La crisis hídrica de la India podría aliviarse con mejor infraestructura y planificación

Graves sequías amenazan el país y la infraestructura deficiente agrava la situación. Pero existen soluciones posibles.

Por Arati Kumar-Rao
Publicado 16 jul 2019, 12:31 CEST
Chennai
El lecho reseco de un embalse a las afueras de Chennai, en la India.
Fotografía de Arun Sankar, AFP, Getty

Cherrapunji, una localidad del nordeste de la India, era antes el lugar más húmedo de la Tierra; pero durante los últimos años, ha sufrido sequías cada invierno. Kerala, un estado en el sudoeste del país, sufrió inundaciones devastadoras en 2018, pero poco después sus pozos se secaron.

En 2015, las lluvias inundaron Chennai, una metrópolis india creciente, pero este verano, cuando esperaba la llegada del monzón, sus 11 millones de residentes han presenciado cómo se secaban tres de sus cuatro embalses. Mientras tanto, por toda la India, el agua subterránea que aporta un colchón valiosísimo entre los monzones ha mermado considerablemente y corre el riesgo de desaparecer de forma irreversible.

Esta es la nueva India: calurosa y seca, húmeda e inundada, todo a la vez, con los destinos de 1300 millones de personas y abundantes puntos calientes de biodiversidad dependiendo de las lluvias impredecibles.

El monzón del sudoeste, que suele empapar la India de junio a septiembre, ha llegado diez días tarde este año y traído un 30 por ciento menos de lluvia de lo normal en el mes de junio. En el norte, en Delhi apenas ha llovido hasta ahora, mientras que los niveles de los embalses del sur de la India son peligrosamente bajos. Los titulares de los periódicos claman «día cero», «nos quedamos secos» y «sequía histórica».

Chennai, una megaciudad que depende de camiones cisterna, lidera las malas noticias. Pero Bangalore, el Silicon Valley indio, no va muy por detrás. Se rumorea que esta ciudad pujante y repleta habrá agotado toda su agua subterránea para 2020.

La difícil situación de estas dos zonas urbanas es una historia con moraleja, un síntoma de la enfermedad general que afecta a la gestión hídrica en un país que pronto será el más poblado de la Tierra.

En esta foto, sacada el 20 de junio de 2019, los residentes de Chennai sacan agua de un pozo comunitario mucho después de que se secaran los embalses de la ciudad. Las sequías son las peores desde que se tiene memoria para la bulliciosa capital del estado de Tamil Nadu, la sexta ciudad más grande de la India.
Fotografía de Arun Sankar, AFP, Getty

Un agua que no llega a todos

Bangalore está justo en el centro de la mitad inferior de la península india, a unos 914 metros sobre el nivel del mar. Es una ciudad con 12 millones de habitantes, una de las que crecen más rápido en el mundo y aporta casi 98 000 millones de euros al PIB de la India. «Bangalore merece tener seguridad hídrica», afirma S. Vishwanath, director de Biome Environmental Solutions, una empresa local de diseño.

Con todo, Bangalore no tiene ninguna fuente propia de agua perenne. Se ve obligada a bombear agua a casi 145 kilómetros y a una altura de hasta 275 metros del Cauvery, un río sagrado que fluye al sur de la ciudad.

La ciudad extrae 1450 millones de litros al día (MLD) del Cauvery y se prevé que estas extracciones lleguen a los 775 MLD en un par de años, con la construcción de nuevas tuberías. Sin embargo, el agua no llega a todo el mundo.

«Los problemas de agua de Bangalore no tienen tanto que ver con el suministro, sino con su distribución», afirma Vishwanath.

Un cuarto de la población de Bangalore, la mayoría en la periferia, no está conectada al suministro de agua de río y se ve obligada a extraer agua subterránea para sobrevivir. Esta zona de la ciudad, repleta de parques tecnológicos, es donde se produce la mayor parte del crecimiento.

La rampante extracción de agua subterránea, que no está supervisada ni regulada, ha hecho que el nivel freático de Bangalore se hunda a profundidades de casi 300 metros. Este recurso menguado, lodoso y contaminado amenaza el futuro de los ciudadanos que dependen de él.

Como en algunos lugares el agua subterránea está por debajo del nivel del propio río, el río ha empezado a alimentar el agua subterránea. Por consiguiente, el Cauvery está secándose por dos frentes: las tuberías gigantescas que bombean agua a la ciudad y los pozos perforados cuya profundidad aumenta cada año, lo que baja el nivel freático a niveles inferiores a los del río y obliga al río a alimentarlo.

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    Las mujeres de la comunidad aborigen kol recogen agua potable en un pozo en la aldea de Nawargawa en el estado de Madhya Pradesh el 16 de junio de 2019. Unas 40 familias de la aldea dependen del pozo para obtener agua potable durante la ola de calor en la remota región de la India central.
    Fotografía de UMA SHANKAR MISHRA, AFP, Getty

    Un suministro inestable

    Y lo más preocupante es que los problemas actuales de distribución de agua en Bangalore podrían dar pie a una crisis de suministro fundamental, ya que el caudal del Cauvery ya no es seguro.

    Los modelos climáticos prevén un aumento del 5 por ciento en el caudal del río por la subida de las temperaturas, lo que provocaría más evaporación y precipitaciones más intensas. Sin embargo, eso no es lo que dan a entender las tendencias recientes de la cuenca. Durante la estación seca, los caudales en las regiones río arriba han menguado.

    «Estos modelos no parecen ser capaces de explicar el pasado reciente», afirma la hidróloga Veena Srinivasan, investigadora del Ashoka Trust for Research in Ecology and the Environment (ATREE), Bangalore. El problema, según ella, es que los modelos no son lo bastante sofisticados como para incorporar los efectos de los cambios de los paisajes locales en el clima y el tiempo atmosférico.

    Se han producido numerosos cambios. En la cuenca hidrográfica del Cauvery. La tala generalizada de los bosques para dejar sitio a líneas de transmisión, plantaciones de café o palma aceitera y otros cultivos comerciales han afectado a la capacidad de retención y liberación de agua del suelo.

    Una investigación también ha demostrado que la deforestación a gran escala afecta al monzón en Asia meridional y reduce los niveles de precipitación, porque menos árboles significan menos hojas que transpiren el agua a la atmósfera, lo que provoca condiciones más cálidas y secas.

    Según un estudio llevado a cabo por la Coffee Agroforestry Network (CAFNET), esta región ha experimentado un descenso de 14 días de lluvia al año durante las últimas tres o cuatro décadas. Además, los usos agrícolas del suelo también han cambiado cerca del río, ya que los arrozales tradicionales han dado paso a plantaciones de café. Como los arrozales necesitan agua estancada, actuaban como esponja. Pero las plantaciones de café y palma aceitera requieren mucha irrigación y experimentan una escorrentía importante.

    «No estamos uniendo los puntos», afirma Harini Nagendra, profesora de sostenibilidad en la Universidad Azim Premji de Bangalore. «En lugar de intentar introducir más agua en el Cauvery, invertimos nuestro tiempo en luchar por unos recursos mermados».

    Si el Cauvery mengua y el agua subterránea está casi agotada, ¿qué opciones tiene Bangalore?

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      En esta fotografía aérea vemos cómo se extrae agua del embalse de Bendsura para introducirla en un camión cisterna en el distrito de Beed, Maharashtra, India, el domingo, 14 de abril de 2019.
      Fotografía de Dhiraj Singh, Bloomberg, Getty

      La captación de agua de lluvia

      En Bangalore caen entre 800 y 900 milímetros de lluvia al año, una cantidad nada escasa. Si la ciudad capturara la mitad de esa cantidad, se traduciría en más de 100 litros per cápita al día, mucho más que suficiente para usos domésticos y de consumo. La captación de agua de lluvia ha tardado en introducirse en la ciudad, a pesar de que hay leyes que la exigen, pero ahora está adquiriendo popularidad de forma progresiva.

      El siguiente paso sería canalizar parte de esa lluvia capturada por «pozos de alimentación» y devolverla al agua subterránea para empezar a restaurarla. Dos ONG de Bangalore, Biome Environmental Trust y Friends of Lakes, han puesto en marcha una iniciativa ciudadana para excavar un millón de pozos de alimentación en la ciudad, es decir, uno cada 27 metros. La idea es que estos pozos bombeen el 60 por ciento del agua de lluvia al acuífero superficial, agotado por el uso excesivo y por el hecho de que solo en torno al 10 por ciento del agua de lluvia puede filtrarse por grietas y agujeros en el pavimento de la ciudad.

      Una comunidad local de excavadores de pozos llamados mannu-vaddars encabezan la iniciativa. Con herramientas manuales, excavan pozos abiertos de entre nueve y 12 metros de profundidad que llegan al acuífero. Una vez se recargue, los pozos se convertirán en una fuente de agua sostenible y barata.

      Vishwanath tiene otros planes para recargar el agua subterránea. Bangalore devuelve casi el 80 por ciento de su agua a zonas rurales en forma de aguas residuales que fluyen en forma de ríos y arroyos estacionales. Gran parte de este agua no está tratada, sino que es nauseabunda, oscura y está llena de residuos y metales pesados peligrosos.

      «Se están construyendo plantas de tratamiento de residuos para tratar 1440 MLD», afirma Vishwanath. Una vez empiecen a funcionar, el agua «apta para el uso», depurada de metales pesados pero rica en nutrientes como el fósforo, se devolverá a las zonas rurales para usos agrícolas. La idea de Vishwanath consiste en depurar aún más el agua residual para hacerla potable y utilizarla para recargar el agua subterránea.

      Hay una enorme laguna en la visión esperanzadora que evocan estas ideas. La ausencia de las instituciones y la gestión pública necesarias para supervisar dichas iniciativas y administrar el suministro hídrico de forma racional, siguiendo la normativa impuesta.

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        Una residente de Chennai llena una vasija con agua del grifo el 26 de junio de 2019. Chennai recibe menos de dos tercios del agua que se suele usar a diario.
        Fotografía de Arun Sankar, AFP, Getty

        En Bangalore, el departamento del gobierno que supervisa la extracción del agua subterránea solo cuenta con seis empleados y, por consiguiente, no hay forma humana de supervisar y aplicar la ley en esta vasta ciudad. Un excavador de pozos ilegales admitió libremente que había recurrido al soborno para obtener un permiso para un pozo después de haberlo excavado.

        Al nivel de la cuenca hidrográfica, no existen instituciones que gestionen los recursos hídricos.

        «Estamos obsesionados con las soluciones técnicas a la crisis hídrica», lamenta Vishwanath. «Lo que necesitamos son instituciones y gobiernos firmes al nivel de la cuenca hidrográfica para poder comprender qué ocurre con los cambios de los usos del suelo, la minería de arena, la cubierta forestal y la extracción de agua subterránea, factores que afectan al caudal del río».

        Si el gobierno no se implica, las soluciones a la crisis hídrica de la India no se pondrán en marcha a una escala lo bastante grande como para surtir efecto a nivel general. Chennai es un buen ejemplo.

        El agua fósil de Chennai

        Chennai, que tiene un PIB de más de 69 000 millones de euros y alberga el 40 por ciento de la industria del automóvil de la India, está arrinconada en cuanto a recursos hídricos. Se encuentra en la costa este y recibe dos tercios de sus precipitaciones con el monzón que llega en noviembre y diciembre, y solo un tercio con el monzón del sudoeste, que este año no ha sido muy abundante.

        La ciudad depende de cuatro pequeños embalses municipales; carece de acceso a embalses más grandes, compartidos con la agricultura, de los que pueda extraer agua en caso de sequía. Además, estos cuatro embalses solo cubren el 35 por ciento de las necesidades hídricas de la ciudad. Siete de los 11 millones de habitantes de Chennai dependen del agua fósil, a la que se accede por pozos perforados de forma privada o por camiones cisterna que traen agua de pozos distantes. Los camiones están controlados por poderosas mafias del agua.

        «El estado [que controla solo el 35 por ciento del suministro hídrico] se convierte en la minoría y su influencia queda socavada, ya que los intereses privados han captado el valor añadido del agua. La dirigen como un negocio», afirma Vishwanath. Las mafias del agua tienen contactos en la política, la burocracia y la policía, lo que dificulta su desmantelación. Con los grifos agotados, las voces son cada vez más estridentes y, como medida superflua, el gobierno ha reservado 8,8 millones de euros para que un tren de 50 vagones transporte 10 millones de litros de agua cada día del Cauvery a Chennai.

        Chennai, como muchas ciudades de la India, se ha construido sobre humedales. El pavimento impide que se recargue el agua subterránea durante los meses lluviosos y provoca inundaciones en zonas bajas.

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          Un hombre camina por una tubería de agua en el fondo del lago seco Porur, en Chennai, el viernes, 5 de julio de 2019. La escasez de lluvias del año pasado y el retraso del monzón anual de este año han dejado casi la mitad de la India en condiciones de sequía.
          Fotografía de Dhiraj Singh, Bloomberg, Getty

          «La capacidad de atención cada vez más reducida de los legisladores, los responsables de tomar decisiones, los medios e incluso de la ciudadanía es espantosa», afirma Nagendra. «Nos centramos en los problemas de la sequía en verano y nos olvidamos de ellos cuando llega el monzón. Después nos centramos en los problemas del exceso de agua por las inundaciones y volvemos a olvidarlas cuando llega el verano. Irónicamente, las causas de las sequías y las inundaciones son las mismas en gran medida: la desaparición de humedales, la tala de árboles, la construcción sobre lagos, ríos y canales interconectados. Pero nadie parece establecer el vínculo».

          El problema es nacional; Chennai y Bangalore son solo la punta del iceberg. «La crisis real alcanzará las ciudades y los pueblos pequeños que se están urbanizando rápidamente», afirma Nagendra. «Y la esperanza real de hacer algo también podría estar ahí, ya que muchas de estas áreas aún no han sufrido el colapso y la degradación de sus ecosistemas a la misma escala que las megaciudades».

          Srinivasan se muestra optimista incluso en el caso de las megaciudades.

          «En una ciudad con expansión urbana, el problema hídrico tiene solución», afirma. «Construir infraestructura para la captura de agua de lluvia, recargar los acuíferos con agua residual tratada y asegurarnos de que el pavimento permita que el agua de lluvia se filtre».

          Si la India pudiera construir instituciones que lo hicieran, habrá esperanza.

          Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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