Los esfuerzos para salvar al animal más alto del mundo

Los conservacionistas están trabajando para salvar a la jirafa de una extinción silenciosa.

Por Ami Vitale
Publicado 9 nov 2017, 4:18 CET

Aunque todo niño sabe cuál es el animal más alto del mundo, las jirafas suelen olvidarse en lo que a conservación se refiere.

Durante los últimos 15 años, el número de herbívoros africanos se ha desplomado de una estimación de 140.000 a unos 90.000 actualmente, algo a lo que los científicos se refieren como extinción silenciosa. La fragmentación y la pérdida de hábitat, junto con la caza furtiva, han conducido al declive, pero debido a la falta de esfuerzos de conservación a largo plazo, es difícil saber lo que está ocurriendo realmente.

Y lo que es peor, los científicos saben muy poco sobre el comportamiento de las jirafas: cómo viven, el espacio que necesitan para sobrevivir, hacia dónde se desplazan e incluso por qué sus cuellos son tan largos.

Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, todas las jirafas pertenecen a una sola especie, que se encuentra dividida en 9 subespecies. Sin embargo, un estudio publicado en 2016 desafía esta noción, sugiriendo que podría haber hasta cuatro especies diferentes, cada una de las cuales vive en una parte de África.

Si ese fuera el caso, solo quedarían en todo el planeta menos de 10.000 ejemplares de las especies de jirafa reticulada y del norte respectivamente.

La jirafa reticulada, conocida por sus inconfundibles pieles surcadas con patrones, vive predominantemente en el norte de Kenia, con algunas poblaciones que posiblemente vivirían al sur de Etiopía y Somalia. El número de ejemplares de jirafa reticulada ha caído un 80 por ciento en las últimas décadas debido a la destrucción de su hábitat y a la caza furtiva.

David O'Connor, ecólogo conservacionista en el zoo de San Diego; Julian Fennessy, director ejecutivo de la Giraffe Conservation Foundation, con sede en Namibia; y el Northern Rangelands Trust, un grupo de comunidades de conservación del norte de Kenia, están trabajando juntos para desentrañar el misterio que se esconde tras su rápido declive

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    Los guardas del Servicio de vida silvestre de Kenia Juma Babu, a la izquierda, y Nicholas Tiyong, se apresuran después de que el veterinario Mathew Mutinda haya disparado un dardo tranquilizante a una jirafa desde un coche en el Loisaba Wildlife Conservancy, al norte de Kenia. Los guardas esperaron en la distancia, a medida que la jirafa se calmaba y el tranquilizante surtía efecto. Tras 5 o 10 minutos, la jirafa empezó a moverse como un caballo de raza lipizzana, lo que indicaba que el medicamento había surtido efecto. A continuación, el equipo formado por 4 personas corrió hacia la jirafa a través de arbustos espinosos. Una vez estuvieron cerca, colocaron una cuerda alrededor de las patas de la jirafa.
    Fotografía de Ami Vitale, National Geographic

    Durante la primera semana de junio, los científicos colocaron collares en 11 jirafas en el Loisaba Wildlife Conservancy y en el Leparua Community Conservancy, así como pequeños localizadores que funcionan con energía solar en las estructuras óseas parecidas a cuernos que se encuentran sobre sus cabezas.

    El proceso no es sencillo. Durante el reciente trabajo de campo, el veterinario del Servicio de Vida Salvaje de Kenia, Mathew Mutinda, disparó dardos tranquilizantes a los cuartos traseros o los hombros de jirafas reticuladas desde un coche y un helicóptero. A medida que el tranquilizante surtía efecto, la jirafa empezaba a dar pasos altos, imitando los movimientos de los caballos de raza lipizzana. A continuación, cuatro hombres colocaban silenciosa y rápidamente una cuerda en torno a las patas de la jirafa para ponerla sobre el suelo de forma segura. Tras unos 10 minutos, los expertos ponían los localizadores y liberaban al animal.

    Estos localizadores GPS podrán proporcionar información crítica sobre el hábitat que prefieren las jirafas reticuladas y las áreas donde viven, entre otros datos. Saber qué áreas son vitales para ellas en cada época del año, así como conocer sus desplazamientos sobre el entorno, es algo esencial para asegurar su supervivencia.

    Si esta iniciativa tiene éxito, el seguimiento de las jirafas podría ayudar a las comunidades y a las organizaciones de conservación a proteger a estos enormes iconos de África.

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    Una jirafa huérfana es alimentada por un cuidador samburu en el Namunyak wildlife Consevancy en Kenia. Los samburu son pastores nómadas tradicionalmente. Aquí, la comunidad ha estado profundamente comprometida para crear y gestionar el Namunyak Wildlife Conservancy.
    Fotografía de Ami Vitale, National Geographic

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