Los smartphones revolucionan nuestras vidas, pero ¿a qué precio?

El ordenador que llevamos en la mano puede hacer cosas asombrosas, pero nuevos estudios demuestran lo mucho que nos distraen.

Por Yudhijit Bhattacharjee
Publicado 28 ene 2019, 16:05 CET
Academia de Arte
Unos estudiantes esperan frente a una Academia de Arte en San Francisco.
Fotografía de Janet Delaney

No hace mucho, como ocurre casi a diario, mi padre, que vive en Calcuta, India, me llamó al móvil por Skype. Mi padre tiene 79 años y no sale mucho, cada vez es más casero. Aquel día, yo viajaba en tren de Dinamarca a Suecia. Mientras hablaba con él, sostuve el móvil con la cámara hacia la ventana. Ambos contemplamos las vistas del campo sueco mientras el tren salía de Malmö y aceleraba en dirección a Lund. Durante un breve instante, sentí que viajábamos juntos.

Por aquel momento de conexión y muchos más como ese, mi teléfono merece mi gratitud. Pero ese mismo dispositivo se ha convertido en una fuente de distracción constante en mi vida, se ha entrometido en mi capacidad de atención con una regularidad pasmosa y ha disminuido mis interacciones en persona con familiares y amigos. En una visita a Calcuta para ver a mis padres, buscaba mi teléfono cada pocos minutos en plena conversación solo para revisar mi muro de Facebook y ver si la foto que había subido recientemente tenía algún «me gusta» reciente. (¡Sí! Y también comentarios.)

A lo largo de la última década, los teléfonos inteligentes han revolucionado nuestras vidas de formas que van más allá de la mera comunicación. Además de llamar, enviar mensajes y redactar correos electrónicos, más de 2.000 millones de personas en todo el mundo emplean estos dispositivos para navegar, reservar taxis, comparar opiniones y precios de productos, seguir las noticias, ver películas, escuchar música, jugar a videojuegos, rememorar vacaciones y, no menos importante, participar en redes sociales.

Resulta indiscutible que la tecnología de los smartphones ha aportado muchos beneficios a la sociedad, como permitir a millones de personas sin acceso a los bancos llevar a cabo transacciones financieras, por ejemplo, o permitir a los rescatistas en zonas de desastre determinar de forma precisa dónde se necesita su ayuda con más urgencia. Hay aplicaciones que permiten a los usuarios de los teléfonos inteligentes supervisar cuánto caminan durante el día y la calidad de sueño por la noche. Nuevas aplicaciones de la tecnología emergen aparentemente a diario: ahora, tu smartphone puede estar al día de la higiene dental de tus hijos cronometrando cuánto tiempo se cepillan los dientes con cepillos con Bluetooth. (Mi mujer y yo decidimos que esto era demasiado.)

Sin embargo, estos beneficios parecen pasar una alta factura a nuestras vidas mentales y sociales. La constante conexión y el acceso a la información que proporcionan los teléfonos inteligentes han convertido los dispositivos en una especie de droga para cientos de millones de usuarios. Los científicos acaban de empezar a investigar este fenómeno, pero sus estudios sugieren que estamos cada vez más distraídos, pasamos menos tiempo en el mundo real y nos internamos más en un mundo virtual.

El poder que ejercen sobre nosotros es manifiestamente evidente en nuestros hábitos y comportamientos cotidianos. Recordar direcciones es cosa del pasado: habitualmente, contamos con nuestros teléfonos para desplazarnos a cualquier parte, incluso a destinos que ya hemos visitado varias veces. Los usuarios más compulsivos mantienen sus smartphones a poca distancia todo el tiempo y los cogen hasta cuando se desvelan en plena noche. En aeropuertos, campus universitarios, centros comerciales o pasos de cebra —casi cualquier lugar público—, la imagen más habitual de nuestra era es la de personas con la cabeza agachada, mirando con atención sus teléfonos. Si ves a alguien en una cafetería bebiendo un café mientras miran por la ventana, es poco probable que estén disfrutando de un momento de tranquilidad, y más probable que su dispositivo se haya quedado sin batería.

El uso de los teléfonos inteligentes ha cambiado la geografía de nuestras mentes y creado una vía de salida para cualquier idea propia que podamos tener. «Lo que he observado en los últimos seis a ocho años es un enorme cambio de paradigma: gran parte de los recursos de atención que dedicamos a nuestro ecosistema personal han pasado a lo virtual», afirma Larry Rosen, profesor emérito de psicología en la Universidad del Estado de California en Domínguez Hills y coautor de The Distracted Mind: Ancient Brains in a Hi-Tech World. «Esto significa que no accedes a lo que está frente a ti. Lo vemos con los padres, no se centran en sus hijos. Ni siquiera se centran en lo que ven en la tele, porque atienden a una segunda pantalla. Afecta a todos los aspectos de nuestras vidas y, tristemente, no creo que la situación haya alcanzado su peor momento».

Los investigadores han empezado a documentar el impacto de los smartphones en nuestra capacidad de concentración. En un estudio, Adrian Ward, psicólogo de la Universidad de Texas en Austin, y sus colegas dieron a 800 participantes dos tareas mentales difíciles: resolver un problema matemático mientras memorizaban una secuencia de letras aleatoria y seleccionar una imagen entre varias opciones para completar un patrón visual. Se pidió a algunos participantes que dejasen su teléfono en otra sala, mientras que a otros se les permitió llevárselos en los bolsillos. Con todo, algunos participantes colocaron sus smartphones sobre la mesa, frente a ellos. Aunque los teléfonos no desempeñaban un papel en las tareas, el acceso a estos afectaba al desempeño de los participantes. Los que dejaban el teléfono en otra sala obtuvieron los mejores resultados. Los que los tenían frente a ellos, los peores. Pero incluso quienes tenían los teléfonos en los bolsillos mostraban una capacidad cognitiva menor.

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A los investigadores les preocupa que la adicción a los smartphones embote las capacidades de lectura y comprensión de textos de los usuarios más jóvenes, lo que a su vez podría tener impactos indeseados en su pensamiento crítico. Estas preocupaciones se basan en los resultados de estudios como el que llevó a cabo la psicóloga Anne Mangen y sus colegas de la Universidad de Stavanger, en Noruega. Dividieron a 72 alumnos de cuarto de la ESO en dos grupos y pidieron a un grupo que leyera dos textos en papel y al otro que leyera esos mismos textos en PDF en una pantalla. Los que leyeron en versión impresa mostraron un mejor desempeño en comprensión lectora que los lectores digitales.

Otro estudio, llevado a cabo por la Universidad de la Columbia Británica, respalda lo que muchos hemos concluido a partir de experiencias personales: el uso de teléfonos inteligentes puede tener efectos adversos en las interacciones sociales en el mundo real. Los investigadores, dirigidos por Ryan Dwyer, estudiante de doctorado en psicología, pidieron a más de 300 participantes que comieran en un restaurante con amigos o familia, diciéndoles a algunos que colocaran los teléfonos sobre la mesa y a otros que los dejaran guardados. Los que tenían los teléfonos frente a ellos dijeron haberse sentido más distraídos durante la conversación y haber disfrutado menos que los otros.

«Cuando la gente podía acceder a sus smartphones, también estaban más aburridos, que no era lo que esperábamos», afirma Dwyer. Tener el teléfono sobre la mesa durante una cena «no te va a arruinar la comida, pero puede reducir tu disfrute», añade. Resulta fácil extrapolar la factura que pasa este fenómeno en las relaciones familiares cercanas.

La razón de que sea tan difícil dejar nuestros teléfonos móviles, incluso a la hora de comer, es difícil de comprender. «Se sabe que, si quieres que una persona esté comprometida, puedes darle una recompensa en momentos variables», explica Ethan Kross, psicólogo de la Universidad de Míchigan en Ann Arbor. «Resulta que eso es precisamente lo que hacen las redes sociales. No sabes cuándo tendrás un “me gusta” nuevo ni cuándo recibirás el siguiente correo electrónico, por eso sigues comprobándolo».

Nuestra compulsividad parece estar empeorando, según un estudio de Rosen y sus colegas en el que supervisaron el uso de smartphones por parte de alumnos de instituto y adultos jóvenes. Utilizando aplicaciones que cuentan el número de veces que se desbloquea un teléfono, los investigadores descubrieron que los participantes habían pasado de desbloquearlo 56 veces al día en 2016 a 73 veces al día en 2018. «Es un incremento enorme», afirma Rosen.

Parte de la culpa es de las notificaciones, que pueden apagarse. Otro factor es «las inquietudes que están en tu cabeza», afirma Rosen, y estas también pueden abordarse con métodos como la meditación y la atención plena (también denominada mindfulness). Un tercer factor más insidioso, según Rosen, es la forma en que las empresas tecnológicas han «orquestado minuciosamente sus aplicaciones y páginas web para que las mires, para que sigas ahí y sigas volviendo».

Como respuesta a estas críticas, los fabricantes de teléfonos han desarrollado aplicaciones para ayudar a los usuarios a supervisar el tiempo que pasan mirando la pantalla. Pero no está claro si aplicaciones como Screen Time, de Apple, y Digital Well Being, de Google Android, ayudarán a los usuarios a reducir el tiempo que pasan con sus teléfonos. En un estudio llevado a cabo entre alumnos de último año de instituto, Rosen y su equipo determinaron que los participantes revisaban las aplicaciones de supervisión y averiguaban que habían pasado más tiempo con sus teléfonos de lo que pensaban. Pero determinaron que casi la mitad no había modificado su conducta. (Los investigadores han hecho un seguimiento para descubrir los cambios en los otros participantes.)

Rosen admite estar enganchado. Como adicto a las noticias, abre constantemente Apple News en su teléfono. «La mayor parte del tiempo no hay nada nuevo, pero, de vez en cuando, aparece una historia nueva y me aporta un refuerzo positivo para hacerlo con más frecuencia», afirma.

Saber vivir con tecnología sin rendirse a ella podría ser uno de los mayores retos a los que nos enfrentemos en la era digital. «Estamos intentando ponernos al día», afirma Kross, que describe el universo vivencial abierto por los smartphones un nuevo ecosistema al que aún nos estamos adaptando. «Hay formas útiles y perjudiciales de navegar por el mundo offline, y ocurre lo mismo en el mundo digital».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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