Seis muertes recientes acercan a estas ballenas a la extinción

Solo quedan unas 400 ballenas francas glaciales, pero las matan más rápido de lo que se reproducen.

Por Tom Cheney
fotografías de Nick Hawkins
Publicado 12 jul 2019, 11:58 CEST
Punctuation
Los investigadores llevan a cabo la necropsia de Punctuation, una ballena de los vascos hembra cuyo nombre se debe a las cicatrices que tiene en la piel. La encontraron muerta en el golfo de San Lorenzo en junio, una de las seis que han aparecido muertas en las últimas seis semanas.
Fotografía de Nick Hawkins

Tiene la piel suave y negra, y cuando hago presión con el dedo parece que estoy tocando una especie de goma esponjosa. En el profundo arco de su boca, las largas barbas son tan rectas que no parecen naturales. Punctuation mide 15 metros de largo y pesa diez veces más que un elefante adulto. Los investigadores la llamaron así por las cicatrices que tiene en la cabeza, que parecen guiones y comas. Su tamaño desafía las posibilidades de la creación natural.

Cuando están vivas, las ballenas francas glaciales (también denominadas ballenas de los vascos) son animales sociales y juguetones. Con bocas enormes, cuerpos rotundos y aletas pectorales robustas, son encantadoras en un sentido prehistórico y sobrenatural. Sin embargo, el tamaño de Punctuation sigue siendo impresionante, pese a que es solo la sombra de lo que fue. Su cuerpo, avistado flotando en el mar el 20 de junio, se remolcó hasta la orilla para practicar una necropsia científica en Chéticamp, Nueva Escocia.

Estos cetáceos se salvaron gracias a la prohibición de la caza de ballenas comercial en 1837, tras haber sido cazados casi hasta la extinción a principios del siglo XX. Pero aunque su población se estabilizó, jamás se recuperó. Se documentaban unas cuantas muertes al año, sobre todo por golpes con barcos o enredos en aparejo de pesca. A principios del siglo XXI, se estimaba que quedaban unas 500 ballenas francas glaciales. Pero desde 2010, la población ha descendido a un ritmo alarmante y los científicos creen que, actualmente, quedan unas 400 ballenas francas glaciales vivas.

Una ballena franca glacial saca la cabeza del agua en el golfo de San Lorenzo. Estas ballenas están en peligro de extinción. Su amenaza principal son los golpes de los barcos y quedarse atrapadas en aparejo de pesca.
Fotografía de Nick Hawkins

La situación dio un giro brusco en 2017, cuando aparecieron 17 ballenas francas muertas a lo largo de la costa este Norteamérica: 12 en aguas canadienses y cinco en aguas estadounidenses. Es el doble de las muertes documentadas en los cinco años anteriores. Investigadores y reguladores se afanaron para averiguar qué ocurría.

En años anteriores, las ballenas solo viajaban hasta la bahía de Fundy al norte, ligeramente por encima de la frontera entre Estados Unidos y Canadá, donde se han ajustado las rutas marítimas para protegerlas. Pero a medida que la distribución de los copépodos —zooplancton que sirve como principal alimento de estos cetáceos— se desplazaba hacia el norte, las ballenas los siguieron.

En el golfo de San Lorenzo, las industrias pesquera y naviera no estaban preparadas para hacer frente a su presencia.

Wolverine

En 2018, el gobierno canadiense estableció un nuevo régimen de cierres de zonas de pesca, cambios en las rutas marítimas y restricciones de velocidad para los barcos. Solo fallecieron tres ballenas, y ninguna en Canadá. Aunque ese año no nació ninguna cría, la comunidad de ballenas francas pudo respirar tranquila, ya que las muertes habían frenado.

Enero de 2019 suscitó esperanzas renovadas: nacieron siete ballenas francas en las zonas de alumbramiento de Georgia y Florida. Pero la alegría no duró mucho.

El 4 de junio, un avión de reconocimiento avistó a Wolverine, de 9 años, flotando en un charco de sangre en el golfo de San Lorenzo. Siendo una cría, Wolverine había chocado con la hélice de un barco que le dejó tres cicatrices paralelas en la espalda. Esto recordó a los investigadores al personaje homónimo de los cómics. En su corta vida, Wolverine había sobrevivido a tres ocasiones documentadas en las que se quedó atrapada en aparejo pesquero, pero logró liberarse las tres veces. Otras no tienen tanta suerte y se ahogan o se mueren de hambre si son incapaces de alimentarse.

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    Un investigador retira una costilla del cadáver de Wolverine, una ballena franca macho de nueve años. En la necropsia, el equipo buscó golpes, huesos rotos y hemorragias, que podrían indicar una contusión compatible con el golpe de un barco. Los resultados preliminares no revelaron la causa de la muerte, pero los análisis posteriores de las muestras de tejidos podrían dar una respuesta.
    Fotografía de Nick Hawkins

    Un equipo de investigadores y veterinarios de Fisheries and Oceans Canada, la Canadian Wildlife Health Cooperative y la Marine Animal Response Society llevó a cabo la necropsia de Wolverine y publicó sus resultados preliminares el 9 de junio. No lograron concluir de inmediato qué había matado al cetáceo, aunque los análisis de las muestras de tejidos, que pueden tardar meses, podrían esclarecer la causa de la muerte.

    Por su parte, el cadáver de Punctuation deja poco margen de duda.

    Punctuation

    En la playa de Chéticamp, las vísceras sobresalen de una laceración de 1,8 metros en la parte baja de la espalda de Punctuation, una herida que solo podría haber sido provocada por el choque con un barco. Me coloco en contra del viento en la medida de lo posible para evitar el hedor de la carne podrida, un olor acre y extrañamente dulce.

    Los investigadores y los veterinarios empiezan a desmantelar el cuerpo de Punctuation. Utilizan cuchillos afilados para cortar las gruesas capas de grasa. El veterinario Pierre-Yves Daoust se sube sobre el cadáver y se introduce en él hasta la cintura. Su neopreno enseguida se tiñe de sangre. El olor empeora conforme el calor aumenta, pero Daoust no da señales de incomodidad. Con la ayuda de una excavadora, quitan enormes tiras de grasa del cadáver de Punctuation; cada una aterriza en la arena con un ruido sordo.

    El equipo toma muestras de los tejidos y los órganos. Deben catalogarlas todas y enviárselas a investigadores de todo el continente, quienes las analizarán para conocer la salud de la población de ballenas francas. «Es importante que no mueran en vano», afirma Tonya Wimmer, de la Marine Animal Response Society, una organización de rescate con sede en Halifax. Finalmente, retiran hasta los huesos de Punctuation.

    Wimmer me cuenta que Punctuation se encontraba en perfectas condiciones. «Nunca he visto una grasa tan densa. Tenía un aspecto sanísimo, aparte del enorme corte de la espalda que la mató», explica Wimmer.

    Un equipo de rescate libera a ballenas jorobadas atrapadas en redes de pesca
    En el santuario marino para ballenas jorobadas de Hawái, valientes rescatadores arriesgan sus vidas para mantener a salvo a las 21.000 ballenas que viven allí.

    Cada ballena franca glacial que perdemos supone un duro golpe, pero la muerte de Punctuation resulta especialmente dolorosa. Era una hembra prolífica que había dado a luz a ocho crías en 38 años. Desde 1981, cuando la avistaron por primera vez siendo solo una cría, la han observado muchas veces y los investigadores la conocían bien.

    Dar malas noticias a la comunidad de investigación es una tarea que suele recaer en Wimmer. «Son de los peores correos y llamadas que tengo que hacer. La gente conoce a estos animales y está disgustada», me dice con una voz en la que se palpa la tensión.

    De repente, en la playa, alguien manda callar y el equipo de la necropsia se queda en silencio. Los trabajos cesan. Circula la noticia de una tercera muerte, otra ballena franca que también flota en el golfo de San Lorenzo.

    Un grupo de seis investigadores se sienta en un banco de arena, en silencio, abatidos. Una investigadora se sienta sola en la playa y hunde el rostro entre las manos. Es como si se repitiera la tragedia de 2017.

    Más muertes

    En 48 horas, aparecen otras tres ballenas, un total de seis víctimas. En solo cuatro semanas, se ha perdido el 1,5 por ciento de la población. Lo más preocupante es que cuatro de las ballenas muertas eran hembras reproductivas; ahora quedan menos de cien. Y lo que es peor: en las primeras semanas de julio se han avistado otras tres ballenas francas atrapadas en aparejo de pesca.

    «Es una crisis», sentencia Sean Brillant, biólogo de conservación de la Canadian Wildlife Federation, una de las muchas ONG que trabajo en la investigación de ballenas francas y la prevención de riesgos. En el pasado ha habido menos ballenas francas, pero me cuenta que lo más preocupante es el descenso precipitado.

    Las cuerdas de pesca rodean la cabeza y la boca de una ballena franca glacial en el golfo de San Lorenzo. Si se quedan atrapadas, estas ballenas pueden morirse de hambre o ahogarse. Un equipo de rescate estaba preparado para actuar, pero esta ballena consiguió liberarse tres horas después.
    Fotografía de Nick Hawkins

    Un estudio publicado este año en la revista Diseases of Aquatic Organisms determinaba que, en los últimos 15 años, el 88 por ciento de las muertes de ballenas francas con causa determinada eran por golpes con barcos o por haberse quedado atrapadas. También reveló que no se habían producido muertes naturales de ballenas adultas ni juveniles. El estudio concluyó que, sin cambios importantes, la extinción de las ballenas francas glaciales «está casi garantizada». Algunos estiman que la especie podría estar funcionalmente extinta en 20 años.

    Kim Davies, profesora adjunta de biología en la Universidad de Nuevo Brunswick, no cree que se pueda escribir esa historia todavía. Indica que este año, los cierres de las pesquerías y las restricciones de velocidad de los buques en el golfo de San Lorenzo se han basado en los datos de ubicación de las ballenas de años anteriores. Las ballenas francas están modificando sus patrones migratorios y de alimentación, probablemente como respuesta al cambio climático. De un año a otro, se concentran en lugares diferentes y en épocas diferentes.

    La investigación de Davies rastrea la distribución de los copépodos. Espera que, con más información sobre los movimientos de la principal fuente de alimento de las ballenas, los científicos puedan predecir dónde estarán, lo que permitiría crear estrategias de gestión más adecuadas.

    Sin embargo, hasta que los científicos cuenten con los datos, los reguladores no tienen otra opción que ir a lo seguro, como explica Amy Knowlton, científica del Acuario de Nueva Inglaterra que supervisa y cataloga la población de ballenas francas glaciales. Sostiene que deberían imponerse «medidas de protección generales por toda su área de distribución».

    Wolverine sobrevivió a una colisión con un barco y a tres enredos con aparejo de pesca a lo largo de su vida, pero en junio la hallaron muerta. La causa de su muerte está aún por determinarse.
    Fotografía de Nick Hawkins

    El 8 de julio, el gobierno canadiense tomó medidas para responder a esa llamada. Se han ampliado las zonas de desaceleración en el golfo de San Lorenzo para incluir más áreas y clases de barcos, se ha septuplicado la vigilancia aérea y los criterios para el cierre de las pesquerías son mucho más conservadores.

    Aunque estas medidas puedan prevenir más muertes, el futuro de las ballenas francas glaciales sigue siendo incierto. Pero la comunidad de ballenas francas no ha perdido la fe.

    Brillant sostiene que las soluciones no serán rápidas ni fáciles. Con todo, cree que existe mucha cooperación entre la industria, el gobierno, las ONG y los investigadores. «Hay cobertura total», afirma. «Hay buena colaboración, comunicación y voluntad».

    Knowlton, que ha pasado toda su carrera estudiando las ballenas francas glaciales, coincide. «Todo el mundo se preocupa y eso me da esperanza», afirma.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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