La historia de los pacientes venezolanos que recurren a la curación espiritual

Los venezolanos están acudiendo a los curanderos religiosos a medida que la crisis sanitaria del país empeora.

Por Meridith Kohut
Publicado 9 nov 2017, 4:19 CET

Desesperada por curar su cáncer de mama, Yasmary Díaz montó a sus tres hijos en una camioneta y emprendió un arriesgado viaje desde su casa en Guarenas a Zamora, en Venezuela, siguiendo un escarpado camino por las montañas lleno de baches hasta una chabola construida a partir de barro seco y ramas de árboles. Allí, en un altar en lo alto de una ladera remota rodeada de mandarinos, pidió ayuda a un chamán, un curandero tradicional que invocaría a un poderoso espíritu para librarla de su enfermedad.

Siguiendo la costumbre, Díaz se tumbó sobre la tierra rodeada de velas e intrincados dibujos perfilados con tiza blanca y cerró los ojos. De pie sobre ella en una nube de humo de tabaco, Edward Guidice, con el pecho desnudo y collares de cuentas coloridas y dientes de jabalíes salvajes en torno a su cuello, empezó a rezar en alto invocando a un panteón de santos y espíritus de la secta religiosa de María Lionza para enviar el espíritu de un anciano, Emeregildo, que había muerto décadas antes, para que poseyera su cuerpo y curara el cáncer de Díaz.

Díaz, de 28 años, es una de las miles de venezolanas que acuden a los curanderos espirituales debido a que su sistema sanitario está en crisis. Esto es parte del desplome económico que ha provocado una escasez extendida de medicamentos, lo que ha paralizado los hospitales públicos.

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Venezuela produce una cantidad insignificante de medicinas y la escasez crónica se debe principalmente a las políticas gubernamentales que se han puesto en marcha para controlar los intercambios de divisas internacionales. Para comprar medicamentos del extranjero, las farmacias y los particulares deben ser aprobados por el gobierno, y rara vez se otorgan dichos permisos

La Federación Farmacéutica Venezolana informa de que es imposible o muy difícil encontrar más del 85 por ciento de los medicamentos básicos. Las estanterías de las farmacias están vacías y los hospitales se ven obligados a rechazar a los pacientes por falta de suministros. Un estudio realizado en 92 hospitales estatales publicado en marzo de 2017 por la organización venezolana sin ánimo de lucro Médicos Por la Salud señala que el 78 por ciento carecían de medicinas o sufrían una grave escasez. El mismo estudio también descubrió que el 89 por ciento de los hospitales no podían utilizar regularmente los rayos-x y el 97 por ciento de los laboratorios médicos no estaban funcionando a plena capacidad.

Los médiums devotos a María Lionza canalizan a docenas de espíritus: doctores, indígenas, ancianos campesinos, vikingos, líderes militares, gánsteres y mujeres que bailan y llevan coloridos vestidos. Sin embargo, Guidice es el único médium que puede invocar a Emeregildo y se cree que Emeregildo tiene unas capacidades curativas más fuertes que el resto de espíritus. Emeregildo es un espíritu audaz e ingenioso con una larga barba blanca que camina encorvado con un cayado y que siempre pide café cuando se aparece. Varios pacientes afirman que Emeregildo les ha curado sus enfermedades terminales. Otros dicen que estaban cojos y que fue él quien les permitió caminar de nuevo. Los enfermos en Venezuela suelen viajar con regularidad a la cabaña de Guidice en la montaña con la esperanza de que Emeregildo pueda curarles también.

El día que Yasmary hizo este viaje en busca de una cura, Guidice, con una taza de café en la mano, se arrodilló e hizo un corte en su pecho con una cuchilla, cubriéndolo con flores de hibisco rojas para simbolizar una incisión profunda. Inclinándose a apenas centímetros de su pecho, dio una calada a su puro, exhalando humo sobre la piel que cubría el tumor y dejando caer cera de una vela roja sobre la zona. Se cree que el humo del tabaco absorbe la enfermedad y cuando la ceniza cambia de color, de negro a blanco, significaría que se está produciendo la curación.

Para Díaz, la crisis venezolana significó que había malgastado todo un año esperando un tratamiento que nunca recibió. Los médicos de su hospital siempre la mandaban a casa: la máquina de mamografías todavía está rota, no quedan medicinas en el almacén, no hay productos químicos para el análisis de sangre, no hay forma de hacer un escáner por rayos-x… Sin seguro y viviendo a partir de un mísero salario que ganaba limpiando casas y horneando pasteles, no podía permitirse un tratamiento en una carísima clínica privada.

En noviembre de 2016 enterró a su abuela, que murió debido a un cáncer que no le trataron. El pasado enero, después de que otra mujer de la familia política de Díaz muriera también de un cáncer no tratado, los servicios de protección infantil se llevaron al bebé de solo un año de la fallecida. Entonces, Díaz se sintió aterrorizada: tenía miedo a que sus otros hijos corriesen la misma suerte si el cáncer acababa con su vida, así que decidió tomar medidas.

«Nunca había creído en esto», afirma de la curación espiritista. «Pero aquel día me levanté y me dije ‘tengo miedo pero voy a ir, quiero ver qué ocurre’».

Según Guidice, «los pacientes llegan con diferentes enfermedades: problemas cardíacos, problemas de espalda, cáncer, problemas con sus piernas, sus rodillas, sus ojos… Hay mucha gente pobre que sufre».

En las montañas a las afueras de Guatire, Guidice canaliza el espíritu de un venerable cacique llamado Mara y usa humo de tabaco y una mezcla de hierbas para tratar las rodillas de Rómulo Fuentes.
Fotografía de Meridith Kohut, National Geographic

Semanas después de haber visto a Guidice, Díaz dice que el dolor en el pecho había disminuido. Se sentía con más energía. Pero debido a que las cenizas habían tardado mucho en cambiar de color negro a blanco, Guidice le dijo que necesitaría al menos dos sesiones más. Ahora ya no duda, sino que está comprometida con el proceso. «Cuando llamas a esta puerta, hay un tipo de ayuda que no puedes ver», explica ella. «Es como el viento, no puedes verlo, pero puedes sentirlo».

En Petare, un enorme suburbio de Caracas, se forman cada mañana colas de pacientes ansiosos a lo largo del Callejón de los Brujos, una calle llena de clínicas espirituales donde los médiums que canalizan los espíritus de la corte de María Lionza atienden a los enfermos.

Generaciones de venezolanos se han dirigido a la secta de María Lionza por su poder sanador. Sin embargo, los líderes religiosos afirman que nunca habían experimentado un incremento de pacientes como el que han visto desde el comienzo de la crisis. No existen datos estadísticos nacionales para saber con exactitud cuánto ha incrementado, pero los curanderos espirituales a los que ha entrevistado National Geographic afirman que han observado un importante aumento de sus pacientes, que va desde un 30 a un 200 por ciento cada uno. Según ellos, sus pacientes pertenecen sobre todo a la clase trabajadora y han sido rechazados en los hospitales, y que carecen de los recursos financieros para viajar al extranjero en busca de atención médica.

El buscado chamán Carlos Márquez, que canaliza el espíritu de «El Guayanes» dice que ha experimentado un incremento significativo del número de pacientes durante el último año. Ahora trata a una media de 40 o 50 pacientes en días laborables, y entre 60 y 80 los fines de semana. Para mantener el orden en las largas filas que se forman tras su puerta, ha empezado a empezado a repartir cuadrados de madera con números negros tallados sobre ellos.

Peregrinajes de esperanza

Un torrente constante de seguidores llega cada día al altar junto al río dedicado a María Lionza en la montaña de Sorte, en el estado de Yaracuy, en el interior de Venezuela. Algunos vienen caminando sobre sus rodillas como acto de devoción; otros como Oseas Ríos, un paciente con fallo renal que ha pasado 15 días sin recibir su medicación debido a la escasez, están demasiado debilitados para caminar por sí solos, por lo que necesitan la ayuda de sus familiares.

Ronald Cárdenas viajó durante tres días en bus a Sorte desde Santa Elena de Uairén, cerca de la frontera venezolana con Brasil, desesperado por que le curasen una enfermedad estomacal que los médicos de su ciudad no podían tratar.

En un claro junto a la orilla del río, al ritmo de los bongos y de los cantos que gritan «¡Fuerza! ¡Fuerza!» un médium llamado Richard Pérez que canaliza el espíritu de un antiguo vikingo se hizo un corte en la lengua con su cuchilla y rompió un vaso sobre su cabeza. A continuación, dijo que Cárdenas estaba sufriendo debido a una infección parasitaria.

Con la sangre resbalando por su cara y su pecho, el médium clavó sus dedos en el abdomen de Cárdenas. Fue subiendo con las manos, aplicando presión, y a continuación apretó el cuello de Cárdenas hasta que este vomitó. En ese vómito salieron dos gusanos blancos de unos 5 centímetros de largo

Río arriba, la estudiante universitaria Carla Gómez flotaba sobre su espalda en un estanque de agua en el altar dedicado a José Gregorio Hernández, un médico venezolano que ejerció la medicina a principios del siglo XX. Hernández se convirtió en un héroe del pueblo por tratar de forma gratuita a los pacientes pobres, comprándoles medicinas con su propio dinero. Los seguidores de la secta de María Lionza y los católicos más devotos han rezado a Hernández desde que murió en 1919, y existe la creencia extendida de que invocar su nombre puede provocar la curación milagrosa de los pacientes.

Gómez sufre fatiga crónica y le cuesta salir de la cama cada mañana. Al verse incapaz de encontrar el medicamento que necesita debido a la escasez, decidió viajar a la montaña de Sorte para pedirle al espíritu del Doctor Hernández que la curase.

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Se cree que los remansos de agua de la montaña de Sorte tienen poderosas propiedades curativas.
Fotografía de Meridith Kohut, National Geographic

Improvisación y una dosis de fe

Un día, en las montañas a las afueras de Caracas, en una pequeña sala de hormigón que comparte muro con una pocilga para cerdos, el médium de espíritus Henry Ruíz atendió a Belkis Amalia Ramírez. 

Al invocar el espíritu de José Gregorio Hernández, los ojos de Ruíz se pusieron en blanco a medida que insertaba unas tijeras en la vagina del ama de casa de 40 años, que estaba tumbada sobre una nevera del revés que hacía las veces de mesa de operaciones. Minutos más tarde, extrajo lo que parecía un tumor maligno de su útero.

«Me siento mucho mejor, estoy aliviada al no tener eso en mi cuerpo», dijo ella. «Lo que pasó fue un milagro».

Su siguiente paciente sufría debilidad crónica, así que Henry hizo una pequeña incisión en su vientre y extrajo con su boca un líquido marrón lleno de sangre de su estómago. Cuando terminó, su barba blanca estaba manchada del color rojo de la sangre de la mujer.

En el Hospital General José Gregorio Hernández, bautizado en honor al amado santo del oeste de Caracas, los médicos se esfuerzan valientemente para tratar a los pacientes pese a la falta de gran cantidad de medicinas y suministros.

Los médicos y enfermeros que trabajan en tales condiciones, similares en ciertos sentidos a practicar la medicina en el campo de batalla, combaten la moral baja con su fe. Los altares al Doctor Hernández adornan cada uno de los pisos del hospital. En el ala de maternidad, las fotos de bebés y sus diminutos calcetines se amontonan junto a notas escritas a mano, un símbolo de gratitud al santo por los nacimientos de niños sanos. 

María Franco, de 21 años, acunaba a su hijo de dos meses, Santiago, mientras unos tubos drenaban fluido de sus pulmones. La mujer dijo que había traído a su hijo al hospital cuatro veces, y en cada ocasión, los médicos habían dado un diagnóstico erróneo de su enfermedad, confundiéndola con algún tipo de alergia. Sin embargo, cuando su estado empeoró, ella rezó en el altar del pasillo. A continuación, un actor disfrazado del Doctor José Gregorio Hernández vino de visita para animar a los pacientes y ella lo vio como una señal. «Cuando entró, me quedé sorprendida porque era idéntico», dice ella. 

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El actor rezó junto a ella y, ese mismo día, los médicos diagnosticaron correctamente el problema de salud de Santiago: neumonía en ambos pulmones. Entonces, pudieron empezar su tratamiento. La señora Franco cree que Santiago podría haber muerto en un par de días si hubieran seguido sin saber que sus pulmones estaban llenos de fluidos y cree que fue el espíritu del Dr. José Gregorio Hernández, quien respondió a su plegaria, el responsable de que su hijo siga con vida

Mariana Vargas llegó a urgencias en medio de la noche, desesperada con su madre de 52 años inconsciente en brazos. Su madre, Belkis Vargas, sufre de tensión alta y, aunque la familia había acudido a varias farmacias, no habían podido encontrar el medicamento que necesitaba. Tras cuatro meses sin tomar sus pastillas, Belkis empezó a desmayarse cada pocos minutos. Mariana la llevó por las calles y el metro mientras perdía la consciencia a ratos. La rechazaron en tres hospitales, donde les dijeron que les sería imposible admitir a su madre debido a que no tenían los suministros necesarios. Finalmente, llegaron al Hospital General Doctor José Gregorio Hernández. «Esto es un caos absoluto, no hay medicinas», dijo ella. «Pensé que iba a morirse en mis brazos».

«La fe que tenemos en el Doctor José Gregorio Hernández es la responsable de que un alto porcentaje de pacientes se salve aquí», dice la enfermera de urgencias Rosiris Orozco. «No solemos tener nada con lo que tratarles, ni antibióticos ni una sola pastilla, pero el paciente se marcha por su propio pie y bien gracias a Dios y al Doctor Hernández».

Cuando tres hombres heridos en un accidente de motocicleta entraron cojeando en urgencias a primera hora de la mañana del sábado, los médicos se dispusieron a intervenirles mientras los heridos gemían de dolor, taponando con camisetas llenas de sangre las heridas de sus caras.

«Por favor, ¿pueden darme algo para el dolor», suplicó uno de ellos, al que le respondieron que no quedaban medicinas para el dolor en el hospital. Tampoco había productos químicos necesarios para realizar los escáneres de rayos-x de los hombres, así que los médicos sacaron fotografías a escáneres digitales con sus móviles para determinar el alcance de las lesiones internas y para que les sirvieran como guía a medida que les operaban.

Los escáneres mostraban cómo el fluido se acumulaba en el pecho de uno de los hombres, pero no había forma de drenarlo. Un residente médico improvisó rápidamente, elaborando un tubo torácico a partir de una botella de plástico de zumo y un tubo de plástico. 

Mientras tanto, alguien más llegó con una pierna rota, pero no había agua corriente para mezclar el material con el que se esculpe la escayola. Otro residente lleno de recursos mandó a alguien a que trajese un cubo de basura en un pasillo cercano que estaba recogiendo el agua que caía por una grieta del sistema de filtración averiado del hospital.

Los estantes vacíos cuentan una triste historia en la farmacia de Silvia Limardo, previamente considerada una de las mejor abastecidas de todo Caracas. Ahora, resulta difícil o imposible encontrar más del 85 por ciento de medicamentos tan esenciales como antibióticos, analgésicos, antihistamínicos, pastillas para la epilepsia o para la hipertensión.
Fotografía de Meridith Kohut, National Geographic

El gobierno de Venezuela niega la existencia de una crisis sanitaria y ha rechazado repetidamente las ofertas de ayuda humanitaria internacional. Se niegan a poner los informes epidemiológicos a disposición del público y permiten que grupos armados partidarios del gobierno, llamados colectivos, ocupen los hospitales públicos, donde amenazan e intimidan a médicos, pacientes y periodistas locales que hablan sobre las duras condiciones de los hospitales.

Ante la negación del gobierno a reconocer el problema, la crisis de la sanidad venezolana probablemente continuará. Los líderes de la secta de María Lionza dicen que su religión no es política, pero que seguirán ayudando a todos los pacientes que acudan a ellos en busca de curación. 

Planean construir grandes jardines de plantas medicinales al pie de la montaña de Sorte y animarán a sus seguidores a practicar su religión llevando a cabo actos de bondad hacia los pacientes necesitados en vez de comprar flores o frutas que poner en los altares.

«La montaña de María Lionza es nuestro hogar, nuestra iglesia y nuestro hospital», dijo el chamán Edward Guidice. «Hay muchas personas pobres que sufren porque no pueden encontrar medicinas y están perdiendo la fe en la capacidad de los médicos para ayudarles, así que buscan las curas espirituales como último recurso».

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