Los perros, las otras víctimas de la crisis de opiáceos de Estados Unidos

Un equipo científico ha estudiado el impacto de los opiáceos en los canes por primera vez y ha descubierto que los perros pequeños y jóvenes corren más peligro.

Por Douglas Main
Publicado 30 ene 2020, 10:55 CET
Perro
Los perros más jóvenes y pequeños son los más propensos a las intoxicaciones accidentales con opiáceos, según sugiere un estudio nacional en Estados Unidos.
Fotografía de Joël Sartore, Nat Geo Image Collection

Los perros, de naturaleza curiosa y hambrienta, pueden meterse en problemas comiendo algo que no deben. Profesionales como la veterinaria Amelia Nuwer han presenciado muchas historias de terror.

En su servicio de urgencias en el Hospital de Animales Pequeños de la Universidad de Florida ha tratado a perros intoxicados con todo tipo de sustancias, tanto legales como ilegales. Entre estas sustancias tóxicas figuran los opiáceos: analgésicos con receta, sintéticos como el fentanilo, o la heroína.

Aunque las sobredosis de opiáceos —que mataron a más de 47 000 personas en Estados Unidos en 2017— se consideran un problema humano, las mascotas también pueden verse perjudicadas o morir si los dueños no guardan adecuadamente los medicamentos.

Cuando los perros ingieren opiáceos, una situación con la que Nuwer se topa cada pocos meses, parecen embotados y apagados, o peor, comatosos.

«Tienen embotamiento mental, normalmente con pulso débil y tensión baja», afirma Nuwer. Son síntomas similares a los de las sobredosis en humanos. Estos medicamentos «disminuyen la capacidad del corazón para bombear sangre y dificultan la respiración, y así es como pueden morir».

Por primera vez, un equipo de investigadores ha intentado cuantificar las repercusiones de la intoxicación por opiáceos en perros. En un trabajo publicado en PLOS ONE, los científicos analizaron las llamadas a una línea directa de toxicología para mascotas y descubrieron que los dueños habían hecho una media de casi 600 llamadas al año para comunicar la ingesta accidental de opiáceos.

Los investigadores descubrieron que se comunicaron al Centro de Toxicología Animal 5162 casos de intoxicación por opiáceos en Estados Unidos entre 2006 y 2015, lo que representa casi el tres por ciento de las 190 000 llamadas relacionadas con perros. El centro recopiló datos sobre las razas, edades y pesos de los canes. Mohammad Howard-Azzeh, autor principal del estudio y estudiante de doctorado en epidemiología veterinaria de la Universidad de Guelph, explica que los perros más jóvenes y pequeños tenían más probabilidades de ser los sujetos de las llamadas.

Es probable que se deba a que los perros jóvenes son más curiosos y de menor tamaño. Sus menores masas corporales son más susceptibles a la intoxicación.

«Los cachorros están “agitados” y mucha gente no asegura sus casas a prueba de cachorros», explica Tina Wismer, directora del centro de toxicología, dirigido por la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad contra los Animales.

La respuesta a la crisis de opiáceos podría estar en el veneno de estos moluscos marinos

El trabajo determinó que las razas miniatura y los sabuesos eran más propensos a consumir estos medicamentos, según sugieren los registros de llamadas. Asimismo, Howard-Azzeh indica que los animales sin esterilizar tenían más probabilidades de ser objeto de posibles intoxicaciones, aunque los investigadores no saben por qué. El sexo y la situación reproductiva de los perros no tenía un efecto mensurable en la probabilidad de intoxicación.

Hay un lado bueno. Al igual que los humanos, los perros pueden recibir tratamiento por sobredosis de opiáceos con naloxona, un medicamento que revierte los daños uniéndose a los mismos receptores que los analgésicos. «Podemos darles naloxona hasta que vuelvan a la normalidad», afirma Nuwer.

Sin embargo, cada caso es único y el tratamiento puede verse retrasado u obstaculizado si los dueños no saben —o se niegan a admitir— qué medicamento ha ingerido el perro. Nuwer afirma que esa situación es relativamente habitual, sobre todo en el caso de sustancias ilícitas.

«La gente tiene miedo de que llamemos a las autoridades cuando los perros han consumido algo [ilegal]», afirma. Añade que los veterinarios no están obligados a informar del consumo de drogas y normalmente no lo hacen a no ser que parezca que la persona corre riesgo de hacerse daño a sí misma o a otros. «En realidad, nuestro objetivo es tratar y salvar a los animales, no denunciar a los humanos por consumir drogas».

Además de los opiáceos, hay otros medicamentos problemáticos ingeridos por perros, como los analgésicos sin receta como el ibuprofeno y el paracetamol, que pueden provocar daños renales y hepáticos respectivamente. Las medicaciones para el corazón, los antidepresivos y las medicaciones del TDAH también son tóxicos habituales.

El chocolate, que es tóxico para los perros, es el alimento más común vinculado a las llamadas por intoxicación y, en general, se trata induciendo el vómito.

El trabajo determinó que la cantidad de llamadas reflejaba la cantidad de recetas humanas, tanto a nivel nacional como local. En condados con un mayor número de recetas, los autores del estudio descubrieron más llamadas. La cantidad de llamadas a centros de toxicología alcanzó su pico en 2008 y después bajó ligeramente, reflejando la tendencia de las recetas humanas, que también han descendido desde 2010.

En los últimos cuatro años, la cantidad media de llamadas ha bajado de las 500, según datos proporcionados por Wismer a National Geographic. Es considerablemente inferior a la media de la década anterior. La cantidad de llamadas vinculadas a opiáceos en 2015 y 2018 fue de 432 y 483 respectivamente, más baja que cualquier año antes de que comenzara el estudio en 2006.

Pero el consumo general de opiáceos no ha descendido. Desde 2010, el consumo ilegal ha aumentado, con consecuencias mortales para los humanos. Por ahora, los autores no han observado un aumento correspondiente de las intoxicaciones en perros, quizá porque los opiáceos ilegales se usan poco después de la compra y, en general, son menos accesibles para los perros que las píldoras con receta, que se mantienen durante más tiempo, según el estudio.

Carolyn Martinko, estudiante doctoral de veterinaria en la Universidad de Guelph que no participó en la investigación, explica que por suerte la mayoría de las intoxicaciones pueden evitarse «aumentando la concienciación pública respecto al problema, recordando a los dueños de los perros que mantengan los opiáceos en un lugar seguro alejados de mascotas y niños, e informando a los dueños de que consulten a un veterinario antes de dar a su mascota una medicación que no se le ha prescrito».

Si ocurre lo peor y tu perro consume algo que no debería, «no tengas miedo de contárselo al veterinario», afirma Nuwer.

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