Una de cada cuatro personas embarazadas con COVID-19 podría tener síntomas persistentes

Un análisis exhaustivo investiga cómo la evolución del coronavirus en este grupo de alto riesgo que suele pasarse por alto.

Por Maya Wei-Haas
Publicado 8 oct 2020, 13:05 CEST
Una madre con su bebé

El mayor análisis de su tipo hasta la fecha llena algunos vacíos sobre las personas embarazadas y la duración de los síntomas de la COVID-19.

Fotografía de Callaghan O'Hare, Reuters

A medida que se disparaba el número de casos de coronavirus la pasada primavera, había algo que inquietaba especialmente a Vanessa Jacoby: el embarazo.

Jacoby, que es obstetra y ginecóloga en la Universidad de California, San Francisco, está muy familiarizada con el hecho de que las personas embarazadas suelen salir peor paradas que el público general durante los brotes de enfermedades infecciosas. Durante la pandemia de H1N1 en 2009, representaban hasta un cinco por ciento de las muertes, aunque solo eran un uno por ciento de la población. Y en los primeros días de la nueva pandemia de coronavirus, la escasa información que llegaba sobre el SARS-CoV-2 a cuentagotas ignoraba este grupo de alto riesgo.

«Había muchas dudas y no teníamos ni idea de qué decirles a los pacientes cuando empezó esto», cuenta Jacoby. «Sabíamos que necesitábamos respuestas cuanto antes».

Ahora, en el mayor análisis de este tipo hasta la fecha, Jacoby y sus colegas han llenado algunos de esos vacíos. Han descubierto que los síntomas de la COVID-19 perduraban en muchas de las personas que participaron en el estudio, que incluyó a 594 personas embarazadas o que lo habían estado hacía poco, la mayoría de las cuales no fueron hospitalizadas.

La mitad de las personas que participaron informaron de que aún seguían enfermas tras tres semanas, mientras que un 25 por ciento aún estaba recuperándose tras dos meses o más. (La duración habitual de los casos leves es de dos semanas.)

Según el estudio, que se publicó el 7 de octubre en Obstetrics & Gynecology, sus síntomas también se manifestaban de forma diferente a los de las poblaciones no embarazadas. Por ejemplo, la fiebre era poco habitual, pese a ser un rasgo distintivo de esta enfermedad. Era un síntoma inicial en solo un 12 por ciento de las personas embarazadas y estaba presente en solo un cinco por ciento tras una semana de enfermedad. Otros síntomas de la COVID-19 —tos, anosmia, fatiga y disnea— persistían en una proporción pequeña pero significativa durante un máximo de dos meses.

Las pistas sobre la evolución de la COVID-19 durante el embarazo pueden ayudar a las personas embarazadas y a sus médicos a entender cuándo deben buscar ayuda y qué les espera cuando enferman. También aportan información sobre los pacientes de COVID-19 «sintomáticos persistentes» que confunden a los científicos.

Jacoby, que dirigió el trabajo con otros tres investigadores, señala que los resultados son solo una primera instantánea y esperan realizar análisis más detallados en los próximos meses.

«De esta base de datos saldrá mucha información», afirma Sarah Cross, profesora adjunta de la división de medicina maternofetal de la Facultad de Medicina de la Universidad de Minnesota, que no participó en el estudio. «Estoy muy entusiasmada por ver lo que hacen».

Un sprint para construir la base de datos

El trabajo forma parte de un proyecto ambicioso llamado  Pregnancy Coronavirus Outcomes Registry o PRIORITY para construir una base de datos nacional de personas embarazadas con COVID-19 y hacer un seguimiento de sus síntomas y de sus bebés hasta un año tras el embarazo. Cuando a principios de primavera se dispararon los casos de coronavirus en Estados Unidos, así como el miedo a los hospitales saturados y el déficit de equipo de protección individual, Jacoby y sus colegas se embarcaron en una misión para poner en marcha la base de datos.

«El trabajo que normalmente nos llevaría tres meses lo hicimos en... dos semanas y media», cuenta Jacoby. «Consideramos que era algo muy urgente».

El embarazo causa cambios profundos en el funcionamiento del cuerpo humano y lo hace más susceptible a algunas enfermedades infecciosas. Un cambio importante es la ligera depresión del sistema inmunitario. Cross explica que el motivo es simple y refleja por qué los pacientes toman inmunodepresores para evitar el rechazo de un órgano trasplantado. La mitad de un feto en desarrollo proviene del ADN paterno, que el sistema inmunitario podría considerar un invasor, así que el cuerpo materno debe ajustar sus defensas para permitir que crezca.

La gestación también estresa los pulmones de dos maneras. Cuando el útero se expande, presiona el diafragma, el músculo plano que controla hasta qué punto se llenan los pulmones de aire. De este modo, reduce la capacidad respiratoria de una persona. Por su parte, el feto también aumenta la demanda de oxígeno del cuerpo. Estos dos efectos hacen que la situación de los pulmones de las personas embarazadas sea «algo más débil», afirma Cross.

Las sorpresas de la COVID-19

El equipo del proyecto PRIORITY comenzó el proceso de selección el 22 de marzo y su base de datos ya cuenta con 1333 personas de todo Estados Unidos. El nuevo estudio se centra en la primera ola de participantes —casi 600 personas embarazadas con COVID-19— que se unieron hasta el 10 de julio.

Jacoby señala que la diversidad racial fue el punto focal de la selección desde un principio. Mucho antes de que surgiera la COVID-19, el racismo sistémico había provocado grandes disparidades en la atención médica y las oportunidades socioeconómicas, que se reflejan en el desenlace del embarazo. Las mujeres negras son hasta seis veces más propensas a fallecer por complicaciones durante el embarazo que las mujeres blancas.

La pandemia agrava estas desigualdades. Las personas negras e hispanas son hospitalizadas con COVID-19 en una proporción casi cinco veces superior a la de las personas blancas. Seleccionar un grupo diverso para el estudio PRIORITY permitiría a los investigadores abordar las dudas sobre la evolución de la enfermedad en estas comunidades vulnerables. El nuevo informe incluye a un 41 por ciento de personas negras, indígenas y de color y hasta un 15 por ciento del grupo de estudio completó la inscripción en un idioma diferente al inglés.

«Como sabemos, el idioma no es una barrera para el contagio del virus», afirma Jacoby.

Además, la mayoría de los estudios anteriores sobre la COVID-19 y el embarazo se realizaron en personas hospitalizadas, es decir, con síntomas leves o graves. Pero un 95 por ciento de las personas que participaron en el estudio PRIORITY estaban pasando la enfermedad desde casa, como la gran mayoría de las personas que padecen la enfermedad en Estados Unidos. Se esperaba obtener una idea representativa de la evolución de la enfermedad no solo en personas embarazadas, sino también en comunidades de todo Estados Unidos.

“Seguiremos descubriendo las consecuencias a largo plazo de la COVID en los próximos años y décadas.”

por JORGE SALINAS, CARVER COLLEGE OF MEDICINE, UNIVERSIDAD DE IOWA

«Son tus amigos y vecinos y familiares los que viven con COVID-19, pero no están tan mal como para necesitar que los ingresen en el hospital», dice.

En general, los resultados sugieren que muchas personas embarazadas podrían tener síntomas prolongados de la COVID-19, pero el motivo exacto es incierto. El equipo está trabajando para desentrañar los factores subyacentes y quieren calcular estadísticas más exhaustivas ahora que han finalizado el proceso de selección del estudio PRIORITY.

En general, los pacientes con síntomas persistentes de la COVID-19 son un misterio. No está claro por qué sus síntomas no se resuelven tras dos semanas, como en los casos leves típicos, ni cómo de frecuentes son en la población general. Cross apunta que, hasta la fecha, las pequeñas diferencias entre los grupos seleccionados en los estudios de sintomáticos persistentes dificultan las comparaciones directas. Señala una investigación en un hospital francés que desveló que dos tercios de los adultos con casos leves de COVID-19 aún tenían síntomas hasta dos meses después de empezar a encontrarse mal. Sin embargo, una encuesta telefónica llevada a cabo por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos desveló que solo un 35 por ciento de las personas tenían consecuencias persistentes dos o tres semanas después de hacerse la prueba.

El propio proyecto PRIORITY, como cualquier estudio, tiene sus limitaciones. Jorge Salinas, epidemiólogo del Carver College of Medicine de la Universidad de Iowa, señala que las personas que participaron eran más ricas y se habían formado más que la población general. Un 41 por ciento tenía una renta anual de más de 100 000 dólares. En parte, esto se debe a que las trabajadoras sanitarias embarazadas representan una gran proporción —un tercio— de los participantes del estudio.

«La COVID nos ha sorprendido cada semana desde su aparición», dice Salinas, señalando que  no ha pasado ni un año desde las primeras noticias del primer caso en China. «Seguiremos descubriendo las consecuencias a largo plazo de la COVID en los próximos años y décadas».

Cross explica que el sesgo del estudio hacia personas más acomodadas podría significar que las conclusiones generales son «más de color de rosa» que la realidad del país.

«Estamos entrando en una fase diferente de la pandemia y tenemos suerte de que haya gente que realice investigaciones tan importantes», afirma Cross. «Tenemos datos en los que basarnos y nos sentimos algo más cómodas atendiendo a los pacientes y tomando decisiones de gestión».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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