Los árboles más antiguos de África están muriéndose

Un misterioso asesino se está cobrando las vidas de los poderosos baobabs, y los científicos están desconcertados.

Por Nadia Drake
Publicado 12 jun 2018, 13:03 CEST
Un enorme baobab
Un enorme baobab domina el paisaje de la sabana del parque nacional de Kruger, en Sudáfrica.
Fotografía de Tim Lamán, National Geographic Creative

En la provincia sudafricana de Limpopo, un baobab creció tan alto y fuerte que sus vecinos humanos decidieron hacer lo obvio: construyeron un pub dentro del tronco vacío del milenario árbol vivo, que medía más de 45 metros de circunferencia y que contenía dos cavidades interconectadas.

Durante dos décadas, el baobab de Sunland atrajo a turistas que querían tomarse una pinta dentro de un árbol. Pero en agosto de 2016, uno de los monstruosos nudos que formaban la pared interior se rompió y se vino abajo. Ocho meses después, se cayó otro fragmento enorme, y ahora, cinco de los gigantescos nudos de Sunland se han derrumbado y muerto, dejando solo la mitad del árbol en pie.

Aunque la muerte del árbol de Sunland puede parecer la consecuencia de las visitas humanas, forma parte de una tendencia alarmante: un porcentaje sorprendentemente alto de los baobabs más antiguos y grandes de África han muerto en los últimos 12 años, según informan los científicos en la revista Nature Plants.

Esto significa que el destino del árbol de Sunland podría ser un presagio de un futuro sin estos enigmáticos y amados árboles. Todavía se desconoce el culpable de sus muertes, aunque los científicos sospechan que el cambio climático podría ser el responsable. (En comparación, el árbol más antiguo de Europa ha experimentado un crecimiento acelerado.)

«Es sorprendente visitar baobabs gigantescos de edades superiores a mil o dos mil años, que parecen estar en buen estado de salud, y descubrirlos tras varios años derribados en el suelo y muertos», afirma el coautor del estudio Adrian Patrut, de la Universidad de Babes-Bolyai, Rumanía.

«Estadísticamente, es prácticamente imposible que un número tan alto de baobabs antiguos mueran en un marco temporal tan breve por causas naturales».

Bosques derrumbados

Los baobabs se caracterizan por tener troncos gruesos y ramas escasas, por lo que a veces puede parecer que los árboles han sido plantados boca abajo. Debido a su forma de crecer —añadiendo nudos en una estructura anillada—, los baobabs son famosos por tener interiores vacíos que en ocasiones pueden ser lo bastante grandes para contener personas en su interior.

Las nueve especies de árbol del género Adansonia, los árboles productores de semillas más antiguos del mundo, se han ganado una cornucopia de nombres coloquiales y papeles en el folclore y las leyendas, y son importantes agentes en los bosques caducifolios, los desiertos y las sabanas de África, Arabia y Australia.

Patrut empezó a estudiar a los baobabs a principios de la década del 2000 y ha pasado gran parte de los últimos 15 años e identificando más de 60 de los especímenes más grandes y antiguos y empleando la datación por radiocarbono para determinar las edades de los árboles. A diferencia de árboles como las secuoyas y los robles, no puede calcularse la edad de los baobabs contando sus anillos de crecimiento; a medida que crecen, sus anillos se van desvaneciendo o quedan borrados, y sus enormes cavidades internas dificultan el recuento de sus rastros restantes.

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    Patrut se ha centrado principalmente en el baobab africano, Adansonia digitata, repartido principalmente por el África continental y las islas circundantes.

    Según él, la mayoría de los baobabs africanos más grandes y antiguos crecen el el sur de África. Pero desde 2005, ocho de los 13 árboles más antiguos y cinco de los seis más grandes han sufrido derrumbes parciales catastróficos o se han caído del todo y han muerto. Estos incluyen árboles conocidos que se han hecho famosos por su tamaño o su arquitectura natural, como el baobab de Sunland, el baobab sagrado de Panke, un árbol gigante en Namibia llamado Grootboom y el baobab de Chapman, en Botsuana.

    Aunque es un conjunto de datos pequeño, la tendencia es alarmante. «Nos sentimos como si fuéramos los únicos que sobreviven a los baobabs, y no como si ellos sobreviviesen a muchas generaciones de humanos», afirma Patrut.

    El explorador de National Geographic Henry Ndangalasi, botánico de la Universidad de Dar Es Salaam en Tanzania, está de acuerdo en que el descubrimiento es desconcertante: «Creo que damos por sentado que estos árboles gigantes no tienen ningún problema», afirma.

    Una tendencia inquietante

    Patrut y sus colegas no creen que las muertes de los árboles sean obra de una enfermedad y, en lugar de eso, sugieren que la ola de mortalidad podría ser el resultado de un clima más cálido y seco. Además de estos árboles superlativos, el equipo señala que otros baobabs maduros están muriendo a un ritmo acelerado, sobre todo en zonas donde el clima africano se calienta más rápidamente.

    Aunque es preciso investigar más para vincular de forma definitiva el cambio climático a la mortalidad de los baobabs, un estudio diferente publicado en Biological Conservation ya ha concluido que los cambios del clima perjudicarán a dos de las tres especies de baobab en Madagascar.

    Allí, el aumento de las temperaturas y las variaciones más extremas de precipitaciones estacionales restringirán el área biogeográfica en la que pueden crecer estos árboles y el gobierno malgache todavía no ha designado áreas protegidas que pudieran ser apropiadas en el futuro.

    Un fenómeno similar relacionado con el clima se está cobrando las vidas de árboles tropicales del bosque nuboso costarricense, que parecen estar sucumbiendo al aumento de la temperatura, según señala la exploradora de National Geographic, Tarin Toledo Aceves, ecóloga forestal en el Instituto de Ecología A.C. de México.

    «Los hallazgos del estudio sobre los baobabs no son sorprendentes, por desgracia», afirma. «Existe una alta mortalidad inesperada en los baobabs más antiguos del sur de África, pero no sabemos por qué».

    Toledo Aceves también señala que el número de baobabs estudiados es bajo y dice que podría ser posible —aunque improbable— que los hallazgos solo reflejen un patrón natural de mortalidad en los individuos más antiguos.

    «Estos árboles pueden vivir durante más de dos mil años y, aunque los investigadores siguen exactamente a los individuos más antiguos, creo que es notable que más del 70 por ciento de ellos murieran en un periodo de tiempo tan corto», afirma.

    En otras palabras, demasiados árboles están muriendo demasiado rápido como para que la tendencia sea natural.

    «Del 2005 al 2017 han pasado 12 años, y considerando la longevidad de estos árboles es más bien improbable que se trate de un patrón natural».

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