Estos búnkeres albaneses, antaño secreto de Estado, se han convertido en museos

El arte y las ideas creativas alejan a Tirana, la dinámica capital de Albania, de su pasado comunista.

Por Jennifer Barger
fotografías de Alessio Mamo
Publicado 25 mar 2021, 11:34 CET
Bunk’Art 2, un museo de historia y arte

En el centro de Tirana, Albania, una entrada abovedada lleva al Bunk’Art 2, un museo de historia y arte dentro de un refugio nuclear subterráneo de la época comunista.

Fotografía de Alessio Mamo

En muchos antiguos países del Bloque del Este, las bolas de demolición y el progreso social derribaron edificios comunistas y estructuras militares de la Guerra Fría tras la caída del muro de Berlín. En Tirana, la capital albanesa rodeada de montañas, el gobierno y los artistas locales han optado por formas más dinámicas e inusuales de abrirse camino para salir de años de dictadura y depresión económica.

Las mansiones ruinosas de la era otomana se han pintado en tonos naranjas y amarillos; los edificios medianos de la época estalinista hacen las veces de lienzos gigantescos para obras abstractas cubistas de tonos brillantes o franjas arcoíris. En gran medida, esto se debe al exalcalde Edi Rama, un pintor convertido en político (y actual primer ministro de Albania) que en el 2000 puso en marcha una iniciativa de embellecimiento urbano en la que los artistas adornaron fachadas de edificios antiguos y los trabajadores municipales plantaron 55 000 árboles y arbustos en espacios públicos.

El Museo Nacional de Albania se encuentra en la plaza central de Skanderberg, donde se celebraron las protestas de principios de los años noventa que condujeron a la caída del comunismo en Albania.

Fotografía de Alessio Mamo

En el centro de Tirana, la entrada al Bunk’Art 2 lleva a un refugio antibombas subterráneo de la época comunista que se ha convertido en museo de arte e historia. La entrada se construyó para que se pareciera a uno de los búnkeres de artillería de dos personas presentes por toda Albania.

Fotografía de Alessio Mamo

«Y cuando los colores surgieron por doquier, un sentimiento de cambio empezó a transformar el espíritu de la gente», dijo Rama en una charla TED. «Reavivó la esperanza que se había perdido en mi ciudad». Ahora, residentes y turistas utilizan los edificios de vivos colores como fondos para selfis y el gobierno alega que la pintura ha contribuido a la disminución de la delincuencia y el aumento del orgullo local.

El arte y las pinturas públicas no son las únicas fuerzas que están sacando a esta pequeña capital de los Balcanes de la opresión de la época comunista. En Tirana, los antiguos búnkeres militares albergan museos de historia y las galerías salpican los barrios que antes estaban reservados a los altos cargos del partido.

Un dictador paranoico y su obsesión con los búnkeres

Hasta hace una o dos décadas, el souvenir más común que te podías llevar de Tirana era un cenicero de alabastro en forma de búnker, no un selfi sacado frente a un edificio colorido. Estas baratijas abovedadas rinden un irónico tributo a los más de 173 000 búnkeres (bunkerët) que en su día salpicaron Albania y su capital, un sombrío recordatorio del régimen del dictador Enver Hoxha entre 1941 y 1985.

Hoxha, brutal con sus ciudadanos y manifiestamente paranoico, creía que los países vecinos Grecia y Yugoslavia, así como los antiguos aliados soviéticos, querían invadir Albania. Por eso entre los años sesenta y principios de los ochenta, erigió miles de fuertes de hormigón por todo el país que oscilaban en tamaño desde iglúes de dos personas hasta refugios subterráneos de varias habitaciones. (Para hacerte una idea de lo generalizado que fue el programa, no te pierdas el reciente documental Mushrooms of Concrete.)

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    Los búnkeres de hormigón abandonados en un acantilado de la península del cabo de Rodon, en el este de Albania.

    Fotografía de Alessio Mamo

    Su construcción aisló aún más al país y agotó su dinero y energía, convirtiéndolo en uno de los más pobres de Europa. Al final, todo ese cemento fue en vano. «Hoxha se gastó miles de millones en su sueño de “bunkerizar” (bunkerizimi) cada centímetro de Albania, esclavizando y llevando a toda la población al borde de la hambruna», afirma Admirina Peçi, periodista e historiadora local. «Pero la historia ha demostrado que el riesgo real de ataques era cero».

    Hoy, aunque muchos búnkeres se han derrumbado o destruido, quedan cientos, convertidos en graneros de animales, pintados para que parezcan flores a las afueras de la ciudad o como escondites donde los adolescentes se besuquean. En algunos de los complejos hoteleros de la costa adriática de Albania (a casi una hora al oeste de Tirana), las cúpulas de cemento se han convertido en puestos de comida y vestuarios. Elesio Resort, en Golem, ha convertido el búnker de su sótano en un balneario; su cúpula abovedada, que sobresale en el restaurante del hotel, está cubierta de estantes donde se sirve el bufé del desayuno.

    Escondites de la Guerra Fría convertidos en museos 

    La readaptación más elaborada de estas estructuras apocalípticas es Bunk’Art, un par de museos de historia y galerías de arte ubicados en dos refugios nucleares subterráneos construidos para Hoxha y sus aliados. Entre salas austeras sin ventanas y gruesos portones de acero cuyo fin era proteger a los líderes del partido de un ataque nuclear, los vídeos, artefactos y obras de arte contemporáneo profundizan en la historia de la Albania del siglo XX, incluida la ocupación fascista italiana entre 1939 y 1944, así como la era comunista.

    «Era cada vez más difícil cruzarse con símbolos del régimen de Hoxha. Los únicos restos del comunismo eran los miles de búnkeres repartidos por todo el país como setas de hormigón», dijo Carlo Bollino, periodista nacido en Italia pero afincado en Albania que ayudó a fundar Bunk’Art en 2014. «Un museo dentro de búnkeres antibombas parecía una fórmula para mostrar la historia».

    El túnel en las montañas a las afueras de Tirana, Albania, lleva hasta Bunk’Art 1. El museo y espacio cultural ubicado en un refugio nuclear de la Guerra Fría explora la brutal historia comunista del país.

    Fotografía de Alessio Mamo

    Las salas sin ventanas de Bunk’Art 1 muestran máscaras de gas de la época comunista y otros artículos diseñados para sobrevivir a un ataque nuclear.

    Fotografía de Alessio Mamo

    Un busto del exdictador albanés, Enver Hoxha, suspendido en una canasta de baloncesto en Bunk’Art 1.

    Fotografía de Alessio Mamo

    Ambos Bunk’Art —uno a las afueras de Tirana, el otro en el centro de la ciudad— albergan una mezcla ecléctica de arte e historia. Una exposición acerca del énfasis excesivo en los deportes en la época de Hoxha recrea astutamente el gimnasio de un colegio; una canasta de baloncesto sostiene un busto del dictador. A la entrada del Bunk’Art 2 del centro, fotografías antiguas de los albaneses asesinados por el gobierno comunista cubren la entrada abovedada mientras se reproduce una grabación de los recuerdos de sus parientes.

    «Los albaneses tienen una relación sólida con la narración del pasado», afirma Driant Zeneli, un artista audiovisual de Tirana que tiene obras en Bunk’Art. Como los artistas solo han podido expresarse libremente desde la caída del comunismo en 1990, Zeneli cree que la comunidad está compensando el tiempo perdido. «En la actualidad, Albania es un lugar de grandes ideas y energía, donde los artistas están traduciendo la transición de una larga dictadura. Es la mirada de una generación que comprende su pasado y tiene la vista puesta en el futuro».

    Algunos activistas y albaneses más jóvenes creen que aún debe hacerse más para preservar las estructuras militares de la Guerra Fría, y utilizarlas para relatar un periodo de la historia marcado por los campos de trabajos forzados y los brutales interrogatorios por la policía secreta, la Sigurimi. 

    «No hay política de la memoria, ningún deseo por parte del Ministerio de Cultura de Albania de afrontar el legado comunista ni un pensamiento estratégico sobre qué hacer con los búnkeres», dice Ivo Krug, confudador de Tek Bunkeri, una ONG con sede en tirana que trabaja para readaptar los búnkeres y revivir las comunidades rurales. En 2017, el grupo convirtió un túnel de cemento a las afueras de Tirana en una exposición efímera de artes y cultura y espera convertir en museo de historia un enorme refugio subterráneo en Vlora, ciudad Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en el oeste de Albania.

    Una ciudad coloreada por el arte

    Aunque algunos críticos alegan que readaptar o pintar las estructuras de la Guerra Fría es una reparación de bajo coste de la infraestructura ruinosa (o un lavado de cara de la oscura historia albanesa), estos cambios creativos han traído optimismo y avances a una ciudad que antes se consideraba aburrida y económicamente deprimida. Las paredes resplandecientes en los barrios más antiguos, como Pazari i Ri y Ali Demi, atraen a los turistas, y los murales callejeros, prohibidos en tiempos comunistas, han florecido por toda la ciudad.

    «El color era casi inexistente en los espacios públicos [hasta la década del 2000], pero día tras día aparecían hojas gigantes, figuras geométricas, puntos y palabras en las fachadas de los edificios», cuenta la artista local Ledia Konstandini, que ha hecho una crónica de la ciudad cambiante con ilustraciones y fotografías. «Al principio, parecían fuera de lugar. Pero cuantas más fachadas decoradas había, más naturales parecían. Las personas superaron el miedo y las barreras con colores, y se han convertido en parte de nuestra identidad urbana».

    Un hombre sentado en un parque del centro de Tirana, con la mezquita de Namazgja de fondo.

    Fotografía de Alessio Mamo

    No muy lejos de la plaza central de Skanderberg (un tributo al héroe del siglo XV que luchó contra los turcos), la Galería Nacional de Arte entrelaza el pasado y presente de Albania. Las obras contemporáneas —esculturas sonoras, fotoperiodismo— acompañan una gran exposición de cuadros y dibujos del «realismo socialista». 

    Los artistas de mediados del siglo XX, «guiados» por el gobierno opresor, crearon imágenes idealizadas de granjas y campesinos felices. Las imágenes bonitas —los aldeanos con elaborados trajes folclóricos de Kolë Idromino, las operarias de fábricas con velo de Isuf Sulovari— sugieren una utopía socialista pasada opuesta a las exhibiciones de Bunk’Art.

    A varias manzanas al sur, hay otro símbolo ruinoso del pasado comunista albanés, la Pirámide de Tirana. Construida en 1988 como tributo a Hoxha, este gigante de cemento y cristal ha quedado abandonado en las últimas décadas. Pero en febrero comenzó una renovación futurista del monstruo brutalista. El espacio se convertirá en una escuela de CTIM y centro cultural y contará con un tobogán exterior.

    Al igual que la mayoría de los cambios en los espacios históricos de Tirana, la posible reforma de la pirámide ha suscitado polémica. «Mucha gente considera que estas cosas son como maquillaje, como poner pintalabios en una cara vieja», afirma Konstandini. «Como artista, creo en el lenguaje urbano y creo que Tirana está aprendiendo un nuevo vocabulario para expresar su vida y temperamento».

    Jennifer Barger es redactora de viajes en National Geographic. Síguela en Instagram.

    Marta Bellingreri es una escritora italiana. Síguela en Twitter.

    Alessio Mamo es un fotógrafo siciliano. Síguelo en Instagram.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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