Por qué caminar es la actividad pandémica ideal

Esta revolución del movimiento es beneficiosa para ti y para el mundo.

Por Eric Weiner
Publicado 26 ago 2020, 12:07 CEST
Mahatma Gandhi y sus seguidores

Mahatma Gandhi y sus seguidores caminaron a lo largo de 388 kilómetros por la costa oeste de Gujarat, la India, para protestar contra la ley británica que obligaba a los indios a comprar sal británica en lugar de producirla a nivel local.

Fotografía de Mansell, The LIFE Picture Collection, Getty Images

Caminar cambia el mundo. Cuando los manifestantes que demandan justicia racial marchen en Washington el 28 de agosto, seguirán los pasos de caminantes rebeldes que han hecho historia. De Mahatma Gandhi y el movimiento por la independencia de la India a Martin Luther King Jr. y el movimiento por los derechos civiles, caminar y protestar siempre han ido de la mano.

En 1930, Gandhi y 80 de sus seguidores partieron desde su ashram en Ahmedabad en dirección sur hacia el mar Arábigo. Cuando llegaron a la costa, 24 días después, los seguían miles de personas. Observaron cómo Gandhi cogía un puñado de sal de los depósitos naturales, una violación descarada de la ley británica. La gran marcha de la sal supuso un punto de inflexión en el camino hacia la independencia.

Años después, King, un admirador de Gandhi que había viajado a la India, aplicó el «amor severo» de la resistencia no violenta, así como las marchas de protesta, en el movimiento por los derechos civiles. La campaña de Birmingham de principios de 1963 comenzó con una serie de marchas que culminaron en la histórica marcha de Washington en agosto de aquel año. Esas marchas fueron pacíficas, pero no pasivas. Como bien sabía el activista y compañero de King John Lewis, caminar puede ser un acto de rebeldía poderoso y puede causar «problemas de los buenos».

El 7 de marzo de 1965, John Lewis (cuarto desde la derecha) y otros líderes del movimiento por los derechos civiles marcharon con miles de manifestantes por el puente Edmund Pettus en Selma, Alabama, para demandar la igualdad del derecho a voto.

Fotografía de Bettmann Archive, Getty Images

En 2015, el expresidente Barack Obama y otros líderes políticos conmemoraron el 50º aniversario de las marchas por los derechos civiles de Selma a Montgomery caminando por el puente Edmund Pettus.

Fotografía de Saul Loeb, AFP, Getty Images

No todos los caminantes en potencia gozan el mismo acceso a senderos transitables. Según una investigación del Trust for Public Land, en Estados Unidos unos 100 millones de residentes no tienen un parque a 10 minutos a pie desde sus casas. Un decreto que se convirtió en ley este mes está inyectando dinero  en parques y espacios silvestres con el fin de sustentar la conservación, las infraestructuras y el acceso.

Caminar es mucho más que caminar, y siempre lo ha sido. Caminar tranquiliza. Caminar inspira y agudiza la mente. El acto de caminar es democrático, aunque el acceso a rutas seguras no siempre está garantizado, algo de lo que muchos son conscientes en las comunidades de personas negras y de color. La libertad es la esencia de caminar y todo el mundo debería gozar esa libertad para salir y entrar como le plazca, para deambular y, en palabras del escritor Robert Louis Stevenson, para «recorrer un camino u otro, dejándose llevar por sus deseos».

Una panacea pandémica

La pandemia nos ha arrebatado mucho. No solo vidas y medios de sustento, sino también la capacidad de actuar. Nos sentimos atrapados e impotentes. Hay muchas cosas que no podemos hacer, pero sí podemos caminar.

Con la actitud adecuada, cada paseo es una peregrinación, una puerta a lo nuevo y lo revelador. Muchos avances se han logrado poniendo un pie delante del otro. Huimos de los problemas. Caminamos hacia las soluciones.

Cuando trabajaba en Un cuento de Navidad, Charles Dickens caminaba 25 o 30 kilómetros por los callejones de Londres, cavilando sobre el argumento mientras la ciudad dormía. Beethoven se inspiraba paseando en el exuberante Wienerwald a las afueras de Viena; Nietzsche, en los Alpes suizos. «no creas ninguna idea que no haya nacido al aire libre y de la libre circulación», decía el filósofo.

La novelista Louisa May Alcott se embarcaba en largos paseos por el campo cerca de su casa de Concord. A veces, la acompañaba el autor y trascendentalista Henry David Thoreau. Pasaban horas paseando por los prados y los campos del Massachusetts rural, compartiendo su «parte del infinito», como decía Thoreau.

Jean-Jacques Rousseau los superó a todos. Solía caminar 32 kilómetros en un solo día. «Apenas puedo pensar cuando estoy quieto», decía. «Mi cuerpo debe moverse para que mi mente se active». (Mientras paseaba, anotaba sus ideas, grandes y pequeñas, en unos naipes que llevaba siempre encima.)

Los beneficios de pasear

Estudios recientes confirman la corazonada de Rousseau. Nuestra mente alcanza su pico de creatividad a cinco kilómetros por hora, la velocidad de un paseo a ritmo moderado. En un estudio, los psicólogos de la Universidad de Stanford Marily Oppezzo y Daniel Schwartz dividieron a los participantes en dos grupos: los que paseaban y los que se quedaban sentados. A continuación, administraron un test diseñado para medir el «pensamiento divergente», un componente importante de la creatividad. Descubrieron que el pensamiento creativo era mayor «de forma sistemática y significativa» en los paseantes. Tampoco hacía falta caminar mucho para potenciar la creatividad: entre cinco y 16 minutos.

El difunto psicólogo Colin Martindale planteó que, cuando caminamos, entramos en un estado de «atención descentrada». Una persona en este estado no está distraída, o al menos no en el sentido habitual de la palabra. Está centrada y descentrada al mismo tiempo. Vemos más cosas cuando paseamos, como señala el autor Edward Abbey en sus memorias Desert Solitaire: «No puedes ver nada desde un coche; tienes que salir del maldito artilugio y caminar».

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    Los peatones caminan por las calles de una ciudad inglesa al alba.

    Fotografía de Ezra Bailey, Getty Images

    Las personas que caminan con regularidad gozan de mejor salud y viven más tiempo que las que no, según han determinado varios estudios. Y no tienes que caminar muy rápido ni muy lejos para disfrutar de los beneficios de la actividad. Un estudio reciente publicado en JAMA Internal Medicine desmintió el mito de los 10 000 pasos al día. Es una cifra arbitraria. Las personas —sobre todo los adultos mayores— obtienen beneficios para la salud con solo dar unos miles de pasos al día a un ritmo pausado.

    Caminar es un medio probado para perder peso, ya que no solo se queman calorías, sino que también reduce nuestro apetito. Un estudio de investigadores de la Universidad de Exeter desveló que un paseo de 15 minutos «reducía las ganas de chocolate» y, a su vez, las comidas por ansiedad. También se ha demostrado que caminar alivia el dolor articular, potencia la inmunidad y reduce el riesgo de desarrollar cáncer de mama. Gandhi caminó durante toda su vida y atribuyó su vitalidad, en parte, a este hábito.

    Un movimiento evolutivo

    Puede saberse mucho de una persona por su forma de caminar. Hace poco, el Pentágono desarrolló un radar avanzado que puede identificar hasta un 95 por ciento de las formas de andar individuales, que son tan distintivas como las huellas dactilares o la firma de una persona. Caminar es algo personal. Las personas se pavonean y se contonean frente a las demás, pero rara vez lo hacen solas. Se trata de gestos sociales. Caminar, la forma más lenta de viajar, es la ruta más rápida hacia nuestro yo más auténtico. Como narra la autora Cheryl Strayed, tras su recorrido épico de 1600 kilómetros a lo largo del Sendero Macizo del Pacífico: «Para cuando terminé mi larga caminata, había perdido seis uñas de los pies y ganado todo lo que importaba».

    Caminar, si se hace de forma adecuada, es humildad en movimiento. Es una de las pocas actividades sin florituras que aún podemos practicar, una que, como señala la escritora Rebecca Solnit, no «se ha perfeccionado desde tiempos inmemoriales».

    El periodista Paul Salopek camina por el corredor de Wakhan, en Afganistán, como parte de su Out of Eden Walk de casi 34 000 kilómetros, que sigue los pasos de los primeros humanos que migraron desde África en la Edad de Piedra.

    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

    Hace casi seis millones de años, los primeros homínidos se irguieron y caminaron sobre dos pies. Esta nueva postura erecta tuvo muchos beneficios inesperados. Liberó las manos para la fabricación de herramientas, así como para señalar, acariciar, hacer gestos, darnos la mano, hacer el corte de mangas y mordernos las uñas.

    Paul Salopek, socio de National Geographic, está siguiendo los pasos de los primeros humanos que migraron desde África durante la Edad de Piedra y que se establecieron por todo el planeta. Lo hace poco a poco, paso a paso.

    Su proyecto de una década es noble, pero no indoloro. Caminamos sobre dos pies, pero con un esqueleto diseñado para cuatro. Esta desconexión entre la anatomía antigua y el uso moderno sigue dando trabajo a los podólogos. Pies planos, pies hinchados, ampollas, juanetes y dedos en martillo son solo algunos de los precios que pagamos por nuestra existencia bípeda. Con todo, es un coste que soportamos con gusto.

    Hallar inspiración

    Para mí, caminar es la actividad pandémica perfecta. Manteniendo la distancia social, pero sin aislarme, saludo a un vecino o a un cartero, viviendo uno de esos preciados microencuentros que la pandemia nos ha robado. A veces vago sin rumbo por las calles de mi ciudad natal, Silver Spring, en Maryland, observando sin querer, moviéndome sin llegar a ninguna parte, dejándome llevar por mis deseos.

    Otras veces, camino más a lo Rousseau. Mi sendero favorito está en el norte de Vermont, en una reserva de fauna silvestre llamada Eagle Point, en la frontera con Canadá. Contiene una buena dosis de naturaleza en sus 170 hectáreas: humedales, prados, bosques, y un zoológico entero de castores, musarañas, mapaches, coyotes, osos negros, ciervos de cola blanca y 60 especies de aves. Con todo, es el propio suelo lo que más me gusta. Suave y mullido, hecho para caminar. La visité hace poco, como hago cada año. Con el sol de finales de verano calentándome la cara, puse un pie delante del otro, una y otra vez, con actitud desafiante, pero también con alegría.

    Eric Weiner es el autor de The Socrates Express: In Search of Life Lessons from Dead Philosophers, entre otras obras.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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