La última década ha sido la más calurosa registrada

Los últimos diez años nos han demostrado que el cambio climático está pasando ahora y que podría empeorar mucho.

Por Alejandra Borunda
Publicado 17 dic 2019, 14:33 CET
Artículo publicado originalmente en diciembre de 2019 actualizado para incluir los últimos datos de la NOAA estadounidense acerca del aumento de las temperaturas en 2019.

Un informe publicado por la NOAA y la NASA ha confirmado que la década entre 2010 y 2019 ha sido la más calurosa desde que se empezaron a llevar registros, hace 140 años. El análisis también reveló que 2019 fue el segundo año más caluroso registrado y que se alcanzaron las temperaturas marinas máximas. Los científicos responsables del informe indican que las fuentes del calentamiento global continuo son las emisiones de dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero.

El aumento de las temperaturas ha contribuido a fomentar una serie de desastres naturales mientras el mundo afrontaba al fin las realidades del cambio climático. La investigación es solo la más reciente que confirma que las condiciones podrían empeorar si no se toman medidas para reducir las emisiones.

Esta década, muchas personas de todo el mundo se han concienciado sobre una realidad desalentadora: el cambio climático está aquí, está pasando ahora y podría empeorar mucho.

Estos diez años han estado marcados por una serie de fenómenos extremos y devastadores: huracanes como Sandy, María y Harvey han trastornado los cimientos de comunidades enteras y han dejado heridas que aún no se han curado. Las olas de calor cada vez más intensas han sofocado comunidades de todo el mundo. Los incendios forestales han arrasado decenas de miles de hectáreas en un abrir y cerrar de ojos.

Se han batido récords climáticos a diestro y siniestro. ¿El año más cálido en la atmósfera del planeta? Sí. ¿El año más cálido en el océano? Sí. ¿Una banquisa ártica con superficies mínimas sin precedentes? También.

El motor subyacente de estos cambios es indiscutible. El aumento constante de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera que atrapan más calor cerca de la superficie terrestre, provocado principalmente por la quema de combustibles fósiles por parte de los humanos. Esto calienta todo el planeta. Las consecuencias son evidentes —un planeta más caluroso— e increíblemente complejas, ya que los cambios provocan efectos dominó en los mares, la atmósfera, el suelo, las rocas, los árboles y en todos los seres vivos del planeta.

«Esta ha sido una década terrible. Hagamos que la próxima sea menos mala», afirma Leah Stokes, experta en política climática de la Universidad de California en Santa Bárbara.

Hemos batido récords grandes y pequeños

La última década ha sido la más calurosa documentada, algo que supone una advertencia para cualquiera que haya prestado atención. De media, las temperaturas interanuales son casi un grado centígrado más altas ahora que entre 1950 y 1980; de hecho, el último lustro ha sido el periodo más cálido documentado. Por ahora, 2019 está destinado a convertirse en el segundo año más cálido registrado, con casi 0,94 grados centígrados más que la media a largo plazo.

Quizá esa cifra parezca pequeña, pero tiene repercusiones enormes. Cada pequeño cambio en la media incrementa las probabilidades de fenómenos de calor extremos. Y los pequeños cambios en la cantidad total de calor almacenado en el mar, el aire y el agua pueden tener consecuencias gigantescas en el planeta.

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    Por ejemplo, los científicos creen que el planeta solo era una media de seis grados centígrados más frío durante la última glaciación, hace unos 20 000 años. Pero en aquella época, Norteamérica estaba cubierta por un enorme manto de hielo que llegaba hasta Long Island por el sur. El mundo era muy diferente y solo se había producido un ligero cambio en la temperatura media.

    Las temperaturas máximas también ascienden, precisamente lo que habían predicho los científicos. Ante el incremento de la media, las probabilidades de que ocurran fenómenos de calor extremo ascienden. En la última década se han producido fenómenos de calor «extremos» con más frecuencia y se prevé que dicho patrón se intensifique.

    El calentamiento posee otra dimensión importante, en general: que no ocurre de manera uniforme a lo largo del año ni en lugares distintos. Los inviernos se calientan más rápido que los veranos. El cambio en las temperaturas mínimas entre 2009 y 2018 (los últimos diez años de los que tenemos registros; aún no hay registros de 2019) ha sido de 0,74 grados Celsius. Los inviernos más suaves vienen acompañados de una serie de cambios preocupantes que reestructuran el ecosistema: las primaveras más tempranas provocan un desajuste entre los polinizadores y los periodos de floración de las plantas. Más lluvia y menos nieve y el derretimiento temprano de la nieve afectan a la disponibilidad de agua en verano y otoño. Aparecen lagos descongelados, permafrost derretido y aguas abiertas donde debería haber hielo.

    Hay cambios igualmente alarmantes y más evidentes en los océanos. Aunque las temperaturas del aire tienden a oscilar de un año al otro al responder a patrones como El Niño —el fenómeno de calentamiento periódico del Pacífico—, el océano suaviza esa señal e integra todo el calentamiento que ha ocurrido en los últimos años. Responde de forma más lenta y constante a los cambios que ocurren sobre su superficie y lo que nos revela está muy claro.

    El océano ha absorbido más del 90 por ciento del calor adicional atrapado por el cambio climático antropogénico y dicha señal es manifiesta en sus temperaturas superficiales. Las olas de calor marinas, como las terrestres, y los cambios a mayor escala —los que pueden afectar a los patrones meteorológicos de todo el planeta— podrían llegar antes de lo pensado.

    El hielo nos desvela que corremos peligro

    El hielo de la Tierra ha sido la señal más obvia del cambio en la última década. El Ártico se ha calentado en torno a un grado Celsius solo en la última década, la misma cantidad que el resto del planeta en los últimos 50 años. Su hielo y sus paisajes helados responden con la sensibilidad que habían predicho los científicos.

    En 2012, casi todo el manto de hielo de Groenlandia se convirtió en aguanieve y manaron cascadas de agua de deshielo por su costa. Ese debilitamiento se repitió. La banquisa ártica registró su superficie mínima en 2012 y ha rondado mínimos históricos desde entonces, lo que altera los patrones meteorológicos «normales» que dependen del frío del Ártico.

    Los gigantescos glaciares de la Antártida Occidental, que albergan suficiente hielo para aumentar el nivel del mar tres metros o más si se derritieran, han comenzado una retirada inexorable. Casi todos los glaciares de las regiones de alta montaña de la Tierra están mermando y reconfigurando la vida en esas zonas elevadas. También afecta a la vida en las zonas bajas, donde miles de millones de personas dependen del agua que han obtenido durante mucho tiempo de la nieve y el hielo de los altos picos.

    El calor que atrapa el mar y el deshielo han contribuido a aumentos del nivel del mar de récord en gran parte del planeta. Un océano más cálido se expande y aumenta dichos niveles. Simultáneamente, en la última década el deshielo de Groenlandia y la Antártida ha añadido aproximadamente 36 milímetros más de agua dulce a los mares del mundo, tasa que aumenta cada año. La inyección de agua dulce cambia la composición del océano en el Extremo Norte, que a su vez ralentiza la corriente que circula de norte a sur y que controla el tiempo atmosférico del planeta, lo que podría tener consecuencias inciertas, pero no positivas.

    Todos estos cambios tienen un motor evidente: el dióxido de carbono atmosférico. En 2009, las concentraciones de CO2 de la atmósfera oscilaban en torno a las 390 partes por millón. Para 2014, esa cantidad ha sobrepasado las 400 partes por millón. En la actualidad, rondan las 410 ppm. El planeta no ha observado concentraciones tan elevadas desde hace al menos 2,6 millones de años. En aquella época no existían mantos de hielo en las regiones polares septentrionales, había bosques en la Antártida, el nivel del mar era probablemente 12 metros más alto que hoy y el planeta en su conjunto funcionaba con condiciones muy diferentes.

    «Esta última década ha importado mucho y ha pintado muy mal. Tenemos que hacer que la próxima sea diferente», afirma Kate Marvel, climatóloga de la Universidad de Columbia y el Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA.

    ¿Cómo ha cambiado nuestra actitud respecto al cambio climático?

    Los patrones físicos del cambio climático son cada vez más evidentes. Además de los cambios físicos, también están cambiando las actitudes al respecto.

    “Yo diría que hemos perdido nueve años de la década, pero hemos empezado a avanzar en los últimos 12 meses”

    por Leah Stokes, experta en política climática de la Universidad de California

    Según Anthony Leiserowitz, director del Programa de Comunicación del Cambio Climático de Yale, los estadounidenses se comprometieron con la cuestión del cambio climático en la década de los 2000. En 2007, un informe del IPCC avivó los debates sobre cómo abordar el problema, así como las comunidades políticas. Los científicos se pronunciaron al respecto.

    Con todo, en Estados Unidos se desplomó la creencia de que el clima estaba cambiando —por no hablar de las soluciones que deberían adoptarse— entre 2008 y 2010 por una serie de razones políticas y sociales. Leiserowitz explica que la primera parte de la década se centró en restablecer la atención y el interés por el cambio climático como un problema importante.

    Asimismo, los científicos han desarrollado nuevas técnicas para determinar con exactitud la probabilidad de que un fenómeno —un huracán, una ola de calor o un incendio— sea la consecuencia del cambio climático. Pueden vincular directamente patrones generales de cambio a un fenómeno meteorológico. Ese tipo de conexión explícita cambia la forma de pensar de las personas respecto al problema en su conjunto.

    Por ejemplo, el cambio climático alimentó el huracán Harvey, ya que añadió un 20 por ciento más de lluvia de la esperada. Los mensajes claros que vinculan la ciencia con las repercusiones influyen en la comprensión de las causas de dichos fenómenos.

    En los últimos años, la preocupación y el interés del público sobre el cambio climático han aumentado drásticamente. En 2010, el 59 por ciento de los adultos estadounidenses encuestados por el programa de Yale pensaban que se estaba produciendo un calentamiento global; en 2019, dicha cifra había ascendido hasta el 67 por ciento. En 2009, el 31 por ciento de los encuestados pensaban que el calentamiento global les afectaría a nivel personal; este año, la cifra ha subido hasta el 42 por ciento.

    En el último año, la actividad de los jóvenes también ha experimentado un auge. Los activistas climáticos jóvenes se congregan para llamar la atención sobre el futuro que se les ha robado. Los equipos científicos publican advertencias cada vez más firmes. Aumentan la atención internacional al problema y las soluciones propuestas. Pero por otro lado, las medidas tomadas hasta la fecha distan de ser suficientes.

    «Mucha gente ha empezado a unir los puntos. Dicen: “¿Es este fenómeno cambio climático?”. Un gran conjunto de la población ha empezado a verlo. Se preguntan: “¿Por qué ocurre un fenómeno de récord tras otro fenómeno de récord? ¿Están vinculados?”», afirma Leiserowitz.

    «Ha sido una década pésima», afirma Stokes. «Yo diría que hemos perdido nueve años de la década, pero hemos empezado a avanzar en los últimos 12 meses. Hay una energía y un dinamismo nuevos». Esto, según ella, podría indicar que, en lo referente al clima, la próxima década podría ser diferente a la anterior.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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