas hierbas, algo que suele ser costoso. Finalmente, llega la temporada de cosecha de rosas en mayo y junio.

Penka Pencheva se ocupa de sus plantas durante un festival de recogida de rosas organizado por el municipio.
Fotografía de Yana Paskova
Yonko Yonkov lleva una corona de rosas que fabrica para los invitados a su rosaleda en Osetenovo.
Fotografía de Yana Paskova

Muchos productores de rosas, como Tihomir Tachev y Aleksandrina Aleksandrova, acuden desde varias partes del valle de las Rosas búlgaro para deshacerse de bolsas enteras de flores en las carreteras, en protesta por los bajos precios de compra de las destilerías que procesan el aceite de rosas. El precio del aceite, codiciado por productores de cosméticos y perfumes como Dr. Hauschka y Estée Lauder, sigue siendo muy alto. Pero los precios de las flores han descendido y apenas cubren los costes de producción y mano de obra.

La Reina de las Rosas Mihaela Hadzhieva saluda desde el escenario sobre su trono rosa durante el desfile.
Fotografía de Yana Paskova

Las destilerías argumentan que el mercado está saturado por la aparición de más rosaledas cada año, pero los agricultores sospechan que estas han conspirado para bajar el precio de compra de las rosas. Muchos lugareños dicen que les gustaría que el gobierno regulase toda la cadena entre productores y procesadores, y que fijaran un precio de compra mínimo por contrato. Pero desde la caída del comunismo en Bulgaria en 1989, la economía de mercado del país no ha estado regida por el gobierno, sino por la oferta y la demanda.

Sin embargo, ni el productor de rosas ni el destilador pueden controlar la meteorología. Las rosas prefieren un suelo arenoso, permeable y sin arcilla, y un clima soleado y despejado, con inviernos suaves y humedad suficiente durante el periodo de floración. Estas son las condiciones exactas del valle de las Rosas de Bulgaria, con dos ríos y montañas que lo protegen de la volatilidad atmosférica. La zona suele ser soleada, pero fresca antes del mediodía, con tardes más cálidas y a veces lluviosas. Estas temperaturas durante el periodo de floración provocan la producción de aceite de rosas, que la planta genera como reacción defensiva.

Sin embargo, con condiciones climáticas desfavorables —como temperaturas por encima de lo normal o precipitaciones por debajo de lo normal—, las flores podrían florecer antes y todas a la vez, sin permitir la ventaja habitual de una floración más lenta y gradual en altitudes diferentes. Este cambio podría reducir el marco temporal de la cosecha de rosas, de tres semanas, y los productores están más presionados para actuar con rapidez.

Las mujeres hacen coronas de rosas en los campos de Buzovgrad.
Fotografía de Yana Paskova
Hombres y mujeres con vestimenta tradicional empiezan a bailar el horo, una danza folclórica acompañada por un acordeón y tambores en las rosaledas de Buzovgrad.
Fotografía de Yana Paskova

Krastina Malcheva, ingeniera adjunta del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología, explica que incluso los pequeños cambios en el clima del valle podrían afectar a la producción de rosas. «Ha existido una tendencia general de aumento de las temperaturas en junio y, aunque ha llovido con más intensidad en mayo durante los últimos 15 años, si se examinan todos los datos del último siglo, vemos un ligero descenso general de las precipitaciones junto a este aumento de las temperaturas».

La temporada de recolección de rosas de este año fue una semana más corta para Tachev y Aleksandrova, que sospechan que las condiciones más secas y cálidas estimularon una floración más rápida. «Tenemos que [trabajar] más rápido, con más mano de obra, y no hay más peones porque todos tienen rosas que recoger», explica Aleksandrova. «Así que recogemos las rosas hasta una hora más tarde de la que deberíamos, cuando el aceite ha empezado a evaporarse de la flor».

Tanto a agricultores como recolectores de rosas les preocupa la sostenibilidad de su producto, pero es difícil imaginarse el valle —o Bulgaria en su conjunto— sin estas rosas, símbolo de identidad nacional. En Kazanlak, una rosa es una marca intocable: aparece en la ropa y las joyas de los transeúntes, inspira nombres de museos y hoteles, destaca como tatuaje en el brazo de un recolector de rosas o decora pasteles en el mercado de la localidad. Y, claro está, se observa una combustión de color en los rosales que proliferan enérgicamente.

«Cultivar rosas es una lucha complicada», afirma Tachev sobre el delicado proceso. «La agricultura es un laboratorio a cielo abierto, ¿no? Está abierta a ti, pero no depende del todo de ti. Mi abuela solía decir que, hasta que la recoges, no es tuya. Una granizada, y adiós».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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