
Aprovechando un día soleado de primavera, Katie y sus padres, Robb y Alesia Stubblefield, descansan plácidamente en un parque cerca de la Clínica Cleveland. Con Katie en silla de ruedas, los tres exploran el parque, paseando entre árboles en flor y aves cantoras. Esta salida tuvo lugar después de que Katie pasara un mes en el hospital. Para recolocarle los ojos, se sometió a una operación en la que le implantaron un dispositivo de distracción. En los tres años previos al trasplante, Katie estuvo hospitalizada más de una docena de veces.
Fotografía de Maggie Steber, National GeographicKatie sentada bajo un árbol junto a la laguna Wade en Cleveland, Ohio. Durante un paseo con sus padres, su padre aparcó su silla de ruedas en aquel lugar y describió la escena antes de dejarla para que pasara un tiempo sola.
Fotografía de Maggie Steber, National GeographicKatie y sus padres salen de la clínica ocular Crile, en la Clínica Cleveland de Ohio. La vista de Katie resultó dañada en su intento de suicidio y los médicos han insertado lentes de contacto para ayudarla a ver mejor.
Fotografía de Maggie Steber, National GeographicLa madre de Katie, Alesia, la ayuda a prepararse para dormir en su apartamento de Ronald McDonald House. Cada noche, Katie toma un cóctel de pastillas a través de un agujero en el estómago. Esa noche, la frente de Katie, donde tras la piel tiene una placa metálica, le picaba tanto que Alesia la abrazó mientras su padre, Robb, leía pasajes de la Biblia en alto hasta que se sintió cansada.
Fotografía de Maggie Steber, National GeographicKatie abraza a su madre frente a la clínica ocular de la Clínica Cleveland tras asistir a una cita.
Fotografía de Maggie Steber, National GeographicEn el hotel Tudor Arms, en Cleveland, Katie y su padre cantan «Have I Told You Lately That I Love You?» mientras bailan. «Antes, nunca pasaba tanto tiempo con mis padres», contó Katie, que agradece su amor y devoción a la hora de ayudarla a salvarle la vida. «¿Que si seguimos destrozados por todo esto? Claro que sí», contó Robb. «En la vida ocurren cosas que nos rompen, pero creo que, a partir de ahí, todo sigue».
Fotografía de Maggie Steber, National GeographicAntes de someterse al trasplante de rostro, Katie Stubblefield posó para este retrato. Muestra las graves heridas de su cara, pero la fotógrafa Maggie Stebber también quería captar «su belleza interior y su orgullo y determinación».
Fotografía de Maggie Steber, National GeographicCelebrando el 21º cumpleaños de Katie, su madre le dice que pida un deseo y sople la vela. La familia fue a cenar a un restaurante, aunque Katie a veces escuchaba a la gente susurrar sobre su cara. Le molestaba, pero fingía no escuchar. Quería decirles: «Me hice daño, ahora estoy mejor».
Fotografía de Maggie Steber, National GeographicLa noche antes de la operación, Katie, cuyo rostro dañado fue reconstruido, gesticula para mostrar su emoción por tener uno nuevo. Comparte un momento alegre con Diana Donnarumma, una amiga que hizo en la Ronald McDonald House, y la auxiliar de enfermería Karnya Wade.
Fotografía de Lynn Johnson, National GeographicPapay (a la derecha) y Raffi Gurunluoglu, otro cirujano, retiran la cara donada. El quirófano solía estar lleno de cirujanos, especialistas, enfermeros y residentes que observaban. Las imágenes de Katie Stubblefield en la pared tras el equipo les recuerdan lo que está en juego.
Fotografía de Lynn Johnson, National GeographicTras 16 horas de operación en la Clínica Cleveland de Ohio, los cirujanos finalizan la compleja tarea de retirar el rostro de un donante de órganos. Impresionados por la imagen y la seriedad de su trabajo, el equipo se queda en silencio mientras el personal documenta el rostro entre sus dos vidas. Los cirujanos pasarán otras 15 horas fijando el rostro a Katie.
Fotografía de Lynn Johnson, National GeographicLa familia de Katie la observa una vez finalizado el trasplante. Durante la operación, los cirujanos recurrieron a los padres de Katie varias veces para debatir la cantidad del tejido del donante debían utilizar. Finalmente, sus padres decidieron trasplantar el rostro entero, pese al mayor riesgo de rechazo, ya que sabían que era la decisión que habría tomado Katie.
Fotografía de Lynn Johnson, National GeographicAlesia abraza la cabeza hinchada y suturada de Katie en la Clínica Cleveland. Tras la cirugía de trasplante, Katie apenas pasaba tiempo sola; los profesionales médicos solían comprobar su estado y sus padres la cuidaban constantemente.
Fotografía de Maggie Steber, National GeographicDecididos a ayudar a Katie a vivir una vida lo más normal y valiosa posible, Robb y Alesia detuvieron sus vidas durante más de cuatro años. Haciendo frente al agotamiento y apoyándose en su fe en Dios, acompañan a su hija a innumerables citas médicas y sesiones de terapia. Están buscando maneras de mejorar la visión de Katie, incluida la posibilidad de trasplantes oculares. Esperan quedarse en Cleveland cerca de la clínica y de los médicos de Katie en el futuro próximo.
Fotografía de Maggie Steber, National Geographic