La erupción del Vesubio convirtió el cerebro de una víctima en vidrio

Dos estudios revelan más detalles sobre qué les ocurrió a las víctimas de la tragedia en el 79 d.C.

Por Robin George Andrews
Publicado 27 ene 2020, 14:38 CET
Estos fragmentos de material vítreo se extrajeron de la cavidad craneal de una víctima de la erupción volcánica del Vesubio en el 79 d.C., que destruyó las ciudades de Pompeya y Herculano.
Courtesy of Pier Paolo Patrone, University of Naples Federico II

Cuando el Vesubio desató su furia en el 79 d.C., Herculano fue una de las varias ciudades que quedaron cubiertas de ceniza debido a las ardientes avalanchas volcánicas. Sin embargo, tres siglos después del comienzo de las excavaciones, los expertos no están del todo seguros de qué mató a las víctimas de esta metrópolis antaño bulliciosa.

Junto a los edificios derrumbados, los proyectiles de piedras y las estampidas de residentes huyendo, varios estudios han culpado a la inhalación de ceniza y gases volcánicos, un choque térmico repentino e incluso la vaporización de los tejidos blandos de las personas.

Ahora, dos estudios añaden un par de giros a esta historia.

Uno concluye que quienes se refugiaron en los cobertizos para botes de la localidad no se quemaron ni se vaporizaron, sino que se cocieron como si estuvieran dentro de un horno de piedra. El segundo ha descubierto una víctima en una parte diferente de la ciudad cuyo cerebro parece haberse fundido antes de haberse vitrificado.

Aunque futuras investigaciones verifiquen estas narraciones de metamorfosis biológica, no significa que al fin sepamos cómo murieron estas personas. Todo lo que puede afirmarse es que esto podría ser lo que les pasó en torno al momento de su muerte.

Volcanes 101

Con tantas evidencias inequívocas perdidas en el tiempo, «es probable que nunca podamos conocer la verdad» sobre cómo fallecieron, afirma Elżbieta Jaskulska, osteoarqueóloga de la Universidad de Varsovia que no participó en ninguno de los estudios. Pero intentar desentrañar este enigma vale la pena, y no solo para poder conocer los capítulos que faltan de una historia icónica.

«Los desastres volcánicos no solo ocurren en el pasado», afirma Janine Krippner, del Programa Global de Vulcanismo del Instituto Smithsonian, que no participó en los trabajos.

Muchos volcanes del mundo son capaces de producir estallidos similares, lo que significa que la historia seguirá repitiéndose. Comprender cómo han afectado a las personas estas avalanchas volcánicas en el pasado podría permitir que los servicios de emergencias estén mejor preparados para tratar los heridos que consigan sobrevivir a la futura ira de un volcán.

Pero ¿es cierto?

En aquel día de verano del 79 d.C., las avalanchas volcánicas de gas y ceniza ardiente —que se movían a 80 kilómetros por hora— fueron sin duda el atributo más terrorífico del Vesubio. A veces se denominan flujos piroclásticos, pero las versiones más gaseosas que anegaron Herculano se llaman oleadas piroclásticas.

Durante años, se creyó que muchas de las víctimas barridas por la erupción murieron al asfixiarse con las cenizas y los gases tóxicos. En las dos últimas décadas, una serie de estudios en los que participó Pier Paolo Petrone, paleobiólogo del Hospital Universitario Federico II en Nápoles, sugería que las temperaturas aumentaron tanto y tan repentinamente que muchos de los órganos internos de estas personas dejaron de funcionar de repente, una muerte causada por el choque térmico extremo.

En 2018, Petrone y sus colegas documentaron compuestos rojizos ricos en hierro sobre los huesos (normalmente rotos) de varias víctimas de Herculano. Sostenían que estas salpicaduras se debían a la destrucción de los glóbulos rojos cuando estas oleadas abrasadoras vaporizaron los tejidos blandos de las víctimas, como músculos, tendones, nervios y grasa. Hervir los fluidos del cerebro también habría creado presión y hecho que sus cráneos explotaran. Algunos expertos recibieron estas afirmaciones con escepticismo, indicando que los cuerpos incinerados a temperaturas mucho más altas no experimentan vaporización.

Este debate aún no se ha zanjado, pero un nuevo estudio de Petrone y sus colegas, publicado esta semana en el New England Journal of Medicine, echará leña el fuego.

Jabón y vidrio

Hallar tejidos cerebrales en descubrimientos arqueológicos es rarísimo. Aunque los encuentren, normalmente no se han preservado y se han convertido en una mezcla jabonosa de compuestos como glicerol y ácidos grasos. Petrone decidió analizar a una víctima en particular, descubierta en los años 60 dentro del Collegium Augustalium, un edificio dedicado al culto al emperador Augusto, que gobernó Roma entre el 63 a.C. y el 14 d.C.

Sorprendentemente, descubrieron una sustancia vidriosa dentro de un cráneo agrietado, algo desconcertante porque la propia erupción no produjo material volcánico vítreo. El vidrio del cráneo contenía proteínas y ácidos grasos habituales en el cerebro, así como ácidos grasos presentes en las secreciones oleosas del pelo humano. En las proximidades no se hallaron fuentes vegetales ni animales de estas sustancias.

“Es asombroso y horrible al mismo tiempo pensar que un calor tan intenso puede convertirte el cerebro en vidrio.”

por MIGUEL VILAR, NATIONAL GEOGRAPHIC SOCIETY

Petrone explica que es probable que los fragmentos vítreos sean los restos del cerebro de la víctima y el primer ejemplo de su tipo hallado en un contexto moderno o antiguo.

Este tejido convertido en vidrio debió crearse en un proceso de vitrificación, un proceso en el que un material se calienta hasta que se licúa y a continuación se enfría muy rápidamente, formando vidrio en lugar de un sólido ordinario. La madera carbonizada cercana sugiere que las temperaturas del edificio podrían haber alcanzado 520 grados Celsius. Parece ser una temperatura lo bastante alta para inflamar la grasa corporal, vaporizar los tejidos y fundir el tejido cerebral. A continuación, la materia cerebral se enfrió de forma repentina, pero Petrone afirma que aún no saben qué permitió qué ocurriera esto.

«Es asombroso y horrible al mismo tiempo pensar que un calor tan intenso puede convertirte el cerebro en vidrio», afirma Miguel Vilar, antropólogo biológico de la National Geographic Society que no participó en el trabajo.

Pero el proceso de vitrificación aún no está plenamente desarrollado y, como no está claro por qué el cerebro de esta persona es (por ahora) único entre las víctimas del volcán, no puede determinarse con seguridad que se trate de materia cerebral vitrificada.

Cocidos, no quemados

El otro estudio, que apareció en la revista Antiquity, examinó restos que sugieren que las personas que fallecieron en el muelle de Herculano tuvieron una muerte diferente. Los hombres se congregaron en la playa —quizá trataban de organizar una evacuación al mar—, mientras que las mujeres y los niños se refugiaron en las cámaras de piedra para barcos llamadas fornici. Todos perecieron y, hasta la fecha, se han excavado 340 cuerpos en la zona.

Durante mucho tiempo, se consideró que los huesos de las víctimas eran solo restos aniquilados. Pero en la última década se han podido analizar los fragmentos humanos quemados con nuevas técnicas científicas para encontrar una ventana al momento en torno a las muertes de estas personas.

«En realidad, se puede descubrir mucho sobre la vida de alguien a partir de sus restos incinerados», afirma Tim Thompson, antropólogo biológico aplicado en la Universidad de Teeside, en Inglaterra. Entonces, ¿por qué no aplicar estas técnicas a las víctimas del Vesubio?, se preguntaron.

El equipo examinó los huesos de las costillas de 152 individuos en seis de los 12 fornici. Estudiaron la calidad del colágeno, una proteína fundamental que es bastante robusta en escalas temporales prolongadas, pero que puede deteriorarse en la presencia de altas temperaturas, entre otras cosas.

Un grupo estudia los moldes de los cuerpos de la Casa del Criptoportico mientras recorre las ruinas de Pompeya. Además de esta ciudad en el actual Nápoles, los flujos y oleadas piroclásticas sepultaron la ciudad portuaria de Herculano y otros lugares cercanos al Vesubio en el 79 d.C.
Fotografía de David Hiser, Nat Geo Image Collection

De esas 152 personas, solo 12 presentaban un colágeno muy deteriorado. La mayoría de las 12 muestras pertenecían a niños, cuyo esqueleto menos mineralizado aumenta la vulnerabilidad del colágeno a descomponerse con el paso del tiempo. También existe una correlación probada experimentalmente entre el grado de cristalización de un hueso y su exposición a altas temperaturas. El equipo descubrió que los huesos de estas víctimas tenían bajos niveles de cristalización.

Ambos hallazgos indican —de forma convincente, según Jaskulska— que las víctimas de los fornici no estuvieron expuestas a las temperaturas extremas de las oleadas piroclásticas en el momento o poco después de sus muertes.

Varios estudios que analizan las propiedades magnéticas alteradas de los materiales, los daños en el yeso, la madera y los morteros y un largo etcétera han estimado un rango de temperaturas de las oleadas piroclásticas de la erupción. Este rango oscila de máximas de 800 grados Celsius a mínimos de 240 grados Celsius.

El nuevo estudio sugiere que el extremo inferior del rango es más plausible. Incluso con estas temperaturas, los huesos de las víctimas deberían haber sufrido más daños. La ausencia de dichos daños significa que los cadáveres tenían más protección frente a las oleadas.

Es probable que las paredes intactas de los fornici mitigaran los daños por calor, ya que encontraron a las víctimas cerca las unas de las otras. La hinchazón de los tejidos externos y la acumulación de agua interna alrededor de huesos largos también se traduciría en que los esqueletos se cocieron, no se quemaron.

Las oleadas calentaron el aire alrededor de las víctimas, algo menos eficaz que el fuego a la hora de destruir el tejido humano.

Muerte en la oscuridad

Thompson afirma que lo que no se desprendió del estudio fue la vaporización del tejido blando. Incluso en temperaturas superiores a 650 grados Celsius en estudios de incineración controlada, el tejido humano tarda casi 40 minutos en quedar destruido por completo. Las oleadas piroclásticas no pueden replicar estas condiciones.

«Como idea, no se sostiene», afirma Thompson.

Petrone está de acuerdo en que las masas hacinadas tendrían más protección frente a los daños por calor. Pero no está de acuerdo en que las temperaturas fueran bajas dentro del fornici y señala a la víctima con el cerebro vitrificado dentro del Collegium, cuyo esqueleto quedó chamuscado y fracturado y cuyo cráneo explotó debido a la subida repentina de las temperaturas, aparentemente.

Thompson reconoce que, cismas científicos aparte, nadie duda que los momentos finales de las vidas de estas personas fueron una pesadilla. Fallecieron temblando en la oscuridad, por el calor extremo o la asfixia. Plinio el Joven, un abogado y autor romano que observó la erupción desde la distancia, recordaba en una carta que algunas personas estaban tan asustadas por el fenómeno que rezaron para morirse. Escribió que muchos suplicaron ayuda a los dioses, pero muchos más imaginaron que ya no había dioses y que la última noche eterna había caído sobre el mundo.

Krippner señala que, aunque es algo macabro, la manera en que perecieron estas personas puede revelar características importantes de las oleadas piroclásticas, que no se comprenden por completo. A su vez, esto podría ayudar a los científicos actuales a prever y mitigar los futuros desastres volcánicos. En efecto, las víctimas de Herculano podrían ayudar a salvar las vidas de otras personas casi 2000 años después de su muerte.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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