Con los hospitales llenos de pacientes de COVID-19, ella decidió dar a luz en casa

Estas fotografías íntimas capturan el emotivo parto casero de una neoyorquina en plena pandemia.

Por Jaenique Hurlock
fotografías de Jackie Molloy
Publicado 12 may 2020, 12:26 CEST
Kim Bonsignore y su hija Suzette

Kim Bonsignore yace en la piscina de parto en su salón, exhausta tras dar a luz a su hija Suzette. En lugar de tener el bebé en el hospital como había planeado, los Bonsignore decidieron tener su segunda hija en casa debido a la pandemia de coronavirus.

Fotografía de Jackie Molloy

Cuando Kimberly Bonsignore, de 33 años, supo a finales de marzo que los miembros de su familia no podrían acompañarla al Hospital de la Universidad de Nueva York cuando diera a luz, empezó a planificar un parto en casa. Estaba embarazada de su segunda hija y no quería vivir esta experiencia sin su marido, Al, y su hija de dos años, Sativa.

«Quería que mi hija estuviera allí porque quiero que lo viva de verdad», afirma Bonsignore. «No quería llegar a casa y decirle: “Mira, aquí está tu hermana”, como si fuera un perrito o algo así».

Cuando las redes hospitalarias del New York-Presbyterian y el Mt. Sinaí prohibieron las visitas a las salas de partos para prevenir la propagación de la COVID-19, las comadronas de la ciudad recibieron una oleada de llamadas. Como no querían dar a luz solas, muchas mujeres empezaron a buscar alternativas.

15:35—Bonsignore sufre una contracción intensa con el apoyo de su doula, Angelique Clarke. Su hija de dos años, Sativa, corrió hacia su padre, Al, y su abuela, Louise, cuando oyó a su madre gritar de dolor.

Fotografía de Jackie Molloy

Más adelante, el gobernador de Nueva York Andrew Cuomo emitiría una orden ejecutiva que permitía que una persona de apoyo estuviera presente en la sala de partos siempre y cuando se les hubiera hecho el test de la COVID-19. Sin embargo, la idea de dar a luz en hospitales llenos de pacientes de coronavirus ha aumentado la demanda de partos en casa, una práctica que es relativamente poco común en Estados Unidos, pero cuya popularidad ha ido aumentando progresivamente en los últimos 16 años. Según el Centro Nacional para la Información Biotecnológica, una unidad de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés), en 2017 se produjeron más de 62 000 partos en casa, un 1,61 por ciento del total en Estados Unidos. Las comadronas certificadas asisten aproximadamente el 10 por ciento de todos los partos del país, en el hospital o en casa, aunque su papel en la atención al paciente varía según el estado.

Las mujeres pueden preferir un parto en casa con un proveedor autorizado (que puede ser una comadrona o una doula, por ejemplo) por varias razones: quieren menos intervención médica, como medicación para el dolor y la inducción del parto; quieren la libertad para controlar su entorno de parto; sienten que una comadrona puede respetar más sus valores religiosos; o están insatisfechas con el sistema hospitalario.

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      15:56—La doula Angelique Clarke echa agua hirviendo en la piscina de parto. Inicialmente, había usado una manguera conectada al fregadero, pero los Bonsignore se quedaron sin agua caliente, así que calentó el agua en ollas.

      Fotografía de Jackie Molloy

      Los preparativos del parto

      A las 37 semanas de embarazo, Bonsignore contactó con Angelique Clarke, la doula de su primer embarazo. A diferencia de las comadronas, las doulas no tienen educación médica formal, pero ofrecen apoyo físico, mental y emocional a la madre. Clarke la puso en contacto con Cara Muhlhahn, una comadrona certificada de Nueva York. En otras circunstancias, Muhlhahn y Bonsignore habrían tenido al menos 10 visitas prenatales desde el principio de su embarazo para hablar de las posibles complicaciones.

      En dos consultas virtuales y una visita a casa, empezaron a hacer los preparativos necesarios para un parto casero, rellenar formularios médicos y pedir un kit de parto. Para preparar un parto en casa necesitaban, entre otras cosas, una piscina de parto que colocarían en el salón de los Bonsignore.

      17:58—Bonsignore se mete en la piscina de parto con la ayuda de Clarke, su doula, y su comadrona Cara Muhlhahn, a la derecha.

      Fotografía de Jackie Molloy

      En general, las comadronas adoptan una estrategia diferente a la de los hospitales. En lugar de tomar la iniciativa y decirle a la mujer cuándo debe empujar como haría un médico, creen que es mejor que la mujer tome la iniciativa.

      «Cuando hacemos un parto casero, nos gusta apoyar algo denominado “parto fisiológico”», afirma Muhlhahn. «Solemos pensar que en casi todos los casos los partos pueden continuar por sí solos si apoyamos a la mujer, la animamos, hacemos lo que está en nuestra mano para aliviar el dolor, le hacemos saber que estamos a su lado y [de vez en cuando] la orientamos».

      En torno al mediodía del 29 de abril, Clarke escribió un mensaje a Muhlhahn para informarla de que Bonsignore había empezado a tener contracciones. Muhlhahn cogió su equipo y condujo hasta el barrio de Bonsignore, donde esperó hasta que las contracciones se intensificaran.

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        18:12—Al Bonsignore graba un vídeo de su mujer Kim, la comadrona Cara Muhlhahn y la doula Angelique Clarke mientras su hija Sativa juega en el agua con sus juguetes.

        Fotografía de Jackie Molloy

        18:20—Bonsignore tiene una contracción dolorosa. En un principio, iba a dar a luz en un hospital, pero cambió de opinión con el brote de coronavirus.

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        18:44—Sativa Bonsignore se tapa los oídos mientras su madre empuja durante el parto. Los gritos de Kim preocupan a la niña de dos años, pero Muhlhahn le dijo: «Mamá grita porque duele, pero no pasa nada. Eso es lo que pasa cuando tienes un bebé».

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        «Lo hago porque vivo con el miedo a que alguien me llame demasiado tarde cuando la cosa ya avanza rápido», cuenta. «Angi estaba comunicándose conmigo todo el tiempo mientras estaba en el coche al otro lado de la calle. Me comunicó los intervalos entre las contracciones y ella era la encargada de saber cuándo pedirme que entrara, que es el papel que suelen desempeñar las doulas».

        Como estaba en casa, Bonsignore pudo moverse con libertad. Se dio una ducha mientras Clarke empezaba a llenar la piscina de parto con una manguera conectada al fregadero. Pero tras la ducha de Bonsignore, se quedaron sin agua caliente, así que Clarke tuvo que terminar de llenarla hirviendo agua en la cocina.

        «Pude hacer lo que quise», recuerda Bonsignore. «Me metí en la ducha y el calor me sentó muy bien. Y cuando salí pude caminar cuando quise, sentarme cuando quise. Estirar un poco. Cuando me cansaba simplemente me tumbaba. Y cuando me tumbaba, Angi me hacía masajes. Estaba justo en mis puntos de presión... Diez minutos después de tumbarme, rompí aguas».

        Unos minutos después de que Bonsignore rompiera aguas, a las 17:27, Muhlhahn entró con sus bolsas y una mascarilla.

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          18:18—Clarke y Muhlhahn comprueban el progreso de Bonsignore durante el parto mientras su hija Sativa sigue disfrutando de tener una piscina en el salón.

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          «Lo primero que hago cuando asisto a una mujer que está dando a luz es sentarme junto a ella, saludarla de la forma apropiada, hacer que se sienta cómoda. Espero hasta que termina la contracción y le digo que estoy aquí. Lo primero es escuchar el latido del bebé», explica Muhlhahn. «Lo escuchamos justo después de romper aguas y nos gusta saber el color del saco. Angi me dijo que era transparente, una señal de que el bebé se encuentra en [buen] estado».

          Durante la hora siguiente, las contracciones fueron y vinieron. Finalmente, Bonsignore se metió en la piscina de agua templada para aliviar el dolor. Cuando fue demasiado incómodo estar de espaldas, se dio la vuelta para inclinarse sobre el borde de la piscina. Muhlhahn comprobó los latidos del bebé cada 30 minutos. A las 18:32, Muhlhahn determinó que Kimberly había dilatado del todo y podía empezar a empujar.

          “No pensé que fuera tan grave. Cuando lo hablamos más adelante, lloré y me emocioné mucho. Es más traumático ahora que en el momento.”

          por KIM BONSIGNORE

          Un momento de incertidumbre.

          «Me dijo: “Simplemente escucha a tu cuerpo. Haz lo que sientas”», recuerda Bonsignore. «Cara no paraba de decirme: “Estás hecha para esto. Puedes hacerlo”. Pensé que no lo conseguiría. Fue muy doloroso. Es el peor dolor que he sentido en mi vida. Pero fue bastante rápido y no tuve que sufrirlo mucho tiempo. Y sus ánimos me ayudaron. Me guio y me dijo: “Casi está aquí. Está justo aquí. No puedes rendirte. Esta justo aquí”».

          Cuando Muhlhahn vio la cabeza del bebé, comprobó con el dedo si el cordón umbilical se había enrollado en el cuello, algo frecuente que no perjudica al bebé dentro del útero.

          «Cuando el cordón está alrededor del cuello, que ocurre aproximadamente en el 40 por ciento de los casos, no la consideramos una situación de alto riesgo, pero tratamos de hacer maniobras para asegurarnos de que no frene el alumbramiento del resto del cuerpo», afirma Muhlhahn.

          Manejar el cordón es una tarea crucial. «Una vez cortas el cordón, has cortado otra cuerda salvavidas que tiene el bebé. Protege el cerebro del bebé de la falta de oxígeno», explica Muhlhahn. Consideró tres opciones: levantar el cordón por los hombros del bebé y sobre la cabeza; cortar y pinzar el cordón en el útero; o desenrollar el cordón cuando alumbrara al bebé. Como el cordón no estaba lo bastante suelto para levantarlo sobre la cabeza del bebé, Muhlhahn optó por la última opción.

          A las 18:46, rodeada por su familia en su salón, Bonsignore empujó por última vez. Pero no había llanto. El bebé estaba lacio y no respondía. Muhlhahn se quitó la mascarilla y empezó la RCP y a comprimirle el pecho con los pulgares. La habitación se quedó en silencio salvo por su respiración y la canción «I Need a Miracle» de los Grateful Dead, que sonaba en bajo de fondo.

          18:46—La comadrona Cara Muhlhahn coge una pera de succión para despejar las vías respiratorias de la recién nacida. El bebé estaba lacio y no respondía tras el alumbramiento. «Cuando vi el cordón y el color del bebé, supe que habría un problema», afirma. Muhlhahn, que ha sido comadrona desde 1991 y durante los últimos 23 años ha asistido partos en casa. Rara vez ha tenido que resucitar a un recién nacido, pero está lista cuando es necesario.

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          18:46—Muhlhahn hace la respiración boca a boca a la recién nacida Suzette para expandir sus pulmones. Cuando el bebé escupió el moco, Muhlhahn supo que estaría bien. «Recuerdo que no quise dar una señal de esperanza hasta que supe que habría esperanza», cuenta.

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          18:48—Muhlhahn hace compresiones torácicas a Suzette tras hacerle el boca a boca mientras sus padres alientan a su hija. «Vamos, bebé. Venga, Suzette», dijo Al Bonsignore. «Por favor, venga, estás aquí».

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          18:48—La pequeña Suzette llora tras la resucitación. Kim Bonsignore dice que, en el momento, no se dio cuenta de la gravedad de la situación. «Hablamos de ello cada día. La miramos y vemos que es una niña preciosa y sana», dice. «Es una locura que pudiera haber ido por otro camino».

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          18:48—Muhlhahn entrega a la recién nacida Suzette a sus padres tras resucitarla. «Aquel llanto, aquel gran llanto fue el mejor sonido después de todo eso», afirma Muhlhahn.

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          19:21—Suzette Bonsignore mira a su padre Al. «Soy papá», le dijo. «Eres perfecta, cariño».

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          Unos instantes después, Suzette Indica Bonsignore respiró por primera vez y empezó a llorar. «Hablad con ella», le dijo Muhlhahn a sus padres, pasándole el bebé a Al. «Mamá y papá están aquí. Te necesitamos aquí, con nosotros. Tienes una hermana a la que tienes que conocer», recuerda haber dicho el marido de Bonsignore.

          A las 19:00, minutos después del nacimiento del bebé, el sonido de los neoyorquinos que aplaudían a los trabajadores en primera línea entró por la ventana, como si la ciudad diera la bienvenida al mundo a Suzzette, dice Bonsignore: «El momento fue perfecto, no podría haber sido mejor».

          Pese al susto, el marido de Bonsignore cree que la experiencia del parto fue «emocionante». «Es mucho más orgánica que cuando estás en un hospital», afirma.

          19:33—Muhlhahn pesa a Suzette en su báscula ante las miradas atentas de su madre, sus abuelos y la doula. Suzette pesaba 3,8 kilogramos y medía 51,43 centímetros de largo.

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          Tras el parto, Muhlhahn escuchó el corazón y los pulmones del bebé, le dio inyecciones de vitamina K y la pesó en una báscula con arnés mientras su madre y sus abuelos la miraban. Suzette pesaba 3,8 kilogramos y medía 51,43 centímetros de largo. El trabajo duro había acabado, así que Muhlhahn programó consultas de seguimiento con Bonsignore para examinar a la madre y al bebé.

          Kimberly Bonsignore dice que no se dio cuenta de la gravedad de aquel momento de incertidumbre. Ni de lo fundamentales que son los profesionales con experiencia en una situación de emergencia. «Cuando lo hablamos más adelante, lloré y me emocioné mucho. Es más traumático ahora que en el momento», recuerda. «Hablamos de ello cada día. La miramos y vemos que es una niña preciosa y sana. Es increíble que pudiera haber ido por otro camino».

          Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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