¿Por qué tenemos la Luna y cómo afecta a nuestro planeta?

Nuestra compañera lunar tiene mucho que enseñarnos, desde su superficie agujereada hasta su núcleo de hierro.

Por Maya Wei-Haas
Publicado 9 jul 2019, 16:13 CEST
¿De qué está hecha la Luna y cómo se formó?
Te mostramos los violentos orígenes de la Luna, cómo sus fases dieron pie a los primeros calendarios y cómo los humanos exploraron el único satélite natural de la Tierra hace medio siglo.

Cincuenta años después de que Neil Armstrong se convirtiera en el primer ser humano en pisar la Luna, National Geographic conmemora este hito histórico con una espectacular programación dedicada a la exploración espacial y al programa Apolo, que se podrá disfrutar cada domingo de julio, con maratones durante todo el día y estrenos a las 16:00 y a las 21:30 horas.

La Luna, el único satélite natural de la Tierra, es nuestra compañera constante. Ha viajado alrededor de nuestro planeta durante miles de millones de años, desde antes de que las primeras chispas de vida se encendieran en los océanos, incluso antes de que la Tierra se enfriara lo suficiente para albergar océanos.

Pero su posición aparentemente tranquila en los cielos modernos surge de un pasado muy tumultuoso. Se formó hace unos 4500 millones de años, cuando el sistema solar estaba en pañales y rebotaban en ella muchos cometas, meteoros y asteroides. Una de esas colisiones, entre la Tierra y una esfera del tamaño de Marte, probablemente expulsó roca fundida al espacio. Parte de esta roca se aglutinó y se enfrió, formando lo que ahora conocemos como la Luna.

Esta formación temprana y sus estrechos vínculos con la joven Tierra convierten a la Luna en uno de los lugares más prometedores para explorar el nacimiento y el desarrollo de nuestro sistema solar y nuestro planeta. La Luna también conserva muchos de sus rasgos antiguos: a diferencia de la Tierra, no posee tectónica de placas que reconfiguren continuamente el paisaje, ni tampoco viento ni lluvia que desgasten sus rocas antiguas.

Generaciones de astrónomos han estudiado este pequeño mundo sin aire, desde su superficie agujereada hasta su denso núcleo de hierro. Es el único mundo que hemos pisado los humanos y una candidata perfecta para futuras visitas.

La cara cambiante de la Luna

Hay más de 190 lunas orbitando los planetas y asteroides de nuestro sistema solar, y la terrestre es la quinta más grande de ellas. Mide unos 3474 kilómetros de diámetro, casi un tercio de la anchura de la Tierra y orbita a una distancia media de 30 anchuras terrestres.

Cada 27,3 días, la Luna completa una órbita alrededor de nuestro planeta, así como un giro sobre su propio eje. Esta danza celestial, denominada rotación sincrónica, significa que siempre vemos la misma cara de la Luna. Vista desde la Tierra, la parte de la Luna iluminada por el Sol parece crecer y menguar, lo que da pie al ciclo lunar, de luna nueva a luna llena. Esta secuencia es el resultado combinado de la posición cambiante de la Luna respecto a la Tierra y al Sol, por lo que se completa un ciclo lunar cada 29,5 días.

Aunque desde la Tierra siempre vemos la misma cara lunar, no hay un «lado oscuro» real, como muchos llaman por error a la cara oculta de la Luna. Incluso la cara oculta recibe luz solar —solo que no la vemos— y la sección iluminada de la Luna en cualquier día dado cambia según la posición de la Luna.

Las rocas lunares

Durante las misiones Apolo, los astronautas trajeron a la Tierra 382 kilogramos de roca, arena y polvo lunar, lo que permitió a los científicos analizar minuciosamente la superficie del satélite. De esos análisis han obtenido una cantidad ingente de información sobre la formación y evolución de la Luna. En sus primeros días, estaba cubierta de vastos mares de magma y, conforme este magma se enfrió y se cristalizó, los minerales menos densos flotaron a la superficie. Gran parte de esta antigua corteza lunar está compuesta de anortosita, una roca de color claro que desde la Tierra vemos como las secciones brillantes de la Luna.

Sin embargo, tras miles de millones de años, esa superficie deslumbrante está plagada de huellas, motas y manchas oscuras. Muchas de estas zonas oscuras son vastas franjas de basaltos lunares, similares a las rocas que componen el archipiélago hawaiano. Estas zonas, llamadas «maria» —que significa «mares» en latín—, se formaron cuando las antiguas erupciones volcánicas de roca fundida inundaron la superficie. Los científicos no creen que estas erupciones sigan produciéndose y es probable que la mayor parte de la lava se liberase entre hace 3000 y 4000 millones de años.

Algunas de las pequeñas franjas continuas y oscuras también son fallas, o grietas profundas en la superficie. Pero estas no se forman por el movimiento de las placas tectónicas, como las fallas de la superficie terrestre. Es probable que muchas se formaran cuando la Luna se enfrió y se contrajo, mientras que otras podrían deberse a la atracción gravitatoria que ejerce la Tierra en este mundo. Aunque gran parte de esta actividad tuvo lugar hace ya tiempo, un reciente análisis de los terremotos de la era Apolo sugiere que no todo ha quedado relegado al pasado, lo que apunta a que la Luna podría no estar tan geológicamente muerta como se creía.

Uno de los rasgos más fundamentales de la Luna es la amplia gama de cráteres superpuestos de su superficie. El estudio de estos cráteres, combinado con la datación geológica de las muestras de roca de las misiones Apolo, ayuda a los científicos a desentrañar la historia de bombardeos de la Luna y la Tierra y a calibrar una línea temporal de la antigüedad de otros cuerpos celestes del sistema solar.

Como en la Tierra, el manto se encuentra bajo la corteza lunar, pero los científicos no están seguros de su composición exacta. Los modelos y algunos hallazgos recientes sugieren que las zonas superiores del manto están compuestas de dos minerales: piroxeno y olivino. La Luna tiene un pequeño núcleo de hierro, de unos 480 kilómetros de diámetro, como revelaron los análisis de las ondas sísmicas que atravesaron el interior de la Luna a partir de los registros sísmicos de temblores lunares documentados en la era Apolo.

Un mundo acuoso

Aunque antes se consideraba un paraje seco, los científicos han descubierto cada vez más indicios de que la Luna es más húmeda de lo que creían. Aunque el agua líquida no puede persistir en la superficie, los investigadores creen que hay hielo de agua en algunas de las zonas que se encuentran a la sombra permanentemente. Las diminutas cuentas de vidrio de antiguas erupciones volcánicas también sugieren que hay una cantidad de agua sorprendente en los minerales de las profundidades del orbe. Al parecer, también se libera agua cuando los meteoros colisionan con la superficie lunar, hasta 220 toneladas de agua al año.

Dichos embolsamientos podrían proporcionar un valioso recurso de hidratación y combustible a futuros visitantes humanos, o incluso a los residentes a largo plazo de las posibles bases lunares que servirían de punto de partida de la exploración del espacio exterior.

La vida con —y sin— nuestra Luna

El cambio constante de la Luna de nueva a llena proporcionó un ritmo para generaciones de humanos que, finalmente, elaboraron calendarios que indicaban las fases y sus efectos sobre la superficie terrestre. Una de las influencias lunares más obvias se observa en las mareas terrestres. La atracción gravitatoria de la Luna hace que se forme un abultamiento en la parte más cercana de nuestro planeta y otro en el lado más lejano. Conforme la Tierra rota, la parte de nuestro planeta que se ve afectada por la atracción lunar cambia, lo que provoca una marea alta cada 12 horas aproximadamente en un punto dado.

La Luna también estabiliza la inclinación de la Tierra sobre su eje, lo que contribuye a estabilizar el clima. El tambaleo de la inclinación de la Tierra afecta a la distribución de la energía solar por la Tierra y puede influir en el avance o la retirada de las glaciaciones. Sin la Luna, los científicos estiman que la inclinación de nuestro planeta podría haber variado hasta 85 grados, provocando grandes oscilaciones climáticas.

Pero cada año, la influencia lunar en nuestro planeta se debilita un poquito conforme esta se aleja hacia el espacio aproximadamente 3,8 centímetros. Esta expansión lenta de la órbita lunar como consecuencia de su papel en las mareas terrestres. Nuestro planeta rota ligeramente más rápido que la órbita lunar. Por eso el abultamiento de la marea que surge en la cara de la Tierra más cercana a la Luna gira justo por delante del orbe lunar. Esto arrastra a la Luna, lo que acelera ligeramente su órbita y la aleja.

Pero no temas, es improbable que la Luna se vaya volando. Así que nuestra pequeña y brillante compañera seguirá girando alrededor de la tierra mientras nosotros continuamos nuestro viaje anual alrededor del Sol durante los futuros milenios. Eso, claro está, hasta que se la trague el Sol cuando muera.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

 

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