Todo lo que deberías saber sobre los tratamientos experimentales para el coronavirus

Los antivirales y el plasma parecen prometedores, pero ¿cómo funcionan y cuándo sabremos si realmente tratan la COVID-19?

Por Michael Greshko
Publicado 28 abr 2020, 14:45 CEST
Plasma convaleciente

El plasma convaleciente de un paciente recuperado de la COVID-19 en un centro de donación de Seattle (Washington, Estados Unidos) el 17 de abril de 2020. El plasma de pacientes recuperados se usará en un estudio de tratamiento experimental para pacientes actuales con coronavirus.

Fotografía de Lindsey Wasson, Reuters

Los fines de semana llevan un tiempo sin existir para Lisa Gralinski. Normalmente, la microbióloga pasa sus turnos de 12 horas en un centro de bioseguridad del campus de la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill. Con equipo de protección y una mascarilla con filtro, trabaja a pocos centímetros de una hilera de coronavirus potencialmente letales, entre ellos la cepa responsable de la pandemia de COVID-19.

Gralinski es una de las miles de científicas del mundo que trabajan a contrarreloj para probar tratamientos que puedan sofocar la pandemia viral más grave en casi un siglo. Hasta la fecha, no se ha aprobado ninguna medicación específica para tratar la COVID-19 y es probable que se tarden meses en validar o años en diseñar estos remedios desde cero.

Entre tanto, los hospitales han recurrido a readaptar tratamientos que ya se han aprobado para otras enfermedades. Por eso ha habido tanto revuelo con el medicamento antipalúdico hidroxicloroquina, el medicamento antiviral experimental remdesivir y los tratamientos con plasma convaleciente, un producto derivado de la sangre de los pacientes recuperados que podría ayudar al sistema inmunitario de una persona a combatir el virus.

Por ejemplo, en Estados Unidos los médicos pueden proporcionar estas medicaciones en casos graves de COVID-19 solo si obtienen la aprobación de la FDA solicitándola caso por caso en un programa de «uso compasivo». Pero los expertos no saben con seguridad si alguno de esos tratamientos meterá en cintura a la COVID-19. El 21 de abril, un panel de expertos de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos insistió en que los investigadores aún no cuentan con pruebas suficientes para afirmar si la hidroxicloroquina, el remdesivir o el plasma convaleciente son eficaces por sí solos a la hora de combatir la infección. Sin embargo, ese mismo panel desaconsejó el uso de la hidroxicloroquina con el antibiótico azitromicina por los posibles efectos secundarios tóxicos.

Los médicos no lo sabrán hasta que los medicamentos se hayan sometido a ensayos controlados y aleatorizados. En este tipo de ensayos clínicos, se administra el medicamento de forma aleatoria a la mitad de los pacientes y la otra mitad (el grupo de control) recibe una dosis idéntica que carece del ingrediente activo.

«Si no tienes un control, nunca sabrás si un medicamento ha ayudado o ha sido perjudicial», afirma Andre Kalil, profesor del departamento de medicina interna del Centro Médico de la Universidad de Nebraska.

Estas son algunas de las terapias que actualmente se están probando de este modo, con estimaciones de cuándo podrían estar disponibles para el público general.

El potencial del plasma

De los tratamientos que se están probando contra la COVID-19, los medicamentos antipalúdicos hidroxicloroquina y cloroquina son probablemente los más destacados. El presidente estadounidense Donald Trump los promueve como un posible remedio. Hasta la fecha, solo se han publicado unos pocos estudios a pequeña escala sobre la hidroxicloroquina y por ahora no han mostrado eficacia contra la COVID-19. Y lo que es peor, los datos preliminares sugieren que el uso de estos medicamentos para tratar el coronavirus puede tener efectos secundarios graves en la salud cardíaca.

En cambio, uno de los tratamientos más prometedores que se están desarrollando es uno de los más antiguos: el plasma convaleciente. La idea consiste en aislar el plasma (la parte líquida de la sangre) y a continuación procesarlo para extraer un suero con alto contenido de anticuerpos, proteínas que se unen a los patógenos de nuestros cuerpos y los marcan para destruirlos.

«Cuando obtienes una vacuna, organizas a tus propios anticuerpos, [pero] con el plasma alguien te transfiere los anticuerpos», afirma Arturo Casadevall, microbiólogo de la Facultad Bloomberg de Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins.

La técnica del plasma convaleciente se lleva usando más de un siglo, remontándose a la pandemia de gripe de 1918. Avanzó en la década de 1940 cuando el científico de la Facultad de Medicina de Harvard Edwin Cohn publicó una técnica para separar el plasma en sus diversos componentes, entre ellos el suero con anticuerpos.

En febrero, cuando Casadevall creó conciencia sobre la técnica en un artículo de opinión del Wall Street Journal, él y otros médicos organizaron un consorcio nacional para probarlo contra la COVID-19. Aunque se necesitan más datos, la FDA aprueba el uso de plasma caso por caso para personas con síntomas graves de COVID-19 y se han publicado varios informes de casos anecdóticos en revistas médicas.

«Creo que en el momento de la historia en el que nos encontramos ahora mismo, sin ninguna otra solución probada y genuina para este problema global, necesitamos estudiarlo ahora mismo», afirma James Musser, director del departamento de patología y medicina genómica del hospital Houston Methodist, en Texas.

“No sabemos si funcionará hasta que terminen los ensayos clínicos, pero basándonos en la historia parece prometedor.”

por ARTURO CASADEVALL, FACULTAD BLOOMBERG DE SALUD PÚBLICA DE LA UNIVERSIDAD JOHNS HOPKINS

El 28 de marzo, el Houston Methodist se convirtió en el primer hospital de Estados Unidos donde la FDA aprobó el tratamiento experimental con plasma convaleciente de pacientes con COVID-19 que se habían recuperado y no habían mostrado síntomas durante al menos dos semanas. Un día antes, en el Journal of the American Medical Association, un equipo de investigadores chinos informó de que, a las dos semanas de tratamiento, cuatro de cinco pacientes con casos graves de COVID-19 tratados con plasma se habían recuperado de lesiones pulmonares graves, lo que permitió quitar a los pacientes de los ventiladores mecánicos.

El 6 de abril, en Proceedings of the National Academy of Sciences, un equipo de investigadores chinos indicó que de 10 casos graves de COVID-19 tratados con plasma, tres habían mejorado tanto durante el periodo del ensayo que les habían dado el alta y otros siete habían mejorado mucho.

Otros hospitales de Estados Undios han obtenido permiso para tratar a sus pacientes con plasma convaleciente, incluso a modo preventivo. El 3 de abril, Casadevall y su equipo de la Johns Hopkins recibieron la aprobación de la FDA para probar el uso del plasma convaleciente en sanitarios y otros trabajadores esenciales para impedir que padecieran la COVID-19. El 13 de abril, la FDA publicó nuevas pautas para los hospitales que experimentan con este tratamiento.

«Obviamente, no sabremos si funcionará hasta que terminen los ensayos clínicos, pero basándonos en la historia parece prometedor», afirma Casadevall.

Introducción a los antivirales

Por otra parte, varios hospitales del mundo están probando cientos de medicamentos antivirales, que obstaculizan las herramientas bioquímicas que emplean los virus para acceder a las células y reproducirse en su interior. El mayor ensayo de ese tipo, el ensayo clínico Solidaridad de la Organización Mundial de la Salud, se realiza en hospitales de 90 países. Los ensayos independientes en otros lugares del mundo cuentan con la participación de cientos de pacientes en decenas de hospitales.

Entre los muchos medicamentos probados figura el remdesivir, un medicamento antiviral experimental desarrollado por la farmacéutica Gilead Sciences, con sede en Estados Unidos. El remdesivir funciona suplantando un componente básico del ARN viral, el material genético que usa el coronavirus, lo que estropea el mecanismo del germen cuando intenta replicarse. Originalmente, el medicamento se desarrolló para combatir el ébola, pero un ensayo de 2018-2019 determinó que no era eficaz contra el virus.

Sin embargo, un estudio de enero publicado en Nature Communications determinó que el remdesivir bloqueaba la replicación del virus del MERS, pariente de la nueva cepa de coronavirus, en una placa de Petri. Al resultado le siguieron estudios de laboratorio similares con el SARS-CoV-2.

Con todo, ningún estudio publicado hasta la fecha ha confirmado que el medicamento sea eficaz contra la COVID-19 en pacientes humanos. El 10 de abril, un equipo anunció en el New England Journal of Medicine que de 53 personas a quienes administraron el medicamento en un programa de uso compasivo, 36 recibieron el alta o necesitaron menos soporte respiratorio intensivo durante el periodo del ensayo. Sin embargo, dicho estudio no midió si la cantidad de virus presente en los cuerpos de los pacientes cambiaba durante el tratamiento, así que no está claro si el medicamento funcionaba.

Surgieron más esperanzas el 16 de abril, cuando la publicación de noticias médicas STAT informó de que los resultados preliminares con remdesivir en Chicago parecían prometedores. Pero una semana después, los resultados de un ensayo chino se subieron antes de tiempo por accidente a la base de datos de la Organización Mundial de la Salud. El resumen, que ya se ha borrado, afirmaba que el medicamento carecía de beneficios claros respecto a la atención estándar. No obstante, más adelante el jefe de medicina de Gilead Sciences Merdad Parsey publicó un comunicado en el que afirmaba que el estudio se había terminado pronto debido a la baja participación y, como tal, sus conclusiones no eran estadísticamente sólidas.

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    “Cuando alguien padece síntomas graves, gran parte de los daños provocados se deben al sistema inmunitario del propio paciente.”

    Gralinski, de la Universidad de Carolina del Norte, añade que como el remdesivir detiene la replicación viral, podría solo ser eficaz en las primeras fases de la COVID-19. Cuando alguien padece síntomas graves, gran parte de los daños provocados se deben al sistema inmunitario del propio paciente. En estudios pasados en ratones, Gralinski descubrió que el tratamiento debe comenzar entre 24 y 36 horas posteriores a la infección para prevenir consecuencias graves.

    «Es comprensible que quieras probar estos medicamentos en los pacientes más enfermos que más necesitan intervención», afirma. «Pero si alguien padece una insuficiencia respiratoria, la provoca en mayor medida la respuesta inmunitaria del huésped» que el propio virus.

    El veredicto del remdesivir podría ser inminente, ya que se prevé que se publiquen los resultados de dos grandes ensayos clínicos en China este mismo mes. Kalil, que dirige el ensayo con remdesivir en la Universidad de Nebraska como parte de una iniciativa del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos, afirma que la recopilación de datos terminará en pocas semanas y que los resultados preliminares podrían llegar en mayo. Añade que su ensayo tiene bastantes pacientes (entre 500 y 600) como para determinar si los casos moderados y graves responden al medicamento.

    «Es extraordinario; llevo 20 años llevando a cabo [ensayos clínicos] y esto es lo más rápido que he visto nunca», afirma Kalil. «Como científicos y médicos, hemos aprendido lecciones del pasado y hemos llegado hasta aquí más rápido que nunca».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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