La demanda de pulpo aumenta: ¿es ética la acuicultura de este cefalópodo?

Estos animales inteligentes, que también son un manjar culinario, son el tema central de una polémica que enfrenta la conservación de los pulpos silvestres y la ética de la reproducción en masa.

Por Eric Scigliano
Publicado 24 feb 2020, 11:27 CET
Pulpo común
El pulpo común, O. vulgaris, se distribuye por todo el mundo. Conforme ha aumentado la popularidad de consumir pulpo, las iniciativas para criarlos a nivel comercial están planteando incógnitas sobre su bienestar en cautividad.
Fotografía de GREG LECOEUR, Nat Geo Image Collection

En un laboratorio costero cerca de la aldea yucateca de Sisal, Carlos Roas Vázquez saca una de las muchas caracolas distribuidas sobre el fondo de un tanque de plástico. Persuade a su cauteloso ocupante para que salga a su mano. Un pulpo del tamaño de un ratón con tentáculos enredados y de una palidez fantasmagórica salvo por sus grandes ojos negros se retuerce sobre la palma de su mano y se le aferra a los dedos. La gracia prensil del animal deleita incluso a Rosas, biólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México que ha trabajado durante años para convertir a criaturas como esta en una mercancía provechosa. «¡Maravilloso!», dice.

En todo el mundo y durante años, los pulpos han sido objeto de deseo y asombro. Ahora se han convertido en el detonante de un dilema ético, ya que investigadores como Rosas intentan descifrar cómo hacer factible la cría comercial de pulpos para, según dicen, aliviar la creciente presión que sufren las poblaciones silvestres. Por otra parte, un nuevo contingente de críticos sostiene que no está bien. La acuicultura de pulpos agotará aún más los ecosistemas marinos y atormentará innecesariamente a estos invertebrados sensibles e inteligentes.

El pulpo, que ha sido un producto básico de las gastronomías mediterránea y asiática del este, se ha convertido en un manjar global debido a la popularidad del sushi, las tapas y el poke y a la búsqueda de proteínas de alta calidad. En los últimos años, la demanda y los precios se han disparado conforme el calentamiento y la acidificación de los mares amenazan con desplomes en el futuro y pese a que las capturas en las mecas tradicionales del pulpo, como España y Japón, han caído.

A simple vista, estos portadores de tentáculos parecen estar listos para la acuicultura. Sin embargo, para muchos los pulpos son más que un bocado sabroso. «La gente tiene una especie de romance con los pulpos. Conozco a gente que nunca se los comería, pero que no tiene escrúpulos a la hora de comer cerdo y hay muchas pruebas de que los cerdos son muy inteligentes», cuenta el biólogo Rich Ross, de la Academia de Ciencias de California en San Francisco.

Con todo, los cerdos no son tan elegantes, misteriosos ni carismáticos como los pulpos. Sus cerebros de gran tamaño, su comportamiento complejo y su curiosidad precoz han convertido a estos moluscos mediáticos en imágenes de pósteres por los derechos y el bienestar de los animales y en el tema central de una batalla emergente sobre la ética y los posibles impactos ambientales de criarlos a nivel comercial.

Aquel debate se acaloró el año pasado, cuando Jennifer Jacquet, profesora de estudios ambientales de la Universidad de Nueva York, y sus coautores publicaron un ensayo que enseguida se hizo viral: «The Case Against Aquaculture». En él sostienen que las desoladoras «consecuencias éticas y medioambientales» de la producción de carne industrial «deberían hacer que nos preguntemos si queremos repetir con los animales acuáticos los errores que ya cometimos con los animales terrestres, sobre todo con los pulpos».

La mayoría de los caladeros de pulpos salvajes aún son más artesanales que industriales y emplean barcos pequeños y técnicas tradicionales. Los miles de pescadores de los estados mexicanos de Yucatán y Campeche atraen a sus presas colgando cangrejos de largos palos de bambú. Pero la captura global (420 000 toneladas al año, según la FAO) se destina principalmente a los consumidores acomodados de Corea del Sur, Japón, España, Italia, Portugal y, últimamente, Estados Unidos. Aunque podamos considerar el pulpo a la gallega el plato por excelencia de la comunidad, Galicia importa 20 veces más pulpo del que captura.

«Hoy salimos al mar y sacamos 10 o 20 kilogramos de pulpo, cuando otros años eran más de cien kilos», contó a un periódico un pescador portugués. Sus compañeros y él han instado al cierre temporal del caladero para que las poblaciones se recuperen.

«Ahora ya apenas salgo a pescar. El mar está llenándose de gente; más pescadores, menos pulpo», me contó el pescador yucateco Antonio Cob Reyes. Marruecos y Mauritania, dos de los principales productores, han limitado las capturas para proteger las poblaciones.

Este pulpo común juvenil fue fotografiado en el Pescanova Biomarine Center, el laboratorio de investigación y desarrollo de la multinacional con sede en Galicia que está desarrollando la acuicultura de pulpos.
Fotografía de Ricardo Tur

Los defensores de la acuicultura sostienen que la cría de pulpos es la única forma de garantizar la sostenibilidad y satisfacer la demanda al mismo tiempo. Algunos aspectos del ciclo vital del pulpo lo convierten en un candidato atractivo para la acuicultura. Al igual que el salmón, tienen una vida corta y crecen rápidamente; las especies más comunes viven de uno a dos años y unas pocas variedades de gran tamaño, de tres a cinco. Pueden ganar un cinco por ciento más de peso en un día. Pero ese ciclo vital presenta un obstáculo considerable: mantener a las delicadas crías planctónicas de pulpo, denominadas paralarvas, hasta que puedan empezar a crecer.

El dilema de las crías de pulpo

En 2015, una empresa australiana documentó un éxito increíble en la cría intensiva del pulpo tétrico (Octopus tetricus). Sin embargo, no consiguieron criar paralarvas y recurrieron a la cría marina, es decir, criar pulpos silvestres capturados en jaulas acuáticas hasta que alcanzaran el tamaño de mercado, un sistema que también se emplea en España.

La única inciativa de acuicultura de pulpo en Estados Unidos, en la hawaiana Kanaloa Octopus Farms, se ha topado con el mismo «obstáculo», en palabras de Jake Conroy, su fundador. Actualmente, Kanaloa está intentando criar zooplancton para elaborar un alimento que sustente a las paralarvas. Obtiene beneficios cobrando a los visitantes por ver, tocar y alimentar a los animales desarrollados. Conroy, biólogo que recurrió a la acuicultura para huir de la gran presión que suponía encontrar financiación para la investigación, admite que estas interacciones no fomentan el consumo. «Nueve de cada diez veces acabamos convenciendo a la gente de que no coma pulpo. Y nos parece bien», afirma.

En 2017, el gigante pesquero japonés Nisui anunció que había «cerrado el ciclo » (criar generaciones sucesivas en cautividad, cuando la acuicultura deja de depender de las capturas silvestres) y preveía comenzar su explotación comercial en 2020. Cuando contactamos con ellos en enero, Nisui solo declaró que «por desgracia, aún estamos en la fase de investigación y desarrollo».

En la actualidad, la multinacional Grupo Nuevo Pescanova, con sede en Galicia, está llevando a cabo la que quizá sea la investigación más avanzada sobre la reproducción del pulpo gracias al trabajo previo del Instituto Español de Oceanografía, aunque prevé que no empezará la explotación comercial hasta 2023. Ricardo Tur Estrada, investigador principal del área de moluscos de Pescanova y veterano del instituto, afirma que no solo han criado varias generaciones de Octopus vulgaris, el pulpo común atlántico, sino que también han hecho que sobrevivan tras reproducirse.

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    Este joven pulpo rojo (O. maya) es de la cooperativa del biólogo Carlos Rosas Vázquez en Sisal, México.
    Fotografía de Carlos Rosas

    En estado silvestre, los pulpos se reproducen una vez y después dejan de cazar y se consumen; las hembras pasan sus últimas semanas de vida cuidando de los huevos. (Los nautilus son los únicos miembros de la familia de los cefalópodos, que también incluye a calamares y sepias, que se reproducen más de una vez.) Ahora, con una alimentación cuidada y en « condiciones ideales, salvamos la vida a la hembra, algo que nunca se ha documentado antes», explica Tur. Este verano, intentarán que una hembra resucitada y criada en cautividad se reproduzca de nuevo. Entonces tendrá dos años, casi el doble de la esperanza de vida media del O. vulgaris.

    Asimismo, Tur explica que «hemos elimitado la competencia y el canibalismo», que son sellos distintivos de los pulpos. También han identificado una cuarta fase no documentada hasta ahora en el ciclo vital del pulpo común: el alevín transparente, una fase de transición entre la paralarva y el juvenil. Tur cree que esta etapa, en la que los animales aprenden a usar los brazos y desarrollan su pigmentación, aportará información biológica fundamental. «También podría ser la etapa perfecta para aislar células madre» y comprender (y quizá imitar) su capacidad de regenerar extremidades perdidas.

    Al otro lado del Atlántico, Carlos Rosas no tiene tantas dificultades con el ciclo vital del pulpo. El Octopus maya, la especie con la que trabaja, es una de las muchas que se saltan la etapa de paralarva y eclosionan en forma de minipulpos plenamente desarrollados.

    Pero se enfrenta a otro obstáculo: presupuestos muy reducidos, algo habitual en la investigación en México. Por ello ha decidido contratar a las mujeres locales (esposas de los pescadores de pulpo) para que limpien y mantengan las decenas de tanques del laboratorio a cambio de todos los pulpos comerciales que producen. Estas aplicadas ayudantes de laboratorio, que han fundado una pequeña cooperativa, retiran los huevos, matan y despiezan a las madres y crían a las nuevas generaciones que estudiarán y recogerán. «Los datos son para nosotros, los pulpos, para vosotras», dice Rosas, bromeando con dos integrantes de la cooperativa. Sus maridos e hijos, impresionados ante los resultados, han empezado a unirse a la cooperativa.

    Con 1.000 madres, este es el mayor criadero de pulpos abisales del mundo
    En este criadero se observaron unos mil pulpos y casi todos parecían estar empollando. El Muusoctopus robustus es una especie abisal que rara vez se observa.

    La operación es artesanal. Para alimentarlos, las cuidadoras colocan pasta de gamba y restos de pescado en cientos de conchas de almejas, que parecen las presas silvestres y reducen el desperdicio de alimentos. El producto tiene un precio superior, casi 24 euros el kilo; pueden vender los pulpos pequeños que prefieren los chefs (pero que están protegidos por la normativa pesquera) y suministrar pulpo durante los seis meses durante los que se prohíbe la pesca. Rosas y el gobierno yucateco esperan que este experimento sea la semilla de más granjas de pulpos, proporcione trabajo a comunidades que atraviesen dificultades y amortigüen la reducción de las capturas silvestres causada por el calentamiento.

    «Particularmente inadecuados para la vida en cautividad»

    En «The Case Against Octopus Farming», Jennifer Jacquet y sus coautores (Becca Franks, de la Universidad de Nueva York, el activista por los derechos de los animales Walter Sánchez-Suárez y el filósofo científico australiano Peter Godfrey-Smith) citan los problemas generales de la acuicultura y la cría industrial. Indican el estrés y la monotonía del confinamiento; las «altas tasas de mortalidad y el aumento de la agresividad, las infecciones parasitarias [y] las afecciones del tracto digestivo» vinculadas a la cría intensiva; el derroche de «alimentar a los peces con peces» que los humanos podrían consumir y que está agotando los mares.

    Sostienen que los pulpos son «particularmente inadecuados para la vida en cautividad y la producción en masa, por motivos tanto éticos como ecológicos». El confinamiento es cruel para animales con «sistemas nerviosos sofisticados y cerebros grandes» con capacidades como la imitación, el juego, estrategias de orientación y de caza sofisticadas y lo que Jacquet denomina «vidas con sentido». Los partidarios de la acuicultura «no tienen en cuenta lo rica que es la zona intermareal», refiriéndose al hábitat variado donde buscan alimento las especies de pulpo común. «No pueden imitarla».

    Rosas reconoce la importancia de las condiciones humanas y del enriquecimiento (como proporcionar caracolas para que se escondan) y sostiene que su laboratorio trata de proporcionar ambas cosas. Añade que «estamos trabajando para reducir la sensibilidad de los pulpos al dolor cuando los sacrificamos», entumeciéndolos con agua fría y haciendo un corte rápido en el cerebro. «Vamos a sumarnos a un proyecto del Laboratorio de Cefalópodos en Nápoles apra determinar la mejor forma de matarlos de forma humana».

    Rosas y Tur (ambos «pulpófilos» confesos cuyas oficinas están plagadas de pulpos de juguete) usan los restos y los descartes de los procesadores de pescado locales para alimentar a los pulpos. Jake Conroy, de Kanaloa Octopus, no ha tenido tanto éxito con los desechos de la pesca, pero está contemplando la idea de usar peces invasores como el mero colorado como alimento.

    El abastecimiento sostenible podría ser más viable para proyectos experimentales y artesanales como el suyo que para las instalaciones de cultivo marino de las que previene Jacquet. Sin embargo, Tur refuta de forma vehemente su argumento de que hacen falta al menos 1,4 kilogramos de comida para criar medio kilo de pulpo. Aduce un índice de conversión de dos a uno.

    «Eso no es sostenible, sino menos insostenible», responde Jacquet, que añade que aunque los investigadores «reduzcan otros impactos ecológicos, la cría de pulpos en cautividad seguiría sin ser ética». Al fin y al cabo, es un producto de lujo innecesario para la seguridad alimentaria; prohibir la acuicultura de pulpos «significaría que solo los consumidores acomodados pagarán más por los pulpos silvestres, cada vez más escasos».

    Según Conroy, ese es el motivo por el que los pulpos deberían criarse en cautividad: para aliviar las poblaciones silvestres. «La acuicultura es una especie de plan B. En un mundo perfecto, todos estaríamos de acuerdo, pero es muy difícil convencer a la gente de que se haga vegetariana. Si adoptamos un enfoque purista y la población silvestre se ve amenazada o perjudicada de forma irreparable, ¿qué haremos?», afirma.

    Rosas y Tur recurren a otras justificaciones: el desarrollo comunitario y la investigación básica. Tur, que al igual que Conroy recurrió a la acuicultura por la falta de financiación a la investigación, cree que estudiar a los pulpos producirá grandes recompensas en la investigación de antibióticos (por su cobertura mucosa protectora), la regeneración neuronal y de tejidos, y la robótica. Los diseñadores de robots ya han copiado su piel elástica que cambia de color y han imitado sus tentáculos con ventosas sensibles para la sujeción y la navegación quirúrgica. Un laboratorio italiano ha inventado un «pulpobot» que puede explorar grietas submarinas.

    Tanto los partidarios como los opositores de la acuicultura de pulpos coinciden en un aspecto: las capacidades increíbles que poseen estos moluscos maravillosos. Por ahora no han hablado directamente. «No es que me oponga al diálogo, pero no quiero que me persuadan las personalidades de los individuos de la industria», afirma Jacquet. Por consiguiente, el debate continúa mientras aumentan los pedidos de pulpo a la gallega y sashimi de tako.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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