En esta ciudad boliviana, convierten los armadillos en matracas de carnaval

A un equipo de investigadores le preocupa que los armadillos andinos, cazados furtivamente en Bolivia e ignorados por los conservacionistas, estén en vías de extinción.

Por Rachel Fobar
Publicado 26 feb 2019, 17:06 CET
Carnaval de Oruro
Cada año, más de mil bailarines del Carnaval de Oruro, en Bolivia, llevan matracas hechas con los cadáveres de armadillos andinos.
Fotografía de Carmen Julia Quiroga

Caminando al ritmo de una canción lenta y triste, más de mil bailarines con disfraces elaborados llenan las calles del Carnaval de Oruro, en Bolivia. Conforme avanza la procesión, los bailarines dan vueltas a los mangos de madera de las matracas, que emiten un traqueteo hueco.

Si las observas detenidamente, podrás ver que las matracas tienen caras. Son puntiagudas y pertenecen a un animal que se parece a un coco peludo: el armadillo andino. Las criaturas son una de las estrellas del carnaval en Oruro, una ciudad en el oeste de Bolivia, que se celebra cada año en torno a estas fechas. Sus caparazones se bordan en disfraces, se vacían y se convierten en matracas, o se usan como cajas de guitarra. (Cuando los bolivianos cazan armadillos para usarlos como objetos carnavalescos, los atrapan con vida y los asfixian para no estropear sus caras y caparazones con heridas.)

Los participantes transportan las matracas de armadillo en la morenada, una danza tradicional que cuenta la historia de los esclavos africanos importados en el siglo XVII para trabajar en las minas de plata de Bolivia. 

Los armadillos andinos, a diferencia de otros armadillos del mundo, viven a gran altitud —a unos 3.600 metros—, principalmente en los Andes bolivianos, pero también en Chile, Perú y Argentina.

Carmen Julia Quiroga Pacheco, boliviana y candidata a doctora en ecología en la Universidad del Sureste de Noruega, ha asistido al Carnaval de Oruro desde que tiene memoria. Ha participado como bailarina en varias ocasiones, aunque su papel no implicaba transportar una matraca de armadillo.

Como parte de su investigación de máster, Pacheco hizo una encuesta a 165 bolivianos sobre su actitud respecto a los armadillos. El 70 por ciento de los encuestados declararon que los armadillos andinos —así como la Virgen María y el carnaval— simbolizan la ciudad de Oruro. Varios dicen que «adoran» al animal y el exalcalde de Oruro, Edgar Bazán, declaró que los habitantes de Oruro se autodenominan quirquinchos (la denominación local del armadillo). El armadillo también es la mascota del equipo de fútbol de Oruro.

Los habitantes «los adoran», afirma Pacheco. «Los adoran tanto que los matan».

Aunque los expertos están de acuerdo en que los armadillos están disminuyendo, no está claro cuántos quedan. Son animales difíciles de capturar y estudiar, según Mariella Superina, experta en armadillos y directora del grupo de especialistas en osos hormigueros, perezosos y armadillos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la autoridad global que establece el estado de conservación de plantas y animales salvajes.

Recientemente, los taxónomos propusieron que el armadillo andino —antes considerado una especie separada— debería agruparse con una especie más común, el piche llorón (que chilla cuando se siente amenazado). Como resultado, la UICN reclasificó al armadillo andino de «vulnerable» a «preocupación menor».

Sin embargo, para Pacheco, la difícil situación del armadillo andino es motivo de preocupación. «En menos de 30 años, básicamente los han aniquilado en parte de su hábitat», afirma.

Las poblaciones locales de armadillos andinos, que viven a gran altitud en Bolivia y otros países andinos, están descendiendo. Algunas han sido reagrupadas con otra especie más común. Algunos conservacionistas sostienen que esta reclasificación los pone en peligro.
Fotografía de Wildscotphotos, Alamy

Hacen la vista gorda

En Bolivia, la caza y compraventa de armadillos andinos es ilegal y, en 2015, en un esfuerzo por poner fin a la caza furtiva, pasó a ser ilegal vender o poseer una nueva matraca de armadillo. Se permitió que los bailarines que ya tenían matracas las conservaran.

Rodrigo Herrera, asesor legal de la Dirección General de Biodiversidad y Áreas Protegidas del Ministerio de Medio Ambiente y Agua de Bolivia, explica que depende de las autoridades locales hacer que se cumpla esta prohibición, pero que suelen hacer la vista gorda ante el problema.

«Tienen la obligación de hacer algo, pero no lo hacen», afirma. «Les da igual. No les preocupa la importancia de la conservación, la importancia de cómo afectaría la pérdida de los quirquinchos al medio ambiente».

Según José Carlos Perez-Zubieta, exalumno de posgrado en biología y actual profesor de estadística en la Universidad de San Simón, a unos 210 kilómetros al noreste de Oruro, el descenso de los armadillos tiene consecuencias más allá de su bienestar. Otros animales —serpientes, roedores, arañas— dependen de sus madrigueras. Y los armadillos tienen una relación de codependencia con la vegetación en su hábitat de suelo arenoso: las raíces de las plantas sostienen el suelo y evitan que las madrigueras se derrumben, y los excrementos de armadillo aportan nutrientes que contribuyen a mantener a las plantas.

Pacheco explica que los armadillos andinos ya no se venden abiertamente en los mercados de Oruro, pero si quieres comprar una baratija hecha de armadillo, solo hay que preguntar.

Walter Rivera, abogado especializado en biodiversidad y profesor de derecho medioambiental en la Universidad Central del Ecuador, afirma que las leyes bolivianas están desfasadas y que los legisladores muestran escaso interés por la conservación de los animales. El Congreso de Bolivia está debatiendo dos proyectos de ley para convertir al armadillo andino en un patrimonio nacional, pero «si dichos proyectos se aprobaran, servirían de poco... No aportarían más protección», escribió por un mensaje de Skype.

En 1995, el investigador Freddy Cáceres estimó que se mataban 2.000 armadillos andinos cada año para usarse en el Carnaval de Oruro. Pacheco cuenta que, hace 15 años, cuando era estudiante de posgrado en biología en la Universidad de San Simón, empezó a darse cuenta de que era más difícil ver armadillos salvajes. La cantidad de bailarines que transportaban matracas sigue aumentando, según ella, sumándose al desbroce de tierras para el cultivo de quinoa, que también supone una amenaza creciente para los animales.

En 2014, una evaluación de la UICN estimó que, durante la década anterior, la cantidad de armadillos andinos había descendido más de un 30 por ciento en toda su área de distribución.

En 2006, cuando Pérez-Zubieta comenzó un estudio de campo de los armadillos para su tesis de posgrado, esperaba atrapar varios ejemplares para documentar su tamaño y peso. «Pero, sobre el terreno, la situación era completamente diferente», cuenta. «Este animal es muy esquivo». Durante los dos años siguientes, Pérez-Zubieta encontró rastros de armadillos —huellas y madrigueras—, pero nunca atrapó ninguno. De hecho, durante esos dos años trabajando en la zona de Oruro, solo vio dos.

Un cambio taxonómico

El armadillo andino se describió por primera vez como especie distinta en 1894, basándose en la piel y el cráneo fragmentado de un adulto joven de la zona de Oruro que albergaba el Museo de Historia Natural de Londres, Inglaterra.

Más de un siglo después, los científicos tienen dudas. En 2014, en la 94ª reunión anual de la Sociedad Americana de Mastozoología, el biólogo evolutivo Frédéric Delsuc presentó un estudio que aún no se había publicado en el que, junto a seis coautores, proponía un cambio de la clasificación taxonómica del armadillo andino.

El estudio, publicado en 2015, recomendaba que, basándose en los análisis genéticos y la forma del cráneo del armadillo andino, no era lo bastante diferente como para considerarse una especie distinta y debería unirse taxonómicamente al piche llorón, mucho más común.

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    Además de ser cazado furtivamente en Bolivia para usos culturales, los armadillos andinos se enfrentan a la pérdida de hábitat por el desbroce de tierras para el cultivo de quinoa.
    Fotografía de Carmen Julia Quiroga

    La UICN actuó de acuerdo a la recomendación y retiró al armadillo andino de su Lista Roja de especies amenazadas. A Pacheco y otros expertos les preocupa que la nueva clasificación de la UICN («preocupación menor») haya condenado al animal.

    El gobierno boliviano todavía considera al armadillo andino una especie en peligro de extinción. Pero, según Pacheco, si la UICN ya no cree que los animales están amenazados, será difícil que los investigadores obtengan financiación para estudiarlos. Por eso, pocos años después de finalizar su tesis, dice que ha dejado de estudiar armadillos. Ahora se centra en grandes carnívoros —el puma, el jaguar, el oso andino— que, según ella, tienen la ventaja de ser de «alto nivel».

    Gabriela Huayta Sarzuri, investigadora de armadillos bajo la tutela de Pacheco en la Universidad de San Simón, cree que la reclasificación de la UICN pone a los armadillos andinos en grave peligro. Su «uso es cultural y saber que el peligro de extinción es menor llevará a una mayor explotación de la especie y reducirá las iniciativas de conservación», escribió por email.

    Mariella Superina, del grupo de especialistas en armadillos de la UICN, fue la coautora del estudio taxonómico de 2015. Cuenta que el equipo ha sido acusado de «extinguir a una especie». Por eso decidieron continuar para incluir una sección de conservación en el estudio. «No era nuestra intención provocar la desaparición del armadillo andino», afirma. «De ninguna manera».

    Junto a su argumento a favor de reclasificar a la especie, los investigadores hicieron una advertencia: pese al cambio taxonómico, el armadillo andino debe estar protegido. Señalaron que sus poblaciones «descienden a un ritmo constante por la sobreexplotación para propósitos tradicionales».

    Delsuc dice que depende del gobierno local de Oruro proteger a los animales. «No importa el nombre que le den a la especie», afirma. «Si quieren tener armadillos en Bolivia, necesitan proteger a las poblaciones locales. Aunque no sean una especie diferente».

    Esta no es la primera vez que un estudio modifica la especie designada de un animal: en 2016, una especie de jirafa fue dividida en cuatro y en 2017, una especie de hormiguero sedoso fue dividida en siete. Pero estas reclasificaciones han ayudado, no perjudicado, a las «nuevas» especies, fomentando iniciativas de conservación.

    Aunque la venta de armadillos y baratijas hechas con ellos sea ilegal en Bolivia, pueden comprarse fácilmente.
    Fotografía de Carmen Julia Quiroga

    «Solo hice mi trabajo»

    Delsuc reconoce que la gente podría utilizar la clasificación de «preocupación menor» del armadillo como excusa para la sobreexplotación. Pero dice que ni él ni sus coautores no podían ocultar sus resultados por no encajar con un plan de conservación.

    «Como científico, solo hice mi trabajo», afirma.

    Superina dice que está colaborando con las autoridades de Chile, donde los animales sufren el tráfico ilegal, para asegurarse de que los armadillos sigan protegidos por el Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre (CITES), el organismo regulador del comercio de fauna silvestre. CITES, que todavía reconoce al armadillo andino como especie independiente, prohíbe la exportación del animal y sus partes corporales.

    Según Tom De Meulenaer, el director de servicios científicos de CITES, el armadillo andino está —por ahora— a salvo del comercio internacional. Cuenta que, en 2019, nadie ha propuesto cambiar la clasificación comercial del armadillo.

    ¿Qué depara el futuro a los armadillos andinos? Pacheco dice que son criaturas resistentes, capaces de sobrevivir en temperaturas frías en hábitats a gran altitud, parajes que la mayoría de los humanos prefieren evitar. En otras palabras, estos animales no se rendirán fácilmente.

    «Son luchadores», afirma.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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