El primer estudio de los gases de efecto invernadero de la selva amazónica sugiere que está empeorando el cambio climático

El primer análisis general de todos los gases que afectan al funcionamiento de la Amazonia —no solo el CO2— revela un sistema que está al límite.

Por Craig Welch
Publicado 12 mar 2021, 11:03 CET, Actualizado 27 oct 2021, 13:38 CEST
Fotografía de la selva amazónica

Según un nuevo estudio, la selva amazónica ya no está almacenando carbono para nuestro planeta, sino que contribuye al calentamiento.

Fotografía de Jak Wonderly, Nat Geo Image Collection

A seis días de que comience la Conferencia del Cambio Climático de Glasgow (COP26), las Organización de las Naciones Unidas ha alertado sobre la urgencia para asumir los compromisos de reducción de emisiones, después de que la Organización Meteorológica Mundial anunciase que el 2020 ha vuelto a batir un récord histórico en los niveles de dióxido de carbono

Es muy probable que el pulmón del planeta, la selva amazónica, ahora sea un contribuidor neto al calentamiento del planeta, según un análisis pionero de más de 30 científicos realizado en marzo de 2021.

Durante años, los investigadores han expresado preocupación por que el aumento de las temperaturas, la sequía y la deforestación estén reduciendo la capacidad de la selva más grande del mundo de absorber carbono de la atmósfera y ayudar a compensar las emisiones procedentes de la quema de combustibles fósiles. Es más, un estudio publicado en marzo de 2021 sugirió que algunas partes de este paisaje tropical ya podrían liberar más carbono del que almacenan.

Pero la inhalación y exhalación de CO2 es solo una de las formas en que esta selva húmeda, la más abundante en especies, influye en el clima global. Las actividades tanto naturales como humanas en la Amazonia pueden cambiar la aportación de la selva de formas considerables, calentando el aire directamente o liberando otros gases de efecto invernadero que lo hacen.

Los humedales que se secan y la compactación del suelo por la tala, por ejemplo, pueden incrementar las emisiones de óxido nitroso, un gas de efecto invernadero. Los incendios para despejar la vegetación liberan carbono negro, pequeñas partículas de hollín que absorben la luz solar y aumentan el calor. La deforestación puede alterar los patrones de precipitaciones, secando y calentando el bosque. Las inundaciones regulares y la construcción de presas liberan metano, un gas potente, lo que también hace la cría de ganado bovino, uno de los motivos principales por los que destruyen los bosques. Y aproximadamente el 3,5 por ciento de todo el metano liberado a nivel global procede de los árboles amazónicos de forma natural.

Con todo, ningún equipo había intentado evaluar el efecto acumulativo de estos procesos, pese a que esta región está transformándose rápidamente. La investigación, apoyada por la National Geographic Society y publicada en Frontiers in Forests and Global Change, estima que el calentamiento atmosférico por todas estas fuentes combinadas parece abrumar el efecto de enfriamiento natural de la selva.

«La tala del bosque afecta a su absorción de carbono y eso supone un problema», afirma el autor principal Kristofer Covey, profesor de estudios ambientales en el Skidmore College de Nueva York. «Pero cuando empiezas a analizar todos estos factores junto al CO2, cuesta mucho ignorar que el efecto neto es que la Amazonia en su conjunto está calentando el clima global».

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Sus colegas y él afirman que los daños aún pueden invertirse. Detener las emisiones globales por el uso de carbón, petróleo y gas natural ayudaría a restaurar el equilibrio, pero es imprescindible frenar la deforestación de la Amazonia, así como reducir la construcción de presas e incrementar los esfuerzos para replantar árboles. No cabe duda de que seguir despejando la vegetación al ritmo actual agravará el calentamiento en todo el mundo.

«Tenemos un sistema del que hemos dependido para contrarrestar nuestros errores y hemos superado con creces la capacidad de ese sistema para proporcionar un servicio fiable», afirma la coautora Fiona Soper, profesora adjunta de la Universidad McGill.

Una contabilidad compleja

La misma riqueza por la que la Amazonia es tan biodiversa, ya que alberga decenas de miles de insectos por kilómetro cuadrado, dificulta enormemente comprenderla. Las relucientes hojas verdes absorben CO2 del cielo, convirtiéndolo mediante la fotosíntesis en carbohidratos que acaban en troncos leñosos y ramas a medida que los árboles crecen. En árboles y suelos abundantes en carbono, la Amazonia almacena el equivalente a cuatro o cinco años de emisiones de carbono causadas por los humanos, hasta 200 gigatoneladas de carbono.

Pero la Amazonia también es muy húmeda y las aguas de crecidas suben varios metros cada año sobre el lecho del bosque. Los microbios de esos suelos empapados fabrican metano, que es de 28 a 86 veces más potente que el CO2 como gas de efecto invernadero. Los árboles actúan como chimeneas, canalizando ese metano hacia la atmósfera.

Por su parte, la humedad del océano Atlántico que cae en forma de lluvia es absorbida por las plantas, utilizada para la fotosíntesis y exhalada por las hojas a través de los mismos poros que absorben CO2. En la atmósfera, cae en forma de lluvia otra vez.

Los humanos complican estos ciclos naturales tanto por el cambio climático como mediante la tala, la construcción de embalses, la minería y la agricultura. En Brasil, la deforestación se ha disparado en los últimos años, alcanzando su nivel máximo en 12 años en el 2020, un aumento de casi un 10 por ciento frente al año anterior.

Algunos de esos procesos retiran gases de efecto invernadero de la atmósfera, mientras que otros hacen que los gases suban y todos se influyen mutuamente. Pero hasta hace poco, nadie había tratado de comprender ese equilibrio. «Es un sistema de partes que interactúan, todas medidas de formas diferentes, en escalas de tiempo diferentes, por personas diferentes», afirma Soper.

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    Lo que queda claro es que el bosque ha cambiado rápido y de formas alarmantes. Ahora la lluvia cae en ráfagas enormes con más frecuencia que en el pasado, desencadenando inundaciones sin precedentes. Ocurren sequías más a menudo y, en algunas zonas, duran más. Los árboles que prosperan en lugares húmedos están siendo superados por especies altas que toleran la sequía. Los incendios provocados ilegalmente han vuelto a aumentar; en el 2019 ardieron aproximadamente 2,2 millones de hectáreas.

    Por eso aquel año la National Geographic Society reunió a Covey, Soper y un equipo de expertos en la Amazonia para que trataran de analizar cómo encajan todas estas piezas. No tomaron nuevas mediciones, sino que buscaron formas nuevas de analizar los datos existentes con la vista puesta en llegar a una imagen completa.

    Más allá del CO2

    Aunque los resultados incluyen algunas dudas, dejan claro que centrarse en un solo parámetro —el CO2— no expone un panorama exacto. «Pese a la importancia del carbono en la Amazonia, no es lo único que ocurre», afirma Tom Lovejoy, investigador de biodiversidad en la Fundación de las Naciones Unidas, que ha trabajado en la Amazonia brasileña durante décadas. «La única sorpresa, si es que se puede llamar así, es cuánto más hay cuando lo sumas todo».

    La extracción de recursos, las presas y la conversión del bosque para la producción de soja y ganado bovino alteran los sistemas naturales de varias formas y podrían provocar una crisis mundial alimentaria. Pero la mayoría sirve para calentar el clima. El metano es un actor especialmente importante. Aunque las mayores fuentes de metano aún son los procesos forestales naturales, la capacidad de absorción de carbono de la Amazonia solía compensar mucho más sus emisiones de metano. Los humanos han disminuido esa capacidad.

    Rob Jackson, científico de sistemas terrestres en la Universidad de Stanford y uno de los principales expertos en emisiones de gases de efecto invernadero globales, cree que la nueva investigación es una aportación valiosa. «La Amazonia es vulnerable y solemos tener estrechez de miras sobre un gas de efecto invernadero», afirma.

    Patrick Megonigal, director adjunto de investigación en el Centro de Investigación Ambiental del Smithsonian, está de acuerdo. «Estos autores han hecho algo importante, que es expandir la conversación más allá del dióxido de carbono, en el que se centra el 90 por ciento de la conversación pública», afirma. 

    «El CO2 no es un actor solitario. Cuando se tiene en cuenta todo el elenco de personajes, la perspectiva en la Amazonia es que las repercusiones de las actividades humanas serán peores de lo que creemos».

    Quedan muchas preguntas. La más importante para Megonigal es una que también preocupa a Lovejoy: ¿cómo influyen todos estos factores en el clima amazónico local? Esto es importante porque la Amazonia suministra gran parte de su propia humedad, ya que una sola molécula de agua circula por el bosque cinco veces o más a medida que el aire húmedo se mueve desde el Atlántico hacia el oeste sobre el continente.

    Un análisis reciente de Lovejoy y Carlos Nobre, climatólogo del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de São Paulo, sugiere que el incremento de la deforestación podría alterar la circulación de esa humedad y empujar vastos tramos de la Amazonia a una transición permanente hacia una sabana arbolada más seca. Creen que podría alcanzarse un punto crítico con solo talar del 20 al 25 por ciento de la selva.

    Eso supondría un grave problema para el clima, ya que reduciría considerablemente el potencial de las selvas para limpiar nuestras emisiones de combustibles fósiles del cielo. Según cálculos del gobierno brasileño, la tala ya ha disminuido un 17 por ciento.

    Lo que ocurre en Brasil (y en países vecinos de la Amazonia) afecta a todo el mundo. En Estados Unidos, un grupo de líderes medioambientales de cuatro gobiernos presidenciales anteriores, tanto demócratas como republicanos —Bush padre, Clinton, Bush hijo y Obama— instaron al presidente Joe Biden a demandar que el gobierno de Brasil redujera la deforestación. Exhortaron a Biden a utilizar el comercio con Estados Unidos como medida de presión. Actualmente, Brasil y Estados Unidos siguen negociando.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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