Por qué el antiguo legado imperial de Estambul está oculto a plena vista

Debido a la política y el paso del tiempo, los grandes monumentos del Imperio bizantino pueden pasar desapercibidos en la metrópolis moderna.

Por Jennifer Hattam
fotografías de Rena Effendi
Publicado 1 dic 2020, 12:10 CET
Iglesia de San Salvador de Cora

Los turistas sacan fotos en la iglesia de San Salvador de Cora, que posteriormente se convirtió en una mezquita bajo el gobierno otomano y en 1945 que fue nombrada museo por la República de Turquía. La primera fase del edificio actual, que recientemente se ha reconvertido en mezquita por orden presidencial, se remonta al siglo XI d.C.

Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

Cuando la iglesia de San Polieucto se terminó en el año 527 d.C., es probable que fuera el templo más grande y lujoso de Constantinopla. Fue construida basándose en las descripciones bíblicas del Templo de Salomón por encargo de Anicia Juliana, una noble poderosa que celebró su propio logro con una larga inscripción grabada en la estructura. Juliana, declaraba, «superó la sabiduría del célebre Salomón» con este gran edificio, «surgiendo desde abajo y persiguiendo las estrellas del cielo... que resplandecen con el brillo indescriptible del sol».

Con la poesía inscrita en las paredes y las columnas adornadas con hojas de palmera y pavos reales, se dice que la iglesia de San Polieucto inspiró al emperador Justiniano a superar el logro de Juliana con la construcción de Santa Sofía una década después. Hoy, sin embargo, las ruinas descuidadas de San Polieucto apenas son perceptibles junto a una calle atestada de tráfico en la ciudad que ahora se llama Estambul, junto a un parquecito descuidado donde los transeúntes a veces fuman o beben té sentados sobre los capiteles de las columnas magníficamente talladas de la iglesia.

Las verduras y la fruta han crecido durante siglos en huertos urbanos alrededor de las murallas de Teodosio de Estambul, construidas durante el gobierno del emperador Teodosio II en el siglo V d.C.

Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

Los conductores de Estambul pasan bajo el acueducto de Valente, uno de los mayores restos del antiguo sistema hídrico de Constantinopla, que incluía más de 160 kilómetros de canales. Este puente se completó durante el reinado del emperador Valente en el siglo IV y fue restaurado y mantenido por los emperadores bizantinos posteriores.

Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

Vistas desde el palacio de los Porfirogenetas de la época bizantina (conocido en turco como Tekfur Sarayı). Su reciente restauración ha sido criticada por resaltar los años del edificio como fábrica de cerámica otomana a expensas de su pasado más polifacético.

Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

Los escasos restos semiderruidos del palacio bizantino de Bucoleón están incrustados en las murallas de la ciudad que dan al mar de Mármara.

Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

Los escasos restos semiderruidos del palacio bizantino de Bucoleón están incrustados en las murallas de la ciudad que dan al mar de Mármara.

Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

Este verano, el destino de otros dos monumentos religiosos de la época bizantina se convirtió en el tema de un ardiente debate internacional, cuando el gobierno turco reabrió la mundialmente famosa Santa Sofía —la gran iglesia del siglo VI convertida en mezquita y después en museo— al culto islámico. Queda pendiente una transformación similar en la iglesia de San Salvador de Cora, llena de frescos y mosaicos. Pero muchos académicos y arqueólogos afirman que la historia bizantina de Estambul ha recibido poca atención, lo que deja su rico patrimonio en peligro de desaparecer casi por completo dentro de la ciudad.

Sin embargo, de no haber sido por los bizantinos, la Estambul moderna probablemente sería una ciudad muy diferente. Antes de convertirse en la capital del Imperio bizantino (o romano oriental) cristiano y de habla griega en el siglo IV d.C., la colonia griega conocida como Bizancio era un puerto comercial pequeño pero bien ubicado a orillas del Bósforo. Rebautizada Constantinopla, se convirtió en el centro de poder de un imperio que resistió durante más de un milenio hasta que la ciudad fue conquistada por los otomanos musulmanes en 1453.

En su apogeo, el Imperio bizantino controlaba un territorio que se extendía desde los Balcanes hasta el norte de África y desempeñó un papel crucial a la hora de conectar las civilizaciones cristiana e islámica y llevar las culturas de la antigua Grecia y Roma hasta la actualidad. Los viajeros europeos que visitaban la capital bizantina en el siglo XII describieron embelesados los palacios adornados con joyas, oro y estatuas de mármol. Pero un visitante moderno de Estambul necesita un buen ojo, un espíritu aventurero y mucha imaginación para intentar comprender la grandeza de la ciudad preotomana.

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    Un mapa de la Constantinopla bizantina, creado por un sacerdote florentino que la visitó en 1420, es el mapa de la ciudad más antiguo que se conoce y data de antes de la conquista otomana de 1453.

    Fotografía de British Library Board, Bridgeman Images

    «Tienes que esforzarte para comprender la Estambul bizantina, porque muchas cosas están escondidas o distorsionadas», afirma Veronica Kalas, historiadora independiente que se especializa en el arte y la arquitectura del Imperio bizantino. «Hay muchos fragmentos, pero no es fácil descubrir cómo encajan».

    Influencia duradera

    Pueden encontrarse partes del enorme sistema de acueductos y cisternas que proporcionaban agua a Costantinopla en aparcamientos y junto a carreteras, al lado de estadios de fútbol y parques infantiles, y bajo tiendas de alfombras y hoteles. Una descripción desteñida bajo la cornisa de un edificio, una parte reveladora del enladrillado o un fragmento de mármol tallado cubierto de hierba pueden ser las únicas pistas visibles del pasado bizantino de una estructura específica. Pero estas capas ocultas esconden una influencia duradera.

    «La Estambul otomana y la actual deben su existencia a Constantinopla y a la transformación bizantina de un tranquilo puerto comercial en una gran ciudad y centro administrativo imperial», afirma Kutlu Akalın, profesor de historia bizantina en la Universidad Medeniyet de Estambul. Muchos lugares e infraestructuras bizantinos conservaron su importancia durante el Imperio otomano y en la República de Turquía moderna, aunque se transformara su apariencia, uso y significado. Ese proceso creó los estratos de historia y cultura que convierten Estambul en una ciudad tan fascinante como difícil.

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      La mayoría de los mosaicos y las pinturas que decoran la iglesia de San Salvador de Cora datan del siglo XIV d.C.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      La Cisterna Basílica, parte del sistema hídrico bizantino de la ciudad, es un destino turístico popular bajo las calles de Estambul.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      La antigua cabeza tallada de Medusa, colocada de lado, proporciona apoyo a una columna de la Cisterna Basílica.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      El emplazamiento del Hipódromo, donde los bizantinos acudían a vitorear a sus aurigas favoritos y posteriormente a los soldados y caballos otomanos entrenados para la batalla, es ahora un parque tranquilo. La gran mezquita de Fatih, que lleva el nombre del sultán que conquistó Estambul para los otomanos, se construyó sobre el lugar donde siglos antes habían enterrado a los emperadores bizantinos. Las carreteras del distrito turístico de Sultanahmet aún siguen el plano de la ciudad bizantino.

      Pero también hay continuidades más pequeñas en la vida cotidiana, según el historiador independiente Axel Çorlu, entre ellas gran parte de la comida callejera de Estambul y su famosa cultura de meyhane, tabernas donde se sirven bebidas alcohólicas y una serie de aperitivos.

      «Cada vez que un estambulí come mejillones rellenos en la calle, básicamente come cocina bizantina», afirma Çorlu. «Pero una vez un taxista enfadado me dejó a un lado de la carretera porque le dije que el kokoreç [un plato de intestinos asados] que tanto le gustaba era comida bizantina».

      Çorlu atribuye la reacción del taxista a un sistema educativo y una cultura popular que suelen transmitir al pueblo turco una identidad de «nosotros contra ellos». Cualquier cosa anterior a la era otomana se considera como «lo otro» o directamente como algo perjudicial. Çorlu y otros expertos sostienen que este tipo de actitudes han provocado el olvido de los monumentos de la época bizantina y la eliminación de esta época fundamental de la historia predominante de Estambul.

      Los grandes mosaicos que en su día adornaron los palacios bizantinos se exponen en el Museo de los Mosaicos del Gran Palacio en Estambul.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      Los grandes mosaicos que en su día adornaron los palacios bizantinos se exponen en el Museo de los Mosaicos del Gran Palacio en Estambul.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      Muchos de los mosaicos de la época bizantina del Museo de los Mosaicos del Gran Palacio representan a animales salvajes y escenas de caza inspiradas en los bosques exuberantes que crecían más allá de las murallas de Constantinopla.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      Muchos de los mosaicos de la época bizantina del Museo de los Mosaicos del Gran Palacio representan a animales salvajes y escenas de caza inspiradas en los bosques exuberantes que crecían más allá de las murallas de Constantinopla.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      «El patrimonio bizantino de Turquía es una cuestión emocional que también se proyecta en la política contemporánea debido a su asociación con la idea de la conquista otomana», afirma la arqueóloga Alessandra Ricci, profesora en la Universidad Koç de Estambul. Muchas comunidades cristianas ortodoxas, en especial la griega, aún sienten un vínculo con la capital cristiana oriental de Constantinopla. Y aunque Grecia y Turquía son vecinas y aliadas en la OTAN, también son adversarias frecuentes y actualmente están enzarzadas en una disputa por los recursos de gas natural y las fronteras marítimas. «Por consiguiente, muchos turcos tienen dificultades a la hora de insertar este patrimonio en su entendimiento cultural de la ciudad», afirma Ricci.

      Como prueba, cita la ausencia de objetos bizantinos expuestos en los Museos Arqueológicos de Estambul. La ciudad tampoco construyó un museo planificado para albergar artefactos de 37 pecios bizantinos descubiertos en 2005 durante las obras de una estación de metro.

      Otros expertos señalan la eliminación de la historia bizantina durante las obras de restauración de varias iglesias convertidas en mezquitas. Un ejemplo destacado es la antigua iglesia de San Sergio y San Baco, un importante centro monástico construido en el siglo VI y que hoy se llama mezquita «Pequeña Santa Sofía» (Küçük Aya Sofya).

      Santa Sofía, el monumento más famoso de la época bizantina de Estambul, se reconvirtió en una mezquita y se abrió al culto este año.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      Como muchos edificios religiosos bizantinos de Estambul, el monasterio de Cristo Pantocrátor se convirtió en una mezquita durante el Imperio otomano. En la actualidad se conoce como mezquita de Zeyrek y el edificio ha sido sometido a una restauración que, según los críticos, oculta muchas características históricas.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      «Demasiados monumentos bizantinos de Estambul, como Küçük Aya Sofya, se han restaurado hasta la extenuación sin haber realizado un análisis ni una documentación serios de qué se descubre durante ese proceso de restauración», afirma Robert Ousterhout, profesor emérito de historia del arte en la Universidad de Pensilvania. «Así que acabamos con una nueva mezquita, pero no aprendemos nada sobre la historia del edificio».

      Ousterhout pasó casi una década estudiando y restaurando el antiguo monasterio de Cristo Pantocrátor (ahora la mezquita de Zeyrek) antes de que cambiaran los vientos políticos. La restauración se detuvo entre 1998 y 2001 y se reaunudó durante un tiempo antes de que la Dirección de Fundaciones Pías del actual gobierno turco se hiciera cargo del proyecto en 2006.

      «Argumentamos hasta el final que este era un edificio que podía ser tanto una mezquita operativa como un lugar histórico, restaurado con sensibilidad respecto a su pasado y representando la historia en todo su desorden», afirma Ousterhout. «Pero si entras en el edificio actual, se ven pocas pruebas de que fue una estructura bizantina».

      Sin plan maestro

      Las murallas fortificadas de casi 21 kilómetros que antes componían las fronteras de la Constantinopla bizantina, protegiéndola de ataques terrestres y marítimos, también son un punto de controversia. Las obras de restauración realizadas en los años ochenta y noventa fueron planificadas por preservacionistas como una reconstrucción de mala calidad y desleal a la textura y los materiales originales de las murallas. La reciente reapertura de Tekfur Sarayı, un palacio bizantino incrustado en la parte interior de las murallas, ha sido criticada por destacar los años del edificio como fábrica de cerámica otomana a expensas de su pasado polifacético. Y las noticias periódicas sobre el colapso de algunas secciones del muro dan fe de la fragilidad de las estructuras restantes.

      Este año, el Consejo Municipal de Estambul ha puesto en marcha una nueva iniciativa para proteger y preservar las murallas que, según las autoridades, será más sensible que las llevadas a cabo en el pasado. «A diferencia de las restauraciones previas basadas en la construcción, adoptamos un enfoque más conservador e intentamos fortalecer las murallas al mismo tiempo que las “congelamos” tal y como están», afirma Mahir Polat, director de patrimonio cultural de la ciudad.

      Polat dice que, hasta donde sabe, todas las estructuras históricas de Estambul tienen igual importancia.

      Las representaciones de las figuras cristianas se mezclan con los versos del Corán dentro de Santa Sofía. La iglesia del siglo VI se convirtió en mezquita durante el gobierno otomano y en museo en el siglo XX. Ahora, el edificio vuelve a dedicarse al culto musulmán y parte del arte bizantina se tapa durante los rezos.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      Las representaciones de las figuras cristianas se mezclan con los versos del Corán dentro de Santa Sofía. La iglesia del siglo VI se convirtió en mezquita durante el gobierno otomano y en museo en el siglo XX. Ahora, el edificio vuelve a dedicarse al culto musulmán y parte del arte bizantina se tapa durante los rezos.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      «En lo que respecta al patrimonio cultural de Estambul, no diferenciamos entre los bizantinos, los otomanos ni la República de Turquía. La historia entera de Estambul pertenece a todos los estambulís y somos responsables de conservarla para toda la humanidad».

      Sin embargo, el consejo municipal no tiene la última palabra sobre los monumentos de Estambul, que son supervisados por un conjunto superpuesto de estructuras burocráticas. Muchas de estas forman parte del gobierno central de Turquía, mientras que el consejo municipal está dirigido por el principal partido opositor del país.

      «No existe un plan maestro real para toda la ciudad, para que las instituciones municipales y nacionales colaboren», admite Polat. Un ejemplo reciente de esa falta de coordinación tuvo lugar en agosto, cuando Polat y su equipo se enfrentaron al Ministerio de Cultura y Turismo de Turquía por las obras que supuestamente estaban dañando la Torre de Gálata, un monumento del siglo XIV construido como parte de las fortificaciones que protegían la colonia genovesa en el actual distrito de Beyoğlu.

      Los baños turcos, mezquitas, fuentes y otras estructuras otomanas en ruinas, mal restauradas o demolidas dan fe de los demás obstáculos de preservación más allá de las diferencias ideológicas. Los proyectos de restauración suelen concederse a empresas constructoras elegidas por sus vínculos políticos o sus pujas bajas, no por su pericia trabajando con patrimonio, según los críticos, entre ellos el exministro de Cultura, Ertuğrul Günay. Los fondos limitados también desempeñan un papel, sobre todo con la economía cada vez más afectada de Turquía. Y equilibrar la conservación del patrimonio y las necesidades de una metrópolis moderna —sobre todo una como Estambul, cuya población ha ascendido de 1,5 millones a casi 16 millones en los últimos 60 años— nunca es fácil. Pero el entorno urbano presenta oportunidades y desafíos.

      Un agricultor trabaja en un huerto de verduras junto a los restos de las murallas de Teodosio del siglo V.

      Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

      Una familia disfruta de un pícnic a la sombra de las ruinas de las murallas de Teodosio, que protegían la rica capital bizantina de las amenazas externas.

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        La iglesia de Santa Irene se encuentra en los terrenos del Palacio Topkapı de la era otomana, en Estambul. La iglesia original, construida por el primer emperador bizantino, Constantino, ardió y fue reconstruida en el siglo VI d.C.

        Fotografía de Rena Effendi, National Geographic

        «Lo que ocurre con estos monumentos hoy en día también forma parte de su historia», afirma Gönül Bozoğlu, becada del Leverhulme Trust en la Universidad de Newcastle. Bozoğlu ayudó a dirigir un proyecto de investigación participativo que recopiló narraciones orales de residentes locales alrededor de las murallas de Estambul. «Si empiezas a hablar con la gente sobre cómo se usan, entiendes que no son solo estructuras muertas».

        Estas historias orales pintaron una imagen de una ciudad que se recuerda y que es muy diferente de la actual, una ciudad donde las olas del mar de Mármara chocaban contra las murallas bizantinas y donde las campanas de las iglesias repicaban tanto como en tiempos bizantinos. En los años setenta, los huertos que aún se aferraban a la base de las murallas servían lechuga recién recogida con sal.

        Pero estos recuerdos alegres están matizados con la dolorosa ausencia de las comunidades armenias, griegas y judías que convertían a la Estambul bizantina y otomana en una ciudad cosmopolita antes de su expulsión a mediados del siglo XX.

        Iniciativas como el proyecto de narraciones orales refuerzan el hecho de que, a diferencia de las piezas expuestas en un museo, los monumentos bizantinos de Estambul forman parte de una historia en curso y en evolución cuya futura preservación y continuidad depende de conectar el pasado con el presente.

        La arqueóloga Ricci recuerda que, durante una excavación, conoció a un vecino que vivía cerca de yacimiento del monasterio de Satyros en uno de los barrios suburbanos de Estambul. «Nos trajo una moneda bizantina que había encontrado en el lugar de niño y que había guardado durante décadas porque sintió que era especial y quiso protegerla», cuenta. «La historia bizantina puede convertirse en parte de la historia de los residentes de Estambul cuando les transmites el significado de lo que hay ahí, la idea de que forman parte de un paisaje histórico».

        Jennifer Hattam es una periodista autónoma afincada en Estambul que escribe sobre temas urbanos, ambientales y culturales. Síguela en TwitterInstagram.

        Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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