La búsqueda de partículas de oro en las selvas del Sudeste Asiático

Los mineros artesanales de Birmania practican un oficio extenuante que, según los expertos, podría desaparecer en una generación con la disminución de los depósitos de oro.

Por Paul Salopek
Publicado 26 jun 2020, 12:07 CEST

Do Toe (izq.) y Than Ngwe buscan trocitos de oro en el río Chindwin, en el norte de Birmania. Este equipo de marido y mujer gana aproximadamente tres dólares al día.

Fotografía de Paul Salopek
Out of Eden Walkdel escritor y socio de National Geographic Paul Salopek es una odisea narrativa de una década por todo el mundo. Recorre los caminos de la primera migración humana desde África hasta la punta de Sudamérica. Este es su último comunicado desde Birmania.

Cuando recorres el mundo, te encuentras con seres humanos que se dedican a diversos comportamientos repetitivos. Criar bebés. Reparar máquinas. Hervir té. Cultivar plantas. Subir vídeos a TikTok. Buscar oro.

La búsqueda de oro de nuestra especie es antigua e incansable.

Oro filtrado por un prospector en el río Chindwin.

Fotografía de Paul Salopek

A lo largo de mi recorrido de más de 17 000 kilómetros desde África, he conocido a los mineros que explotaban una mina de oro de la Edad del Bronce —un raro yacimiento arqueológico de 5400 años— para extraer hasta el último resquicio del metal de las colinas de la nación caucásica de Georgia. Me he topado con una tribu de prospectores nómadas que cribaban los placeres de las montañas salvajes de Pakistán. Y recientemente, en Birmania, conocí a una pareja de mediana edad, Than Ngwe y Do Toe, que lava toneladas de grava de río a mano en busca de motitas resplandecientes.

«Normalmente, soy pescador. Solo hago esto para ganar más dinero y comprar comida», me contó el marido, Than Ngwe.

«Somos pobres. Tenemos seis hijos», añadió Do Toe, la mujer. «A veces, el comerciante de oro nos da un adelanto en arroz, cuando nos quedamos sin dinero».

Su recompensa por un extenuante día de trabajo a lo largo de las orillas sofocantes del río Chindwin son unos pocos granos del metal que valen unos 5000 kyats, o poco más de tres euros.

Birmania no es El Dorado, una gran fuente de oro. (En la actualidad, China se sitúa en el primer puesto de la producción global.) Existen minas industriales, pero gran parte del oro del país se extrae arduamente en cantidades ínfimas por parte de ejércitos de prospectores rudimentarios necesitados. Utilizan barreras de madera cubiertas con madejas de hierba artificial para atrapar las partículas de este tesoro. Esta tecnología no ha cambiado en milenios. Se alude a ella en el mito griego de Jasón y los Argonautas, donde el vellocino servía para el mismo propósito.

Los buscadores de oro de Birmania se dividen en dos grupos: kone-myaw significa «lavar en tierra», que consiste en minas a cielo abierto, y ye-myaw significa «lavar en el río». Normalmente, es un trabajo estacional y migratorio. Los prospectores afrontan los peligros ambientales habituales de la minería aurífera, principalmente la exposición al mercurio. Un estudio de 2015 desveló que los mineros auríferos birmanos tenían más del doble de las concentraciones de mercurio —el tóxico metal pesado utilizado para amalgamar el oro— en el cuerpo. También advertía que la contaminación por metales pesados que deriva de la minería de oro está envenenando las aguas y a los peces de ríos como el Chindwin.

El oro brilla por doquier en los paisajes de Birmania.

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    En Rangún, capital comercial de Birmania, se dice que la pagoda de Shwedagon está revestida con hasta 60 toneladas de oro.

    Fotografía de Robert Harding Picture Library, Nat Geo Image Collection

    Resplandece en las agujas áureas de las estupas y los templos budistas que sobresalen en las pequeñas ciudades y las aldeas. En la capital comercial, Rangún, se dice que la famosa pagoda de Shwedagon está revestida de hasta 60 toneladas de este metal dorado, más que la reserva estratégica del país. «Shwe Dagon se elevaba soberbia, resplandeciente de oro, como una esperanza repentina en la oscura noche del alma», escribió Somerset Maugham en 1930.

    Caminé hacia el este desde las riberas del Chindwin.

    En un denso bosque tropical, a lo largo de un camino lodoso sin tráfico, me detuve en una especie de establecimiento comercial que nunca había visto en un lugar tan remoto. Se escuchaba el repiqueteo de un motor diésel. El bar vacío servía bebidas frías y ofrecía un menú de dos páginas. Las estanterías se hundían bajo el peso de mercancías exóticas: repelente para mosquitos Jumbo Vape, baterías Triple 9, Super Glue, camisetas de vestir envueltas en celofán, esmalte de uñas Lux, bebida energética Squeeze, whiskey High Class, bolsas de lentejas, ropa interior Klasor y cientos de artículos más que Than Ngwe y Do Toe, la pareja de prospectores de oro, no podían permitirse. Esta cornucopia era el último relicto de un pueblo que creció durante el auge de la minería de oro.

    «La fiebre del oro ocurrió hace tres años. Vinieron entre 400 y 500 personas y crearon una aldea nueva. Después el oro se acabó», contó Hnin Maung, un prospector que sigue acudiendo al bar. Las casas de bambú de los mineros habían quedado reducidas a la nada. El dueño del bar esperaba liquidar las existencias con los camioneros que pasaban.

    Maung, un hombre robusto de unos 40 años, dijo que él también seguiría adelante.

    De hecho, no queda mucha «esperanza en la oscura noche del alma» para la minería de oro, y no solo en Birmania, sino en todas partes. Según los expertos, el planeta se está quedando sin oro accesible. Los descubrimientos de oro llevan décadas disminuyendo, según los geólogos. Toda la industria podría colapsar en 20 años. Al fin y al cabo, es reciclaje.

    Le deseé suerte a Maung y partí hacia Mandalay, llevando mi propia parte de culpa por la carga que soporta: 1/35 de gramo de oro en el circuito de mi teléfono móvil.

    Este artículo se publicó originalmente en la página web de la National Geographic Society, dedicado al proyecto Out of Eden Walk. Ha sido traducido del inglés. Puedes explorar la página web aquí.

    Paul Salopek ha sido galardonado con dos premios Pulitzer por su trabajo periodístico siendo corresponsal en el extranjero para el Chicago Tribune. Puedes seguirlo en Twitter @paulsalopek

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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