El cerebro de este antepasado del T. rex tenía forma de «ese»

El complejo cráneo del animal muestra cómo los tiranosaurios se convirtieron en hábiles cazadores de cualquier tamaño.

Por Maya Wei-Haas
Publicado 14 nov 2018, 12:30 CET
Dilong paradoxus
La insólita forma de «S» del cerebro del Dilong paradoxus ayuda a los investigadores a introducirse en las cabezas de estos antiguos depredadores.
Fotografía de Sloan Rollings, Portia, Nat Geo Image Collection

Con un nombre como paradoxus, cabía esperar que diminuto tiranosáurido tuviera algo raro. El Dilong paradoxus, descrito por primera vez en 2004, dio una sorpresa a los científicos con su abrigo aterciopelado. Era el primero de su clase en el que se descubrían dichas protoplumas y daba a entender que el poderoso Tyrannosaurus rex que le siguió unos 50 millones de años después también tenía pelusa.

Y el Dilong no ha acabado de deleitar a los investigadores.

Un estudio reciente, publicado en Historical Biology, presenta el primer análisis detallado del cráneo del Dilong, que sugiere que el diminuto cerebro del tiranosáurido tenía forma de «ese». Esta forma sinuosa difiere del cerebro lineal del T. rex y se halla más habitualmente en ramas superiores del árbol evolutivo.

«Es una paradoja», afirma el autor principal Martin Kundrát, de la Universidad Pavol Jozef Šafárik en Košice, Eslovaquia, repitiendo la sensación responsable del nombre de la especie.

Es más, el nuevo análisis del Dilong—uno de los tiranosáuridos más pequeños y antiguos— ayuda a los científicos a entender cómo esta familia acabó dominando la tierra. El dominio de los tiranosaurios no fue una conclusión inevitable.

La forma sinuosa del cerebro del Dilong se destaca en color amarillo dentro de esta representación tridimensional del cráneo del dinosaurio.
Fotografía de Kundrát PaleoBioImaging Lab, IVPP, FMNH

Con un nombre como paradoxus, cabía esperar que diminuto tiranosáurido tuviera algo raro. El Dilong paradoxus, descrito por primera vez en 2004, dio una sorpresa a los científicos con su abrigo aterciopelado. Era el primero de su clase en el que se descubrían dichas protoplumas y daba a entender que el poderoso Tyrannosaurus rex que le siguió unos 50 millones de años después también tenía pelusa.

Y el Dilong no ha acabado de deleitar a los investigadores.

Un estudio reciente, publicado en Historical Biology, presenta el primer análisis detallado del cráneo del Dilong, que sugiere que el diminuto cerebro del tiranosáurido tenía forma de «ese». Esta forma sinuosa difiere del cerebro lineal del T. rex y se halla más habitualmente en ramas superiores del árbol evolutivo.

«Es una paradoja», afirma el autor principal Martin Kundrát, de la Universidad Pavol Jozef Šafárik en Košice, Eslovaquia, repitiendo la sensación responsable del nombre de la especie.

Es más, el nuevo análisis del Dilong—uno de los tiranosáuridos más pequeños y antiguos— ayuda a los científicos a entender cómo esta familia acabó dominando la tierra. El dominio de los tiranosaurios no fue una conclusión inevitable.

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     «Había muchos superdepredadores cuando los tiranosaurios empezaron a evolucionar», afirma la paleontóloga Lindsay Zanno, del Museo de Ciencias Naturales de Carolina del Norte, que no participó en la investigación. Hasta que los eventos de extinción aniquilaron a sus competidores, los tiranos no pudieron ejercer su dominio.

    Este último estudio sugiere que los cerebros de los primeros tiranosáuridos —equipados con «sofisticadas herramientas sensoriales»— podrían haber desempeñado un papel importante a la hora de preparar a los tiranosaurios para este alzamiento, según explica Zanno. «Estaban preparados para convertirse en superdepredadores, pero en realidad no fueron capaces de hacerlo hasta que surgió la oportunidad».

    Leer huesos y cerebros

    Del mismo modo que se pueden desentrañar los secretos de las curvas y proporciones de los huesos de dinosaurios, las protuberancias y lóbulos hinchados de sus cerebros albergan la historia de su antiguo estilo de vida. Pero hay una pega: los cerebros son blandos y esponjosos, por lo que se considera que es casi imposible que se fosilicen. Eugenia Gold, paleontóloga de la Universidad de Suffolk en Boston que no participó en el estudio, explica que, tras la muerte, el cerebro se pudre rápidamente, formando una especie de charco en el cerebro. Solo se ha documentado un cerebro de dinosaurio fosilizado y hasta esa alegación es polémica entre los paleontólogos.

    La siguiente mejor opción para estudiar los cerebros primitivos consiste en examinar el denominado endocasto, un molde del interior del neurocráneo. Ese fue el método empleado por este último estudio; los científicos obtuvieron varios TAC de un cráneo de Dilong de 125 millones de años desenterrado en el oeste de Liaoning, en el noreste de China. Prácticamente reconstruyeron la forma más probable del cerebro del Dilong y después compararon sus resultados con un neurocráneo de T. rex que ya se había escaneado.

    La diferencia más obvia entre las dos reconstrucciones cerebrales era la forma. El cerebro del Dilong formaba una «ese» aplastada, mientras que el cerebro del T. rex era largo y lineal. Kundrát explica que se esperaban todo lo contrario, ya que los cerebros en forma de «ese» suelen vincularse a aves y terópodos avanzados, los dinosaurios de dos patas que precedieron a las criaturas emplumadas modernas.

    Dicho esto, las curvas adicionales no sugieren que el Dilong fuera el Einstein de los tiranosáuridos ni que el T. rex fuera un zopenco. Los investigadores sospechan que el cambio de forma es la consecuencia del rápido crecimiento del grupo.

    Especialista olfativo

    Durante los primeros 80 millones de años de su desarrollo, los tiranosaurios eran relativamente pequeños. El Dilong, por ejemplo, medía solo dos metros de largo de la cabeza a la cola. Pero en cuestión de solo 15 millones de años, estas bestias multiplicaron su tamaño. En su tasa de crecimiento máximo, se estima que el T. rex habría aumentado dos kilos al día.

    «Esto tuvo una repercusión enorme en su morfología», afirma Matteo Fabbri, paleontólogo de la Universidad de Yale que no participó en la investigación. «Hasta ahora, no sabíamos cómo respondía su sistema nervioso». Este último estudio sugiere que este crecimiento rápido no solo afectaba al aspecto de las criaturas y a sus cerebros, sino también a sus capacidades sensoriales.

    Por ejemplo, el sistema olfativo —el área del cerebro responsable del sentido del olfato— era proporcionalmente más grande en el T. rex que en el Dilong, lo que sugiere que los carnívoros gigantes dependían más del olfato para perseguir a sus presas. Aunque ambas especies captaban los olores, Kundrát señala que es probable que el T. rex fuera un «especialista olfativo».

    El Dilong, por su parte, poseía un flóculo bastante grande, la parte del cerebro vinculada al oído interno que contribuye a la agilidad y el equilibrio.

    «Nunca he visto un flóculo tan grande en ningún dinosaurio que haya observado o del que me hayan hablado otros colegas», afirma Kundrát. Es probable que este gran flóculo ayudase al Dilong a mantener la estabilidad cuando miraba de un lado al otro al perseguir a sus presas. Como el T. rex era grande y corpulento, es probable que fuera mucho menos móvil que el Dilong y, por lo tanto, no necesitara una agilidad tan perfecta.

    «Esto nos demuestra el tipo de animal a partir del que evolucionó el enorme tiranosaurio: cazadores pequeños e inteligentes que podían oír bien, pero que probablemente empleaban la velocidad y el sigilo en lugar de un buen sentido del olfato para localizar a sus presas», explica por email el paleontólogo Stephen Brusatte, de la Universidad de Edimburgo, en Escocia. Brusatte y sus colegas llegaron a una conclusión similar sobre que los cerebros llegaron antes que la fuerza física en un estudio de 2016 de los cráneos de otros tiranosáuridos más jóvenes.

    Los trucos del cerebro

    Con todo, interpretar el comportamiento a partir de la forma cerebral es complicado.

    «El cerebro es complejísimo», explica Gold. «Si no comprendes bien todas sus partes, puedes hacer deducciones, pero no puedes estar seguro al cien por cien de qué ocurre».

    Por eso existen muchas diferencias entre los dos cerebros que los científicos todavía no están seguros de cómo traducir a un comportamiento. Por ejemplo, el telencéfalo parece haberse empequeñecido entre el Dilong y el T. rex. El telencéfalo, junto al tálamo, es la parte del cerebro implicada en «la integración y la toma de decisiones en niveles superiores», explica Gold. Pero insiste en que nadie sabe si esta reducción impedía o no su funcionamiento.

    Zanno explica que tampoco se sabe todavía hasta qué punto el neurocráneo registra la forma cerebral. «Por ejemplo, ¿cuánto espacio había entre el cerebro y el endocasto?». Este tipo de factores podrían afectar a las interpretaciones de los investigadores de comportamientos antiguos, inferidos a partir de restos fósiles.

    Con todo, los paleontólogos reaccionan con emoción ante esta nueva investigación y muchos insisten en su importancia a la hora de entender el desarrollo de los tiranosáuridos y los cambios observados en otros dinosaurios. Como explica Zanno, muchos rasgos evolutivos de los tiranosaurios registran lo que los investigadores han encontrado en otros superdepredadores antiguos.

    «Básicamente, se trata de otro ejemplo de cómo la evolución sigue produciendo estrategias que funcionan», afirma.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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