Las misiones Apolo convirtieron a Florida en un sinónimo de espacio

La seguridad durante los lanzamientos y la dinámica orbital desempeñaron papeles fundamentales a la hora de convertir una zona de 115 kilómetros al este de Orlando en la Costa Espacial de Estados Unidos.

Por Catherine Zuckerman
fotografías de Robert Ormerod
Publicado 17 jul 2019, 13:21 CEST
Disfrazados con trajes espaciales, los visitantes del edificio Saturno V del Centro Espacial Kennedy posan en un fotomatón. Los efectos especiales crean una imagen que hará que parezcan astronautas flotando sobre la superficie de la Luna, con la Tierra saliendo en la distancia.
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic
Cincuenta años después de que Neil Armstrong se convirtiera en el primer ser humano en pisar la Luna, National Geographic conmemora este hito histórico con una espectacular programación dedicada a la exploración espacial y al programa Apolo, que se podrá disfrutar cada domingo de julio, con maratones durante todo el día y estrenos a las 16:00 y a las 21:30 horas.

En 1961, una parte tranquila del litoral oriental de Florida recibió un toque de atención. El presidente John F. Kennedy acababa de dar un discurso conmovedor ante el Congreso en el que ensalzaba la importancia de enviar a un astronauta a la Luna antes del final de aquella década y la NASA había anunciado la construcción de unas instalaciones de lanzamiento de última generación para respaldar esta misión. La ubicación escogida fue Merritt Island, a un tiro de piedra de cabo Cañaveral.

La NASA escogió Merritt Island por dos motivos. Primero, este lugar de la costa este en la península de Florida implicaba que las naves podían lanzarse sobre aguas abiertas, una alternativa más segura a lanzarlas sobre zonas pobladas. Y segundo, su proximidad al ecuador implica que allí la rotación de la Tierra es algo más intensa, lo que proporcionaría más empuje a la nave conforme se ponía en órbita.

Alicja Brandt (izquierda) y Karl Brandt (centro) posan con la colección de cohetes de Karl en Melbourne Beach, Florida, junto a sus hijos (desde la izquierda), Ania, Olek y Adam. Los Brandt forman parte de los Boy Scouts de América.
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic
En la exposición «Atlantis» dentro del complejo de visitantes del Centro Espacial Kennedy en cabo Cañaveral, la gente se congrega para ver un vídeo sobre el transbordador. El Atlantis viajó al espacio por primera vez en 1985 y continuó sus trayectos al espacio durante los 30 años siguientes. Su misión final —a la Estación Espacial Internacional en 2011— supuso el final del programa de transbordadores espaciales de la NASA.
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic
Con casi 2720 kilogramos de carga útil, la Dragon despega a bordo del cohete Falcon 9 de SpaceX desde la plataforma 39A en el Centro Espacial Kennedy el 3 de junio de 2017.
Fotografía de Bill Ingalls, NASA

Para 1963, el gobierno federal había adquirido unos 566 kilómetros cuadrados en los que construiría el Centro Espacial Kennedy. Y para 1969, el Apolo 11 había despegado para cruzar la meta lunar del presidente Kennedy.

Desde entonces, la industria espacial ha crecido y el turismo ha seguido sus pasos. El área de 115 kilómetros entre cabo Cañaveral y Palm Bay al este de Orlando, que ahora se denomina Costa Espacial de Florida, se ha convertido en un destino para los amantes de los cohetes, los frikis de los transbordadores y los aspirantes a astronautas. Los visitantes del Centro Espacial Kennedy pueden descubrir el progreso —y los fracasos— de la exploración espacial, mientras que los museos, restaurantes y eventos locales ofrecen un bufé infinito de experiencias espaciales y con temática Apolo.

Alyssia Pickens, de 12 años, en el Museo Espacial Estadounidense en Titusville, Florida. Pickens, cuya abuela trabaja en el museo, se crió en Titusville, a la sombra del Centro Espacial Kennedy. Cuando vio su primer lanzamiento era solo un bebé, según dice, y recuerda la época en la que los cohetes —y el temblor del suelo— todavía la asustaban. «Ahora ya no me asustan», afirma. «Me encanta el espacio».
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic
Carlos McCauley, originario de Baltimore, se mudó a la Costa Espacial de Florida hace 23 años. McCauley, aficionado al espacio desde que era niño, dice que en su día aspiraba a viajar por el cosmos: «Quería ser astronauta, como todos en los años 50 y 60, pero las mates se me daban fatal», cuenta.
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic
Los jugadores descansan durante un entrenamiento de fútbol americano en el Astronaut High School de Titusville, Florida.
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic

El proyecto Apolo dio pie a un auge de contratistas aeroespaciales en la región, lo que transformó una zona tranquila de plantaciones de naranjos en un centro tecnológico y de ingeniería. Los residentes de la Costa Espacial están acostumbrados a cruzarse con astronautas y los lanzamientos de cohetes forman parte de la vida cotidiana. Y para los niños que crecen en las orillas de Titusville, ir a clase supone asistir a la Apollo Elementary School o al Astronaut High School.

Ramond Hamed, de 68 años, en el popular restaurante Moonlight Drive-In en Titusville. Hamed es el actual propietario del local, que ha pertenecido a su familia durante años y que ahora está en venta. «Estábamos aquí durante el lanzamiento del Apolo 11», recuerda. «Las ventanas temblaron tanto que pensábamos que se romperían».
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic
Chloe Klare, de 20 años, en su habitación de la residencia del Instituto de Tecnología de Florida en Melbourne, Florida. Klare se graduará en astrofísica y su investigación se centra en las formaciones nubosas en Júpiter. «No voy a conformarme con los roles de género tradicionales», afirma. «No me da miedo entrar en un campo dominado por los hombres. Hay muchos chicos en todas mis clases, pero no dejo que me moleste. No pasa nada. Las mujeres también podemos hacer esto».
Fotografía de Robert Ormerod

Aunque quizá parezca sorprendente, los humanos no son los únicos residentes que se benefician del hincapié de la región en el espacio. Eso se debe a que solo una parte del terreno que posee la NASA en Merritt Island se utiliza para actividades espaciales.

«La parte construida para nuestra zona de operaciones es más bien pequeña», cuenta Tom Engler, director de planificación y desarrollo del Centro Espacial Kennedy. El resto del terreno, que incluye el refugio de vida silvestre de Merritt Island, está gestionado por el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos, que trabaja estrechamente con la NASA.

Los turistas dan una vuelta en la atracción «Astro Orbiter» en Disney World en Orlando, Florida. El parque temático es una primera parada habitual para mucha gente que viaja a la Costa Espacial, una franja de litoral que se encuentra a unos 96 kilómetros al este de Orlado y que alberga el Centro Espacial Kennedy de la NASA. (Walt Disney Company es accionista mayoritario de National Geographic Partners.)
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic

«La NASA es la dueña de la propiedad y nosotros lo gestionamos todo, todo lo que no sea fundamental para las misiones», afirma Kim King-Wrenn, administradora de servicios para visitantes del refugio.

El refugio protege 14 especies amenazadas o en peligro de extinción, entre ellas tortugas marinas y charas floridanas autóctonas. Según King-Wrenn, el ecosistema es muy especial, porque es el punto de encuentro de los animales del bioma septentrional temprano y los del bioma meridional subtropical.

Los espectadores siguen la trayectoria de un cohete en una reunión de aficionados de la ingeniería aeroespacial en Palm Bay, Florida.
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic
Karl Brandt, líder de una tropa de Boy Scouts y aficionado de la ingeniería aeroespacial, prepara un cohete para lanzarlo en una reunión de aficionados a la ingeniería aeroespacial en Palm Bay, Florida.
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic
Un pequeño grupo observa el lanzamiento de un cohete en una reunión de aficionados de la ingeniería aeroespacial en Palm Bay, Florida.
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic

«Si no se hubiera fundado el Centro Espacial Kennedy, no se habrían preservado ninguno de los terrenos que rodean el centro de operaciones del programa espacial de los Estados Unidos», afirma James Lyon, biólogo del refugio de vida silvestre de Merritt Island. «Como gran parte del resto del litoral de Florida, donde la presión de la construcción ha sido inmensa, esta zona se habría convertido en un mar de servicios y apartamentos turísticos, lo que supondría un gran perjuicio para la chara floridiana, así como para otras especies amenazadas y en peligro de extinción».

Los lanzamientos de cohetes no parecen perturbar a la fauna local, que suele ocultarse durante los despegues y, a continuación, siguen adelante con sus vidas. Por su parte, los humanos suelen acudir al refugio durante los lanzamientos, porque ofrece unas vistas perfectas, según King-Wrenn.

Charlie Mars, director de la junta del Museo Espacial Estadounidense en Titusville, posa para una foto en el museo que ayudó a fundar. Mars participó en las misiones Mercury, Gemini y Apolo y fue el ingeniero jefe de las operaciones de lanzamiento de Apolo.
Fotografía de Robert Ormerod, National Geographic

«Cuando se lanza un cohete, estamos hasta arriba».

Además, con empresas de vuelo espacial privado como Blue Origin, SpaceX y Boegin, que están desarrollando cohetes y planes para enviar humanos al espacio, el Centro Espacial Kennedy —y la Costa Espacial de Florida— se expande a buen ritmo.

«Aún queda mucha historia por hacer y nosotros la escribiremos», afirma Engler. Esto incluye traspasar las fronteras de la exploración espacial humana enviando a humanos a Marte y traspasando los límites de nuestra comprensión del universo convirtiendo el centro espacial en una futura base para la exploración del espacio exterior.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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