La vida cotidiana en los viejos trenes de Cuba

Este sistema ferroviario fue el primero de Latinoamérica y uno de los más antiguos del mundo.

Por Abby Sewell
fotografías de Eliana Aponte
Publicado 2 oct 2018, 16:09 CEST

En la intersección del océano Atlántico, el golfo de México y el Caribe, el país insular de Cuba lleva mucho tiempo aislado por los mares. Quizá te sorprenda saber que fue el primer país de Latinoamérica —y uno de los primeros del mundo— que desarrolló un sistema de ferrocarril.

Los productores de azúcar impulsaron la construcción de las vías férreas en busca de un sistema de transporte eficiente para trasladar la caña de azúcar del campo al molino. Las operaciones de estas empresas se vieron obstaculizadas por el mal estado de las carreteras del país y las inundaciones que solían afectarles durante la estación lluviosa: el tren fue la solución.

Así, se inauguró la primera línea ferroviaria de Cuba en 1837, una época en la que solo otros seis países del mundo contaban con ferrocarriles. La red se expandió rápidamente y, para principios del siglo XX, la Hershey Chocolate Corporation entró en el mercado, construyendo su propia serie de líneas ferroviarias eléctricas en Cuba.

Un tren circula por el campo en dirección a San Antonio de los Baños desde La Habana.
Fotografía de Eliana Aponte

Hoy, el ferrocarril cubano, construido históricamente para atender las necesidades de los barones del azúcar del siglo XIX, sirve a la población rural del país. El país posee unos 8.000 kilómetros de vías que ofrecen acceso al 97 por ciento de los cubanos. Los trenes suponen un medio de transporte asequible —aunque no siempre eficiente ni fiable— para desplazarse por la isla.

Aunque algunos turistas recorren la ruta Hershey desde La Habana a Matanzas, son los lugareños quienes utilizan el resto de la red ferroviaria del país para ir al trabajo, visitar a amigos o familiares y hacer recados. Para viajar hace falta paciencia, ya que el tren sigue su propio horario, que rara vez coincide con el horario oficial.

Cuando la fotógrafa colombiana Eliana Aponte, que vive en La Habana, decidió iniciar su proyecto de fotografiar los trenes, tuvo que resignarse al ritmo lento del viaje.

«Cuando decidí ir a Santiago de Cuba en tren, me dijeron: ‘¿Estás loca? Te vas a pasar tres días intentando llegar’», recuerda Aponte. «Les dije que no me importaba, que quería hacerlo».

Como era de esperar, el tren salió de La Habana con dos horas de retraso y su progreso fue lento durante lo que acabó siendo un viaje de 24 horas. Sin embargo, Aponte cuenta que se vio recompensada con vistas de la puesta de sol en el campo desde las ventanas del tren, y escenas de la vida cotidiana a mientras los pasajeros sacaban provecho del trayecto. Un viajero había traído un colchón para tumbarse en el pasillo. Mientras otros pasajeros dormitaban incómodamente en sus asientos, él dormía relativamente cómodo.

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    Los niños miran por las ventanas en la estación de tren de San Antonio de los Baños.
    Fotografía de Eliana Aponte

    Para Aponte, la anécdota supone un símbolo del espíritu sufrido de los habitantes rurales de Cuba, encapsulado en la expresión «no cojas lucha».

    «Es como avanzar en la vida», afirma.

    Con financiación internacional, el país pretende modernizar su sistema ferroviario para 2030. La legislación aprobada recientemente permitirá a empresas extranjeras operar los ferrocarriles cubanos por primera vez desde que el sistema se nacionalizó hace 60 años, y tanto Rusia como Francia se han comprometido a invertir en el sistema, una medida que llevará los ferrocarriles cubanos hacia el futuro.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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