Jennifer Doudna, ganadora del Nobel de Química de 2020, reflexiona sobre su carrera

En esta entrevista del libro de National Geographic «Women», Jennifer Doudna habla de su trabajo y dice que debemos «hablar sin censura sobre los retos a los que se enfrentan las mujeres».

Por Redacción National Geographic
Publicado 8 oct 2020, 14:12 CEST

La investigación de esta bioquímica junto a su colega Emmanuelle Charpentier posibilitó el descubrimiento de la técnica de edición genética CRISPR-Cas9. En la actualidad, Jennifer Doudna fomenta el uso ético de las tecnologías de edición genética.

Fotografía de Erika Larsen

Nota del editor: Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier han sido galardonadas con el Premio Nobel de Química de 2020 por el desarrollo de un método para la edición del genoma. La redactora jefa de National Geographic Susan Goldberg habló con Doudna en 2019 para el libro Women: The National Geographic Image Collection. Esta entrevista se ha editado para hacerla más concisa y clara.

Cuando Jennifer Doudna estaba en sexto de primaria, su padre le dio una copia de La doble hélice, el libro del pionero del ADN James Watson, y se quedó prendada. Como graduada en bioquímica en una pequeña universidad californiana, Doudna se sintió «algo desconcertada» cuando la aceptaron en Harvard para realizar estudios de posgrado. Allí contribuyó a la investigación pionera sobre el ARN, un campo que se convirtió en su pasión. Doudna pasó años investigando una insólita secuencia molecular —su acrónimo era CRISPR— y su funcionamiento. En 2011, ella y la microbióloga Emmanuelle Charpentier aunaron fuerzas. El año siguiente, publicaron los hallazgos revolucionaros sobre cómo la CRISPR, combinada con una enzima, Cas9, puede cortar cadenas del ADN con precisión quirúrgica. El resultado era una técnica de edición genética que se ha descrito como el avance científico más importante del último siglo. Doudna, que ahora es profesora en la Universidad de California, Berkeley, continúa su investigación y defiende las normas éticas en el uso de tecnologías de edición genética.

Voy a ir directa al grano: ¿te consideras feminista?

Buena pregunta. Yo diría que soy una feminista incipiente y te diré por qué. En los primeros años de mi carrera, no quería que me vieran como «mujer científica», sino como científica de género neutro, una persona profesional y dedicada a lo que hacía, pero sin tener ventajas ni desventajas específicas por mi género. Creo que mucha gente se siente así respecto a que la identifiquen con un grupo en particular. Quieren que los valoren por quiénes son fundamentalmente como personas y por sus aportaciones en lugar de recibir algún tipo de exención especial por cosas que están fuera de su control por nacimiento.

Y eso era cierto en mi caso, sobre todo en mis cuarenta y tantos. Pero en la última década he visto —mucho más de cerca— el tipo de sesgos que se dan. Muchas veces son involuntarios, pero sí veo sesgos contra las mujeres. Por eso soy mucho más consciente de la importancia de hablar sin censura sobre los retos a los que se enfrentan las mujeres, la forma en que son percibidas las mujeres en los medios nacionales e internacionales y la forma en que cada cultura representa a las mujeres, sobre todo en sus roles profesionales. Hay que seguir hablando de estos problemas y garantizar que las mujeres se sientan bienvenidas y capacitadas para contribuir a la sociedad de cualquier forma que consideren importante, ya sea siendo madres o desarrollando su carrera profesional, o combinando ambas cosas.

¿Cuál crees que es el cambio más importante para las mujeres que debería ocurrir en la próxima década?

Mmm... No sé qué decir. Hay muchas respuestas clichés, como la mejora en el acceso a la puericultura o el acceso a salarios iguales por trabajos iguales. Creo que todo esto se reduce a que las mujeres se sientan bienvenidas en todos los sectores de la vida profesional y eso incluye empresas, salas de juntas, puestos de liderazgo y la comunidad científica e investigadora, mi profesión. Aún se necesita incluir a las mujeres en los puestos de liderazgo más altos, ya que ahora excluimos a una gran fracción de las personas porque no se sienten capacitadas o porque sus aportaciones no son bien recibidas. Entre las mujeres a las que superviso como tutora académica en una gran universidad pública, suelo ver a muchas que dudan de sus capacidades. No sé si es algo cultural, pero creo que, en general, las mujeres tienden a dudar de sus capacidades mucho más que los hombres, ya sea su capacidad para triunfar en una asignatura o para que les concedan una beca de investigación, un trabajo o un ascenso que han pedido, llegando hasta los mayores puestos de liderazgo en la América corporativa.

Es cierto. El otro día, una mujer me preguntó: «¿qué haces cuando sientes el síndrome del impostor?». [Este término, acuñado por los psicólogos en los años setenta, se refiere a las personas que dudan de su talento o temen ser un fraude, pese a que sus logros demuestran lo contrario.] Le dije: «Bueno, simplemente sigo adelante, actúo con seguridad, continúo». Pero un hombre rara vez te hace esa pregunta.

Exacto. Así que tenemos que cambiar eso.

Para cambiar un poco de tema: ¿con qué figura histórica te identificas más?

Probablemente Dorothy Hodgkin [la química británica que ganó el Premio Nobel de Química de 1964 por utilizar los rayos X para determinar la estructura de la penicilina y otras sustancias bioquímicas importantes]. Leí su biografía hace unos años y me sorprendió cómo afrontó todo tipo de dificultades por ser mujer en su profesión. Tenía familia, pero para realizar su trabajo tuvo que vivir separada de sus hijos durante periodos prolongados. Imagínate lo difícil que debe de ser eso, lo decidida que estaba a ser la mejor y hacer su trabajo a un nivel muy alto, pero también ser una madre y esposa responsable. Me influyó mucho.

¿Y alguna persona viva?

Pues creo que Michelle Obama. Me parece increíble por todo lo que he visto y leído sobre ella. Es la mujer más digna: inteligentísima, con muchos logros profesionales, y parece una mujer y una madre maravillosa. Personifica el estilo al que yo aspiro.

Eres la segunda persona con la que he hablado que ha dicho eso.

No me sorprende.

¿Cuál ha sido tu propio momento revelador?

Si te refieres a un momento que cambiara la trayectoria de lo que he hecho profesionalmente como científica, lo que más destaca son mis comienzos como estudiante de posgrado en Harvard. Procedía de una pequeña localidad de Hawái, había estudiado en la escuela pública y me asombró acabar en un programa de posgrado en la Facultad de Medicina de Harvard. Una tarde maravillosa en la que no me sentía segura de mis capacidades para triunfar en este entorno con un montón de gente inteligente a mi alrededor, mi tutor, el nobel Jack Szostak, se me acercó y me preguntó mi opinión sobre un experimento. ¿Te imaginas ser estudiante de posgrado y que alguien que parecía estar a años luz en logros y capacidades te pida tu opinión sobre una idea? Ahí me di cuenta de que se valoraban mis opiniones; él confiaba en mí, así que yo debería confiar en mí misma.

¿Cuál crees que es tu mayor punto fuerte?

Probablemente mi obstinación. Se me mete una idea en la cabeza y no puedo dejarla. Es algo que a veces probablemente me hace daño, pero creo que la obstinación es una cualidad que me ha permitido hacer muchas de las cosas que he hecho en ciencias.

¿Cuáles son los mayores obstáculos que has superado?

Las dudas que he sentido en varias ocasiones. Cuando me preguntaba si sería capaz de convertirme en bioquímica y ser una científica de éxito. Mi definición de éxito no es el éxito en términos de recompensa monetaria, ni siquiera de reconocimiento profesional. Es más al nivel de ¿puedo hacer ciencia de la que esté orgullosa? Y ¿podré sentir que he tomado la decisión correcta en mi vida, que he decidido algo que puedo hacer bien? Cuando era más joven, varias veces pensé que la respuesta era no y que quizá iba por el camino equivocado. Y de nuevo mi obstinación entró en juego, pero además yo no soy una desertora. Así que tenía voces en la cabeza que dudaban de lo que estaba haciendo, pero después también había voces contradictorias que me decían: «pero no vas a abandonar». Voy a seguir haciendo esto con obstinación porque creo que es lo correcto. Creo que, a cierto nivel, todos afrontamos estas dudas y tenemos que encontrar formas de superarlas.

¿Qué consejo les darías a las mujeres jóvenes de hoy?

Primero: entrad en la sala como si fuerais las dueñas. Un hombre podría hacerlo sin escrúpulos. Mi otro consejo es que escojan a su compañero o compañera de vida con prudencia. Tener a alguien a tu lado que te apoye —en tus decisiones sobre tener hijos, sobre tu carrera, sobre tu estilo de vida— sirve de mucho para permitir que las mujeres alcancen su máximo potencial.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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