El asteroide que acabó con los dinosaurios preparó la Tierra para la vida moderna

Nuevos datos revelan que las extinciones marinas posteriores al impacto podrían haber creado oportunidades para los seres vivos que sobrevivieron.

Por Tim Vernimmen
Publicado 17 ene 2020, 11:04 CET
Los pterosaurios sobrevuelan un paisaje volcánico durante la extinción en masa que acabó con los dinosaurios ...
Los pterosaurios sobrevuelan un paisaje volcánico durante la extinción en masa que acabó con los dinosaurios no aviares.
Fotografía de Stocktrek Images, Nat Geo Image Collection

Hace 66 millones de años, el planeta quedó cubierto por el velo de la muerte tras el impacto de un asteroide gigante que dejó a su paso un cráter de más de 170 kilómetros de ancho en la península de Yucatán, centrado en la actual localidad mexicana de Chicxulub. Este impacto expulsó más de 50 000 kilómetros cúbicos de material, causando un invierno que duró décadas y acidificó los mares. Cuando este velo se levantó, tres cuartos de las especies de la Tierra, entre ellas la mayoría de los dinosaurios, habían muerto.

Con todo, considerándolo en retrospectiva, aquellas secuelas no fueron tan terribles.

Según una investigación llevada a cabo por una colaboración internacional de tres docenas de científicos, la extinción en masa que marcó el final del Cretácico podría haber permitido que los océanos amortiguaran el golpe de una erupción volcánica masiva que se produjo en torno a la misma época que la colisión del asteroide. El asteroide preparó los mares para absorber parte de las enormes cantidades de gases de efecto invernadero emitidas en una meseta volcánica de la antigua India conocida como coladas basálticas del Decán. A su vez, esto frenó el calentamiento que, de lo contrario, podría haber resultado problemático para los mamíferos primitivos y muchas de las especies que persistieron tras el impacto.

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Algunos estudios sugieren que esta erupción de proporciones épicas ya llevaba activa 400 000 años cuando el asteroide colisionó y algunos expertos sostienen que los gases volcánicos podrían haber sido parcialmente responsables de la extinción masiva. Pero según nuevas estimaciones de las temperaturas globales en esta época —publicadas el jueves en la revista Science—, parece improbable que los volcanes contribuyeran a la extinción de los dinosaurios no aviares.

El asteroide parece haber actuado solo y sus drásticas repercusiones en el plancton marino podrían haber moderado el calentamiento global subsiguiente conforme las erupciones volcánicas continuaban durante 300 000 años más.

Palmeras y plancton

Pincelli Hull, paleoceanógrafo de la Universidad de Yale y coautor del estudio, explica que en las muestras de sedimentos lodosos tomadas en el fondo marino, la desaparición repentina de especies de plancton con conchas calcáreas suele coincidir con una capa de perlitas de vidrio que llovieron tras el impacto del asteroide.

«Como parece que estas especies fueron las más afectadas por el impacto del asteroide, creemos que el azufre y el óxido nitroso generados por el impacto podría haber acidificado el océano y disuelto las conchas de las criaturas», afirma Hull. Sería similar a lo que ocurre cuando tiras un trozo de tiza —compuesto de restos de plancton calcáreo— en un vaso de vinagre. Sin embargo, el océano nunca había tenido tal acidez, así que las conchas del plancton se habrían disuelto mucho más lentamente y no se produciría efervescencia.

Hull explica que esos mismos sedimentos también pueden desvelarnos cómo han cambiado las temperaturas globales con el paso del tiempo, cambios que deberían registrar cualquier efecto considerable generado por los gases emitidos por los volcanes del Decán, entre ellos el CO2.

«El lodo fino del fondo marino que encontramos en estas muestras tiene una consistencia comparable a la de la pasta de dientes. No está compuesto de roca, como el lodo que estamos acostumbrados a ver en tierra, sino de fósiles microscópicos de especies de plancton calcáreo que se hunden hasta el fondo cuando mueren», afirma Hull.

La mera identificación del plancton incrustado en las diversas capas de sedimentos del fondo del mar puede indicarnos el clima del océano de la época. Algunas especies son «el equivalente a encontrar palmeras en el Polo Norte», afirma Hull.

Pero la composición química de las conchas contiene más información.

Las temperaturas marinas afectaban a los tipos de isótopos de oxígeno y carbono que incorporaba el plancton en sus conchas protectoras. Combinando los datos de muestras de lodo de fondos marinos de todo el mundo, los investigadores reconstruyeron cómo habían cambiado las temperaturas globales a lo largo de cientos de miles de años.

Un debate reavivado

Para conseguirlo, los investigadores adaptaron un modelo informático mediante ecuaciones que expresan la relación entre los cambios de temperatura del planeta y el ciclo del carbono durante varios periodos de tiempo, incluido el presente.

Este modelo aborda un debate de 40 años que se reavivó con la publicación de dos estudios el pasado febrero, también en la revista Science.

Las hipótesis con más apoyos postulan que la mayoría de los gases de efecto invernadero del Decán se emitieron de 200 000 a 350 000 años antes de la extinción del Cretácico o casi equitativamente antes y después del evento de extinción. Esta última posibilidad de una división equitativa fue propuesta por Courtney Sprain, geocronóloga de la Universidad de Florida, y sus colegas en uno de los trabajos publicados el pasado febrero.

«Claro que me entusiasma ver que este estudio apoya nuestros hallazgos», afirma Sprain, que añade que los dos estudios del año pasado postulaban que la mitad de los gases se habían emitido tras el impacto del asteroide. La diferencia principal es que el estudio dirigido por el geocronólogo Blair Schoene planteaba que se produjo un pulso de vulcanismo en el periodo de 100 000 años inmediatamente anterior al evento de extinción. Este pulso habría alterado el ambiente y conspirado con el asteroide para provocar la aniquilación global de muchas de las especies del planeta.

Sin embargo, el nuevo modelo informático no respalda esta hipótesis, sino que insiste en que las temperaturas globales se enfriaron en el periodo previo a la colisión del asteroide.

Con esto aún quedaría por resolver la cuestión de qué cantidad de gases se emitió antes y después de la extinción en masa. El análisis de los periodos evidentes de calentamiento más próximos al impacto del asteroide revela un pico de casi 2 grados Celsius unos 200 000 años antes de la extinción en masa. Se produjo un segundo periodo de calentamiento mucho menos pronunciado unos 200 000 años después del evento.

Pero Donald Penman, geoquímico de Yale y cocreador de los nuevos modelos, aclara que menos calentamiento no se traduce necesariamente en que los volcanes del Decán emitieran menos gases. Podría existir una explicación más intrigante:

«Una vez se extinguió la mayoría del plancton calcáreo, el modelo sugiere que la acumulación de los compuestos que habrían usado en sus conchas permitió que los océanos absorbieran más CO2 volcánico, reduciendo su efecto de calentamiento global», afirma Penman.

Heather Birch, micropaleontóloga de la Universidad de Bristol en Inglaterra que no participó en la creación de los modelos, coincide en que la composición del plancton era muy distinta tras el impacto del asteroide y en que esto podría haber afectado a la absorción de carbono. Pero Birch advierte que «solo una pequeña fracción del plancton se fosiliza, así que hay que debemos investigar más para descubrir cómo se habrían absorbido estas grandes cantidades de CO2».

Si tenemos en cuenta que la acidez de los océanos está aumentando de nuevo, esta vez por un aumento antropogénico del CO2, ¿podría salvarnos otra extinción masiva del plancton calcáreo de lo peor del cambio climático?

Hull dice que mejor no nos hagamos ilusiones. Tras la extinción de plancton del Cretácico, las temperaturas aumentaron durante miles de años hasta que los mares empezaron a absorber más CO2. En una escala temporal relevante para la sociedad humana, esto significaría que tendríamos por delante milenios de agitación.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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