El USS Maine y la chispa que calcinó los restos del imperio español

El 25 de abril de 1898 Estados Unidos declaró la guerra a España tras la explosión del USS Maine en el puerto de La Habana el 15 de febrero del mismo año.

Por Manuel Moncada Lorén
Publicado 25 abr 2018, 13:34 CEST
Batalla naval de Santiago de Cuba por Xanthus Russell Smith (1839-1929) publicada por J. Hoover & ...
Batalla naval de Santiago de Cuba por Xanthus Russell Smith (1839-1929) publicada por J. Hoover & Sons.
Fotografía de J. Hoover & Sons

Así comenzó la guerra hispano-estadounidense, un conflicto que llegaría a alcanzar las últimas colonias españolas de ultramar como Puerto Rico, Filipinas y Guam, territorios que EE.UU. se anexionó posteriormente.

La explosión del acorazado USS Maine en el puerto de La Habana fue el casus belli que los estadounidenses necesitaban para iniciar la guerra hispano-estadounidense, que se declaró hoy hace 120 años.

En este suceso lleno de claroscuros murieron 256 personas y sirvió a los EE.UU. como pretexto para apoderarse de las últimas posesiones españolas, además de constituir una de las mayores imposturas de la historia reciente, que más de cien años después no encuentra rectificación oficial.

Dibujo satírico publicado en 1896 en el diario catalán La Campana de Gràcia, criticando la actitud de EE. UU. hacia Cuba.
Fotografía de La Campana de Gràcia

El fuerte valor económico, agrícola y estratégico de la isla de Cuba ya había motivado varias tentativas de compra de la isla por parte de los estadounidenses, ofertas que el gobierno español siempre rechazó.

No se trataba solo de una cuestión de honor y prestigio; Cuba era un territorio fértil con un intenso tráfico comercial comparable en aquellos tiempos con el trasiego mercante del puerto de Barcelona.

Fue precisamente esta profusa actividad económica la causa subyacente del conflicto cubano, primero con los nacionalistas de la isla y finalmente con los estadounidenses, que se aprestaron a socorrer a los cubanos en su particular guerra de independencia contra España.

Lo cierto es que desde la Revolución de 1868, el nacionalismo cubano se había extendido por la isla, espoleado por las restricciones económicas y comerciales impuestas desde España, en un ejercicio de proteccionismo que alimentó el malestar en la más grande de las Antillas.

España no permitía a Cuba entre otras cosas el libre intercambio de productos tan lucrativos como el azúcar de caña con los EE. UU. y otras potencias, medidas que dañaban los intereses de la burguesía industrial y comercial cubana.

La industria textil catalana, uno de los principales motores económicos de la no tan industrializada España, presionó para impulsar la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas (1882) y el Arancel Cánovas (1891),​ que establecían tributos aduaneros de hasta un 46 % a los productos extranjeros, medidas que garantizaban el monopolio textil barcelonés.

La legislación española permitió continuar con la industrialización de la región catalana en la década de 1880 a costa de los intereses de la industria cubana, lo que fue un estímulo esencial de la revuelta independentista.

A parte de las habituales rencillas entre la metrópoli y sus territorios de ultramar, hubo un actor fundamental en el desenlace del conflicto: los Estados Unidos de América.

El USS Maine

Los restos del USS Maine, por A. Melero, 1898.
Fotografía de A. Melero

Con el tan viejo pretexto (pero hasta hoy utilizado sin remilgos) de asegurar la protección de los ciudadanos estadounidenses en Cuba, el gobierno norteamericano decidió enviar al puerto de La Habana al acorazado de segunda clase USS Maine.

La maniobra fue tomada como una provocación en España, que se mantenía firme en su determinación de conservar casi quinientos años de historia militar y dominio colonial frente a una potencia advenediza y sin experiencia internacional a la que según la opinión pública española había que dar una lección. En esta línea, España seguía rechazando las ofertas de compra realizadas desde los Estados Unidos sobre Cuba y Puerto Rico.

El 25 de enero de 1898, el Maine hizo su entrada en el puerto de La Habana sin previo aviso a las autoridades españolas, una actitud que contrariaba todo protocolo diplomático y que incluso hoy en día seguiría siendo una bravuconería.

Sin embargo, a las 21:40 horas del 15 de febrero de 1898, una explosión sacudió las aguas en calma del puerto de La Habana. Instantes después del estruendo, solo uno de los buques en el puerto ardía como una tea: el Maine había saltado por los aires. 254 marineros y dos oficiales perdieron la vida en el desastre.

El amarillismo alcanza su máxima expresión

"Our Terms," (Nuestras condiciones) Judge, 1898, viñeta por Eugene Zimmerman.
Fotografía de Eugene Zimmerman

Las noticias corrieron como la pólvora que había hecho explosión en el interior del buque: la prensa sensacionalista de William Randolph Hearst, el dueño del Diario de Nueva York, publicó por la mañana el siguiente titular: «El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo».

Magnates de la prensa como Hearst -fundador del grupo que hasta hoy lleva su nombre y uno de los principales imperios mediáticos del mundo-, e incluso Joseph Pulitzer del New York World, publicaron piezas que rayaban la ciencia ficción por su naturaleza sensacionalista. Esta auténtica fabricación de noticias tenía como único objetivo lograr la movilización favorable de la opinión pública hacia la necesidad de una nueva guerra.

Ambos periódicos desplegaron corresponsales por toda la isla para cubrir el conflicto, pero al no ser capaces de obtener informes fiables, sobre todo porque no había ninguna investigación en curso, acabaron por difundir bulos, rumores o aludiendo a fuentes inexistentes.

Hearst y Pulitzer manipularon sin ninguna ética la información, llegando al punto inventarse las noticias a falta de hechos que fueran en línea con su hilo narrativo, en un auténtico ejercicio amarillista, que hoy en día se estudia en las facultades de periodismo en todo el mundo.

El New York World no cejó en su empeño por difundir que lo único que España podía ofrecer a los Estados Unidos como reparación por la pérdida del buque y de la vida de sus marinos era el abandono inmediato del territorio cubano. Una vez bien engrasado el engranaje propagandístico a raíz de los disparates que se contaban desde Cuba, la opinión pública estadounidense fue conducida a un auténtico estado de histeria y exaltación bélica.

Soldados españoles en Cuba

EE.UU. no respondió con una inmediata declaración de guerra a España tras la destrucción del Maine, pero la oscura naturaleza de este episodio dinamitó todos los puentes del diálogo y la diplomacia, lo que impedía una solución pacífica.

EE.UU. acusó a España del hundimiento del navío y redactó un ultimátum en el que exigía a España la inmediata retirada de Cuba. ​ Por su parte, el gobierno español desmintió cualquier vínculo con el desastre del Maine y se negó a aceptar el ultimátum de los estadounidenses, a quienes declararían la guerra en caso de la violación de sus fronteras.

Sin embargo, Cuba ya estaba bloqueada por el cordón de acero y humo negro de la flota estadounidense.

La guerra hispano-estadounidense comenzó oficialmente el 25 de abril de 1898, dos meses después del accidente del Maine, el pretexto con el cual los EE.UU. intervenían a favor de Cuba en su guerra de independencia contra España, con los resultados ya conocidos.

La batalla de Santiago de Cuba

Batalla de Santiago de Cuba

El 3 de julio de 1898, los marinos españoles al mando del almirante Cervera que resistían el bloqueo de Santiago de Cuba por parte de la escuadra norteamericana recibieron la orden de salir a enfrentarse con el enemigo sin el armamento, blindaje ni el combustible adecuado para una operación semejante.

El Estado Mayor en Madrid ignoró la idea de volar los buques y defender las playas. Desde la metrópoli la orden era clara: salir y presentar batalla.

Cumpliendo con su deber, hombres de hierro dentro de barcos de madera salieron a enfrentarse al acero de los acorazados estadounidenses.

La escuadra española estaba compuesta por un solo acorazado (Cristóbal Colón), tres cruceros (Infanta María Teresa, Vizcaya y Almirante Oquendo) y dos modernos destructores (Plutón y Furor).

A pesar de que se dirigían a una muerte segura, los buques españoles fueron saliendo del puerto uno a uno en lo que fue un auténtico tiro al plato para los barcos rebozados de acero de la flota norteamericana.

La guerra hispano-americana en la memoria colectiva

Eliseu Meifrén i Roig (1857-1940), hacia 1900
Fotografía de Eliseu Meifrén i Roig

En 1926 se inauguró en El Vedado, La Habana, un monumento en recuerdo a las víctimas del USS Maine en honor de los 256 marineros que murieron en la deflagración del buque estadounidense en 1898.

El monumento, que se levanta cerca del Malecón, fue originalmente erigido con la característica águila calva norteamericana que coronaba las dos columnas que componen el memorial.

El conjunto incorporaba además tres bustos de los políticos estadounidenses William McKinley, a quien correspondió declarar la guerra a España; Leonard Wood, primer interventor en la Isla, y Theodore Roosevelt, el presidente.

Con el paso del tiempo, las cosas cambiaron bastante en la isla. El 18 de enero de 1961, después de la Revolución cubana, el régimen de Castro ordenó retirar el águila, así como las estatuas de los políticos estadounidenses, dejando tan solo ambos pilares.

En su lugar, el gobierno cubano decidió incorporar una placa honorífica que hasta hoy reza:

“A las víctimas del Maine que fueron sacrificadas por la voracidad imperialista en su afán de apoderarse de la isla de Cuba”.

La creencia de que la explosión fue provocada por los propios estadounidenses como resultado de un ataque de falsa bandera es una opinión muy extendida entre los historiadores cubanos y españoles.  Aunque ya ha pasado más de un siglo, y toda disculpa o reconocimiento por parte de los norteamericanos no puede cambiar la historia, no sería la primera vez que los EE.UU. inician operaciones militares preventivas contra un país soberano sin las suficientes pruebas que respalden una agresión.

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