Estas medusas pueden picarte sin tocarte mediante estructuras presentes en su moco

Las medusas del género Cassiopea expulsan estructuras microscópicas urticantes en su moco, parecidas a «granadas» microscópicas.

Por Jason Bittel
Publicado 14 feb 2020, 10:35 CET
Medusa invertida
Una medusa Cassiopea, o medusa invertida, vista desde arriba en el Departamento de Zoología Invertebrada del Museo Nacional Smithsonian de Historia Natural. Un equipo dirigido por científicos del Smithsonian, la Universidad de Kansas y el Laboratorio de Investigación Naval de Estados Unidos ha descubierto estructuras urticantes microscópicas dentro de la mucosidad que segregan las medusas Cassiopea.
Fotografía de Allen Collins

Si nadas por las aguas de los manglares del mundo, de las costas de Florida a la Micronesia, quizá te topes con una medusa que pica pese a no tener tentáculos. De hecho, ni siquiera tienes que tocarla para que te pique.

¿Cómo es posible? Pues según un estudio publicado el jueves en Communications Biology, usan nubes de mucosidad llenas de «granadas» venenosas microscópicas.

Las medusas invertidas, que se llaman así porque viven sobre el fondo marino en posición invertida, han sido objeto de estudios durante más de un siglo. Pero hasta ahora nadie había averiguado cómo funcionaba el moco de estas medusas. Descubrirlo puede explicar por qué estas medusas pican a los nadadores con tanta frecuencia, incluso desde lejos.

«Sabíamos que estaba relacionado con el moco», explica Cheryl Ames, bióloga marina del Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian y coautora principal del nuevo estudio.

Las medusas invertidas del género Cassiopea producen una gran cantidad de mucosidad pegajosa con la que atrapan presas pequeñas, como artemias, casi como si fuera la tela de una araña. Algunos peces perecen dentro del moco. Es más, cuando los buceadores humanos nadan cerca de las medusas, pueden experimentar una «sensación de agua urticante» en las zonas de piel expuesta pese a no llegar a tocar a los invertebrados. Normalmente, describen la sensación como un picor o ardor molesto, pero los análisis de laboratorio del veneno sugieren que la exposición excesiva puede resultar perjudicial.

Cuando Ames y sus colegas analizaron el moco bajo el microscopio, descubrieron que había algo nadando dentro de la sustancia.

“Eran autónomos, se movían como pequeñas aspiradoras Roomba.”

por CHERYL AMES, BIÓLOGA MARINA

Los científicos han llamado casiosomas a las nuevas estructuras. Cada casiosoma consta de un núcleo lleno de material gelatinoso, una serie de células urticantes llamadas nematocistos y entre 60 y 100 cilios, unas estructuras que parecen pelos y con las que los casiosomas se desplazan por el fango.

«Eran autónomos, se movían como pequeñas aspiradoras Roomba y chocaban con las artemias que les dábamos. Las mataban en cuanto las tocaban y pasaban a la siguiente».

El secreto del moco

Al principio, los investigadores creían que las estructuras que habían encontrado podrían ser parásitos. Pero tras examinar los glóbulos con nuevas tecnologías (como el análisis del ADN y estadios microscópicos para observar las pequeñas masas blandas en tres dimensiones), el equipo reveló que su origen era más sorprendente. Los casiosomas constaban de las mismas células urticantes y material gelatinoso que componen los cuerpos de las medusas invertidas.

El equipo también encontró casiosomas en otras especies de medusas, lo que sugiere que las estructuras no son rarezas únicas, sino quizá un rasgo común.

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    Las medusas Cassiopea o medusas invertidas del Acuario Nacional.
    Fotografía de Cheryl Ames

    Muchos de los casiosomas contenían otra sorpresa: algas. Determinadas especies de algas son simbiontes de las medusas Cassiopea y proporcionan a los animales nutrientes extraídos de la luz solar mediante la fotosíntesis. Estas algas aportan a las medusas invertidas sus tonalidades rosas, azules y verdes.

    «No sabemos qué hacen las algas [dentro de los casiosomas]», afirma Anna Klompen, bióloga experta en medusas que está haciendo el doctorado en la Universidad de Kansas y coautora principal del estudio.

    Estas algas podrían ser como baterías que funcionan con energía solar, ya que los científicos saben que los casiosomas pueden sobrevivir y viajar por sí solos durante un máximo de 10 días. «Pero no hemos podido confirmarlo con las técnicas que hemos usado hasta ahora», afirma Ames.

     

    Aunque está claro que los casiosomas tienen cierta voluntad propia, por así decirlo, habrá que investigar más para saber si pueden detectar presas a su alrededor y moverse hacia ellas o si simplemente son células urticantes torpes configuradas en piloto automático.

    «No sé si pueden buscar, pero estamos seguras de que pueden destruir», afirma Klompen.

    «Una adaptación increíble»

    Para Angel Yanagihara, bioquímico y experto en medusas de la Universidad de Hawái en Manoa, los nuevos hallazgos han respondido algunas incógnitas sobre la sensación del agua urticante.

    «La explicación fácil de que el moco era en sí mismo una especie de alérgeno o alergénico no me parece creíble. Resulta bastante satisfactorio ver una descripción y un desglose tan elaborados de lo que liberan en el agua exactamente», afirma Yanagihara, que no participó en el nuevo estudio.

    Según Yanagihara, las medusas invertidas se denominan Medusozoa, un término que se atribuye tradicionalmente a las medusas nadadoras. Pero lo raro es que las Cassiopea evolucionaron para permanecer sobre el fondo marino, como sus parientes lejanas, las anémonas.

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    El descubrimiento de los casiosomas nos acerca a entender cómo estas criaturas sésiles consiguen capturar presas. «Se trata de una adaptación increíble», afirma Yanagihara.

    Los científicos aún tienen que describir cómo se benefician las medusas invertidas de su moco letal, pero Ames dice que ha visto pistas en su laboratorio. Si alimentas a las medusas con unas cuantas artemias, puedes observar cómo el moco se convierte en una «nube rosa» llena de crustáceos liquidados.

    «Y en 24 horas, la nube rosa desaparece», cuenta Ames.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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