El consumo de ternera en las ciudades estadounidenses está secando los ríos del oeste del país

En algunas cuencas fluviales del oeste del país, más del 50 por ciento del agua se destina a alimentar a las vacas que acaban como hamburguesas en las grandes ciudades estadounidenses.

Por Alejandra Borunda
Publicado 3 mar 2020, 13:00 CET
Ganado
Un vaquero conduce al ganado por las llanuras. Wyoming, Estados Unidos.
Fotografía de Charlie Hamilton James, Nat Geo Image Collection

No es ninguna novedad que los ríos del oeste de Estados Unidos corren peligro. Durante décadas, el calor provocado por el cambio climático y el aumento de la demanda humana (para regar jardines y darse duchas largas) los ha privado de su agua. Con todo, el principal usuario del agua de río es de lejos la agricultura y una nueva investigación publicada esta semana en Nature Sustainability demuestra que en la región occidental de Estados Unidos, un tercio del agua consumida se destina a irrigar cultivos no para el consumo humano, sino para alimentar al ganado bovino que produce carne y leche. En la cuenca del río Colorado, es más del 50 por ciento.

Los nuevos resultados demuestran que las hamburguesas, filetes, yogures y helados que los estadounidenses comen en abundancia están vinculados directamente a la sobreexplotación del agua fluvial, que somete a estrés a las comunidades y los ecosistemas que dependen de dichos ríos incluso en circunstancias óptimas. El estudio estima que durante los años de sequías graves, el estrés se intensifica en muchos ríos occidentales, acercando a más de 50 especies de peces a la extinción o poniéndolas en peligro.

Según Brian Richter, autor principal y experto hídrico de Sustainable Waters, la buena noticia es que el rastreo detallado que han llevado a cabo proporciona mucho poder para tomar decisiones diferentes a agricultores, legisladores y consumidores.

«Podemos ver cómo extraen el agua de un río específico, cómo la destinan a un cebadero específico y cómo se convierte en un producto que se lleva a un lugar concreto, donde se consume», afirma. Ese tipo de detalle puede aprovecharse para hacer cambios muy concretos que podrían ahorrar cantidades enormes de agua.

Tierras plantadas con cultivos forrajeros

Richter se dio cuenta del problema mientras conducía por los estados occidentales en un viaje por carretera, tirando de un remolque y cruzando montañas, desiertos altos y bosques. Las vastas áreas desérticas eran paisajes que conocía desde su infancia, panoramas secos salpicados de matorrales de salvia. Pero los valles por los que había pasado eran exuberantes y estaban cubiertos de vegetación. Alfalfa. Heno. Sorgo. Hectáreas y hectáreas ondeando en el aire seco que no acabarían en los platos de la gente, sino en las bocas de las vacas. A su vez, ese ganado bovino se convertiría en chuletones o hamburguesas que consumirían personas a cientos o miles de kilómetros.

Richter sabía que los campos solo podían crecer gracias a las grandes cantidades de agua destinadas a la irrigación. Se preguntó si sus colegas y él podrían averiguar exactamente de dónde procedía el agua que alimentaba la alfalfa que nutría a las vacas que acababan en los platos de consumidores en ciudades lejanas.

Resulta que podían.

Rastrearon el agua extraída de ríos y arroyos en cada pequeña fracción de una cuenca hidrográfica hasta los lugares donde se utilizaba para regar cultivos y, en muchos casos, pudieron trazar su recorrido hasta las granjas o los condados que plantaban determinados cultivos forrajeros. A continuación, utilizaron los datos económicos de las cadenas de suministro para rastrear el trayecto de dichos cultivos desde la granja hasta el corral de engorde y hasta el lugar donde se vendían los productos lácteos y cárnicos.

También estimaron cuánto amenazaban las retiradas de agua de cada cuenca hidrográfica a las poblaciones de peces que vivían en ellas. Los caudales bajos del verano en los ríos de la región, sobre todo los causados por las extracciones de agua que acaba irrigando cultivos forrajeros, se han sumado al riesgo de extinción local al que se enfrentan casi 700 especies de peces.

«El verano, esa es la temporada de crecimiento para muchas especies de peces, cuando más necesitan el agua. Cuando se extrae agua del río y se vincula a algunos aspectos de los ciclos vitales de las especies de peces, estas pueden verse particularmente afectadas», afirma Marguerite Xenopolous, ecóloga hídrica de la Universidad Trent, en Ontario.

¿A dónde va la ternera?

En general, la ternera criada con suministros hídricos de ríos cruciales se redirigía a las grandes áreas urbanas del oeste de Estados Unidos: Los Ángeles y Long Beach y el Área de la Bahía de California; Portland, Oregón; Denver, Colorado; y Seattle, Washington. Si se desglosaba per cápita, Oregón Idaho y algunos lugares de Texas consumían más ternera asociada al agotamiento del agua fluvial.

Según Megan Konar, ingeniera ambiental de la Universidad de Illinois en Urabana-Champaign que ha trabajado en análisis similares de la cadena de suministro, no es ninguna sorpresa que el agua desviada de los peces que viven en arroyos en los desiertos altos acabe en una hamburguesa consumida en Laredo, Texas.

Así funcionan las cadenas de suministro: los recursos de un lugar alimentan la demanda de lugares lejanos, y las ciudades (llenas de personas que necesitan comer, beber o llevar ropa) consumen muchos de esos recursos «virtualmente», debido a las ataduras de la compleja cadena de suministro moderna que abarcan todo el mundo.

Por una parte, un consumidor de hamburguesas de Texas, Idaho o Nueva York puede aliviar la carga de agua en zonas con estrés hídrico si decide comer algo que no sea ternera. Pero en última instancia, las soluciones a esta crisis hídrica en el oeste de Estados Unidos exigirán un enfoque mayor y más exhaustivo.

«Se trata de un problema de acción colectiva; no podemos dejar la solución en manos de los consumidores», afirma Konar.

No solo la ternera seca los ríos

En todo Estados Unidos se cultivan unas 9,3 millones de hectáreas de alfalfa. La planta se transportó al oeste durante la fiebre del oro de la década de 1850, cuando supuso una fuente de alimento crucial para las vacas, los caballos y otros animales herbívoros de los que dependían los colonos como fuente de comida y trabajo. Las industrias lácteas y de carne de ternera se expandieron por todo el oeste de Estados Unidos durante las décadas posteriores, pero los animales necesitaban más forraje del que podían obtener de los paisajes secos, así que la importancia de los cultivos forrajeros como la alfalfa aumentó cada vez más para el ganado creciente. Conforme los proyectos de irrigación a gran escala proliferaban por el oeste, cada vez se pudieron plantar más cultivos forrajeros vacunos que apoyaran al ganado en constante expansión.

«Es un cultivo muy flexible. Crece del desierto más cálido a la montaña más alta, sacas muchos esquejes cada año y es bastante fácil de cultivar», afirma Brad Udall, experto hídrico y climático en la Universidad del Estado de Colorado.

Más de un siglo de historia de usos de tierras, decisiones políticas y luchas complejas sobre los derechos hídricos han llevado al sistema actual. Pero en la actualidad una amenaza más se ha superpuesto a esa historia: el cambio climático.

En el río Colorado, que suministra agua a más de 40 millones de personas y a miles de usuarios industriales de la región oeste, el caudal medio ha descendido un 17 por ciento al año frente a la media del siglo XX. Según Udall, hasta la mitad de ese caudal perdido se debe al cambio climático antropogénico.

La semana pasada, un equipo publicó un trabajo en Science en el que se prevé que el caudal del Colorado disminuirá de un 20 a un 30 por ciento para mediados de siglo, lo que aumentará la presión a la que están sometidos todos los usuarios del agua fluvial e intensificará necesidad de desarrollar soluciones nuevas e innovadoras. Actualmente, los siete estados que dependen del agua del río Colorado están debatiendo formas de reducir su uso, tanto para abordar el hecho de que el río se ha sobreexplotado durante años como para elaborar un plan para adaptarse a un futuro más seco.

Richter y sus colegas apuntan a una posible medida que podría contribuir a mantener el agua en los ríos, al menos a corto plazo: pagar a los agricultores para que no cultiven, una estrategia denominada barbecho.

En lugares como el Distrito de Irrigación Imperial en el interior de California meridional, los gestores hídricos necesitaban averiguar cómo mantener en mínimos el consumo de agua de los ganaderos locales, así que les pagaron a cambio de que no plantaran sus tierras. Según los cálculos de Richter y sus colegas, si el 20 por ciento de las tierras agrícolas que se usan actualmente para el forraje bovino en la parte superior de la cuenca del río Colorado estuviera en barbecho, los estados implicados podrían alcanzar sus metas de consumo de agua. En la parte baja de la cuenca fluvial, más seca y cálida, poner en barbecho casi el 50 por ciento de los campos dedicados al forraje bovino podría permitir que los estados cumplan sus objetivos, pero es probable que también necesiten más cambios.

«Cuando incluyes el cambio climático junto a los otros problemas a los que ya se enfrentan los ríos, acabas con un golpe doble o triple. Deberíamos estar preocupados. Esta podría ser una llamada de atención», afirma Xenopolous.

Sin embargo, insiste en que algunas facetas del problema hídrico que plantean el consumo de ternera y lácteos pueden abordarse directamente hoy en día para salvar los ecosistemas y los peces que albergan.

«Podemos controlar la cantidad de agua que destinamos a cosas diferentes. Podemos intentar cultivar alimentos que consuman menos agua. Es un problema más fácil de arreglar que el cambio climático, ya que es un problema a mayor escala. Así que centrémonos en este lugar y encontremos respuestas», afirma Xenopolous.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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