Estos tratamientos prometedores contra el coronavirus salvan vidas

Aunque no hay un único fármaco que resulte «revolucionario», algunos fármacos y las mejoras de los tratamientos habituales parecen estar reduciendo las tasas de mortalidad.

Por Michael Greshko
Publicado 31 ago 2020, 12:45 CEST
Remdesivir

Un técnico de laboratorio trabajo en el medicamento antiviral remdesivir en Eva Pharma Facility, en El Cairo, Egipto, el 25 de junio de 2020.

Fotografía de Amr Abdallah, Reuters

Si a la mayoría nos confunden las últimas noticias sobre la COVID-19, imagínate cómo debe de sentirse Adarsh Bhimraj. Este médico de la Clínica Cleveland no solo ha tenido que afrontar un número de casos cada vez mayor, sino que también forma parte de un equipo de 16 personas a cargo de gestionar las pautas de la Sociedad de Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos para tratar la COVID-19.

Además de atender a los pacientes del hospital de Ohio y haber superado un caso leve de coronavirus, Bhimraj ha tenido que evaluar un aluvión constante de nueva información sobre cómo tratar el virus. Investigadores de todo el mundo están llevando a cabo más de mil ensayos clínicos aleatorizados para probar tratamientos contra la COVID-19. Bhimraj y sus colegas del grupo responsable de las pautas deben afrontar este torrente y resaltar los resultados más prometedores.

Por incierto que sea, el conocimiento sobre cómo funciona el coronavirus y cómo podemos combatirlo está creciendo de forma lenta pero segura. Tras ocho meses de pandemia, los médicos entienden mejor cómo tratar la enfermedad. Algunas terapias son medicamentos nuevos, mientras que otras son básicas de la medicina cuya eficacia y seguridad ya se han probado en ensayos clínicos para diversas enfermedades. Otras mejoras han llegado gracias a los cambios sutiles de los tratamientos habituales. Poco a poco, todo ello salva vidas.

«Ninguna de estas terapias son, en palabras de Fauci, “revolucionarias”, ¿no?», dice Bhimraj, refiriéndose a las declaraciones de Anthony Fauci, el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos. «Pero no cabe duda de que hay indicios de que pueden ser útiles».

Los médicos entrevistados por National Geographic insistieron que, en lo que a tratar la COVID-19 se refiere, no existen remedios milagrosos ni soluciones fáciles. Lleva su tiempo refinar los antivirales, los anticuerpos y las terapias de refuerzo inmunitario, ya se administren solos o en cócteles de varios fármacos. Ni siquiera una vacuna pararía en seco al vacuna y aún se desconoce cuáles serán las consecuencias sanitarias de la COVID-19 a largo plazo.

«Por ahora, no tenemos respuesta a nada de esto y vamos a tener dificultades en todo el mundo durante uno o dos años», afirma Stephen Holgate, inmunofarmacólogo de la Universidad de Southampton. «Disponer de una gama de tratamientos será importantísimo y contar con evidencias de ensayos clínicos que los respalden será crucial».

El ensayo RECOVERY

De las cientos de investigaciones que intentan validar los remedios anti-COVID-19, una de la Universidad de Oxford parece ser la abanderada provisional en lo referente a separar esperanza de revuelo. El ensayo RECOVERY (Randomised Evaluation of COVID-19 Therapy) es una iniciativa para probar tratamientos para la COVID-19 en el Reino Unido.

Uno de los medicamentos de este abanico de posibles tratamientos es la dexametasona. La COVID-19 puede provocar una respuesta inmunitaria exagerada y, como otros esteroides, la dexametasona puede atenuar y modificar dicha reacción. El 16 de junio, el equipo publicó sus resultados preliminares sobre la dexametasona, que indicaban que entre pacientes de COVID-19 que necesitaban oxígeno o ventilación mecánica, la dexametasona reducía en un tercio el riesgo de muerte comparada con la terapia habitual. La dexametasona no parece ayudar a personas con casos más leves que no necesitaban oxígeno e incluso podría agravar su situación. Pero en los casos más graves, la dexametasona supone un salvavidas en potencia.

«Anunciamos los resultados a la hora de comer y para la hora de cenar, los jefes médicos del Reino Unido habían ido a todos los hospitales diciendo que deberían adoptarla como tratamiento habitual», afirma el cardiólogo de Oxford Martin LAndray, colíder de la investigación del ensayo RECOVERY. «Y aunque no puedo probarlo, creo que es bastante seguro que para el fin de semana ya se habían salvado vidas». El estudio se publicó formalmente en el New England Journal of Medicine el 17 de julio.

Bhimraj alabó el ensayo RECOVERY por su ambición y porque los investigadores siguieron su anuncio en los medios con resultados completos. «No me molestan las preimpresiones; tenemos dificultades con los comunicados de prensa», dice, señalando otros ejemplos en que los anuncios de tratamientos prometedores en los medios han ido seguidos de meses sin actualizaciones

¿Cómo ha llegado el ensayo RECOVERY a respuestas claras, cuando otros ensayos en tiempos de la COVID-19 han flaqueado? Landray dice que poner en marcha ensayos clínicos se ha vuelto engorroso, desde los largos y complicados formularios de autorización a la farragosa cantidad de datos que se recopilan de cada paciente. En cambio, el ensayo RECOVERY se diseñó para que fuera pragmático —e incluso escueto— y para seleccionar a tantos pacientes como fuera posible. En un ensayo clínico, esto es valioso porque cuanto mayor sea la muestra, más probable será que los investigadores observen indicios verificables de la eficacia de un tratamiento. En colaboración con el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido, el ensayo RECOVERY ha seleccionado a unos 15 000 pacientes hasta la fecha, que según Landray equivale a uno de cada seis casos de COVID-19 hospitalizados en el Reino Unido desde el comienzo del ensayo.

El 25 de junio, la Sociedad de Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos actualizó sus pautas de tratamientos para recomendar la dexametasona bajo determinadas condiciones y los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos siguieron su ejemplo en sus propias pautas. Aunque la dexametasona no cuenta con la aprobación de la FDA para tratar la COVID-19 (ningún medicamento la tiene), el esteroide es el primer medicamento probado que refuerza la supervivencia a la COVID-19. La demanda de este medicamento barato —que cuesta unos 25 dólares la botella— ha aumentado tanto y a tal velocidad que los farmacéuticos de Estados Unidos han informado de desabastecimiento.

El fin del ensayo RECOVERY no es solo validar a los ganadores, sino también determinar si un tratamiento potencial presenta deficiencias. En junio, los investigadores anunciaron los resultados de un ensayo con hidroxicloroquina en 4716 personas, el medicamento antipalúdico defendido por líderes como el presidente estadounidense Donald Trump y el presidente brasileño Jair Bolsonaro. Los resultados —publicados sin revisión científica externa el 15 de junio— sugieren que la hidroxicloroquina no ofrecía beneficios clínicos para tratar la COVID-19, una conclusión a la que llegaron otros estudios.

Pese a esclarecer la utilidad de un par de medicamentos, hay incógnitas a las que el ensayo aún no ha respondido. Landray dice que quiere probar el plasma de convalecientes, una transfusión con anticuerpos a partir de la sangre de pacientes de COVID-19 recuperados. En Estados Unidos, el plasma sanguíneo obtuvo hace poco la autorización para uso de emergencia con fundamentos polémicos, pero para comenzar el ensayo RECOVERY deberá esperar hasta otoño, cuando los casos —y los participantes— podrían volver a aumentar durante la ola invernal de COVID-19 que se prevé.

¿Interferón?

Un avance preliminar en la búsqueda general de tratamientos implicaba al remdesivir, un antiviral que puede disminuir ligeramente el tiempo de recuperación de la COVID-19. Pero los investigadores también están buscando maneras de acelerar la respuesta antiviral natural del cuerpo. Una posible vía es el interferón β, una proteína implicada en el sistema inmunitario humano.

Normalmente, cuando un virus infecta una célula, libera muchas versiones de interferones que dicen a las células vecinas que pongan en marcha su defensa antimicrobiana y produzcan un cóctel de compuestos antivíricos. Sin embargo, al SARS-CoV-2 parece dársele bien sortear estas trampas de interferones. Por consiguiente, la respuesta inicial en los pulmones no se produce del todo y permite que el virus nos ataque sin miramientos.

Las noticias de este patrón llamaron la atención de Synairgen, una empresa biotecnológica del Reino Unido. Synairgen lleva años desarrollando interferón β nebulizado respirable para ayudar a pacientes con asma grave y enfermedad pulmonar obstructiva crónica a combatir las infecciones víricas.

El 20 de julio, en una presentación para inversores, los representantes de Synairgen señalaron que en un ensayo aleatorizado con 101 participantes hospitalizados, los pacientes con interferón β eran un 79 por ciento menos propensos a fallecer por la enfermedad o necesitar ventilación invasiva que los pacientes con tratamientos habituales. También se recuperaron más de los pacientes que recibieron interferón β y además informaron de menos disnea.

«La verdad es que nos sorprendió la eficacia del tratamiento», afirma Holgate, de la Universidad de Southampton y uno de los cofundadores de Synairgen. «Podría entenderse que, si este tratamiento se administrara en la primera fase de la enfermedad, cuando el virus está ocupando los pulmones, habría efectos positivos, pero aquí estamos, con la capacidad de hacer que una persona no tenga que utilizar un ventilador y acelerar su recuperación».

Aunque las cifras parecen prometedoras, este ensayo preliminar es pequeño, así que los investigadores no pueden estar seguros de si el medicamento ayuda mucho o solo un poco. Según Holgate, Synairgen está seleccionando participantes en el Reino Unido para un ensayo clínico mayor desde casa este otoño. Otra investigación sugiere que el uso de interferones para tratar la COVID-19 podría depender del momento en que se reciban. Si se administran demasiado tarde, pueden ser poco eficaces o incluso perjudicar a los pacientes en fase avanzada al incrementar la inflamación. La cuestión del momento es el motivo por el que a Holgate le sorprendieron los resultados positivos del ensayo inicial.

Decúbito prono

Los fármacos prodigiosos no son el único motivo de esperanza para tratar la COVID-19. Las medidas preventivas básicas —mascarillas, distanciamiento social, lavarse las manos— son igualmente importantes, así como las mejoras de los tratamientos habituales. El mayor conocimiento de la enfermedad y las estrategias de apoyo con que contaban los médicos ha ayudado casi con total seguridad a reducir las muertes en Estados Unidos cuando la COVID-19 repuntó por segunda vez este verano.

«Es cierto que contar con medicamentos como el remdesivir y los esteroides es de gran ayuda, [pero] no podemos olvidarnos de la importancia de la buena atención médica y de la medicina intensiva», afirma Helen Boucher, jefa de medicina geográfica y enfermedades infecciosas del Tufts Medical Center en Boston, Massachusetts. «Es aún más importante que nunca que nuestro sistema sanitario funcione».

Un ejemplo es la ventilación invasiva. El procedimiento ha salvado a muchos pacientes con COVID-19, pero entraña riesgos: la presión de la ventilación puede provocar daños en los pulmones y el shock y la incomodidad de la situación —que te inserten un tubo por la tráquea, la preocupación por la propia supervivencia— pueden provocar síntomas de trastorno por estrés postraumático. Por eso los investigadores han buscado formas de limitar los daños y el malestar de la intubación y de utilizar métodos menos invasivos para mejorar la respiración y la saturación de oxígeno de los pacientes.

«Un error habitual es emocionarse y perseguir cosas que pueden parecer esotéricas, y abandonar aquello que sabemos que funciona», afirma Christian Bime, investigador y director médico de UCI en la Universidad de Arizona. «La buena salud pública de toda la vida puede parecer aburrida, pero funciona».

El tratamiento tradicional procede de una enfermedad muy estudiada llamada síndrome de dificultad respiratoria aguda (ARDS, por sus siglas en inglés), que presenta síntomas similares a los daños pulmonares observados con COVID-19 grave. Por ejemplo, Bime y sus colegas han tenido éxito con una técnica de ARDS llamada ventilación protectora: modificar los ajustes de un ventilador mecánico para limitar la presión y el volumen del aire que se introduce en los pulmones, lo que previene la sobrecarga que puede provocar más presión.

Bime señala el éxito sorprendente de otra técnica: colocar a los pacientes con COVID-19 boca abajo. «Es una de las cosas que hemos encontrado más útiles en los pacientes con COVID en general», afirma.

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    Colocarse boca abajo —posición conocida como decúbito prono— mejora la capacidad de los pulmones para llevar oxígeno a la sangre. El corazón se encuentra en la parte delantera del pecho, así que colocar a alguien boca abajo quita el peso del corazón de los pulmones. La parte trasera de los pulmones también tiene una mejor circulación sanguínea y más cámaras de intercambio de gases que la parte delantera, lo que significa que si alguien yace boca abajo, estas cámaras están menos comprimidas y trabajan de forma más eficaz.

    «Quieres que la circulación sanguínea y el intercambio de gases coincidan a la perfección, y colocar a alguien en decúbito prono maximiza ese efecto», afirma Kevin McGurck, jefe de residentes de medicina de urgencias en Cook County Health en Chicago, Illinois.

    En lo que a la logística se refiere, el decúbito prono no siempre es fácil. Para rotar a un paciente conectado a vías intravenosas y a un ventilador mecánico pueden necesitarse cinco personas. Si se multiplica esa rutina por decenas o cientos de pacientes, puede someter a una gran presión a un personal sanitario que ya no da abasto. Pero en varios estudios de casos y análisis de todo el mundo, entre ellos uno del que McGurk es coautor, los médicos informaron de que, si se combina con la administración de oxígeno, el decúbito prono puede mejorar la saturación de oxígeno en pacientes despiertos con COVID-19 y síntomas leves. Podría incluso reducir el riesgo de que alguien necesite ventilación invasiva.

    «No es una cura mágica, pero la verdad es que ha sido impresionante la cantidad de personas que responden bien al decúbito prono, y normalmente con rapidez», añade McGurk. «Pedir a alguien despierto que se tumbe boca abajo no tiene muchos inconvenientes».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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